viernes, 31 de enero de 2014

¿SUEÑAN LOS HUMANOS CON OVEJAS ELÉCTRICAS?



Spike Jonze pertenece a esa categoría de directores que, como Michel Gondry o Wes Anderson, no solo tienen una visión única y muy personal del mundo que les rodea, sino que además saben plasmarla en imágenes maravillosas. Títulos como “Olvídate de mí”,”Moonrise kingdom”, “Adaptation” o “Donde viven los monstruos” dan buena fe de ello.

Cuando hace poco vi el trailer del último film de Spike Jonze, “Her”, quedé  absolutamente cautivado. En parte por lo que intuía era una historia interesante, en parte por lo que se perfilaba iba a ser un gran trabajo interpretativo de Joaquim Phoenix, su protagonista principal, y en parte también por la música utilizada para envolver las imágenes de ese tráiler, música de Arcade Fire, uno de mis grupos favoritos. Después de ver el film no solo puedo decir que ha cumplido mis expectativas, sino que las ha superado con creces. “Her” es simplemente uno de los films más hermosos que he visto en los últimos años.

La idea de hacer el film le vio a Jonze a raiz de observar a la gente en el metro y por la calle, y darse cuenta como éstos estaban permanentemente conectados a sus móviles o tablets o internet, y como a veces caminaban abstraídos completamente de su entorno, manteniendo conversaciones aparentemente con el aire. “Her” podría interpretarse fácilmente como un film de ciencia-ficción, pues está situado en un futuro más o menos cercano y un entorno urbano más o menos indeterminado. Pero al contrario de la ciencia-ficción al uso, esta película no busca respuestas al origen de la humanidad o nos advierte de los peligros del futuro. “Her” habla de sentimientos y además desde la más absoluta sinceridad, y por eso es un film de género completamente atípico. Y es también un film menos inocente de lo que puede parecer, porque en el fondo encierra un discurso no exento de cierta acidez que nos habla de la fascinación que la tecnología ejerce sobre los seres humanos, y de cómo esa fascinación nos lleva a crearnos necesidades totalmente ficticias que en última instancias nos incitan a una dependencia cada vez mayor de esa misma tecnología. La era de la internet ha ampliado el horizonte del conocimiento para la humanidad, nos permite acceder a más información que nunca, nos permite comunicarnos de maneras que hasta hace poco eran impensables, y nos da la oportunidad de viajar a lugares donde nunca tendríamos la posibilidad de llegar… de manera virtual, por supuesto. Tendemos a creer que internet y la tecnología nos acerca más a nuestros semejantes, especialmente cuando la distancia o los cambios horarios no nos permiten un mayor contacto. Pero ese acercamiento, ¿es real? ¿Las casi infinitas posibilidades que nos ofrece internet nos ayudan a crecer como personas o en vedad nos alejan de nuestra propia humanidad? Esa es parte de la reflexión que encierra “Her”, y lo hace ofreciéndonos una de las historias de amor más bellas que hemos visto últimamente en una pantalla de cine.

Hay diálogos maravillosos en “Her”, frases que uno querría grabar y escuchar repetidamente una y otra vez. Hay una historia original, hermosa y potente, hay un guion sólido, bien escrito, que mezcla humor, romanticismo y melodrama en las dosis justas, y puesto en escena con elegancia, con sutileza, sin ningún tipo de histrionismos visuales que por otro lado la historia, por muy ci-fi que sea, no necesita. Y hay también un reparto en estado de gracia: Amy Adams, Rooney Mara e incluso Olivia Wilde en su breve papel están todas espléndidas, y Spike Jonze sabe sacar de todas ellas registros interpretativos insospechados. Pero por encima de todo el reparto está un Joaquim Phoenix sencillamente INMENSO. Phoenix lleva tiempo demostrando que es uno de los mejores actores de la actualidad, un actor que interpreta con su cuerpo, con su voz, con su actitud, que compone caracteres complejos y ricos partiendo de premisas a veces muy básicas. Si en “The Master”, el último film de Paul Thomas Anderson, ya nos regaló una interpretación antológica, en “Her” nos ofrece un cambio de registro brutal, creando un personaje tierno, a ratos patético, pero al mismo tiempo entrañable. Con cada gesto, cada entonación, cada pose y cada mirada de su interpretación, Joaquim Phoenix nos regala un mundo de emociones en la que es sin duda una de las mejores interpretaciones del año. Hay una enorme ironía en que el personaje que interpreta, Theodore, sea capaz de escribir para otros y por encargo las más hermosas y sensibles cartas (de amor, de disculpa, de añoranza…), y al mismo tiempo sea incapaz de manejar su propia emotividad, lo que le lleva a enamorarse de un ser virtual, que carece de cuerpo y que simplemente intelecto. Una propuesta a priori tan poco verosímil Joaquim Phoenix logra gracias a su trabajo actoral no solo que sea perfectamente creíble, sino que además nosotros como espectadores lleguemos a empatizar por completo con su postura. 

