Primero expongamos algunos datos objetivos: la actual
Constitución española fue votada mediante referéndum popular en el año 1978
(hace 36 años). En la confirmación de la Carta Magna participó el 59%
aproximadamente del censo electoral de aquel momento, de los cuales un 88%
aproximado refrendó dicha constitución. En aquel año 1978 menos de dos tercios
de la población opinó de manera favorable o contraria a constitución española.
En los 36 años que han pasado desde que se aprobó, ¿cuántas generaciones de
nuevos ciudadanos con derecho a voto hemos alcanzado la mayoría de edad sin posibilidad
de poder opinar sobre si queremos mantener o no dicho texto? ¿Cuántas de las
personas que en su día votaron, que no fue, insisto, la totalidad de los
españoles, continúan vivos y por lo tanto con derecho a renovar su confianza o
rechazo en dicho texto? ¿Y cuántos de los que apoyaron la Carta Magna en su
momento volverían a hacerlo ahora con un voto favorable? Dicho todo ésto
dejemos de llamarla, pues, “la constitución de TODOS los españoles”. La del 78
es una constitución de unos pocos, un texto obsoleto, caduco, apoyado en la
actualidad mayormente por ignorantes o por políticos interesados que verían
peligrar su actual status quo si dicho texto fuese sometido ahora mismo a una
necesaria revisión que hace mucho que está pidiendo a gritos.
Otro dato: la constitución española, en su título
preliminar, proclama ‘un Estado social y
democrático de Derecho que propugna como valores superiores del ordenamiento
jurídico la libertad,
la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
Asimismo, se afianza el principio de soberania popular y se establece la monarquía parlamentaria como forma de gobierno.’
Si buscamos en la Wikipedia qué significa ‘soberanía popular’
nos encontramos con la siguiente definición:
‘El principio teórico
en el que se basan todas las concepciones de la democracia y que hoy
tiene aceptación prácticamente universal como fuente de todo poder y autoridad.
Como doctrina política moderna proviene de Rousseau. Un pueblo es una unidad
histórica de costumbres y hábitos de vida en común, cuyos integrantes acuerdan
formar un Estado para gobernarse mejor en forma soberana (sin otro poder por
encima de él). El pueblo constituye el Estado, y debe después controlarlo y
cambiarlo si lo cree conveniente. El pueblo no debe nada a sus gobernantes,
que son servidores, escribientes o mensajeros de la voluntad popular. Al mismo
tiempo, el pueblo tiene gran poder sobre los individuos, solo compensado por la
reciprocidad de la situación de éstos. De aquí ha derivado como una hipertrofia
conceptual el populismo,
que afirma el derecho ilimitado de las mayorías populares a imponer su voluntad
a toda la sociedad, pasando por encima de las minorías, de los expertos o de
las élites. El término soberanía popular se acuñó frente al de soberanía nacional, que se interpretaba de una
forma restrictiva como la soberanía residente en la nación,
término de difícil definición que puede identificarse con más dificultad y
restringirse en su representación efectiva a las capas más elevadas de la
sociedad; mientras que el principio
de la soberanía popular hace con unos derechos y garantías constitucionales.’
O dicho de otra forma más clara y simple: según el principio
básico de la constitución española, el poder reside en el pueblo y los gobernantes
no son más que sus servidores. Es evidente que la actual casta de políticos
retrógrados, corruptos e indecentes que venimos sufriendo no consultan mucho la
Wikipedia… ni, creo yo, cualquier otra forma de literatura más que aquella que
conviene únicamente a sus propios intereses particulares. Nuestros políticos
hace mucho que se olvidaron de lo que significa servir al pueblo, escucharle,
atender sus necesidades, dialogar con él. Ningún político actual tiene
verdadera voluntad de servicio, no al menos los que se asientan en la final de
partidos como el PP, el PSOE, Ciutadans, UPyD, IU, CIU y demás ralea (de
momento pienso concederles el beneficio de la duda a las CUP y a Podemos). De
otro modo no se entiende como a un supuesto servidor público se le permita
decir cosas como ‘yo he llegado a la política comido y tengo la vida resuelta’
o ‘no tengo ningún apego al cargo’, sin que nadie de su partido reclame su
dimisión. En otros países, más serios que el nuestro, el simple hecho de que se
pille in fraganti a un presidente del gobierno enviado mensajes de móvil del
tipo ‘es muy injusto lo que te están haciendo’ o ‘sé fuerte y resiste’ a
personajes sospechosos o directamente imputados por cargos de corrupción,
habría sido motivo de vergüenza y dimisión inmediata. Pero claro, spain is diferent.
