sábado, 15 de noviembre de 2014

¿POR QUÉ LEO COMICS? (1ª parte)



Leo comics desde que tengo uso de razón. Es algo que ya comenté en un post antiguo, en el que hacía un repaso a los cómics que más me han marcado en mi vida por una razón u otra (aquí y aquí). Ha llovido mucho desde calló en mis manos por primera vez un tebeo, que sinceramente no recuerdo si era una de aquellas revistas de superhumor dónde se publicaban las aventuras de “Mortadelo y Filemón”, “Zipi y Zape”, “Anacleto” y “13 Rue del Percebe” entre otros, o si era aún número del “Capitán Trueno” o “El Guerrero del Antifaz”. Desde entonces mis gustos han ido cambiando, evolucionando de la misma forma que lo ha hecho mi forma de pensar o de sentir, y esa evolución me ha llevado a interesarme en un momento u otro de mi vida por casi todo tipo de comics: humor, aventura, ciencia-ficción, comic para adultos… Pero debo reconocer que si por un lado nunca he sentido mucho interés por el manga, por otro hay un género que sí se ha mantenido constante a lo largo de toda mi vida y es el comic de superhéroes.

Tal como yo lo recuerdo los títulos de superhéroes que más despertaban mi interés en mi tierna infancia eran “Los 4 Fantásticos” y “Spiderman”. Por supuesto Superman era el superhéroe por antonomasia, y recuerdo perfectamente (y con cariño) tanto el día que acudí al estreno del film de Richard Donner en España (fue en el desaparecido cine Rio de Barcelona y lo hice en compañía de mi padre), como el primer tebeo de Superman que cayó en mis manos, un volumen encuadernado en tapa dura que regalaba a sus clientes alguna entidad bancaria (no recuerdo cuál). Pero yo no dejaba de ver a Superman como un personaje idealizado, mientras que había algo en personajes como Spiderman o los 4F que los hacía más cercanos. La diferencia, muy probablemente, era debida a que aquellos eran personajes de Marvel Comics.

Dejando a un lado cualquier valoración cualitativa siempre ha habido ciertas diferencias conceptuales entre los personajes que han surgido de la factoría Marvel, y los que manejaba DC Comics. La primera diferencia era que los personajes DC desarrollaban sus aventuras en ciudades imaginarias (Metrópolis en el caso de Superman, Gotham en el de Batman, Central City para Flash, Star City para Green Lantern….), lo que hacía que dichos personajes  interactuasen poco entre sí y que sus aventuras se adscribiesen de una manera casi exclusiva a la revista de cómics que protagonizaban. Por el contrario casi todos los personajes de Marvel tenían su base de operaciones en distintos barrios de una misma ciudad, una ciudad real para más señas, Nueva York, y más concretamente Manhattan, lo que facilitaba los encuentros ‘fortuitos’ entre ellos, así que no era difícil verlos compartir aventuras de forma ocasional en las páginas de una misma colección. Esa misma interactuación ha dado lugar con los años a la concepción de un universo más cohesionado e integrado, por mucho que en los últimos años dicha cohesión de ha visto más o menos perjudicada por la irritante manía de algunos guionistas de re-escribir viejas historias (lo que se conoce popularmente como retro-continuidad). Otro aspecto fundamental que diferencia a los personajes de una y otra editorial es que mientras que DC incidía mayormente en el aspecto superheroico del personaje hasta el punto de que el hombre bajo la máscara podía resultar irrelevante (en el caso de Superman la verdadera identidad es la de Kal-el, mientras que Clark Kent no es más que un disfraz que le permite pasar desapercibido, y lo mismo podría decirse de Batman y su alter-ego, el playboy millonario Bruce Wayne), en el caso de los personajes Marvel se daba justamente lo contrario: Peter Parker es un adolescente con problemas bastante prosaicos en la universidad, en el trabajo, con su legión de novias, etc., que ocasionalmente se pone el disfraz de Spiderman para luchar contra el crimen; los 4 Fantásticos no solo no usan máscara para ocultar su identidad, sino que rara vez utilizan sus apodos, y los conocemos esencialmente por sus nombres de calle: Red Richards,  Sue y Johnny Storm o Ben Grimm.


Hay otro aspecto fundamental a tener en cuenta a la hora de analizar la concepción diferenciada de los universos de Marvel y DC: mientras que los personajes de DC no solo han surgido de distintas mentes creadoras (por ejemplo Jerry Siegel y Joe Shuster en el caso de Superman, o Bob Kane y Bill Finger en el de Batman), sino que además en algunos casos han sido incorporados a la editorial mediante la adquisición y compra de otras editoriales menores, en el caso de Marvel la práctica totalidad de los personajes que componen su universo surgieron inicialmente de la mente del guionista Stan “The Man” Lee y los dibujantes Steve Ditko (que contribuyó a crear a Spiderman y el Doctor Extraño) y muy especialmente Jack “The King” Kirby (que diseño prácticamente el resto del universo Marvel, con personajes como los 4 Fantásticos, Thor, Iron-man, Hulk o los X-Men). La única excepción sería el Capitán América, personaje creado inicialmente para la editorial Timely (que más tarde se reformularía en la actual Marvel Comics) por Joe Simon y el propio Jack Kirby.


