Desde hace ya algún tiempo venimos observando como los
productos que se estrenan en la pequeña pantalla no solo no tienen nada que
envidiar a aquellos que llegan a las salas de exhibición cinematográfica, sino
que además en televisión a veces se pueden encontrar propuestas más
interesantes, sofisticadas y arriesgadas que muchas de las que se estrenan en
formato largometraje.
¿Cuándo empezó la ‘puesta de largo’ de las series televisivas? Es difícil determinar en qué momento los productos hechos para televisión adquirieron carta de nobleza. Es innegable que algunas series que se emitieron en los años 60 hoy son consideradas series de culto indiscutible, como podrían ser “The Twilight Zone” (conocida como “En los límites de la realidad” en su versión castellana o “Dimensió desconeguda” en catalán), “Star Trek” o “Doctor Who”. Todas ellas tienen en común el hecho de que además de haber superado los límites presupuestarios que impone el formato televisivo, siempre por debajo del de las grandes producciones cinematográficas, a base considerables dosis de ingenio, detrás de cada de una de ellas se encontraba una mente creadora que contribuyó a darle cierta categoría autoral al producto. Es el caso de Rod Serling en “The Twilight Zone”, Gene Roddenberry en “Star Trek” o Sidney Newman en “Doctor Who”.
Muchos recordamos como a lo largo de la década de los 70 un considerable número de espectadores estuvieron enganchados a sus televisores siguiendo las vicisitudes de los protagonistas de “Hombre rico, hombre pobre” o del sufrido Kunta Kinte de la serie “Raíces”, y tampoco podemos olvidar uno de los primeros seriales ingleses que llegó a nuestros televisores, “Arriba y abajo”, o el imprescindible “Yo, Claudio” que adaptaba las novelas de Robert Graves para mayor gloria de un genial Derek Jacobi en su papel protagonista. Tampoco sería justo olvidar a “Dallas”, que inauguraría la época dorada de los culebrones televisivos en nuestro país y cuyo esquema argumental (familia podrida de dinero, conflictos familiares, villano carismático… ) sería copiado y repetido hasta la saciedad.
Sin embargo es a principios de los 90 cuando las series televisivas comienzan a adquirir auténtica categoría de producto de autor, gracias especialmente al trasvase de algunos realizadores cinematográficos a la pequeña pantalla, en la cual encontrarían no solo una mayor libertad de la que encontraban en el medio cinematográfico, siempre más sujeto a las demandas del mercado, sino que verían las posibilidades novedosas que les permitía explotar el medio televisivo y que no era posible encontrar en el cinematográfico (mayor desarrollo de las tramas, mayor desarrollo de los personajes, exploración de diversos enfoques y/o formatos a lo largo de las temporadas…). Indudablemente la serie que inaugura esta edad de oro para la producción televisiva es el “Twin Peaks” de David Lynch, elevada hoy día y con todo merecimiento a producto de culto. Lynch será solo el primero de los directores que se sentirán atraídos por la televisión para desarrollar nuevos proyectos más arriesgados y novedosos. A él le seguirán más tarde algunos directores en calidad de productor como Steven Spielberg (“Hermanos de sangre”), Frank Darabont (“The Walking Dead”), Sam Mendes (“Penny Dreadful”), David Fincher (“House of cards”) o Martin Scorsese (“Broadwalk Empire”). Fincher y Scorsese incluso se aventurarán a dirigir los episodios piloto de las series que producen, mientras que Mendes optará por contratar a nuestro patrio Jose Antonio Bayona. Otros directores como Mike Nichols o Todd Haynes tomarán por completo las riendas de las miniseries en las que participan, dirigiendo la totalidad de los episodios, con resultados tan magistrales como “Ángeles en América”, dirigida por Nichols a partir de la obra de Tony Kushner ganadora del Pulitzer, o “Mildred Pierce”, que adapta la novela de James M. Cain bajo la realización de Haynes.
Durante la década de los 90 irán apareciendo nuevas series
destinadas también a convertirse en productos de culto, y su rasgo distintivo
es que la mayoría de ellas contará con una mente creadora detrás, que será la
que acabará determinando el carácter y la esencia de la misma. Es el caso de
“Expediente X” de Chris Carter, “Buffy cazavampiros” de Josh Whedon y, como no,
“Perdidos” de J.J. Abrams y Damon Lindelof, con nueve, siete y seis temporadas
en antena respectivamente.
