lunes, 17 de noviembre de 2014

EL AMOR ES EXTRAÑO



Extraño, precisamente, es el título que Ira Sachs ha elegido para su último film, o al menos así me lo parece. Porque, aunque atípica, la relación que nos explica el film poco tiene de extraña por más que se trate de una pareja de hombres, y sí mucho de cotidiana.

Ben y George son una pareja ya entrada en años (Ben pasa de los 70 y está retirado) que después de casi 40 años de convivencia deciden dar un paso definitivo y contraer matrimonio en el estado de Nueva York, contando para ello con el apoyo de todos sus amigos y familiares. Lo que debería convertirse en la rúbrica definitiva a una larga relación basada en el cariño, el afecto y el respeto mutuo, deviene un hecho dramático cuando George pierde su trabajo precisamente tras anunciar su boda públicamente y después ambos pierden el apartamento en el que habían estado viviendo juntos durante casi 20 años. A partir de ese momento, ambos se ven obligados a separarse temporalmente y vivir en casas de amigos que no pueden acogerlos a los dos juntos por no disponer de espacio suficiente.

El anterior film de Ira Sachs, “Keep the lights on” (que no gozó de distribución comercial en nuestro país pese a haber ganado varios galardones en festivales de cine independiente en Estados Unidos), nos mostraba también una relación homosexual a lo largo de un periodo de unos 12 años. “Keep the lights on” era un film más crispado que narraba el devenir emocional y afectivo de los dos miembros de la pareja a lo largo de un dilatado periodo de tiempo. Las dificultades vividas por dicha pareja se agravaban por el hecho de que uno de ellos era adicto al crack y en algún momento de su relación intentaba arrastrar a su compañero en su adicción, lo cual incidía de manera destructiva en su vida en común con los inevitables encuentros y desencuentros a lo largo de los años.

Por el contrario “Love is strange” es un film más calmado, más amable, y tal como ha explicado el propio director recientemente el tono del film es fruto de su actual momento personal, en el que disfruta de una plena relación de pareja e incluso ha llegado a adoptar un niño. Quizás por ello Sachs ha querido mostrar una relación en la que el eje que la vertebra es el cariño, el respecto y la fidelidad que se ha consolidado con años de convivencia. George y Ben son dos hombres cultos, sensibles, con un trabajo estable, montones de amigos que les aprecian y una vida plena y confortable. Ben está retirado y se dedica a pintar, mientras que George, de profundas convicciones católicas, da clases de música en un colegio religioso. Ambos asumen los riesgos que supone dar un paso tan definitivo como es contraer matrimonio, pero se ven sorprendidos por unas circunstancias inesperadas. Ira Sachs aprovecha entonces para poner en evidencia la hipocresía de ciertos sectores de la sociedad americana actual. Si eres un hombre conviviendo con otro hombre no importa que vivas con tu pareja durante 40 años siempre y cuando no lo hagas demasiado visible y mantengas tu relación en un discreto segundo plano. En el colegio donde trabaja George todo el mundo sabe que es gay y que vive con otro hombre, pero el hecho de anunciar que contrae matrimonio y publicar en Facebook las fotos de su luna de miel es lo que provoca el rechazo público y por lo tanto el despido de George.

A partir de ese momento el tono amable del film da un giro dramático para mostrarnos las dificultades que atravesará el matrimonmio al tener que vivir separados y dependientes de la buena voluntad de sus amigos. El hecho de que sean dos personas de edad avanzada, con todo lo que ello supone (la dificultad de encontrar un trabajo nuevo, los achaques de salud propios de la edad, etc.), ponen aún más de manifiesto la fragilidad de su condición. George y Ben acaban convirtiéndose involuntariamente en una molestia para los amigos que les acogen (Ben se queda a vivir con un matrimonio que tiene que lidiar con un hijo adolescente problemático, mientras que George tendrá que dormir en el sofá de una pareja de amigos gais más preocupados por montar fiestas en su apartamento que por atender las necesidades de su amigo). Tanto Ben como George tendrán que hacer frente no solo al hecho de verse separados al poco tiempo de haberse casado, sino también al hecho de encontrarse desubicados, desplazados emocional y físicamente por no gozar de una necesaria intimidad (Ben sufrirá la rudeza de un adolescente incapaz de manejar la situación de tener que compartir su habitación con una persona mayor, mientras que George ni siquiera puede irse a dormir cuando su improvisada cama es un sofá del que todo el mundo hace uso en las fiestas que se suceden en la casa de los amigos que le han acogido).

Pese a todo Ira Sachs hace gala de una sutileza y una contención encomiables: no hay ningún tipo de histrionismo en el film, no hay grandes gestos dramáticos, y sí mucha honestidad y verismo a la hora de plasmar las dificultades por las que atraviesa esa pareja. El film se vuelve triste, melancólico, pero sin perder en ningún momento el toque de ternura que transmiten la pareja protagonista en todo momento.

La película funciona porque parte de un guion extraordinariamente bien escrito, lleno de matices, que no hace nunca uso de gestos melodramáticos exagerados, y que se apoya más en el detalle de los gestos, las miradas, los silencios, las reacciones contenidas… pero en el que cada uno de esos gestos dice mucho más que líneas y líneas de diálogo grandilocuente. En este sentido la contención juega a favor de la historia y logra tocar la fibra sensible del espectador.

Hay momentos extraordinarios en el film: la conversación en la litera de Ben con el hijo de su sobrino, un adolescente que no disimula su hastío por el hecho de tener que compartir su habitación; el dialogo de Ben y George en un bar antes de despedirse, cargado de emoción y de revelaciones que muestran porque su relación ha durado 40 años; el plano fijo del adolescente en la escalera tratando de reprimir su emoción… La fuerza emocional que desprenden todos esos momentos es debida sin duda tanto a la escritura precisa de sus ajustados diálogos como al buen hacer de Sahcs en la dirección de actores, pero muchos de esos momentos en el film no tendrían la fuerza que tienen de no mediar John Lightgow y Alfred Molina, los actores que dan vida a Ben y George respectivamente. Curiosamente ambos ya habían interpretado con anterioridad a personajes homosexuales (Lightgow como la transexual Roberta en “El mundo según Garp” (1982), adaptación de la novela de John Irwing dirigida por George Roy Hill, y Molina dando vida al escritor Joe Orton en “Ábrete de orejas” (1987) de Stephen Frears), pero nunca habían coincidido antes en pantalla. Sorprendentemente la química que desprenden juntos es asombrosa, y pese a que Ira Sachs no pensó en ellos inicialmente para dar vida a la pareja formada por Ben y George, ahora mismo admite que no podría concebir el film sin otros actores que no fuesen ellos. La complicidad, la ternura, la admiración y respeto mutuos que ambos actores destilan en cada gesto y cada mirada compartida engrandecen aún más esta película triste, sentida, sencilla, pero repleta de verdad.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Las interpretaciones de John Lightgow y Alfred Molina. ¿Lo peor? Que el público no le preste la atención que merece.

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