Pero tampoco podemos olvidarnos de Scarlett Johanson, que presta su voz a Samantha, la inteligencia virtual de la que se enamora Theodore. Hay que reconocer los méritos de la actriz, que utiliza sabiamente todos los registros de su voz ronca para crear un personaje de la nada, un personaje al que nunca vemos y solo oímos, un personaje que es sexy, divertido, complejo, emotivo… Viendo el film es imposible no enamorarse de Samantha, y ese mérito hay que atribuirlo tanto al trabajo de la actriz como al hábil e intuitivo guion de Spike Jonze, repleto de diálogos ágiles e inteligentes.

Al principio del film, mientras lo veía, me daba cuenta de que lo estaba haciendo con una sonrisa permanente en los labios. Por momentos esa sonrisa se transformaba en lágrimas de emoción imposibles de reprimir. Porque precisamente una de las mayores virtudes de esta película es la de ser capaz de despertar un muy amplio rango de emociones en el espectador sin necesidad de manipularlo. Es sencillamente un film bellamente escrito, bellamente interpretado y bellamente filmado. Y reconozco que a incrementar parte de esa belleza contribuye sin duda la partitura musical compuesta por el grupo indie Arcade Fire.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Absolutamente TODO. ¿Lo peor? Definitivamente NADA.

sábado, 25 de enero de 2014

PASIÓN POR LA VELOCIDAD


El cine tiene a veces esa estraña capacidad de despertar en nosotros la fascinación sobre temas que, vistos fuera del ámbito cinematográfico, no despertarían en nosotros el más mínimo interés. Naturalmente ahí es donde reside parte de su magia, y donde se demuestra el talento de guionistas y directores (por encima de todos) a la hora que construir una historia que nos mantenga atrapados delante de una pantalla por algo más de 90 minutos.

Confieso que a mí la Formula 1 no me ha interesado nunca. Si me preguntas por algún corredor famoso te podria mencionar uno o dos: Niki Lauda, Michael Schumacher, Fittipaldi... poco más. Así que cuando me puse a ver el último film de Ron Howard, "Rush", un director que nos tiene acostumbrados a darnos una de cal ("El desafío. Frost contra Nixon") y una de arena ("El código Da Vinci"), lo hice con un cierto excepticismo. Y para mi sorpresa me encontré con una película que no carece de atractivos.

Para empezar hay que mencionar el trabajo visual que hace Howard tras las cámaras, simplemente fascinante, particularmente en las escenas que muestran las competiciones automovilisticas, donde Howard alterna primerísimos planos de detalle y planos generales en un montaje vertiginoso, que precisamente transmite al espectador esa sensación de velocidad y riesgo que (presupongo) se respira en ese tipo de eventos. El espectador está asistiendo no a una simple película sobre carreras de coches sino a una auténtica competición automovilistica. Y aunque a priori la historia de la rivalidad entre dos pilotos de coches pudiera no despertar un excesivo interés entre los espectadores no versados en la Formula 1, Howard plantea esa rivalidad como una suerte de combate entre samurais modernos que han sustituido sus espadas por coches, un combate no exento de cierta nobleza que trata de mostrar dos maneras bien distintas de entender la competición, contraponiendo así la visión del placer, del disfrute, del goce por el riesgo que representa Hunt, frente a la visión disciplinada, responsable, seria, casi espartana que ejemplifica Lauda.

En cuanto al reparto, si bien Chris Hemsworth luce palmito y da el pego con su pose chulesca al encarnar al piloto James Hunt, hay que el catalán Daniel Rrühl se merienda al resto del reparto y realiza una auténtica performance transformándose por completo en el austriaco Niki Lauda y mimetizándolo en cada uno de sus gestos, sus poses, su acento (Brühl, no lo olvidemos, habla perfectamente catalán, castellano, inglés y alemán).

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El poderio visual que exhibe Ron Howard detrás de la cámara, capaz de transmitir al espectador profano toda la fascinación que despierta la Formula 1 en sus seguidores. ¿Lo peor? A priori nada en especial, si bien, aunque visualmente fascinante (a ratos), el film acaba resultado intrascendente en su conjunto.

jueves, 23 de enero de 2014

EN BUSCA DEL OSCAR PERDIDO



Hay películas que huelen a Oscar. No es el caso de “Shame”, película con la que se dio a conocer Steve McQueen (el director, no el actor, evidentemente), a pesar de la entregada interpretación de su actor protagonista, Michael Fassbender, y de la estilizada y cuidada puesta en escena de su director. Sí es el caso de “12 años de esclavitud”, la siguiente película de McQueen en la que repite de nuevo con Fassbender, esta vez en un rol más secundario.

Sorprende que después de un drama urbano y contemporáneo como “Shame”, donde se narraba el descenso a los infiernos de un adicto al sexo, McQueen se haya decantado por una película de época como “12 años de esclavitud”, adaptación de las memorias de un afroamericano en la época previa a la Guerra de Secesión Americana, un hombre libre que fue secuestrado y posteriormente vendido como esclavo para trabajar en las plantaciones de algodón de terratenientes sureños. 