Chirs Carter no alcanzaría el mismo éxito con su siguiente
proyecto, la interesante “Millenium”, pero Abrams sí que repetirá el éxito con
“Fringe”, que pese a su tibia recepción inicial alcanzaría un total de cinco
temporadas, aunque no obtendrá el mismo reconocimiento con la fallida “Alcatraz”,
que ni tan solo renovó para una 2ª temporada. Lindelof por otro lado ha vuelvo
a la pequeña pantalla con “The Leftovers”, que ha tenido una buena acogida
crítica y ha renovado para una 2ª temporada. Josh Whedon sería el alma mater de una de las series de culto
por excelencia de la televisión reciente, “Firefly”, que fue cancelada en su
primera temporada debido a su escasa audiencia, pero a la que el fenómeno fan elevó
a la categoría de obra de referencia, hasta el punto de lograr que el propio Whedon
decidiese cerrar todas las tramas abiertas en un estimable largometraje,
“Serenity”, que se estrenaría en el año 2005. Su siguiente apuesta para
televisión, la interesante “Dollhouse”, correría similar suerte al no lograr el
apoyo de la productora, el canal FOX, por lo que no pasaría de dos únicas
temporadas y convertiría en mítico un episodio piloto que nunca llegó a
emitirse en antena.
El fenómeno de las cult series no quedará excluido al género fantástico, sino que también se extenderá a las sitcoms (“The Big Bang Theory” de Chuck Lorre) o la animación (con las series de Matt Groening, como “Los Simpson” o la superior “Futurama”, y Seth McFarlane, con “Padre de familia” o “American Dad”)
La creciente acogida, tanto por parte del público como por
el lado de la crítica, de este tipo de productos más arriesgados facilitará que
las diversas productoras televisivas se lancen a crear y promover series,
miniseries y telefilms que atacan temáticas o proponen perspectivas que no
siempre son fáciles de desarrollar en un largometraje. Cada vez se invertirá
más dinero en este tipo de obras destinadas a la televisión, lo que permitirá
afrontar proyectos más colosales, como sería el caso de “Roma”, producida por
la HBO, que contó con 2 temporadas y que durante mucho tiempo fue la serie de
televisión más cara jamás producida. Naturalmente en la pequeña pantalla hay
cabida para todo tipo de productos, y al igual que el público adulto se
mantiene fiel a las series que estima, también la franja adolescente va a encontrar
en televisión series a las que rendir culto. Si por un lado los superhéroes
están viviendo un momento dulce en televisión (a la inefable “Smallville”, que
aguantó nada más y nada menos que ¡diez! temporadas en entena, hay que añadirle
“Arrow”, “The Flash”, “Gotham”, “Agents of S.H.I.E.L.D”, “Agent Carter”,
“Powers” y próximamente “Daredevil” y “Alias”, e incluso anuncian el regreso de
“Héroes” de Tim Kring), también otros productos de carácter más atípico han
sabido ganarse el favor de la siempre exigente audiencia, como serían los muy
shakespearianos moteros del “Sons of Anarchy” de Kurt Shutter (que han
completado seis temporadas), la atribulada agente de la CIA Carrie Matheson de “Homeland”
(de la que se espera ya una 5ª
temporada), o los protagonistas de la simpática “The Strain” producida por
Guillermo del Toro.
