miércoles, 18 de marzo de 2015

VA DE SERIES



Desde hace ya algún tiempo venimos observando como los productos que se estrenan en la pequeña pantalla no solo no tienen nada que envidiar a aquellos que llegan a las salas de exhibición cinematográfica, sino que además en televisión a veces se pueden encontrar propuestas más interesantes, sofisticadas y arriesgadas que muchas de las que se estrenan en formato largometraje.


¿Cuándo empezó la ‘puesta de largo’ de las series televisivas? Es difícil determinar en qué momento los productos hechos para televisión adquirieron carta de nobleza. Es innegable que algunas series que se emitieron en los años 60 hoy son consideradas series de culto indiscutible, como podrían ser “The Twilight Zone” (conocida como “En los límites de la realidad” en su versión castellana o “Dimensió desconeguda” en catalán), “Star Trek” o “Doctor Who”. Todas ellas tienen en común el hecho de que además de haber superado los límites presupuestarios que impone el formato televisivo, siempre por debajo del de las grandes producciones cinematográficas, a base considerables dosis de ingenio, detrás de cada de una de ellas se encontraba una mente creadora que contribuyó a darle cierta categoría autoral al producto. Es el caso de Rod Serling en “The Twilight Zone”,  Gene Roddenberry en “Star Trek” o Sidney Newman en “Doctor Who”.

Muchos recordamos como a lo largo de la década de los 70 un considerable número de espectadores  estuvieron enganchados a sus televisores siguiendo las vicisitudes de los protagonistas de “Hombre rico, hombre pobre” o del sufrido Kunta Kinte de la serie “Raíces”, y tampoco podemos olvidar uno de los primeros seriales ingleses que llegó a nuestros televisores, “Arriba y abajo”, o el imprescindible “Yo, Claudio” que adaptaba las novelas de Robert Graves para mayor gloria de un genial Derek Jacobi en su papel protagonista. Tampoco sería justo olvidar a “Dallas”, que inauguraría la época dorada de los culebrones televisivos en nuestro país y cuyo esquema argumental (familia podrida de dinero, conflictos familiares, villano carismático… ) sería copiado y repetido hasta la saciedad.


Sin embargo es a principios de los 90 cuando las series televisivas comienzan a adquirir auténtica categoría de producto de autor, gracias especialmente al trasvase de algunos realizadores cinematográficos a la pequeña pantalla, en la cual encontrarían no solo una mayor libertad de la que encontraban en el medio cinematográfico, siempre más sujeto a las demandas del mercado, sino que verían las posibilidades novedosas que les permitía explotar el medio televisivo y que no era posible encontrar en el cinematográfico (mayor desarrollo de las tramas, mayor desarrollo de los personajes, exploración de diversos enfoques y/o formatos a lo largo de las temporadas…). Indudablemente la serie que inaugura esta edad de oro para la producción televisiva es el “Twin Peaks” de David Lynch, elevada hoy día y con todo merecimiento a producto de culto. Lynch será solo el primero de los directores que se sentirán atraídos por la televisión para desarrollar nuevos proyectos más arriesgados y novedosos. A él le seguirán más tarde algunos directores en calidad de productor como Steven Spielberg (“Hermanos de sangre”), Frank Darabont (“The Walking Dead”), Sam Mendes (“Penny Dreadful”), David Fincher (“House of cards”) o Martin Scorsese (“Broadwalk Empire”). Fincher y Scorsese incluso se aventurarán a dirigir los episodios piloto de las series que producen, mientras que Mendes optará por contratar a nuestro patrio Jose Antonio Bayona. Otros directores como Mike Nichols o Todd Haynes tomarán por completo las riendas de las miniseries en las que participan, dirigiendo la totalidad de los episodios, con resultados tan magistrales como “Ángeles en América”, dirigida por Nichols a partir de la obra de Tony Kushner ganadora del Pulitzer, o “Mildred Pierce”, que adapta la novela de James M. Cain bajo la realización de Haynes.


Durante la década de los 90 irán apareciendo nuevas series destinadas también a convertirse en productos de culto, y su rasgo distintivo es que la mayoría de ellas contará con una mente creadora detrás, que será la que acabará determinando el carácter y la esencia de la misma. Es el caso de “Expediente X” de Chris Carter, “Buffy cazavampiros” de Josh Whedon y, como no, “Perdidos” de J.J. Abrams y Damon Lindelof, con nueve, siete y seis temporadas en antena respectivamente.