“12 años de esclavitud” es una muy buena película, pero ¿una gran película? Muchos de los elementos del film parecen estar ahí pidiendo a gritos un premio: su cuidada ambientación, su diseño de vestuario, la propia historia, que es de esas que se podrían definir como ‘más grandes que la vida’… Y quizás esa intención que impregna toda la película de erigirse en el drama definitivo sobre la esclavitud, esa conciencia de sí misma de ser una ‘película importante’ que impregna cada fotograma, es lo que de alguna forma le resta calidez, proximidad. Nada molesta en el film pero al mismo tiempo nada emociona en el mismo. Y eso que McQueen no se dejar condicionar por el hecho de estar rodando un film de época y deja su personal sello visual en cada una de las escenas de la película. Su puesta en escena es elegante, cuidada, estilizada. McQueen sabe cómo encuadrar y cómo iluminar una escena, y a lo largo del film hay momentos visuales realmente bellos sin necesidad de recurrir a efectismos baratos: McQueen no se recrea en el paisaje más allá de algunos apuntes visuales que buscan situarnos geográficamente en la historia, no se fija en los decorados más allá de lo necesario, no siente (afortunadamente) la necesidad de epatar al espectador con fastuosas puestas de sol (lo cual es de agradecer). McQueen se centra en los rostros y los gestos de los actores, explica la historia a través de sus expresiones, sus palabras, sus miradas, y en este sentido hay que decir que McQueen es un gran director de actores y extrae grandes momentos de todo su reparto: Paul Giamatti, Paul Dano, Michael Fassbender, Brad Pitt, una no lo suficientemente valorada Sara Poulson… todos están fantásticos. Pero es justo reconocer que todo el film bascula sobre la sentida y emotiva interpretación de un enorme Chiwetel Ejiofor, que no necesita de histrionismos o aspavientos exagerados para hacernos llegar el dolor de su drama (particularmente espléndido está en el momento de un funeral en el que, pese a su resistencia inicial, acaba cantando en una suerte de misa gospel). 

Curiosamente la contención de la que hace gala todo el film, tanto en el aspecto visual (su puesta en escena aunque estilizada nunca es efectista), como en el dramático (se evita ‘castigar’ en demasía al espectador mostrándole el dolor y el drama que sufren los protagonistas), se contagia también en la banda sonora, pues Hans Zimmer, compositor dado con frecuencia a  la grandilocuencia (no hay más que escuchar las partituras, por otro lado espléndidas, de “Gladiator”, “Inception” o “Man of Steel”), se muestra en esta ocasión extrañamente comedido, y realiza una composición muy sutil, más atmosférica que descriptiva. Sin embargo, esa misma contención que en general beneficia a todo el film, es al mismo tiempo la que a ratos crea cierta sensación de insatisfacción en el espectador.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La apuesta estética de Steve McQueen en el film, estilizada pero carente de histrionismos visuales. ¿Lo peor? Esa sensación de que el film es muy auto-consciente de ser una ‘gran película’.

domingo, 19 de enero de 2014

DE LOBOS Y HOMBRES...


Hay en la filmografía de Martin Scorsese una serie de constantes temáticas fruto de la ferrea educación católica recibida en su infancia, y cuando al inicio de su carrera como director se alió con el guionista Paul Schrader, que también había recibido una marcada educación religiosa de tendencia luterana, encontraron el uno en el otro el aliado perfecto para hablar de todos esos temas que a ambos les habían marcado siendo adolescentes: el pecado, la culpa, la busqueda del perdón, la redención... Temas que fructificaron en 3 films emblemáticos como "Taxi Driver", "Toro Salvaje" y "La última tentación de Cristo". Pero el tema de la culpa y la redención está presente en casi toda la obra de Scorsese de manera más o menos evidente, y si bien Scorsese ha encontrado en los modos propios del genéro negro o el trhiller la vía más adecuada para expresarlos (ahí están "Uno de los nuestros", "Casino", "El cabo del miedo" o "Infiltrados"), siendo como és un director inquieto, ha sido capaz de desmarcarse del 'cine de gangsters' para ofrecernos obras igualmente intensas donde la violencia no se expresa a través de los puños sino de los sentimientos contenidos y la palabras envenedadas, como es el caso de "La edad de la inocencia".

Otra de las constantes en el cine de Scorsese desde hace unos años es Leonardo Di Caprio, con quien coincidió por primera vez en "Gangsters de Nueva York", y con quien ha repetido en "El aviador", "Infiltrados", "Shuter Island" y en ahora en su último film: "El lobo de Wall Street". Cabe decir que Scorsese ha brindado a Di Caprio grandes papeles, pero también que Di Caprio ha sabido interpretarlos con intensidad y contrastada solvencia. Y si Scorsese ha sustituido a su otrora actor fetiche, Robert De Niro, por otro actor de ascendencia italo-americana, Di Caprio, y si también hay que acusarle de no haber sabido serle siempre fiel a colaboradores musicales como Elmer Bernstein (con quien tuvo más de un desacuerdo en "Gangs of New YorK", cuya música fue eliminada por completo del montaje final) o Howard Shore, hay que reconocerle también que siempre ha mantenido la más extrecha de las colaboraciones con su fiel Telma Schoomaker, montadora habitual de todos sus films.