La televisión americana nos ha ofrecido mucho en los últimos
años, en términos de calidad y cantidad, pero también es cierto que
determinadas series parten de una premisa interesante, comienzan muy bien, y
acaban diluyéndose a medida que avanzan. Ejemplos los tendríamos a montones y
por citar algunos yo incluiría los siguientes:
- “Dexter”, que tuvo una muy buena primera temporada (no es
nada fácil lograr hacer simpático un asesino en serie y conseguir que el
público empatice con él), pero perdió fuelle a partir de la 3ª debido la
incapacidad de los guionistas de hacer evolucionar el personaje, que se mantuvo
plano e inalterable a lo largo de ¡ocho! Temporadas;
- “Glee”, que sin renunciar a su espíritu teen y su componente sensiblero y naif,
en su primera temporada supo atemperarlo con ciertas dosis de ironía,
especialmente gracias al impagable personaje de Sue Sylvester; las últimas
temporadas, además de mostrar una alarmante falta de imaginación, abusan del
almíbar hasta hacerla indigesta;
- “Perdidos” serie de culto por excelencia que supo mantener
al público en vilo a lo largo de cinco temporadas, para al final echarlo todo a
perder en una 6ª temporada que no satisfizo a nadie y que proponía una
resolución un tanto improvisada y cogida por los pelos
- El mayor atractivo de “Battlestar: Gallactica”, además del
espectacular despliegue de efectos especiales, era su sabiduría a la hora de
combinar espectáculo con reflexión socio-política; lamentablemente la resolución de su 5ª y última temporada se
perdió en misticismos pseudo-religiosos y finales trampa que decepcionaron a
más de uno;
- El “Carnival” de Daniel Knauff, por el contrario, gozaba
de un planteamiento enigmático e interesante, pero la falta de apoyo por parte
del público obligó a su cancelación en su 2ª temporada, dejando sin responder
muchos interrogantes;
- La versión americana de “The Killing”, bajo los auspicios
de Veena Sud, se creció en un 3ª temporada, después de que las dos primeras,
pese a tener momentos brillantes, alargaran en exceso la trama con algunos
episodios de relleno; aun así las bajas audiencias no acompañaron lo suficiente,
lo que obligó a resolver la 4ª y última temporada de forma un tanto precipitada;
- “Homeland” tuvo un arranque realmente potente, pero su
tercera temporada acabó resultando un tanto tediosa, especialmente en lo que
respecta al seguimiento de las vicisitudes del personaje de Nicholas Brody; al
menos la 4ª y hasta ahora última temporada parece haber recuperado el interés
gracias a una finale season
absolutamente vibrante
- El “True Blood” de Alan Ball prometía, y sus dos primeras
temporadas supieron combinar con acierto vampiros, sexo, sangre y crítica
social, pero a partir de la 3ª temporada se convirtió en un auténtico
despropósito, con la acumulación de momentos ridículos con otros francamente
desaprovechados;
- Las “Mujeres desesperadas” de Marc Cherry tenían su gracia
las dos primeras temporadas, pero terminaron por perder su gracia y hacerse repetitivas,
mientras que el “American Horror Story” de Ryan Murphy adolece de un
reprochable gusto por el exceso ya desde su primera temporada.
Y podría seguir con una cuantas más…
Con todo lo expuesto más arriba queda claro que hablar de
series televisivas requiere un análisis más extenso y exhaustivo del que yo
puedo dedicarle en este espacio. Muchas de ellas merecerían un artículo en
exclusiva para poder glosarlas con justicia. Debo confesar también que algunas
de las series que en los últimos años han gozado de un mayor favor por parte de
la crítica especializada o los analistas televisivos, no las he seguido (¡no se
puede ver todo lo que dan por la tele!), y ahí estarían títulos como “Mad Men”,
“Downton Abbey”, “The Wire” de David Simon o la seminal “Los Soprano” de David
Chase. Así pues voy a escoger solo cinco que figuran entre mis favoritas
actuales, consciente de que dejo fuera maravillas como:
- “Hermanos de sangre”, cuyo nivel de producción es uno de los más altos que se han visto en una pantalla de televisión (Steven Spielberg y Tom Hanks ejercieron de productores ejecutivos;
- el “House of cards” de Beau Villimon, una producción lúcida, compleja y que brilla muy especialmente en sus diálogos… al menos en sus 2 primeras temporadas;
- “Southcliffe”, miniserie británica que golpea como un mazazo la conciencia del espectador para obligarle a reflexionar sobre lo que está viendo;
- “Utopia”, una fascinante rareza que confirma que la creatividad y la sofisticación pueden alcanzar cotas altísimas en la pequeña pantalla;
- "Fargo", que no es un remake o una adaptación del film de los hermanos Coen, sino una fascitante revisión en clave de humor negro de los hechos verídicos que inspiraron aquel;
- el “Penny Dreadful” de John Logan, muy atractiva aproximación pulp a los clásicos del cine y la literatura de terror, que se beneficia de una cuidada ambientación, una atmósfera opresiva y un elenco en estado de gracia, en el que sobresale la siempre fascinante Eva Green;
- el “A dos metros bajo tierra” de Alan Ball, que comenzó su andadura como irreverente comedia negra para derivar al melodrama más doliente y culminar su 5ª temporada con el final más perfecto y redondo que he visto nunca en una serie de televisión.