El actual gobierno español y el partido que el secunda, el
PP, han invertido no pocos esfuerzos en
defender lo que ellos llaman la ‘marca España’, pero no nos engañemos: fuera de
nuestras fronteras, al norte de los Pirineos y en los países occidentales, la
marca España es sinónimo de corrupción. Le hemos querido dar la vuelta, la
hemos llamado ‘picaresca española’, como si la hacerlo la despojásemos de la
gravedad que conlleva y la hiciésemos al mismo tiempo motivo de celebración
literaria. Pero llamémosla por lo que realmente es: corrupción pura y dura.
Punto. ¿Y qué medidas ha tomado el gobierno para solucionar una situación que
cada vez está tomando visos de mayor gravedad? Pedir disculpas. Esto me suena
mucho a aquello de ‘lo siento. Me he equivocado. No volverá a ocurrir.’ Pues
no, señores del gobierno y demás representantes de partidos políticos, pedir
perdón no basta, no es suficiente. Pedir perdón no renueva la confianza de los
ciudadanos en nuestro sistema y en nuestros políticos. La ley, dicen, está
hecha para todos, no importa si eres un ladronzuelo, una tonadillera famosa, un
presidente de un banco, o el rey de España. Todos los delitos deberían pagarse.
Lamentablemente no es así, y muchas veces se promulgan leyes con el único propósito
de proteger a los corruptos cuando estos acceden a un cargo público (¿es
necesario mencionar la ley de aforamiento cuya revisión ha paralizado varias
veces el actual gobierno? ¿o la ley de partidos cuya renovación ha sido
pospuesta varias veces a instancias del PP y el PSOE? El propio presidente del
Tribunal Supremo dijo no hace mucho que ‘la ley está hecha para el
robagallinas’. Por lo demás ya puedes irte de cacería a África a costa de los
impuestos de los españoles, dedicarte a matar animales en peligro de extinción
por mero deporte, y hacerlo cuando el país está sufriendo una grave recesión y
una crisis económica que permite el desahucio de gente sin recursos sin que el
gobierno y la oposición hagan nada para remediarlo, que simplemente diciendo
‘lo siento. No volverá a ocurrir’ te quedas con la conciencia tranquila y libre
de toda responsabilidad. Triste pero cierto.
Son muchos, demasiados, los casos de corrupción que están
salpicando al actual partido en el gobierno: Gurtel, Bankia, los papeles de
Bárcenas, la operación Púnica… Y nuestro presidente se limita a pedir perdón y
parece que ya está todo resuelto. Poco importa que tengamos una ministra de
sanidad que es una completa inútil y que no haya sabido gestionar un caso tan
grave como es el de la auxiliar Teresa Romero, y que haya tenido que ser
rescatada in extremis por la portavoz del gobierno. En este caso ni siquiera
tuvo que pedir perdón, bastó con que el presidente dijese que ha hecho bien su
trabajo para mantenerla en el cargo pese a las numerosas voces que claman por
su destitución y la del consejero de sanidad de la comunidad de Madrid. Poco
importa que un ministro del interior quiera dar cobertura legal a un acto, como
el de las ‘devoluciones en caliente’, que contraviene el derecho internacional
y los derechos humanos. Poco importa que una presidenta de un partido tache de
nazis o terroristas a aquellos que solo quieren expresar en voz alta su
opinión, o que esa misma presidenta describa la imputación en un caso de
corrupción de un miembro destacado de su partido como ‘una oportunidad’. En
este país te puedes equivocar, puedes cometer graves irresponsabilidades e
incluso puedes incluso delinquir, que si estás en un cargo público de cierta
relevancia lo más probables es que salgas impune. No es necesario ni que dimitas
por pura vergüenza. Aquí, como decía Al Capone, ‘el crimen no paga’.
