lunes, 3 de noviembre de 2014

EN VIRTUD DE LA COHERENCIA



Cuando pensamos en cine de ciencia-ficción pensamos normalmente en grandes películas, y cuando digo ‘grandes’ no lo hago en términos de calidad cinematográfica sino en tamaño de producción. El término ciencia-ficción en el cine es con frecuencia sinónimo de grandes presupuestos, grandes decorados, gran diseño de producción… La película más taquillera de la historia (si no voy errado… estos rankings cambian últimamente con mucha frecuencia) es “Avatar” (pese a que muchos consideran que en términos relativos ese honor se sigue correspondiendo a la “Cleopatra” de Joseph L. Makiewicz e interpretada por Elizabeth Taylor), y también éste está considerado el film más taquillero de la historia. Un film de ciencia-ficción. Y los puestos en la lista de los films más costosos de la historia del séptimo arte los copan películas de género fantástico.

Pero la ciencia-ficción tiene algo más que ver con presupuestos desorbitados y producciones mastodónticas. Es algo más que ciudades del futuro o naves espaciales. La ciencia-ficción también tiene mucho que ver con los viajes en el tiempo, con la relatividad, con la teoría de cuerdas, con las realidades alternativas, con la física cuántica… con un montón de términos más, algunos extremadamente complejos y que se adscriben fundamentalmente a la rama más teórica de la física. Plantear cualquiera de dichos términos en una película no implica necesariamente tener que desembolsar una cantidad ingente de dinero, sino más bien tener el ingenio, la osadía y la inteligencia necesaria para poder hacerlo. Siempre hablamos que una parte fundamental sobre la que construir una buena película es un guion sólido, y el género de la ciencia ficción no es una excepción… por mucho que James Cameron se empeñe en querer demostrarnos lo contrario con títulos como, precisamente, “Avatar”.

A lo largo de la historia hemos podido disfrutar de films fantásticos que no gozaban precisamente de grandes medios, pero que han sabido lidiar precisamente con presupuestos ajustados, utilizando grandes dosis de imaginación, para acabar convirtiéndose en clásicos indiscutibles del género. Si nos remontamos muy atrás en el tiempo podemos encontrar ejemplos como “Ultimátum a la Tierra” (1951) de Robert Wise, “La invasión de los ladrones de cuerpos” (1956) de Don Siegle, “La noche de los muertos vivientes” (1968) de George A. Romero, “Posesión Infernal” (1981) de Sam Raimi o “Gattaca” (1997) de Andrew Niccol, películas todas ellas que supieron vencer sus limitaciones presupuestarias para acabar convirtiéndose en icónicas. George A. Romero rodó su seminal “Noche de los muertos vivientes” en blanco y negro simplemente porque era más barato, y bien conocida es la anécdota que explica Sam Raimi que, al no disponer de suficiente dinero para construir el monstruo que acecha a los protagonistas de “Posesión infernal”, optó por evidenciar su presencia utilizando únicamente la cámara subjetiva.

En esta última década hemos visto también no pocos ejemplos de cine de género que han sabido llevar a buen puerto ideas realmente atractivas haciendo auténticos malabares con presupuestos que normalmente se considerarían irrisorios para una película de ciencia-ficción. Y en muchos de esos casos lo han conseguido sacando un enorme partido a decorados mínimos o artesanales efectos especiales. Por citar algunos ejemplos más:

“Donnie Darko” (2001) de Richard Kelly
“Primer” (2004) de Shane Carruth
“Moon” (2009) de Duncan Jones
“District 9” (2009) de Neil Blomkamp
“Monsters” (2010) de Gareth Edwards
“Her” (2013) de Spike Jonze
“Under the skin” (2014) de Jonathan Glazer (ver aquí mi comentario sobre la película)

Todos estos films tienen en común no solo su adscripción a un mismo género y el hecho de contar con un presupuesto demasiado ajustado para sus necesidades, sino también el hecho de que se han construido sobre la base de un sólido guion y una historia capaz de captar el interés del espectador más allá del uso (a veces abuso) de vistosos efectos especiales. Y también tienen en común el hecho de utilizar las convenciones del género (la ciencia-ficción) no como objetivo a alcanzar, sino como medio para plantear cuestiones menos prosaicas y hablar, en definitiva, de la naturaleza humana, algo que en el fondo persiste en la mejor ciencia ficción literaria, y ahí están para demostrarlo muchas de las obras de James G. Ballard, Olaf Stapledon, Theodore Sturgeon, Clifford Simak, Phillip K. Dick, Ray Bradbury, Kurt Vonnegut, Robert E. Heinlein, Ursula K. Le Guin...