Pero puestos a quedarme con cinco series destacadas citaría
las siguientes:
Breaking Bad
Creada por Vince Gilligan y que ha culminado cinco
temporadas en antena. Más arriba comentaba que uno de los fracasos de “Dexter”
había sido la incapacidad para saber evolucionar el personaje. Precisamente el
mayor acierto de “Breaking Bad” es que el Walter White que interpreta
magistralmente Bryan Cranston es un personaje que crece, evoluciona, cambia a
partir de los acontecimientos que van sucediéndose a su alrededor. White, o
Eissenberg para los ‘amigos’, comienza siendo un apocado profesor de química en
un instituto al que las circunstancias conducen a convertirse en fabricante y
vendedor de un nuevo tipo de metanfetamina. La causa que le impulsa a tomar
dicha decisión es noble (ayudar a su familia), pero los métodos que empleará
para persistir en su empeño con, como poco cuestionables. En un determinado
momento sus motivaciones cambiarán y la nobleza inicial de sus actos quedará en
entredicho. No es que Walter White se vuelva malvado, pero sí que se va
convirtiendo en un individuo más complejo y en él irán aflorando insospechados
matices oscuros. No podemos olvidarnos tampoco de dos de sus co-protagonistas:
su compañero de fechorías Jessi Pinkman y su esposa Skyler, espléndidamente
interpretados por Aaron Paul y Anna Gunn respectivamente. Su mejor baza es el
ingenio vertido en las tramas, que combinan con cierto drama y humor negro, y que
culminaron en un último episodio que batió records de audiencia en la historia
de la televisión americana, un final que ha sido considerado de forma cuasi
unánime como 100% satisfactorio. La serie ha arrasado en todo tipo de premios
(acumula varios Emmy y Globos de Oro), y se ha ganado el aplauso incondicional
de la crítica. Tal ha sido su recepción que ya ha generado su propio spin-of, “Better Call Saul”, dedicado
por entero al simpar abogado Saul Goodman.
The
Walking Dead
Producida por Frank Darabont (que además dirigió el episodio
piloto) y Gale Ann Hurd a partir de los comics escritos por Robert Kirkman. Su
principal novedad estribaba en que era la primera serie sobre zombis escrita y
producida par la pequeña pantalla, y las dosis de crudeza, sangre y violencia
que mostraba eran inéditas en televisión. No he leído el comic original y tengo
entendido que argumentalmente es más salvaje que su adaptación televisiva, así
que no voy a juzgar esta en cuanto a adaptación sino por sus propios valores.
Hay dos elementos que han contribuido al éxito de público de esta serie: por un
lado que no se han escatimado esfuerzos a la hora de reflejar lo que se supone
sería un apocalipsis zombi en toda su cruda ‘realidad’. No estamos viendo una
adaptación de ‘Heidi’ y no que uno espera de una historia de zombis es
violencia, sangre y casquería y en esta serie, afortunadamente, abundan. El
otro elemento de éxito es indudablemente el magistral trabajo del maquillador
Greg Nicotero, que hace que los muertos vivientes luzcan tan desagradables como
convincentes. Pero todo ello caería en saco roto si no estuviese respaldado por
un guion interesante que sepa explotar las diversas situaciones que se van
sucediendo. Hay que admitir que tras un potente arranque, la 1ª temporada se
cerró con una finale season harto
anticlimática (recordad: el bunker…). La 2ª temporada fue la más aburrida de
todas, por culpa de alargar en demasía la estancia en la granja, pero hay que
reconocerle dos momentos de impacto: la middle
season con la revelación del destino de Sofia, la hija de Carol, la finale season con el no menos sopresivo
final de Shane y el descubrimiento del secreto que le fue revelado a Rick en el
bunker. A partir de la 3ª temporada la serie no ha hecho más que ganar en
interés y ritmo, combinando hábilmente los momentos de acción con otros más
dramáticos, haciendo evolucionar sabiamente los diversos personajes (modélica
es la progresión de Rick, Carl, Glenn o Carol), introduciendo otros de indiscutible
carisma (el gobernador Blake, Michonne…) o proponiendo escenarios novedosos que
obligan a replantearse muchas situaciones (Terminus, Alexandría…). No sé si el comic es mejor y no me importa.