Sin embargo Rajoy, el gobierno de España y el PP son
conscientes que ya son demasiados los escándalos que están afectando de manera
directa o indirecta a muchos miembros de su partido, muchos de ellos con cargos
públicos en la administración española (Luís Bárcenas, Ana Mato, Angel Acebes,
Rodrigo Rato, Esperanza Aguirre, Francisco Granados… y los que vendrán después).
Que sí, que no son los únicos, que también el PSOE y CIU guardan esqueletos en
el armario, que ahí están los casos de los ERE’s de Andalucía o el caso Pujol
en Cataluña. Simplemente los casos que afectan el PP son más vistosos porque son más numerosos… y
porque están en el gobierno. Ya por el simple hecho de estar en el gobierno de
la nación y de la mayoría de las comunidades autónomas de este país se les
debería exigir un mayor grado de responsabilidad. O dicho de manera más llana:
que prediquen con el ejemplo. Repito: pedir perdón no basta.
El caso es que la imagen del PP cada vez está más
deteriorada y cada vez es mayor la desafección de una parte del electorado que
solía guardarles fidelidad. ¿Y qué hacen para remediarlo? Desviar la atención.
¿Cómo? Cargando contra el proceso participativo del 9-N.
Se podrán criticar muchas cosas a Artur Mas. Se le podrá
criticar que haya jugado al gato y al ratón con el gobierno y con sus socios de
partido sin tener muy claro de si lo que se guardaba en la manga era un as o
no. Primero prometió un referéndum a sabiendas de que no podría llevarlo a cabo,
luego tanteó con la posibilidad de unas elecciones plebiscitarias que no le
gustaban a él menos que a nadie, luego dejó caer la idea de la desobediencia
civil cuando todo el mundo tenía claro que él no estaba dispuesto a convertirse
en ningún mártir político incurriendo en algún tipo de ilegalidad, finalmente
impulsó un descafeinado proceso participativo que no convencía a nadie pero que
al menos le permitía mantener cierta dignidad sin necesidad de contrariar la
legislación española vigente. Un proceso participativo que conviene recordar no
iba a tener ningún tipo de implicación política y que en el fondo solo podía
interpretarse como un simulacro electoral, una suerte de macro-encuesta que no
cumplía ningún tipo de garantía electoral, es cierto, pero que al menos
permitiría al pueblo catalán expresarse libremente. Cierta coherencia hay que
reconocerle a Mas, aunque sea por los motivos equivocados. Él ha intentado en
todo momento nadar (contra corriente) y guardar la ropa. Se ha asegurado que
ninguna eventual ilegalidad asome en todo el proceso que ha llevado a cabo, una
ilegalidad que podría haber dinamitado por completo el referéndum que pretendía
llevar a cabo sobre la eventual separación de Cataluña del estado español. ¿Qué
hubiese ocurrido de haber promulgado una declaración unilateral de independencia
como reclamaba ERC? ¿En qué situación hubiese quedado Cataluña frente a Europa
y frente al estado español? ¿Qué repercusiones tendría no ya para los miembros
del gobierno sino para la misma ciudadanía catalana de haberse promovido la
desobediencia civil como exigían algunos socios del pacto soberanista? No son
pocos los que se preguntan si el posicionamiento de Artur Mas tiene más que ver
con ‘salvar el barco’ que con responder de forma sincera a las reivindicaciones
de una mayoría del pueblo catalán. Algunos analistas ven en la actitud de Mas
un acto desesperado por alargar un poco más la agonía de concluir la actual
legislatura con el objetivo de salvaguardar los puestos de trabajo de los
