lunes, 29 de diciembre de 2014

LA MIRADA DEL ARTISTA


Una de las cosas que más me sorprenden del último film de Tim Burton, "Big Eyes", es... que no parece un film de Tim Burton. Cierto es que la carrera del excéntrico director californiano estaba deambulando últimamente por derroteros un tanto triviales, de ahí que el anuncio de filmar una suerte de biobic inspirado en la vida y obra de Margaret Keane nos hiciese pensar que podría volver por los fueros del que es uno de sus mejores y más celebrados films, "Ed Wood". El resultado final de este "Big Eyes", por contra, supone toda una decepción y posiblemente sea uno de los films más insulsos de su carrera.

Tras trabajar como animador para la Disney (colaboró como dibujante en la producción de "Taron y el caldero mágico"), para la cual realizó algunos cortos como "Vincent" (1982) o el encantador "Frankenweenie" (1984), y dirigir un largo como "La gran aventura de Pee-wee" (1985), el nombre de Tim Burton empezó a hacerse sonar tras el estreno en 1988 de "Bitelchús", original extravagancia que aunaba con acierto el genero fantástico y el de terror, pero tamizado con considerables dosis de humor negro. El éxito de este film le abrió las puertas a dirigir en 1989 la primera adaptación cinematográfica de "Batman". Admirador de títulos como "La broma asesina" (de Alan Moore y Brian Bolland),  Burton trató de ofrecer su peculiar interpretación del personaje añadiendo un indisimulado toque slapstick, sin embargo el ferreo control ejercido entonces por los productores del film le impidieron realizar un film más personal.

De ello se resarciría sobradamente en 1990 estrenando "Eduardo manostijeras", obra cumbre indiscutible de su carrera como realizador, y posiblemente el film más personal y hermoso realizado por Burton. En él Tim Burton dió rienda suelta a su fascinación por los cuentos de hadas, ofreciendo una revisión contemporánea de los mismos no exenta de ironía y una cierta mirada crítica sobre la sociedad actual. También sería éste el film que asentaría algunas de las bases de su estilo (su barroquismo visual, siempre a la búsqueda de imaginativas resoluciones formales; su conjunción de realidad y sueño, que le llevan a adoptar recursos propios del realismo mágico; su defensa de la diferencia, de lo bizarro, y su mirada comprensiva hacia el personaje del 'monstruo'; y su mirada entre inocente y cruel, entre compresiva y sarcástica, del mundo que le rodea y la sociedad contemporánea). "Eduardo Manostijeras" también sería su primera colaboración con uno de sus actores fetiche, Johnny Depp, y la consagración de su músico predilecto, Danny Elfman.

"Eduardo Manostijeras" no se saldó con una buena recepción en taquilla pese a ganarse el favor de la crítica, pero pudo financiarla gracias al éxito masivo de "Batman" y a su compromiso de realizar una secuela de las aventuras del hombre murciélago. Ésta se estrenó en 1992 con el título de "Batman vuelve" y en esta ocasión contó con  una libertad creativa total. En esta ocasión Burton convierte la aventura superheroica en un fastuoso espectáculo multireferencial en el que da rienda suelta a su fascinación (de nuevo) por los cuentos góticos, así como al cine de terror clásico, y así se permite citar (en clave visual) a James Whale, a Murnau, al cine expresionista aleman, a los clásicos de la Universal, a Lon Chaney, a Todd Browning, al Frankenstein de Mary Shelley, al fantasma de la ópera... Su talento visual le permite sin embargo enhebrar todo ese cúmulo de referentes de forma harto hábil y sin llegar nunca a saturar o resultar asfixiante.

Poco después Burton prestará su nombre y sus dotes creativas en "Pesadilla antes de Navidad" (1993), film animado rodado con la técnica de stop motion y cuya concepción y diseño son enteramente una creación suya, pero que finalmente será dirigido por Henry Shelick.