La serie, de momento, atrapa, emociona y es endiabladamente buena.
Juego de Tronos
La saga literaria “Canción de hielo y fuego” de George R.
Martin, de la que ya se han publicado 5 libros de los 7 previstos, es uno de
los fenómenos literarios de mayor éxito en los últimos años entre los
aficionados a la fantasía heroica. Martin ha sabido tomar el legado de
precedentes tan ilustres como J.R.R. Tolkien, Robert E. Howard, Ursula K.
LeGuin Jack Vance o Michael Moorcock y darle la vuelta para ofrecer un
escenario completamente nuevo y original. La saga de George R. Martin no se
centra tanto en el elemento fantástico (que está presente en la obra) como en
el complejo entramado histórico-político que ha elaborado como marco en el cual
deambulan sus personajes. Voy a decir algo que no será del agrado de los fans del
libro, pero “Canción de hielo y fuego” me parece una obra francamente
sobrevalorada. Tras las tres primeras entregas realmente brillantes (“Juego de
tronos”, “Choque de reyes” y “Tormenta de espadas”), se suceden otras
francamente tediosas (“Festín de cuervos” y “Danza de dragones”) que pone en
evidencia el hecho de que Martin no controla su obra, cada vez más dispersa, en
la que insiste en introducir constantemente nuevos personajes y escenarios que
lejos de contribuir al desarrollo de la trama, la entorpecen y añaden más ‘paja’
a la historia. En cualquier caso el culto casi incondicional que se le rinde a
esta obra es evidente, así pues la HBO y los showrunners encargados de llevar la obra de Martin a la pequeña
pantalla, D. B. Weiss y David Benioff, iban a estar en el punto de mira de todo
el mundo. En mi muy modesta opinión no solo han salido airosos del reto, sino
que lo han superado con nota alta y de muchos aspectos la serie televisiva es
superior a su referente literario. “Juego de tronos” (nombre que adoptado la
adaptación televisiva) se beneficia de contar con el presupuesto más alto que
haya tenido nunca ninguna serie de televisión, presupuesto que con creces
habrán amortizado los productores habida cuenta del éxito masivo de la serie,
que además a batidos no solo records de audiencia sino también records de
descargas en internet. Presupuesto además que se ve en cada fotograma de la
serie, en su elaborado vestuario, en su exquisito diseño de producción, en sus
ajustados efectos especiales, en su fotografía, en la realización de algunas
escenas, para las cuales se ha contado con una ingente cantidad de extras… No
son las únicas claves de su éxito, y hay dos que merece la pena destacar.
Primero su acertadísimo reparto, que no necesita de contar con estrellas o
nombre conocidos. Las excepciones serían Sean Bean o Lena Headey, aunque
tampoco estamos hablando aquí de grandes estrellas, y además se ven secundados
con actores de la solvencia de Charles Dance, Liam Cunningham, Stephen Dillane,
Carice Van Houten, Ciaran Hinds, Diana Rigg, Nicolaj Coster-Valdau o Jonathan
Pryce. Pero incluso la parte más joven del elenco, con cuasi debutantes como Emilia
Clarke, Richard Madden o Sophie Turner, está a la altura de sus ‘mayores’. De
todas formas, entre tanto profesional de la actuación y tanto personaje
carismático, no podemos obviar el hecho de que un pequeño pero inmenso actor
sobresale por encima de sus compañeros de reparto. Me estoy refiriendo
naturalmente a Peter Dinklage, que da vida al mejor personaje de toda la serie
(con permiso de Arya, Daenerys o John Nieve): Tyrion Lannister.
El segundo elemento que ha contribuido a asegurar la calidad
de la serie es el espléndido trabajo de síntesis llevado a cabo los el equipo
de guionistas de la serie, que no solo han sabido eliminar toda la ‘paja’
presente en la obra original, manteniéndose pese a todo fieles al espíritu y
esencia de la misma, sino que además han sido capaces de dotar de mayor
dimensión a algunos de los personajes del original literario, como Meñique,
Varis o Talisa, la esposa de Rob Stark. Los showrunners
se han tomado algunas licencias, cosa que yo sinceramente agradezco, pues han
sido capaces de extraer elementos de interés que en la obra de Martin apenas
estaban insinuados, y al mismo tiempo han dotado de ritmo un desarrollo
argumental que a partir del 4º libro empezaba a tornarse disperso y torpe.