cargos de CIU en las actuales administraciones públicas catalanas. Unas
elecciones anticipadas (que no gustan a la mayoría de las fuerzas políticas
catalanas) no harían más que corroborar el fracaso de CIU, que podría perder
por primera vez una elecciones a la Generalitat en favor de un partido de
izquierdas (recordemos que el gobierno del tripartito se alzó por encima de CIU
gracias a la conjunción de fuerzas políticas, y que el partido presidido por
Artur Mas fue entonces la fuerza más votada). Unas elecciones de corte
plebiscitario tampoco serían claras, pues Mas reclama una lista única del
bloque soberanista con él como cabeza de cartel. E incluso ha lanzado un
temerario órdago de permitir que otros (esencialmente ERC) copasen los cargos
de responsabilidad manteniéndose él como presidente. Mas sabe que cualquier
otra opción le dejaría fuera del gobierno y de la presidencia de la Generalitat,
y da la impresión de que busca desesperadamente aferrarse a cargo. Difícil lo
tiene, y más cuando ERC es consciente de que una alianza electoral podría
perjudicarle como ya lo hizo en el pasado, salvo que lograse pactar un programa
electoral tan radical (en términos de secesión e independencia territorial) que
Mas, de entrada, no se atrevería a respaldar.
Inicialmente el gobierno de Rajoy optó por ‘dejar hacer’ a
Mas, permitir que dicho proceso participativo, que nace de la voluntad de los
catalanes de expresar su opinión y que se iba a llevar a cabo contando con la
participación de voluntarios, siguiese su curso. Muchos cargos e instituciones
le aconsejaron de mantenerse prudencialmente al margen a sabiendas de que dicho
proceso participativo carecía por completo de repercusión jurídica.
Desgraciadamente Rajoy y su gabinete han desoído dichos (sensatos) consejos y finalmente
ha recurrido de nuevo a su perrito faldero, el Tribunal Constitucional, para
frenar dicho proceso participativo. Un acto rastrero y claramente
antidemocrático, amparado en una legislación que prostituyen y usan a su antojo
con fines estrictamente electorales, un acto que contradice aquello que expresa
la Constitución española en lo referente a la ‘soberanía popular’. El PP sabe que
tiene a las puertas las elecciones municipales y las generales a finales del
año que viene, y eventualmente podría encontrarse también con unas elecciones
autonómicas adelantadas en Cataluña. Todos los sondeos vaticinan un fuerte
descenso en votos en los tres ámbitos, particularmente en unas elecciones
generales donde los escándalos de corrupción tendrían un mayor efecto, pero
sobre todo en una eventuales elecciones en Cataluña, donde podría pasar de ser
la 4ª a la 5ª fuerza más votada, reduciendo aún más su influencia en la vida
política catalana. Es cierto que los sondeos en Cataluña vaticinan fuertes
pérdidas tanto para CIU (por su incapacidad de resolver en conflicto), como el
PSC (por su indecisión y falta de claridad en todo lo relativo a la consulta) y
el PP (por su enrocamiento en una posición retrógrada contraria a cualquier
tipo de diálogo con el bloque soberanista); y por el contrario las fuerzas que
más se beneficiarían de los cambios en la intención de voto serían ERC y la CUP
por un lado (los partidos más claros y favorables a una posible secesión de
Cataluña) y Podemos por otro (que irrumpiría en el panorama catalán recabando
los votos de los votantes de izquierda desencantados con el PSC e IC). En
cualquier caso el panorama después de esas eventuales elecciones adelantadas es
incierto y muchos analistas políticos auguran que de difícil gobernabilidad.