En 1994, un tanto cansado de superproducciones, volverá a filmar un film intimista, "Ed Wood", otra de las obras maestras de su trayectoria como realizador. Un sentido homenaje a una forma de hacer de cine, el del Hollywood de los años dorados, y una reivindicación personal hacia el considerado 'peor director de la historia del cine'. La presencia de un magistral Martin Landau encarnando a Bela Lugosi, mítico interprete del Drácula de Todd Browning, así como su rodaje con una esplendorosa fotografía en blanco y negro que remite inequívocamente a los clásicos del expresionismo aleman, le dan pie a Burton a reproducir algunas de las escenas rodadas por Ed Wood e sus infames producciones de serie B, lo que permite al director introducir elementos que evocan una suerte de realismo mágico y que dan al film un inequívoco aspecto de fantastique.


En 1996 Burton filmará un argumento extraído de una rocambolesca colección de cromos, "Mars Attack!", film hilarante que puede ser interpretado como una sangrante parodia de "Independence day", y que lejos del trasnochado patriotismo de Roland Emerich introduce una irónica visión de la sociedad estadounidense y el tradicional american way of life.

En 1999 el director californiano todavía será capaz de ofrecernos un buen film, "Sleepy Hollow", una revisión del cuento clásico de Washington Irving pero reinterpretado según la sensibilidad propia de los films de terror de la mítica Hammer Films. Para reforzar esa identificación estética y temática Burton no dudará en contar con la colaboración del mítico Christopher Lee, sin duda alguna el mejor Drácula de todos los tiempos.

El primer tropiezo serio de su carrerá se producirá en el año 2001, cuando presenta su remake de "El planeta de los simios", recordable únicamente por el magistral trabajo del maquillador Rick Baker. Más que dificil lo tenía Burton para competir con el imborrable recuerdo del mítico film de Franklin J. Schaffner de 1968 interpretado por Charlton Heston, cuyo insuperable final permanece en la retina de los aficionados como uno de los más icónicos de la historia del cine.

Su versión de "El planeta de los simios" se saldó con un considerable éxito en taquilla, pero le granjeó comentarios bastante negativos tanto por parte de la crítica especializada como por buena parte de sus, hasta entonces, incondicionales seguidores. La adaptación de "Big Fish", novela de Daniel Wallace que ofrecía de nuevo a Burton jugar con la convivencia de realidad y sueño y ofrecer una encendida defensa de la diferencia (argumentos muy caros a Burton), parecieron reconciliarle con crítica y público. En "Big Fish" Burton  parecía querer recuperar la emotividad de "Eduardo Manostijeras", sin bien no pudo evitar que se le fuese la mano con las dosis de sacarina, resultando en algunos momentos un film un tanto almibarado.

Sin embargo si algo es indiscutible en "Big Fish" es el talento de Burton para la puesta en escena y su particular e imaginativo barroquismo visual. Son constantes estéticas que reencontraremos en obras posteriores, por mucho que los resultados finales sean insatisfactorios en su conjunto. Así pues "Charlie y la fábrica de chocolate" (2005) tiene un francamente original diseño de producción y deslumbra en sus imaginativos números músicales, pero Burton se mostró incapaz de sacar a relucir toda la ironía presente en el relato de Roald Dahl. Del mismo modo "La novia cadaver" (2005) deslumbra por su prodigiosa animación pero no sorprende como hizo en su día "Pesadilla antes de Navidad". En "Sweeney Todd" (2010) el diseño de producción es fastuoso y la puesta en escena brillante, pero Burton se encuentra demasiado constreñido por el libreto original de Stephen Sondheim como para poder ofrecer una versión más personal de la obra. Su película más taquillera hasta la fecha, "Alicia en el país de las maravillas" (2012), brilla de nuevo en su primoroso barroquismo visual, pero fracasa totalmente a la hora de trasladar en imágenes el peculiar nonsense de la obra de Lewis Carroll al sustituir su celebración de la locura por una equivocada lógica interna en el relato. En "Sombras tenbrosas" (2012), Burton adapta un serial gótico de la televisión británica, y de nuevo su diseño de producción y su puesta en escena encandilan, pero no así un guión tramposo y repleto de giros argumentales gratuitos. En el 2012 se propone convertir de largometrage su corto "Frankenweenie", y si bien el resultado final es prodigiososo en su aspecto técnico, en el camino se ha perdido todo el encanto de la historia original al tratar de estirar la trama más de lo necesario y convertirla en un empachante espectáculo referencial en el que Burton mete en un mismo saco, y sin demasiada gracia, "Gremlins", "Frankenstein", "Godzilla", "La noche de los muertos vivientes", o las clásicas películas de mad doctors...