En "El lobo de Wall Street", que narra la ascensión, auge y caída de un personaje real, Jordan Belfort, un broker de Wall Street carente de escrúpulos y obsesionado con el sexo, las drogas y el dinero fáciles, volvemos a encontrarnos de nuevo con el tema de la culpa, el castigo y la redención; volvemos a encontrarnos con un de esos personajes antipáticos pero repletos de carisma tan caros a Scorsese; volvemos a encontranos con una realización ágil y una planificación portentosas por parte de su director, potenciadas aún más si cabe por el trabajo siempre excelente de Schoonmaker; volvemos a encontrarnos con un tratamiento de la violencia estilizada; y volvemos a encontrarnos con un Di Caprio en estado de gracia, que realiza un interpretación testosterónica, cargada de energía. La novedad en este caso vendría por el tono general del film, más de farsa, de comedia grotesca, algo que permite a Scorsese jugar con el exceso cómico como no lo había hecho hasta ahora (particualmente ilustrativa en este sentido es la escena de que el personaje de Jordan Belfort tiene un 'percance' con unas drogas supuestamente caducadas). Así pues lo que nos encontramos es una satira no tanto sobre el mundo de las finanzas como de esa perniciosa tendencias de la sociedad actual a querer ganar dinero de manera rápida y facil sin pensar nunca en la cultura del esfuerzo, satira que se ve realzada en algunos momentos gracias a unos afiladísimos y muy procaces diálogos (como la conversación que mantienen Di Caprio y Matthew McConaughey.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La entrega absoluta de Di Caprio a un papel que roza el exceso y que él sabe hacer atractivo para el público... a pesar de todo. ¿Lo peor? La sensación de que Scorsese podría haber ido un poco más lejos aún en su retrato satírico; al parecer él mismo se autocensuró aligerando el voltaje de las secuancias de mayor contenido sexual para evitar la temida clasificación R en Estados Unidos.

lunes, 13 de enero de 2014

DOS DE GOLPE



AGOSTO

Cuando en el 2011 (si no recuerdo mal) salí de ver la representación de “Agosto” que se estrenó en el TNC, salí entusiasmado. El texto de Tracy Letts es potentísimo, y a la intensidad del mismo contribuyeron la inspirada dirección de Sergi Belbel y un ajustado trabajo interpretativo  en el que destacaban dos auténticos monstruos escénicos como son la llorada Ana Lizarrán y Emma Vilarasau, que ya habían coincido en escena en ocasiones anteriores (yo recuerdo particularmente la innegable química que desprendían ambas en “Un matrimonio de Boston”, sobre el texto de David Mamet). “Agosto” es por encima de todo una tragicomedia. Aunque los sucesos que narra son esencialmente dramáticos, el tratamiento que le da Tracy Letts a través de unos acerados diálogos tiene un punto innegablemente humorístico. Humor negro, por supuesto, pero humor al fin y al cabo.

Tracy Letts ganó el Pulitzer en el 2008 por esta obra, y ahora el mismo autor se ha encargado de adaptarla en forma de guion cinematográfico, y en el trabajo de adaptación lo que  ha hecho ha sido aligerar y reducir la extensión de la obra original. Pese a todo el texto conserva toda la fuerza y la intensidad de la versión teatral, y al igual que ocurría con aquella, a reforzar la intensidad del mismo contribuyen un espléndido plantel de actores.

Sin duda alguna la parte del león en esta película se la llevan Meryl Streep y Julia Roberts, en los papeles de madre e hija que en el TNC interpretaron la Lizarrán y Emma Vilarasau respectivamente. Y en ese duelo interpretativo quizás quién salga mejor parada es curiosamente Julia Roberts, pues a la Streep se le va un poco la mano y realiza un trabajo a ratos decididamente histriónico. Es cierto que su papel, el de una matriarca drogadicta, consumida por un cáncer de boca, y cabeza visible de una familia donde todos sus miembros esconden sus miserias, es un papel abocado al exceso. Pero a la Streep le falta en esta ocasión ese punto de contención que evita que un personaje acabe resultando ridículo por grotesco. No obstante también hay que reconocerle sus méritos, y hay comentos en la película, precisamente aquellos en que su interpretación está más controlada, en que demuestra su talante de gran actriz, como aquel en que narra a sus hijas el día en que su propia madre le regaló una botas por Navidad. Conmovedor y sobrecogedor.

Julia Roberts por el contrario realiza un gran papel sin necesidad de recurrir a mohines o aspavientos exagerados, aunque en mi opinión es una actriz poco conocida (de momento), Julianne Nicholson (quienes sigan “Masters of sex” la habrán reconocido), quién realiza la mejor interpretación del film, llena de calidez, de verosimilitud, de convicción. A la altura también está el siempre espléndido Chris Cooper, que saca un enorme rendimiento a los escasos minutos que aparece en pantalla.

Sin embargo, si bien el trabajo actoral es en líneas generales espléndido hasta el punto de convertirse en la razón de ser del film, la puesta en escena del director John Wells es por el contrario plana, insulsa y poco imaginativa. Precisamente algunos de los momentos más dramáticos, como el de la confesión de la hermana al personaje que interpreta Julia Roberts, carecen de la intensidad necesaria porque el director no sabe sacar partido de ellos.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El texto escrito por Letts, intenso, dramático, potente, cómico. ¿Lo peor? La frialdad de la puesta en escena.