Algunos fans del libro están temerosos de que la serie acabe
tomando su propio ritmo al margen de éste y que por lo tanto acabe
desarrollando argumentos y tramas no ideadas por el escritor. Pero yo creo que
ese es precisamente el camino adecuado, y más con el reto que supondrá estrenar
la 6ª temporada en el 2016, pues entonces los guionistas no dispondrán de un
libro al que hacer servir de apoyo, ya que Martin no tiene previsto concluir
todavía el esperadísimo sexto volumen de “Canción de hielo y fuego”.
True
Detective
“True Detective” fué sin lugar a dudas una de las mayores y
más gratas sorpresas de la temporada televisiva del 2014. De hecho se esperaba
que arrasase en la última entrega de los Emmy del pasado año, pero finalmente
“Breaking Bad” le arrebató los premios en las categorías de mejor serie, mejor
actor principal y mejor guion, recayendo únicamente el premio a la mejor
dirección en Cary Joji Fukunaga, realizador de todos los episodios que
conforman la primera temporada de la serie creada por Nick Pizzolatto.
Pizzolatto ha concebido esta serie en forma de antología, lo
que quiere decir que cada temporada expondrá un caso/argumento diferente, de
forma más o menos autoconclusiva, y presentando además un elenco de personajes
totalmente nuevo. En esta primera temporada los roles protagonistas recaen en
Woody Harrelson y Matthew McConaughey. Aunque “True Detective” pueda
presentarse inicialmente como una serie detectivesca, el suyo no es un
argumento al uso. La investigación del asesinato ritual de una mujer en una
localidad del sur de Louisina, primero se complica con la inclusión de oscuras
y sórdidas ramificaciones políticas, y finalmente desemboca en un final que en
primera instancia puede resultar anticlimático, pero que en el fondo encierra
una sugerente reinterpretación en clave lovecraftiana de la historia que hemos
estado viendo. Dicho final no solo esquivará el dar respuestas a todos los
interrogantes planteados a lo largo lo los 8 episodios de la temporada, sino
que lejos de pretender resolver el caso criminal, se centrará más en el proceso
redentor de su dos protagonistas. El primero, Martin Hart (interpretado por
Harreslon), es un padre de familia cristiano, conservador y pragmático, que sin
embargo mantiene una doble vida en la que se cita a escondidas con una mujer
más joven, siendo infiel a su mujer; por otro lado Rustin Cohle (al que da vida
McConaughey) es un individuo solitario, taciturno y pesimista, cuyo ateísmo y
filosofía nihilista ofende a los pobladores de la zona. El choque ideológico
que se estable entre ambos va a ser uno de los pilares sobre los que se
cimentará la trama de esta primera temporada, ya que si por un lado se respetan
e incluso admiran a nivel profesional, en el terreno personal sus diferencias
les llevarán a marcar una distancia afectiva.
Crímenes rituales, asesinos seriales, alusiones al vudú, la
santería y el satanismo, implicaciones políticas, corrupción policial,
pederastia, prostitución, tráfico de drogas… todo ello se dará cita en un
complejo entramado argumental sobre el que planea sutilmente la sombra de una
influencia preternatural. No obstante esa supuesta presencia maligna no va a
convertirse en parte de la historia, pero sí en un elemento clave para
entenderla y que opera siempre en un segundo plano. Como si se tratase de un
imaginario propio de Lovecraft, sobre esta comunidad de sur profundo de los
Estados Unidos se cierne una presencia oscura, que podrá ser demoniaca o no, pero
al igual que los seres sobrenaturales ideados por Lovecraft existe para
atormentar y amenazar las consciencias humanas. Pizzolatto es consciente que
verbalizar esa amenaza, o aún peor: darle presencia física, hubiese sido vulgar
y obvio, así que inteligentemente opta por situarla siempre en el límite de la
consciencia, como una sombra fugaz vista por el rabillo del ojo. Tan solo en el
último episodio nos da un pista de dicha presencia, que no tiene ni forma ni
voluntad ni consciencia, sino que es en cierta forma una abstracción del mal
que habita en todo corazón humano, y nos la presenta en forma de visión, quizás
una suerte de epifanía, experimentada por el personaje de Cohle, que bien
podría ser simplemente una alucinación fruto del consumo de alcohol o estupefacientes. Ese final extraño,
ambiguo y confuso posiblemente habrá despistado a más de uno, pero a mí me
parece un corolario tan brillante como sugestivo, precisamente por su carácter
atípico y arriesgado.