Chirs Carter no alcanzaría el mismo éxito con su siguiente proyecto, la interesante “Millenium”, pero Abrams sí que repetirá el éxito con “Fringe”, que pese a su tibia recepción inicial alcanzaría un total de cinco temporadas, aunque no obtendrá el mismo reconocimiento con la fallida “Alcatraz”, que ni tan solo renovó para una 2ª temporada. Lindelof por otro lado ha vuelvo a la pequeña pantalla con “The Leftovers”, que ha tenido una buena acogida crítica y ha renovado para una 2ª temporada. Josh Whedon sería el alma mater de una de las series de culto por excelencia de la televisión reciente, “Firefly”, que fue cancelada en su primera temporada debido a su escasa audiencia, pero a la que el fenómeno fan elevó a la categoría de obra de referencia, hasta el punto de lograr que el propio Whedon decidiese cerrar todas las tramas abiertas en un estimable largometraje, “Serenity”, que se estrenaría en el año 2005. Su siguiente apuesta para televisión, la interesante “Dollhouse”, correría similar suerte al no lograr el apoyo de la productora, el canal FOX, por lo que no pasaría de dos únicas temporadas y convertiría en mítico un episodio piloto que nunca llegó a emitirse en antena.


El fenómeno de las cult series no quedará excluido al género fantástico, sino que también se extenderá a las sitcoms (“The Big Bang Theory” de Chuck Lorre) o la animación (con las series de Matt Groening, como “Los Simpson” o la superior “Futurama”, y Seth McFarlane, con “Padre de familia” o “American Dad”)


La creciente acogida, tanto por parte del público como por el lado de la crítica, de este tipo de productos más arriesgados facilitará que las diversas productoras televisivas se lancen a crear y promover series, miniseries y telefilms que atacan temáticas o proponen perspectivas que no siempre son fáciles de desarrollar en un largometraje. Cada vez se invertirá más dinero en este tipo de obras destinadas a la televisión, lo que permitirá afrontar proyectos más colosales, como sería el caso de “Roma”, producida por la HBO, que contó con 2 temporadas y que durante mucho tiempo fue la serie de televisión más cara jamás producida. Naturalmente en la pequeña pantalla hay cabida para todo tipo de productos, y al igual que el público adulto se mantiene fiel a las series que estima, también la franja adolescente va a encontrar en televisión series a las que rendir culto. Si por un lado los superhéroes están viviendo un momento dulce en televisión (a la inefable “Smallville”, que aguantó nada más y nada menos que ¡diez! temporadas en entena, hay que añadirle “Arrow”, “The Flash”, “Gotham”, “Agents of S.H.I.E.L.D”, “Agent Carter”, “Powers” y próximamente “Daredevil” y “Alias”, e incluso anuncian el regreso de “Héroes” de Tim Kring), también otros productos de carácter más atípico han sabido ganarse el favor de la siempre exigente audiencia, como serían los muy shakespearianos moteros del “Sons of Anarchy” de Kurt Shutter (que han completado seis temporadas), la atribulada agente de la CIA Carrie Matheson de “Homeland” (de la que se espera ya  una 5ª temporada), o los protagonistas de la simpática “The Strain” producida por Guillermo del Toro.


La televisión americana nos ha ofrecido mucho en los últimos años, en términos de calidad y cantidad, pero también es cierto que determinadas series parten de una premisa interesante, comienzan muy bien, y acaban diluyéndose a medida que avanzan. Ejemplos los tendríamos a montones y por citar algunos yo incluiría los siguientes: 