Son todos ellos un conjunto de factores que han hecho de Marvel uno de los universos ficticios más cohesionados y al mismo tiempo más ‘cercanos’ dentro del mundillo de los comics de superhéroes, un universo con el que he crecido y cuya apreciación por mi parte ha ido cambiando con el tiempo. Si de niño es bien cierto que tan solo me fijaba en los personajes que protagonizaban dichas historias, con el tiempo, quizás llevado por mi afición a dibujar, empecé a dar una mayor importancia a la ilustración, lo que me llevó en mi adolescencia a convertir a John Byrne en mi dibujante favorito. Mi gustos, así como mi forma de ver y entender un cómic, han madurado con los años, y con la madurez he llegado a percibir que un buen dibujo no basta para construir un buen relato y que éste debe cimentarse además sobre un buen guion. El comic es un medio de expresión que utiliza un lenguaje propio, y en este confluyen disciplinas tanto narrativas como gráficas que deben funcionar de una manera cohesionada.

Visto en perspectiva es fácil apreciar que los comics Marvel han pasado a lo largo de su historia por numerosas etapas. Los años 50 y 60 son sin duda la época de máxima eclosión creativa dentro del cómic americano, la edad de oro de los comics Marvel, en la que Lee y Kirby sentaron las bases de su universo superheroico y crearon toda una caterva de personajes icónicos que hoy en día mantienen su relevancia entre los aficionados. Solo hay que fijarse en un título, los 4 Fantásticos, y comprobar como en la permanencia conjunta de Lee y Kirby en la que es sin duda su obra maestra crearon personajes y conceptos de la magnitud del Doctor Muerte, Galactus, Los Inhumanos, Estela Plateada, Pantera Negra, Wakanda, el vibranium, la Zona Negativa, el Vigilante, el Microverso, los srulls, los kree…

Yo me inicié en los comics Marvel en los años 70 y 80, que no solo es el 2º periodo más fructífero en la editorial (en dicha época surgieron la nueva Patrulla-X, los Defensores, Capa y Puñal, Alpha Flight, Power Pack, Dazzler…) sino que durante dichos años el comic Marvel va a experimentar una asombrosa evolución creativa tanto a nivel argumental como estilístico que incluso llegará ejercer una notable influencia en las editoriales de la competencia. Es en este momento cuando surge el cómic de autor dentro de la producción editorial superheroica. Ya no hablaremos de dichos personajes simplemente citando sus nombres sino que haremos referencia a los autores que se hacen cargo de ellos en un momento concreto de su historia editorial, otorgándoles así la plena autoría de su trabajo, sin importar en absoluto que dichos personajes no les pertenecen sino que continúan siendo propiedad de las editoriales. 


Si hacemos repaso de las etapas de algunas de esas colecciones, tanto de Marvel como DC, no solo nos encontremos con trabajos de una altísima calidad, tanto gráfica como argumental, sino que además nos encontraremos con etapas que el paso del tiempo ha convertido en icónicas y que resultan definitorias en la evolución de dichos personajes, llegando incluso a superar en algún caso a los orígenes escritos y dibujados por el tándem Lee/ Kirby. ¿Ejemplos? Ahí van unos cuantos:

-          Los 4 Fantásticos de John Byrne
-          La Patrulla-X de Chris Claremont
-          Thor de Walter Simonson
-          Daredevil de Frank Miller
-          El Doctor Extraño de Roger Stern y Marshall Rogers
-          Hulk de Peter David
-          Alpha Flight de John Byrne
-          Capa y Puñal de Bill Mantlo y Rick Leonardi
-          Los Nuevos Titanes de Marv Wolfman y George Pérez
-          Wonder Woman de George Pérez
-          Adam Warlock de Jim Starlin
-          La Cosa del Pantano de Alan Moore
-          Los Micronautas de Bill Mantlo y Michael Golden