Hay mucho material para el análisis en una serie como “True
detective”. Material que se desprende tanto de la historia como de los
aforismos que en muchas ocasiones deja caer el personaje de Cohle, y la
filosofía que se deprende de ellos. El de Cohle es un personaje rico y complejo
que enriquece la narración con su particular y desencantada visión del mundo
que le rodea. Naturalmente no sería lo mismo de no verse reforzado con el
carisma que destila McConaughey en su interpretación, que, sin desmerecer el
trabajo de su compañero Harrelson, logra destacar por encima del resto del
reparto. El trabajo de McCoaughey no es lo único destacable de esta primera
temporada. Siendo justos no podemos obviar su cuidada ambientación, que nos
lleva de inmediato al profundo sur americano; su espléndido trabajo fotografía,
cuya frialdad contribuye a enrarecer aún más la ya de por sí malsana atmósfera
de la serie; la música; pero muy especialmente la sobria y muy elaborada realización
de Fukunaga, que logra uno de sus puntos más álgidos en el magistral plano
secuencia del episodio 4º.
La nueva temporada nos deparará nuevos escenarios, nuevos
personajes y nuevas situaciones, pero si está a la altura de esta primera,
entonces vamos a disfrutar de nuevo de una de las mejores series del momento
Sherlock
Evidentemente he dejado fuera de mis comentarios muchas series que merecerían ser citadas. Algunas por desconocimiento, otras por olvido involuntario, pero mayormente porque el espacio y el tiempo del que aquí dispongo no me permiten hacer un artículo con toda la extensión y profundidad que merece el tema. En cualquier caso me resulta curioso el hecho de que si hace poco más de una década veíamos (o sufríamos) como series
(mediocres en muchos casos) eran adaptadas (innecesariamente) a la gran
pantalla con resultados harto cuestionables (“Los ángeles de Charlie”, “Starsky
y Hutch”, “Embrujada”, “Los hombres de Harrelson”, “Superagente 86”, “Corrupción
en Miami”, “El equipo A”… incluso amenazan con adaptar “El coche fantástico” y “Los
vigilantes de la playa”), en los últimos años esa tendencia parece haberse
invertido. A la comentada “Fargo” hay que añadir “Abierto hasta el amanecer”, “12
monos” o “Un gran chico”, y anuncian
planes para “Minority Report”, “Shutter Island”, “Los juegos del hambre” o “Scream”
entre otros. ¿Realmente es necesario explotar de nuevo un argumento que (aparentemente)
ya dio de sí todo lo que podía en pantalla grande? Yo creía que no… hasta que
vi “Fargo” y cambié de opinión. Si se hace bien la adaptación televisiva no
solo no invalida el producto original, sino que puede permitir ofrecer una
perspectiva distinta y contrastada. Tiempo al tiempo.
El de Sherlock Holmes es uno de los personajes más populares
de la literatura universal, personaje además que ha visto las más variopintas
encarnaciones en el cine y en televisión, incluidas unas cuantas versiones
animadas. Da la impresión de que poco nuevo se puede decir ya sobre el mismo,
pero Steven Moffat, creador de esta puesta al día emitida en la televisión
británica, nos demuestra justamente lo contrario. Moffat ha decidido con
acierto ambientar las andanzas del inquilino más famoso de Baker Street en la
actualidad, y lo ha hecho sin necesidad de renunciar a los rasgos esenciales
del mismo. Vale, es cierto que se ha actualizado su vestuario y se prescinde se
característico sobrero y su pipa, pero su tradicional gabán ha sido sustituido
por un abrigo largo que mantiene el aire enigmático y esquivo el personaje, y
este Sherlock Holmes contemporáneo no fuma pero es igualmente un aficionado al
violín. Incluso Moffat se ha permitido algún chiste acosta de la ambigua
sexualidad del personaje, recordándonos que siempre se ha especulado acerca de
su presunta homosexualidad. Sherlock no es el único personaje de la literatura
de Arthur Conan Doyle que ha sido sometido a una operación de puesta al día: el
doctor Watson, su hermano Mycroft Holmes, el inspector Lestrade, su
archinémesis el profesor Moriarty, Irene Adler… Todos ellos han sido
actualizados para encajar en el nuevo entorno del siglo XXI… ¡y de qué manera!