Sin embargo el PP, aunque da (debería dar) por perdida
Cataluña, es consciente de que su oposición frontal a cualquier postura que
pueda favorecer una eventual secesión de Cataluña en un estado propio, le
granjea no pocos votos en la España más profunda, incluso a pesar de los
escándalos de corrupción.
Sigo creyendo que Artur Mas nunca ha querido realmente la
independencia de Cataluña (Durán i Lleida al menos se ha mostrado más sincero
en su posicionamiento) y que se hubiese conformado con un mejor financiamiento
económico y una mayor independencia política pero dentro de la fórmula del
estado, pero se ha visto abocado a respaldar la independencia ante la negativa
reiterada por parte del gobierno del estado de ofrecer un mejor financiamiento
para Cataluña o blindar ciertas competencias como las de Educación dentro de la
comunidad. Cualquier otra postura por parte de Mas se habría visto como una
concesión, como una ‘bajada de pantalones’, cosa que el presidente de la
Generalitat no se podía permitir. Son Rajoy y su gabinete de ministros los que
han provocado la deriva de Artur Mas hacia lo que ellos llaman radicalismo
político. Son Rajoy, su gobierno y los políticos del PP los que alimentan el
nacionalismo catalán y lo hacen crecer cada vez más. Si hubiesen actuado de
forma sensata, inteligente, dialogante, DEMOCRÁTICA, no se encontrarían con la
patata caliente que tienen ahora entre manos. Una patata caliente que no saben
cómo manejar y a la que tratan de controlar haciendo abuso de poder, amparados
como están en una mayoría absoluta parlamentaria, y utilizando el Tribunal
Constitucional y otros organismos del estado para su propios fines partidistas.
Hoy de nuevo el gobierno de España, amparado por el TC, ha
vuelto a dar un puñetazo a la democracia, y lo ha hecho apoyándose en una
interpretación interesada de la legalidad española, desoyendo el clamor
popular, la voz del pueblo (catalán), abusando del estado de derecho, y
olvidándose por completo de que los políticos están para servir al pueblo. No a
las supuestas ‘mayorías silenciosas’ que ellos han inventado y que nadie sabe
qué opinan porque no tienen ni voz ni presencia, sino a las inmensas mayorías
ruidosas (1’8 millones de catalanes) que piden que se les escuche, que se les
permita expresarse libremente mediante un ejercicio que debería ser algo normal
y habitual en una democracia que se dice justa y moderna: el voto.
Pero poco parece importarle a Rajoy y su camarilla de
politicuchos interesados la pobre imagen que están dando en Europa y el resto
del mundo; poco parece importarles que se les vea como un gobierno abusivo,
totalitario, corrupto, contrario al diálogo e incapaz de hacer frente a un
crisis política. Poco parece importarles si esa misma postura inmovilista les
reporta beneficios en las urnas en las próximos procesos electorales que
tendrán lugar el año que viene.
Por todo ello, hoy 4 de noviembre, a tan solo 5 días del
previsto proceso participativo del 9-N, es un día triste. Un día triste porque
se pone de manifiesto que los que nos gobiernan no creen en la democracia, triste
porque se demuestra que han prostituido una constitución que debería estar al
servicio del pueblo para sus propios fines electoralistas, triste porque en vez
de servir tergiversan, mienten, manipulan, delinquen…. Y lo hacen impunemente
amparados en sus mayorías. Y lo hacen porque además cuando tergiversa, mienten,
manipulan y delinquen reciben además el aplauso de los suyos.
¿Qué pasará el 9-N? ¿Y el 10-N? No lo sé bien. Pero una cosa
sí sé: que todos los catalanes que reclamamos libertad de expresión, justicia y
derecho a decidir nuestro futuro saldremos a la calle para hacer no sé qué,
pero para seguir demostrando que las mayorías ruidosas somos más, muchos más
que cualquier supuesta ‘mayoría silenciosa’.
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