THE GRANDMASTER

Muchos conocimos a Wong Kar Wai en el año 2000, a partir de un film que ha acabado convirtiéndose en todo un clásico moderno: “Deseando amar”. Un film precisamente en el que se hablaba de sentimientos reprimidos y de emociones contenidas, un film estilizadísimo y hermoso en el que Wong Kar Wai hacía gala de una elegancia y una sutileza en la puesta en escena que rozaban el preciosismo formal pero sin resultar nunca ni empalagoso ni efectista. Precisamente la estilización y la contención de la que hacía gala Wong Kai Wai, que utilizaba muchas elipsis narrativas, planos sesgados, diálogos con los personajes fuera de plano, etc., estaban en perfecta consonancia con lo que se nos mostraba y explicaba en el film.

Poco después sorprendió a propios y extraños con un film de ciencia-ficción aún más estilizado pero también más críptico, “2046”, que alguno quiso ver como una suerte de secuela apócrifa de “Desando amar”.

Conociendo un poco la trayectoria de Wong Kar Wai puede sorprender que su último proyecto sea un film de artes marciales, una especie de biopic de Ip Man, el que fuera maestro de Bruce Lee. Pero viendo el film hay que reconocer que tampoco desentona en la filmografía de su director, pues aunque hay no pocas escenas de luchas marciales, en “The Grandmaster”  también hay emociones contenidas que no llegan nunca a aflorar. “The Grandmaster” habla de artes marciales, sí, pero también habla de honor, de responsabilidad, de la voluntad de perpetuar un legado que no es solo marcial, sino también ideológico. Y Wong Kar Wai sitúa su reflexión en medio de un marco histórico concreto, ya que la trayectoria vital de Ip Man, que en el film está mostrado más como un filósofo que como un maestro de la lucha, es narrada a través de los acontecimientos históricos que marcaron la convulsa historia de China desde los años 30, cuando aún pervivía el imperio, pasando por la posterior invasión japonesa, hasta la revolución cultural de Mao. Y en medio de todos esos cambios políticos y sociales, el gran maestro Ip Man trata de mantener viva la tradición y el bagaje ideológico del kun fu. Cada golpe, capa patada, cada movimiento de kun fu tiene un significado, lleva una carga filosófica, y su director Wong Kar Wai trata a través de las imágenes y los diálogos de transmitir ese legado al espectador.

Como era de esperar la película es un auténtico festín para la vista. Wong Kar Wai ya nos había maravillado en “Deseando amar” con su precisión para el encuadre, pero en “The Grandmaster” lleva a los extremos su preciosismo formal. Pero al igual que ocurría en aquella su virtuosismo estético no es nunca gratuito y está puesto al servicio de la historia. Hay imágenes que le dejan a uno sin habla, como los planos detalle en el momento en que se entrena Gong Er en la nieve (en los que resalta además la belleza de la actriz Zhang Ziyi), o la escena del funeral del padre de ésta, bellísimamente filmada. “The Grandmaster” lleva más lejos si cabe los logros de Zhang Yimou en films como “Hero” o “La casa de las dagas voladoras”, pues si la estilización y preciosismo de aquellas buscaban principalmente epatar al espectador con bellas imágenes, especialmente en “Hero” que no es sino un relato especular un poco al estilo del “Rashomon” de Kurosawa, Wong Kar Wai evita construir un mero cuento o un relato moral, y trata de transmitirnos la esencia cultural y filosófica que encierra un arte, el del kun fu, que a los occidentales puede parecernos muy prosaico.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Evidentemente la puesta en escena de la que hace gala Wong Kar Wai, estilizada y elegante por un lado, dinámica y potente por otro, hasta el punto de lograr un inusual preciosismo formal en escenas particularmente violentas, como las que protagoniza el personaje apodado “el  navaja”. ¿Lo peor? La película es un auténtico festival visual… pero no sonoro; es una lástima que tan bellas imágenes estén acompañadas por una partitura musical que en muchas ocasiones resulta excesivamente enfática y escasamente inspirada.

domingo, 12 de enero de 2014

DE AMOR, ROSAS Y DESEO


Confieso que no puedo ser muy objetivo si tengo que valorar una pieza de Tennessee Williams: me gusta todo lo que he visto de su obra. También tengo que confesar que conozco la mayoría a partir de las adaptaciones cinematográficas que se han realizado de sus obras teatrales, y tampoco pretendo ni mucho menos dar a entender que soy un gran conocedor de su obra. Pero también es cierto que la fama del autor suñero le viene precisamente de esas adaptaciones, algunas de las cuales se han convertido en míticas y figuran por derecho propio entre las grandes películas de todos los tiempos. Afortunadamente la mayoría de esas obras se han engrandecido gracias al buen hacer de guionistas, directores y sobretodo actores que han sabido captar toda la esencia trágica, toda la pulsión sexual y toda la pasión vital que laten en las obras de Tennessee Williams.

