Huelga decir que toda guerra es injusta. Incluso cuando
(aparentemente) tenemos claro quién es el enemigo y (aparentemente) no hay
razón para pensar que ese enemigo no deba ser derrotado a cualquier precio en
aras de un bien común, cualquier guerra sigue siendo injusta. Y en cualquier
caso toda guerra tiene más de un punto de vista, más de una perspectiva. En
ninguna guerra existe el blanco y el negro, sino que todo son matices más o menos
oscuros de grises. Con todo (casi) cualquier guerra ‘queda bien’ en una
pantalla. Y antes de que alguien malinterprete mis palabras, tengo que admitir que
lo de ‘quedar bien’ es un argumento un tanto banal, porque toda guerra es y
será siempre injusta y sucia y brutal y dolorosa y dramática… Pero matizando de
nuevo mis argumentos, precisamente por todo ello, porque las guerras llevan a
unos límites insospechados la naturaleza humana en cuanto a capacidad de
sacrificio, en cuanto a heroísmo, en cuanto capacidad para soportar el dolor,
en cuanto a maldad… precisamente por todo ello, las guerras son argumentos
poderosos para una película.
Casi cualquier batalla o guerra de la historia de la
humanidad ha sido plasmada en pantalla grande en un momento u otro de la
historia del cine: desde la batalla de las Termópilas a los recientes
conflictos en Irak o Afganistán, pasando por la expansión del imperio romano,
las cruzadas, la guerra de la independencia americana, la guerra de los 100
días, la guerra de secesión, la invasión chino-japonesa, la dos guerras
mundiales, la guerra civil española, las guerras de Vietnam o Corea… Y muchos
grandes batalladores y conquistadores y jefes de estado y militares han sido
retratados también en el cine, desde Julio César al general Patton, pasando por
Atila, Genghis Khan, Napoleón, Leónidas, el general Custer, Rommel, Alejandro
Magno… La lista de guerras, batallas y militares es tristemente demasiado larga
y no es mi objetivo enumerarlas en el corto espacio de este comentario. Pero es
innegable que muchas de esas batallas y personajes han servido de argumento a
grandes películas.
Sin duda es el cine americano el que mayor rendimiento ha
sacado a su historia bélica. Y dentro de esa historia bélica qué duda cabe que
una posición preponderante la ocupa la 2ª Guerra Mundial. Lo cierto es que la 2ª
Guerra Mundial es un conflicto que por su complejidad y por su extensión,
especialmente la geográfica, ha dado lugar a multitud de interpretaciones y
sobretodo multitud de historias que han ofrecido una visión del conflicto desde
perspectivas harto diferenciadas: en el cine hemos visto el ataque japonés a
Pearl Harbour, los bombardeos de Londres, la invasión de Normandía, la batalla
de Stalingrado, la caída de Paris, los últimos días de Hitler, las batallas del
Pacífico, el Holocausto judío, la bomba de Hiroshima, la preparación de los
soldados en West Point, la resistencia francesa, la toma de Iwo Jima, las
maniobras de espionaje y contra-espionaje de los aliados y un larguísimo etc. No
solo en el cine, sino también en brillantes producciones televisivas como “Hermanos
de sangre” y “El Pacífico”. El cine también nos ha ofrecido no solo la
perspectiva americana (que sigue siendo la mayoritaria), sino también la japonesa
(con films como “Tora! Tora! Tora!” o “Cartas desde Iwo Jima”) o la alemana
(con títulos como “La cruz de hierro” de Sam Peckinpah). Y también ese mismo conflicto
ha sido tratado en el cine desde ópticas muy diferentes: desde el drama crudo
de “La lista de Schlinder”, el biopic introspectivo de “Patton”, el relato aventurero de “12 del patíbulo” o “La
gran evasión”, o la comedia pura de “¿Qué hiciste en la guerra, papi?”
Tampoco han faltado quienes han intentado ver la guerra
desde la perspectiva de aquellos que menos culpa tienen y más inocentes son: los niños. Y ahí están
ejemplos como “La vida es bella” o “El niño con un pijama de rayas”. A esta
última tendencia pertenece “La ladrona de libros” de Brian Percival, director
curtido en la serie de televisión “Downton Abbey” y que debuta en el largo con
este film.
El que nos ofrece Percival no es precisamente un tratamiento
original. Es algo que ya hemos visto otras veces en el cine y su director no es
que se esfuerce precisamente en ofrecernos una perspectiva novedosa del
conflicto. Es cierto que no hay nada que moleste o irrite en el film, que es
muy correcto, pero tampoco nada que sorprenda o emocione. Es una película
plagada de buenas intenciones que trata de poner de manifiesto la bondad del
corazón humano ante situaciones desesperadas o dolorosas que ponen a prueba la
resistencia y la capacidad de entrega del ser humano. El recurso del narrador
en off, que rápidamente se adivina quién es pero que no desvelaré en estas
líneas, es si acaso tramposo y vulgar. Por lo demás, aspectos como la
ambientación, dirección artística, diseño de vestuario, etc. están muy cuidados…
que es lo mínimo que se puede esperar en un film histórico. ¿Los actores? Pues
también correctos, particularmente Emily Watson y Geoffrey Rush, que componen
dos caracteres simpáticos, bondadosos, inocuos… Vamos, como el tono general del
film.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La partitura del MAESTRO
John Williams, etérea, sugerente, sutil, y que es capaz de conferir emoción
allí donde las imágenes no pueden. ¿Lo peor? Como film no aporta nada nuevo: se
ve, se disfruta y se olvida.
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