lunes, 10 de noviembre de 2014

BOLA DE DRACUL



No hace mucho en un post anterior a propósito del excelente último film de Jim Jarmusch, “Solo los amantes sobreviven” (que podéis leer aquí), hacía un repaso del tratamiento que ha recibido en la gran pantalla la figura del vampiro en general y de Drácula en particular.

Bram Stoker publicó su novela más famosa, “Drácula”, en 1897. El mito del vampiro no lo inventó el escritor irlandés ni mucho menos, y antes que él se pueden encontrar ilustres referentes literarios a dicha criatura en algunas obras de William Polidori, Samuel Coleridge o Sheridan Le Fanu entre otros. La principal inspiración para el personaje la obtuvo Stoker a partir de la entrevistas que mantuvo con un erudito de origen húngaro llamado Arminius Vámbéry, el cual le puso en antecedentes acerca de un personaje bien conocido de la historia y el folclore rumano: Vlad III, nacido Vlad Draculea, también conocido como Vlad Dracul, y apodado Tepes, ‘el empalador’, príncipe de Valaquia, la actual Rumania, a mediados del siglo XV. Vlad Tepes es considerado poco menos que un héroe nacional por el pueblo rumano pues, de fuertes convicciones cristianas, contribuyó a frenar el expansionismo del imperio otomano que amenazaba con invadir Europa. Pero Tepes también se hizo ‘popular’ pos sus bárbaros métodos de castigar a sus enemigos mediante las torturas más atroces, siendo la más conocida, aunque no la única, el empalamiento.

El nombre escogido por el escritor irlandés para su más famosa creación es Drácula, que deriva de Dracul, raíz que en algunos sitios se traduce como dragón y en otros como demonio (en la cultura cristiana el dragón es una de las representaciones del diablo). En la novela de Stoker, escrita de manera epistolar, Drácula es presentado como un individuo depreciable y despiadado, un ser repugnante francamente peligroso y veladamente sensual (mantiene un harén de concubinas vampiresas en su castillo transilvano y viaja a Londres con el objetivo de conseguir nuevas víctimas femeninas para su harén). Así pues la revisión neo-romántica a la que le sometió Francis Ford Coppola en su pretendidamente fiel adaptación de la obra de Stoker no es más que una invención del director italo-americano, y cabría recuperar las versiones cinematográficas dirigidas por Terrence Fisher e interpretadas por Christopher Lee como las más fieles, al menos en esencia, al original literario, pues en ellas el conde vampiro es descrito como un ser peligroso y elegante a un mismo tiempo, con una sensualidad animal y un insaciable apetito por la sangre… preferentemente femenina.

En mi post a propósito de la película de Jarmusch ya revisé y comenté algunas de las más importantes adaptaciones que ha tenido el personaje de Stoker a la pantalla grande, así que no me repetiré aquí. Tan solo me referiré a la última encarnación cinematográfica que acaba de llegar a nuestras pantallas dirigida por Gary Shore, aunque más bien debería decir perpetrada.

Hay películas mediocres, malas, aburridas, tontas… Este “Dracula Untold”, traducido aquí como “Drácula. La historia jamás contada” es más que eso: es un despropósito. A veces me pregunto si merece la pena dedicar un par de líneas a comentar películas que me resultan irritantes por muchos motivos y que más bien preferiría borrar de mi memoria, pero como ya comenté en una ocasión resulta hasta divertido destrozar este tipo de films. No he encontrado nada salvable en esta película. Algunos podrán defender su diseño de producción (justito), sus efectos especiales (abusivos), el atractivo de Luke Evans (no compensa el visionado de esta película)… Personalmente el film me ha aburrido por un lado (carece de emoción, de tensión, de drama, y está rodado con franca desidia) y me ha molestado sobremanera por otro (por el nulo respecto a una de las obras más influyentes de la literatura fantástica de todos los tiempos).

Este “Dracula Untold” ha convertido al vampiro en un superhéroe que no desentonaría en las filas de los X-Men o los Vengadores. Las escenas en que hace uso de sus absurdos superpoderes no pueden resultar más ridículas de puro exageradas. Luke Evans actúa con la afectación de quién se cree que está interpretando un personaje más grande que la vida, supongo que por aquello de que el film parece querer buscar más referentes en la historia que en la ficción, por más que tergiversa e inventa la historia a placer. Y bien es cierto que Drácula es un gran personaje, pero no en la forma en como está escrito en esta película y no en la forma en como le da vida Luke Evans. Y no solo resulta molesto ver la forma en cómo se reinterpretan los dones que luce Drácula en el libro como si se tratase de un personaje de animé al estilo “Bola de Dragón”, sino que resulta aún más molesto la forma en cómo se ha tratado de transformar uno de los mayores y mejores villanos literarios en una suerte de pseudo-héroe de corazón noble y espíritu sacrificado.

Hay detalles que encuentro francamente irritantes en este film, como el hecho de que algunos de los integrantes del ejército turco parezcan más preocupados por lucir sin rubor alguno las últimas tendencias en moda capilar, luciendo peinados que no desentonarían en algunas de las fantasías futurísticas de los Wachowski. Pedir rigor histórico a una película de corte fantástico quizás sea demasiado, pero no cuesta tanto documentarse un poco sobre el vestuario, los peinados o las modas propias de una determinada época histórica.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La presencia, que no la interpretación, de Charles Dance; y no porque sea un mal actor, sino porque poco puede hacer con un personaje meramente anecdótico salvo aportar cierto savoir faire en el gesto. ¿Lo peor? Todo lo demás.

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