Si hacemos un repaso de las obras más populares (y posiblemente las mejores) de su carrera no podemos dejar de mencionar las siguentes:

"El zoo de cristal", estrenada en 1944 y adaptada por primera vez al cine 1950 por Irving Rapper, aunque la adaptación más conocida sea la dirigida por Paul Newman en 1987;
"Propiedad condenada", escrita en 1946 y adaptada al cine en 1966 por Sideny Pollack, con guión de Francis For Coppola y con Natalie Wood y Robert Redford en los papeles principales;
"Un tranvia llamado Deseo", su obra más famosa, escrita 1947 y adaptada en 1951 por Elia Kazan, con Marlon Brando y Vivien Leigh (en el mítico papel de Blanche Dubois) en los papeles principales; sin duda una de las mejores películas basadas en sus obras;
"Verano y humo", escrita en 1948 y adaptada en 1961 por Peter Glenville;
"La rosa tatuada" en 1951 y adpatada 1955 por Daniel Mann con Anna Magnani (en el papel de Serafina Delle Rose, escrito expresamente para ella) y Burt Lancaster en los papeles principales;
"La gata sobre el tejado de zinc", otra de sus obras más míticas,  escrita en1955 y adaptada en 1958 por Richard Brooks, con Elizabeth Taylor (como Maggie 'la gata' Pollitt) y Paul Newman, una de las parejas cinematográficas más hermosas y con mayor química se hayan visto nunca en una pantalla de cine;
"Baby Doll", basada en un cuento breve escrito en 1956 y adaptada en 1956 por Elia Kazan, con Karl Malden y Carol Baker de protagonistas;
"De repente el último verano", escrita en 1958 y adaptada en 1959 por Joseph L. Mankiewicz, con Elizabeth Taylor, Montgomery Clift y Katherine Hepburn (en la piel de Mrs. Violet Venable) en los papeles principales;
"Dulce pájaro de juventud", escrita en 1959 y adaptada en 1962 por Richard Brooks, con Paul Newman y Geraldine Page (mítica Alexandra Del Lago) de protagonistas;
"La noche de la iguana", escrita en 1961 y adaptada en 1964 por John Huston, con Richard Burton, Ava Gadner (en el papel de Maxine Faulk) y Deborah Kerr;
"La primavera romana de la señora Stone", novela escrita en 1950 y adaptada para el cine en 1961 por José Quintero, con Vivien Leigh dando vida a la Karen Stone del título.

Hay una serie de constantes en toda la obra de Tennessee Williams y la principal de ellas quizás sea su fijación por los personajes inadaptados, los marginados, los perdedores, los desamparados, a los cuales siempre observa con una mezcla de cariño e interés clínico. Precisamente Williams, por su condición de homosexual en una época en que dicha opción no era ni aceptada ni bien vista, y mucho menos en el profundo sur donde había nacido y se había criado, se siente identificado con ese tipo de personajes y es a través de ellos, que normalmente dembulan en una suerte de estado onírico que mezcla realidad y fantasía (algo que puede observarse en personajes como Blanche Dubois o Serafina Delle Rose), que Williams analiza una de las constantes de su vida: la soledad.

En su obra encontramos tambien la plasmación de la oposición entre individuo y sociedad, de ahí que Williams recurra con frecuencia a personajes casi arquetípicos: el aristócrata en decadencia, la mujer víctima del macho dominante, el joven sensible y con aspiraciones artísticas... De esa oposición entre el individuo y la sociedad surge además la observación  entre aquellos que se integran y por lo tanto aceptan la hipocresía, y aquellos que se rebelan y rechazan el compromiso, por lo que acaban convirtiéndose en marginados. Hay también en su obra una profunda observación de su própio entorno familiar y personal, de ahí que haya muchos trazos autobiográficos en muchos de los personajes de sus obras, particularmente en los femeninos, que son un reflejo de las mujeres que le han acompañado en su vida, pero también en los masculinos, a través de algunos de los cuales hablaba y se expresaba el propio Tennessee Williams.

Y por último, aunque Williams ha escrito grandes papeles masculinos (Stanley Kowalzky, Brick Pollit, Chance Wayne...), es sin duda en la descripción de grandes personajes femeninos donde Williams ha dado lo mejor de si mismo como autor teatral. Mujeres fuertes, pasionales, trágicas, itensas, con una capacidad para amar y sentir más fuerte que la vida misma; mujeres como la pasional Serafine Delle Rose, la frágil Blanche Dubois, la sexual Maggie Pollit, la divina y decadente Alexandra del Lago, la terrenal Maxine Faulk o la mezquinamente malvada señora Violet Venable.

He tenido la oportunidad de ver algunas de estas obras en el teatro. He visto dos representaciones de "Un tranvia llamado Deseo", la primera con Emma Vilarasau en el papel de Blanche Dubois y Marc Martincez como Stanley Kowalzky; la segunda con Vicky Peña y Roberto Álamo. Esta segunda representación fué extraordinaria, pero que quedo con la primera, quizás porque fué la primera obra de Williams que vi en el teatro, aunque debo decir que tanto la Vilarasau como la Peña estaban extraordinarias.

Recientemente he ido al teatro a ver otra obra de Williams: "La rosa tatuada" con una portentosa Clara Segura en el papel de Serafina. Aunque en la obra de Williams hay casi siempre un poso trágico, "La rosa tatuada" es una de las raras excepciones, ya que pese a que hay un transfondo sórdido en algunos de los personajes (concretamente en el marido ausente), la obra encierra en última instancia un canto a la vida y al amor. Serafina es una mujer que ha amado demasiado, pero que ha amado un mito, una fantasia, una mentira. El haber amado un mito es lo que le lleva a aferrarse a ese amor incluso después de la muerte de su marido, negándose inconscientemente a vivir el presente, la realidad, y por lo tanto el amor verdadero. Cuando Serafina se da cuenta de la mentira que ha estado viviendo durante tanto tiempo, lejos de hundirse y recrearse en su sufrimiento, rechazará el pasado para abrise de nuevo al amor y a la vida, y por lo tanto al futuro. Un final hermoso para una obra extraordinaria.