Ejemplos para todos los gustos. Son años en que surgen autores capaces de asumir la autoría total de un comic en calidad de guionista y dibujante al mismo tiempo (como Byrne en los 4F, Simonson en Thor, Miller en Daredevil o Pérez en Wonder Woman). En otros casos destaca la presencia de un guionista inventivo capaz de fidelizarse en una colección durante mucho tiempo e imponerse al baile de dibujantes, como son los casos de Chris Claremont, Peter David o Alan Moore. En estos casos casi (repito, casi) no importa quién dibuje el cómic cuando el trabajo del guionista es tan brillante, pero también es justo reconocer que “La cosa del Pantano” de Alan Moore no sería (tanto) la obra maestra que es sin las aportaciones de John Totleben y Steven Bissette, que Chris Claremont ha dado lo mejor de sí mismo en los X-men entre los números 95 y 175, ilustrados por Dave Cockrum, John Byrne y Paul Smith, los dibujantes con los que mejor ha llegado a entenderse Claremont en toda su carrera, y que la larga etapa de Peter David en Hulk ha brillado más cuando irrumpe Gary Frank para hacerse cargo de los lápices de la colección.


Podríamos definir los años 80 como la ‘década de los autores’, sin embargo esta situación cambiará sensiblemente con la llegada de los 90, a la que muchos aficionados aluden popularmente como la ‘década de los dibujantes’. ¿Qué ocurrió en aquellos años? Que irrumpen en escena un grupo de dibujantes que por razones que sinceramente escapan a mi comprensión adquirieron una popularidad inusitada, hasta el punto de llevar a algunas colecciones a cifras de ventas estratosféricas. Las editoriales se frotaron las manos y empezaron a promocionar a estos dibujantes por encima de los guionistas, permitiéndoles en algunos casos ejercer un mayor control en las colecciones y los personajes e imponer algunas de sus decisiones por encima de las de los escritores con los que trabajaban. Me estoy refiriendo naturalmente al grupo liderado por Alan Silvestri, Todd McFarlane, Rob Liefeld y, por supuesto, Jim Lee.

En mi modesta opinión todos ellos son dibujantes mediocres, con un nulo sentido de la narrativa, un discutido dominio de la anatomía humana y una falsa espectacularidad que deslumbró a muchos lectores. El sobrevalorado Jim Lee no es más que el menos malo del grupo, mientras que Liefeld es directamente un advenedizo que debería volver a la escuela de dibujo antes de que nadie le permita hacerse cargo de los lápices de ninguna colección. Pero por motivos que escapan a mi conocimiento, este grupo logró ganarse las simpatías y el apoyo incondicional de muchos lectores, y así el primer número del “Spider-man” (sin el apelativo de ‘amazing’) de Todd McFarlane, y el primer “X-Men” (también sin el añadido de ‘astonishing’ y con un Claremont meramente testimonial que ya no pintaba nada en la colección) alzanzaron cifras históricas de ventas, llegando a agotarse rápidamente las primeras ediciones, las  cuales  alcanzarían poco después precios desproporcionados en e-bay. Son, sin lugar a dudas, cómics de éxito, pero ¿y la calidad? El problema de dar las riendas de la colección a un dibujante que escribe y argumenta en función de lo que le apetece dibujar, sin preocuparse por hacer evolucionar de forma coherente el relato y los personajes, es que la calidad del cómic en general se resiente. Y mucho. Algo que quedó patente a las pocas entregas de cada una de esas colecciones.


Marvel permitió de Lee, Liefeld y compañía se hiciesen cargo en solitario de algunos de sus buques insignia, como los X-Men o Spider-Man, permitiendo que la calidad de dichas colecciones cayese en picado, cosa que no le importó demasiado pues las cifras de venta estaban llegando a niveles no vistos hasta entonces. Marvel invirtió mucho promocionando a dichos dibujantes en detrimento de guionistas históricos de la casa. Particularmente triste es el caso de Chris Claremont, que después de años de fidelidad a Marvel y habiendo contribuido a poner a La Patrulla-X en los puestos más altos de los rankings de venta y las preferencias de los lectores, acabaría siendo ninguneado en favor de Jim Lee, lo que llevaría a escritor a tomar la decisión de abandonar temporalmente Marvel y los comics y dedicarse a su faceta de novelista. Bien cierto es que los últimos trabajos de Claremont en la colección acusaban un cierto agotamiento, falta de originalidad, abuso de ciertos tics de guionista… Pero nada de eso justifica el trato que recibió por parte de los editores.

Sin embargo Marvel Comics se enfrentaría poco después a un problema mayor durante los años 90 cuando sus dibujantes estrella (Lee, Liefeld, McFarlane y compañía) se marcharon en tropel para fundar su propia editorial (Image), en la cual iban a gozar de un control absoluto de sus propias creaciones sin sufrir la injerencia de ningún editor. La jugada les salió más que bien (de nuevo los primeros números de Spawn,  W.I.L.D.Cats o Youngblood se saldaron con un más que considerable éxito de ventas) y Marvel se quedó con el culo al aire.


(Continuará...)

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