“Coherence”, el último film de James Ward Byrkit, que acaba de llegar ahora a nuestras pantallas después de haber ganado el premio al mejor guion en el festival de Sitges del años 2013 (cosa que pone de relieve los caprichos de la distribución cinematográfica española), pertenece sin duda alguna a esta misma categoría de films.

La premisa del film no puede ser más simple: un grupo de amigos se reúnen en casa de uno de ellos para celebrar una cena y lo hacen en un momento en que un cometa está pasando muy cerca de nuestro planeta. El film comienza como lo que podría ser cualquier comedia generacional al uso, con un buen retrato de personajes, de los cuales vamos conociendo poco a poco las relaciones que les une, sus inseguridades personales, sus pequeños secretos… Nada hace presagiar la aparición del elemento fantástico… hasta que un apagón, aparentemente provocado por el paso del cometa, impulsa a algunos de ellos a salir fuera de la casa donde estaban celebrando la cena. Lo que ocurre a partir de ese momento funciona como un pequeño rompecabezas que obligará al espectador a estar muy atento a cada uno de los pequeños detalles si realmente quiere tratar de comprender lo que está ocurriendo en pantalla. Un escenario único: casa donde se celebra el encuentro, de la que solo llegamos a ver el salón comedor y ocasionalmente la cocina. 8 actores, interpretando a los 8 ‘amigos’ que se reúnen. Y un guion que es más complejo y más juguetón de lo que aparenta a simple vista.

Su director ha optado (inteligentemente) por ceder todo el peso del protagonismo a la historia y el guion, de ahí que su puesta en escena sea más bien convencional e incluso diría que intencionadamente ‘pobre’, como si hubiese sido rodada por un video-aficionado. Curiosamente eso no perjudica al film, sino que por el contrario redunda en su beneficio, confiriéndole un cierto poso de verismo. Ward Byrkit evita pues cualquier tipo de preciosismo formal (entre otras cosas, supongo, porque no contaba con suficiente dinero como para permitirse ningún tipo de arriesgadas filigranas estéticas), y esa misma sequedad en su puesta en escena hace que la historia acabe resultando más creíble y más cercana al espectador. El resultado es extraño, y a esa misma extrañeza contribuye el hecho de que los actores hayan rodado sin tener un guion completo y hayan trabajado la improvisación simplemente a partir de unas indicaciones de su director. Se respira en el acabado final un cierto poso de naturalismo bastante raro de encontrar en el cine de género.

Todo ello le permite a Ward Byrkit construir un film que habla sobre la identidad humana y que plantea la pregunta de cómo reaccionaríamos nosotros si nos diésemos cuenta de que no somos los individuos únicos que creemos ser… o que creemos que son la gente que nos rodea. En este sentido el film evoca en cierta manera algunas de las ideas que ya expuso Don Siegel en su mítica “La invasión de los ladrones de cuerpos”, si bien su planteamiento argumental y la premisa ‘pseudo-científica’ que sirve de explicación a la historia son radicalmente distintas. Ha medida que avanza la historia el film deriva más hacia lo inquietante, y esa deriva se formaliza de manera inesperada en el giro de comportamiento que experimenta uno de los protagonistas.  Pienso que ese giro daba pie a otra película, a otra reflexión que su director ha optado (lícitamente) por no seguir, pero la misma existencia de esa idea no desarrollada ya enriquece la lectura de este film extraño e inquietante que es “Coherence”.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El guion, sin duda, capaz de sacar el máximo partido a una situación aparentemente inocua. ¿Lo peor? Sin que ello suponga en absoluto un demérito para el film, su ritmo es lento y a veces incluso moroso, lo que obliga al espectador a hacer el esfuerzo de estar muy atento durante todo el metraje. Pero vamos, no todas las películas te lo van a da todo bien mascadito, ¿no?

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