El montaje estrenado estos dias en el TNC y dirigido por Carlota Subirós es espléndido, pero es sin duda Clara Segura en una interpretación portentosa, poderosa, la que que sostiene todo el peso de este montaje que nadie debería perderse.

martes, 7 de enero de 2014

VIDA Y MUERTE DE... (4ª parte)

Algunas de las muertes que he mencionado en entradas anteriores de este artículo por partes tenían un compenente digamos épico (la de Fénix o la Supergirl, por ejemplo), por aquello de que la muerte del personaje era el resultado de un acto de sacrificio que buscaba un bién mayor. En otros casos la muerte se producía de forma accidental (la de Gwen Stacy o la de Guardián). Pero en algunos casos la muerte de alguién está producida por un acto de villanía, o para decirlo de forma más clara: es el resultado de un asesinato. Es el caso de Elektra... y también el de Robin.

Para hablar de la muerte de Robin convendría hacer una pausa, pues ha habido hasta la fecha 4 personajes que han vestido el uniforme del sidekick por antonomasia; 5 si contamos a la Carrie Kelley de "The Dark Knight Returns". Pero los 4 Robins oficiales dentro de la continuidad del personaje de Batman han sido por orden cronológico: Dick Grayson, Jason Todd, Tim Drake y Damian Wayne. Curiosamente el primero y el tercero (números impares) se independizaron, mientras que segundo y cuarto (pares) acabaron muertos. Pero es de la muerte de Jason Todd de la que voy a hablar ahora.

Al igual que Elektra, Jason Todd, el Robin de aquel entonces, murió en manos de un asesino, la archinémesis de Batman: el Joker. El impacto de la muerte de Elektra, sin pretender minimizarlo, se derivaba sobretodo de la soberbia composición gráfica que hizo Frank Miller en el cómic (algo en lo que era y sigue siendo un maestro), pero hay un hecho que no podemos obviar: Elektra era también una asesina. Por mucho que lamentásemos su muerte, en cierta manera podríamos pensar que se la merecía por haber tonteado con el diablo, por haber vendido su alma y haber renunciado a lo único que podía salvarla: el amor. El caso de Robin es muy distinto. Jason Todd era un crio, un adolescente. Indisciplinado, si, temerario, también. Pero inocente. Fué Jim Starlin (recordémoslo, apodado 'Mr. Muerte') quién concibió el arco argumental de "Una muerte en la familia" en el cual fallecería Jason Todd apaleado brutalmente por el Joker, y fué el siempre eficaz Jim Aparo quien lo ilustraría. Aparo no se andó por sutilezas y, al contrarío que Frank Miller, no buscaba encuandres bonitos. Él dibujó la muerte de Robin de una forma seca, directa, brutal. Mostrándola, eso sí, de forma sesgada (nunca vemos a Robin recibir los golpes, sino al Joker propinándolos), con lo que se incrementa así el impacto de dichos golpes en la mente del lector, que se imaginará el cuerpo roto, maltratado, grotescamente retorcido de la víctima.


No solo por su brutalidad, sino porque los lectores siempre tendemos a pensar que los malos nunca ganan, la muerte de Robin en manos del Joker es posiblemente una de las últimas y que mayor impacto porvocarían en los lectores de cómic a finales de los 80. Y ese dramatismo Jim Aparo supo plasmarlo muy bien en otra de esas portadas que quedan grabadas en la retina del lector para siempre.


Lamentablemente, movido únicamente por el afan de notoriedad y por aquello de provocar algún tipo de impacto (totalmente gratuito) en los lectores, a cierto guionista poco escrupuloso (Jeph Loeb) y con la aprovación de algún editor que solo se fijaba en las posibles cifras de ventas, se le ocurrió devolver a Jason Todd a la vida, y lo hizo de la forma más vulgar y artera posible (hay que leer "Silencio" para saber a qué me refiero). Desde entonces el bueno de Jason ha ido pasando por las manos de diversos guionistas que lo han vuelto malvado, luego bueno de nuevo, luego malvado otra vez y por último no se sabe muy bien qué, trivializando así el acto de su muerte y corrompiendo la esencia del personaje. Para eso mejor que nunca se hubiese levantado de la tumba.