Cuando Tim Burton anunció su rodaje de "Big Eyes" a partir de la biografía de Margaret Keane, pintora que se hizo famosa en los años 60 por sus retratos de niños con grandes ojos ('big eyes'), se abrió la esperanza a que Burton volviese a filmar una obra original que no fuese una mera interpretación/revisión/reescritura de obras ajenas. En cierta forma la obra de Keane, paradigma del arte kitsch, parecía encajar muy bien con la trayectoria de  Burton como cineasta, en la que con frecuencia de vislumbra una defensa del outsider, de lo diferente, de la rareza... Esa misma rareza en la obra de Keane, esa mezcla de tristeza, misterio, vulgaridad y ternura, conmulgaban muy bien con el estilo excéntrico del director californiano.

Lamentablmente los vinculos que podrían unir a Keane y Burton no se han materializado en un film original. Tim Burton ha filmado una película harto convencional, no mala, pero sí insulsa, por completo desprovista de la magia que se haya presente incluso en obras fallidas como "Charlie" o "Alicia".  Apenas hay nada de la verdadera personalidad de Tim Burton en este film, que ha prescindido para la ocasión de sus colaboradores habituales, salvo el músico Danny Elfman, que firma una partitura tan anodina como el propio film. Tan solo un único momento de la película nos remite al Tim Burton que muchos esperábamos ver en este film: aquel en el que Margaret Keane comienza a ver a la gente de su supermercado con ojos enormes como los que ella dibujaba en sus cuadros. Es una escena lisérgica y alucinógena que debería haber impregnado todo el espíritu del film, pero que se queda como un momento aislado del mismo.

Asimismo Tim Burton desaprovecha dos de los grandes temas presentes en la película. Por un lado la vampirización a la que Margaret es sometida por su esposo, que se atribuye todo el mérito de la realización artística de su mujer cuando en realidad no era más que un farsante, incapaz de pintar, pero con indudable talento para vender 'sus' cuadros. Es un aspecto de la relación entre Walter y Margaret que Burton plasma en el film de manera superficial y sobre el cual pasa un poco de puntillas. Por otro lado en el argumento subyace un interesante discuro sobre la confrontación de arte popular y arte 'con mayúsculas', y que Burton desoye y desaprovecha a lo larto de todo el metraje, pese a que ocasionalmente introduce algunos apuntes que le invitan a explorar más esa vía. La confrontación entre el kitsch, de amplia aceptación popular en los 60, y el modernismo abstracto que trataba de imponerse como corriente más intelectualizada, invitaban a una reflexión sobre qué se entiende verdaderamente como ARTE y sobre la comercialización del mismo.

Ni Burton ni su equipo de guionistas han querido o sabido profundizar más en la posibilidades de discurso intelectual que ofrecía el argumento. Lo más triste quizás sea que Tim Burton ha optado por dejar de lado sus excentricidades estilisticas para ofrecer un relato más realista en el cual, curiosamente, la escena más claramente burtoniana (la del supermercado) desentona por completo. El resultado final es tan plano como desprovisto de personalidad.

Comentaba más arriba que Burton había prescindido en este film de sus colaboradores habituales, especialmente de sus actores fetiche, optando por un elenco inusual en el que actores solventes como Danny Huston o Terence Stamp apenas tienen oportunidad de lucimiento dado lo secundario de sus papeles. El peso interpretativo recae por completo sobre la pareja protagonista, que nos ofrecen en esta ocasión una de cal y una de arena. Si por un lado Amy Adams está espléndida en su conmoverora interpretación de Margaret Keane, Christoph Waltz nos regala un irritante recital histriónico francamente estomagante.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Amy Adams. ¿Lo peor? No se vislumbra a Tim Burton en (casi) ninguno de los fotogramas del film.

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