Moffat se muestra extremadamente hábil para respectar el carácter esencial de
cada uno de esos personajes y al mismo tiempo hacerlos perfectamente creíbles
como personajes contemporáneos, añadiendo de paso nuevos matices: la servicial
camaradería de Watson, la altiva rivalidad intelectual de Mycroft hacia su
hermano, la torpeza institucional de Lestrade, la megalomaniaca psicopatía de
Moriarty, la sensual ambigüedad moral de Irene Adler…. En su sabio juego
referencial Moffat coquetea con algunos de los argumentos clásicos del original
literario para reformularlos haciendo que resulten novedosos y que al mismo
tiempo nos remitan al original. Así pues el ‘Estudio en escarlata” se convierte
en “Estudio en rosa”, “El sabueso de los Baskerville” se transforma en un
experimento de guerra química, Watson es un veterano de la guerra de Afganistán
e Irene Adler deja de ser una cantante para convertirse en dominatrix. Como
signo de los tiempos que corren este nuevo Sherlock Holmes utiliza la tecnología
moderna para resolver los crímenes, tales como Internet, GPS, la mensajería de
móvil. Y aunque ello moleste a los puristas (los puristas siempre se molestan
por este tipo de cosas), yo creo que en ningún caso se está traicionando la esencia
del personaje.
Dos elementos son los que aseguran el éxito de esta serie.
El primero y quizás más importante es el acierto de su pareja protagonista:
Benedict Cumberbach como el detective de Baker Street (en esta nueva versión no
es tanto un detective privado como un ‘asesor policial’) y Martin Freeman dando
vida al doctor John Watson. La química entre ambos es absoluta y maravillosa.
Se complementan a la perfección y las réplicas dialécticas de ambos son sin
duda uno de los puntos fuertes de la serie. El Holmes de Cumberbach es
brillante, frío, arrogante, aficionado a la tecnología y con síntomas de
Asperger; su Holmes habla a veces con tal velocidad que es difícil seguir la línea
de su pensamiento, pero Cumberbach presta al mismo su voz profunda y
maravillosa, de perfecta dicción para atemperar cualquier tipo de recelo; ha
sustituido la pipa por los parches de nicotina, porque además le ayudan a
pensar, y Cumberbach además le otorga una malintencionada ambigüedad sexual,
aspecto que es explotado con cierta sorna en los guiones de la serie. El propio
creador de la serie define su Holmes como un sociópata altamente funcional. El
Watson al que da vida Martin Freeman por el contrario es un tipo confiable,
capaz, y más resolutivo que su versión literaria y no un mero acompañante que
se limita a narrar sus aventuras detectivescas; su pasado como doctor en un
cuerpo militar en tiempos de guerra es algo más una mera anécdota y añade
matices de complejidad al personaje, a los que Freeman, con su extraordinaria
capacidad para la expresión facial, saca un enorme partido. Incluso un
personaje como Moriarty sale reforzado en esta revisión contemporánea, pasando
de ser un villano clásico, elegante pero un tanto aburrido, a ser un psicópata
en toda regla, alguien verdaderamente atemorizante.
La segunda clave de su éxito es indudablemente los brillantes
guiones firmados por Moffat, repletos de ágiles e ingeniosos diálogos, y al
mismo tiempo afortunados en el
tratamiento de las historias, siempre fascinantes y repletas de matices. El
novedoso tratamiento escogido para presentar esta serie ayuda a demás al
desarrollo de las tramas, pues las temporadas no se extienden más allá de los 3
episodios (no vamos a tener capítulos de relleno), y estos son más largos de lo
habitual (90 minutos cada uno), lo cual permite desarrollar mejor y de forma
más completa y compleja las historias. En definitiva: la serie entretiene como
pocas lo hacen actualmente en televisión.
En cualquier caso es evidente que el formato televisivo está actualmente en un momento particularmente dulce y que vendrán otras series y otros telefilms que me llevarán, posiblemente, a escribir una continuación de este artículo.
Nos vemos... la próxima semana, en el mismo bat-canal y a la misma bat-hora!


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