Gwen Stacy, Fénix, Capitán Marvel, Elektra, Supergirl, Robin... En mi opinición son las muertes mejor relatadas que yo he leído en un comic de superhéroes. Y las que mayor impacto me han provocado en el momento de su lectura. Pero con las resurrecciones innecesrias de Fénix primero, y Elektra y Robin después, lo que ha ocurrido es que se ha abierto la veda para matar a cualquier pesonaje a las primeras de cambio, sabedores que dicha muerte no tendrá consecuencias y luego podrán traer de vuelta al personaje sin ningún tipo de problema. Con ello lo que han conseguido es que cada vez que muere alguien en las páginas de un cómic de superhéroes, en vez de generar rábia o tristeza, lo que generan en desconfianza. En vez de impacto dramático lo que logran es hastío. Porque en el fondo cualquier muerte en la actualidad no obecece a ninguna evolución coherente de trama alguna, sino que sucede de improviso cuando las cifras de un cómic no son buenas. Es decir: lo que se busca es atraer de nuevo a lectores aburridos con un argumento tramposo. Y poco más o menos ocurre lo mismo con las resurrecciones. Un guionista 'mata' un personaje porque no sabe que hacer con él; la colección cambia de guionista y el nuevo escritor decide devolver dicho personaje a la vida simplemente porque le caía simpático. Y por si fuera poco ya ni siquiera nadie se molesta en buscar escusas más o menos originales para traer de vuelta a un personaje: clones, viajes temporales o realidades alternativas han acabado por convertirse en las soluciones más socorridas.

Podrían establecerse ciertas diferencias en la forma en como Marvel y DC han finiquitado a sus personajes, ya que si matas a Spiderman, a quién en realidad están mantando es a Peter Parker. Si te cargas al Capitán América te estás quitando de en medio a Steve Rogers. Estamos hablando de seres humanos con una vida, una historia, con parientes, novias, compañeros de trabajo... personajes con los que en mayor o menor grado un lector puede llegar a identificarse. En cambio cuando hablamos de Superman o Batman, los respectivos alter-egos de Clark Kent o Bruce Wayne no son más fachadas de apariencia humana con la que dichos personajes pretenden dar una apariencia de normalidad. El personaje 'real' es el que viste la máscara, el que lleva el disfraz. Así pués si matas a dicho personaje siempre puedes poner a otro detrás de esa misma máscara. Algo que en su día hizo la DC (yo añadiría que muy inteligentemente) al hacer que Wally West vistiese el disfraz de Flash tras la muerte de Barry Allen durante "Crisis en tierras infinitas". Por eso mismo la resurección de Barry Allen fué totalmente innecesaria, más cuando West aún seguía en activo. Cuando durante los acontecimientos de "Final Crisis" Batman moría (aparentemente), Dick Grayson, su primer sidekick, asumiría a continuación el legado de Batman y se convería en su continuador natural. Era una idea inteligente y sobretodo coherente. De ahí que no entiendo porqué Grant Morrison, el mismo que 'mató' a Bruce Wayne e hizo vestir a Grayson el disfraz de Batman, traería de nuevo a la vida a Wayne en una acto que yo solo puedo definir como in-volutivo. ¿Falta de imaginación? ¿Incapacidad de llevar su propuesta hasta sus últimas consecuencias? ¿O simplemente manipulación de los lectores para buscar incrementar las cifras de ventas? Quizás los motivos reales sean un poco de todo eso.

Con tales argumentos no hay ningún problema en matar al personajes cabecera de una colección multiventas, llámese Spiderman, Superman, Batman o Capitán América (sí, todos estos han muerto... y alguno en más de una ocasión). Hay alguna excepción honrosa (pocas), como es el caso de la primera 'muerte' de Spiderman en "La última caceria de Kraven", escrita por J. M. de Matteis y una de las mejores historias (en mi opinión) que nunca se hayan escrito del trepamuros. En dicha historia uno de los tradicionales enemigos de Spidey, y no precisamente uno de los más peligrosos o 'brillantes', Kraven, eliminará y enterrará a Spiderman para luego vestir su traje y asumir su nombre y ejercer de esta manera como justiciero, pero haciendo uso de métodos mucho más brutales y cuestionables que los de sus predecesor. Durante 3 episodios los lectores asumimos que Peter Parker, Spiderman, había muerto (sí, vale, nos olíamos algún truco... pero no intuíamos cual). En el 4º número de la saga asistimos con sorpresa a la 'resurección' del trepamuros desde la tumba (Spidey había sido drogado y enterrado vivo en una apariencia de muerte). La idea era atrevida y brillante, y de Matteis la plasmó de forma magistral con la ayuda de un inspirado Mike Zeck a los lápices


La de Spiderman sería la primera de esas 'muertes en falso' que luego darían pié precisamente a las muertes de Superman, Batman o el Capitán América. De hecho la muerte de Superman se convertiría en noticia en periódicos e incluso programas televisados de noticias en prácticamente todo el mundo, demostrando así que una muerte siempre genera publicidad y que la publicidad siempre es buena para incrementar las ventas.

Podría hablar de las muertes de esos personajes y de las de muchos otros... pero no lo haré. Al empezar a escribir este artículo no pretendía hacer un repaso de todas las muertes de personajes de cómics más o menos relevantes, sino tan solo las que a mí me causaron algún tipo de impacto emocional. Todas las que han venido después lo único que me han producido es aburrimiento. Hay veces que la muerte de un personaje está narrada y escrita con eficacia y sentimiento, e incluso alguna aún es capaz de arrancarme alguna lagrimita (la de Kitty Pride al final de la etapa de los "Astonishing X-Men" de Joss Whedon, por ejemplo), pero por norma general cada vez que matan a Rondador Nocturno o Blue Bettle el primer pensamiento que me viene a la cabeza es "¿cuándo lo resucitarán?". El segundo es "¡me importa un bledo!"