- “Dexter”, que tuvo una muy buena primera temporada (no es nada fácil lograr hacer simpático un asesino en serie y conseguir que el público empatice con él), pero perdió fuelle a partir de la 3ª debido la incapacidad de los guionistas de hacer evolucionar el personaje, que se mantuvo plano e inalterable a lo largo de ¡ocho! Temporadas;
- “Glee”, que sin renunciar a su espíritu teen y su componente sensiblero y naif, en su primera temporada supo atemperarlo con ciertas dosis de ironía, especialmente gracias al impagable personaje de Sue Sylvester; las últimas temporadas, además de mostrar una alarmante falta de imaginación, abusan del almíbar hasta hacerla indigesta;
- “Perdidos” serie de culto por excelencia que supo mantener al público en vilo a lo largo de cinco temporadas, para al final echarlo todo a perder en una 6ª temporada que no satisfizo a nadie y que proponía una resolución un tanto improvisada y cogida por los pelos
- El mayor atractivo de “Battlestar: Gallactica”, además del espectacular despliegue de efectos especiales, era su sabiduría a la hora de combinar espectáculo con reflexión socio-política; lamentablemente  la resolución de su 5ª y última temporada se perdió en misticismos pseudo-religiosos y finales trampa que decepcionaron a más de uno;
- El “Carnival” de Daniel Knauff, por el contrario, gozaba de un planteamiento enigmático e interesante, pero la falta de apoyo por parte del público obligó a su cancelación en su 2ª temporada, dejando sin responder muchos interrogantes;
- La versión americana de “The Killing”, bajo los auspicios de Veena Sud, se creció en un 3ª temporada, después de que las dos primeras, pese a tener momentos brillantes, alargaran en exceso la trama con algunos episodios de relleno; aun así las bajas audiencias no acompañaron lo suficiente, lo que obligó a resolver la 4ª y última temporada de forma un tanto precipitada;
- “Homeland” tuvo un arranque realmente potente, pero su tercera temporada acabó resultando un tanto tediosa, especialmente en lo que respecta al seguimiento de las vicisitudes del personaje de Nicholas Brody; al menos la 4ª y hasta ahora última temporada parece haber recuperado el interés gracias a una finale season absolutamente vibrante
- El “True Blood” de Alan Ball prometía, y sus dos primeras temporadas supieron combinar con acierto vampiros, sexo, sangre y crítica social, pero a partir de la 3ª temporada se convirtió en un auténtico despropósito, con la acumulación de momentos ridículos con otros francamente desaprovechados;
- Las “Mujeres desesperadas” de Marc Cherry tenían su gracia las dos primeras temporadas, pero terminaron por perder su gracia y hacerse repetitivas, mientras que el “American Horror Story” de Ryan Murphy adolece de un reprochable gusto por el exceso ya desde su primera temporada.

Y podría seguir con una cuantas más…


Con todo lo expuesto más arriba queda claro que hablar de series televisivas requiere un análisis más extenso y exhaustivo del que yo puedo dedicarle en este espacio. Muchas de ellas merecerían un artículo en exclusiva para poder glosarlas con justicia. Debo confesar también que algunas de las series que en los últimos años han gozado de un mayor favor por parte de la crítica especializada o los analistas televisivos, no las he seguido (¡no se puede ver todo lo que dan por la tele!), y ahí estarían títulos como “Mad Men”, “Downton Abbey”, “The Wire” de David Simon o la seminal “Los Soprano” de David Chase. Así pues voy a escoger solo cinco que figuran entre mis favoritas actuales, consciente de que dejo fuera maravillas como:

- “Ángeles en America”: la he visto completa un par de veces, y ambas me han  arrancado lágrimas;


- “Hermanos de sangre”, cuyo nivel de producción es uno de los más altos que se han visto en una pantalla de televisión (Steven Spielberg y Tom Hanks ejercieron de productores ejecutivos;


- el “House of cards” de Beau Villimon, una producción lúcida, compleja y que brilla muy especialmente en sus diálogos… al menos en sus 2 primeras temporadas;


- “Southcliffe”, miniserie británica que golpea como un mazazo la conciencia del espectador para obligarle a reflexionar sobre lo que está viendo;


- “Utopia”, una fascinante rareza que confirma que la creatividad y la sofisticación pueden alcanzar cotas altísimas en la pequeña pantalla;


- "Fargo", que no es un remake o una adaptación del film de los hermanos Coen, sino una fascitante revisión en clave de humor negro de los hechos verídicos que inspiraron aquel;


- el “Penny Dreadful” de John Logan, muy atractiva aproximación pulp a los clásicos del cine y la literatura de terror, que se beneficia de una cuidada ambientación, una atmósfera opresiva y un elenco en estado de gracia, en el que sobresale la siempre fascinante Eva Green;


- el “A dos metros bajo tierra” de Alan Ball, que comenzó su andadura como irreverente comedia negra para derivar al melodrama más doliente y culminar su 5ª temporada con el final más perfecto y redondo que he visto nunca en una serie de televisión.


Pero puestos a quedarme con cinco series destacadas citaría las siguientes:

Breaking Bad

Creada por Vince Gilligan y que ha culminado cinco temporadas en antena. Más arriba comentaba que uno de los fracasos de “Dexter” había sido la incapacidad para saber evolucionar el personaje. Precisamente el mayor acierto de “Breaking Bad” es que el Walter White que interpreta magistralmente Bryan Cranston es un personaje que crece, evoluciona, cambia a partir de los acontecimientos que van sucediéndose a su alrededor. White, o Eissenberg para los ‘amigos’, comienza siendo un apocado profesor de química en un instituto al que las circunstancias conducen a convertirse en fabricante y vendedor de un nuevo tipo de metanfetamina. La causa que le impulsa a tomar dicha decisión es noble (ayudar a su familia), pero los métodos que empleará para persistir en su empeño con, como poco cuestionables. En un determinado momento sus motivaciones cambiarán y la nobleza inicial de sus actos quedará en entredicho. No es que Walter White se vuelva malvado, pero sí que se va convirtiendo en un individuo más complejo y en él irán aflorando insospechados matices oscuros. No podemos olvidarnos tampoco de dos de sus co-protagonistas: su compañero de fechorías Jessi Pinkman y su esposa Skyler, espléndidamente interpretados por Aaron Paul y Anna Gunn respectivamente. Su mejor baza es el ingenio vertido en las tramas, que combinan con cierto drama y humor negro, y que culminaron en un último episodio que batió records de audiencia en la historia de la televisión americana, un final que ha sido considerado de forma cuasi unánime como 100% satisfactorio. La serie ha arrasado en todo tipo de premios (acumula varios Emmy y Globos de Oro), y se ha ganado el aplauso incondicional de la crítica. Tal ha sido su recepción que ya ha generado su propio spin-of, “Better Call Saul”, dedicado por entero al simpar abogado Saul Goodman.


The Walking Dead

Producida por Frank Darabont (que además dirigió el episodio piloto) y Gale Ann Hurd a partir de los comics escritos por Robert Kirkman. Su principal novedad estribaba en que era la primera serie sobre zombis escrita y producida par la pequeña pantalla, y las dosis de crudeza, sangre y violencia que mostraba eran inéditas en televisión. No he leído el comic original y tengo entendido que argumentalmente es más salvaje que su adaptación televisiva, así que no voy a juzgar esta en cuanto a adaptación sino por sus propios valores. Hay dos elementos que han contribuido al éxito de público de esta serie: por un lado que no se han escatimado esfuerzos a la hora de reflejar lo que se supone sería un apocalipsis zombi en toda su cruda ‘realidad’. No estamos viendo una adaptación de ‘Heidi’ y no que uno espera de una historia de zombis es violencia, sangre y casquería y en esta serie, afortunadamente, abundan. El otro elemento de éxito es indudablemente el magistral trabajo del maquillador Greg Nicotero, que hace que los muertos vivientes luzcan tan desagradables como convincentes. Pero todo ello caería en saco roto si no estuviese respaldado por un guion interesante que sepa explotar las diversas situaciones que se van sucediendo. Hay que admitir que tras un potente arranque, la 1ª temporada se cerró con una finale season harto anticlimática (recordad: el bunker…). La 2ª temporada fue la más aburrida de todas, por culpa de alargar en demasía la estancia en la granja, pero hay que reconocerle dos momentos de impacto: la middle season con la revelación del destino de Sofia, la hija de Carol, la finale season con el no menos sopresivo final de Shane y el descubrimiento del secreto que le fue revelado a Rick en el bunker. A partir de la 3ª temporada la serie no ha hecho más que ganar en interés y ritmo, combinando hábilmente los momentos de acción con otros más dramáticos, haciendo evolucionar sabiamente los diversos personajes (modélica es la progresión de Rick, Carl, Glenn o Carol), introduciendo otros de indiscutible carisma (el gobernador Blake, Michonne…) o proponiendo escenarios novedosos que obligan a replantearse muchas situaciones (Terminus, Alexandría…).  No sé si el comic es mejor y no me importa. La serie, de momento, atrapa, emociona y es endiabladamente buena.


Juego de Tronos

La saga literaria “Canción de hielo y fuego” de George R. Martin, de la que ya se han publicado 5 libros de los 7 previstos, es uno de los fenómenos literarios de mayor éxito en los últimos años entre los aficionados a la fantasía heroica. Martin ha sabido tomar el legado de precedentes tan ilustres como J.R.R. Tolkien, Robert E. Howard, Ursula K. LeGuin Jack Vance o Michael Moorcock y darle la vuelta para ofrecer un escenario completamente nuevo y original. La saga de George R. Martin no se centra tanto en el elemento fantástico (que está presente en la obra) como en el complejo entramado histórico-político que ha elaborado como marco en el cual deambulan sus personajes. Voy a decir algo que no será del agrado de los fans del libro, pero “Canción de hielo y fuego” me parece una obra francamente sobrevalorada. Tras las tres primeras entregas realmente brillantes (“Juego de tronos”, “Choque de reyes” y “Tormenta de espadas”), se suceden otras francamente tediosas (“Festín de cuervos” y “Danza de dragones”) que pone en evidencia el hecho de que Martin no controla su obra, cada vez más dispersa, en la que insiste en introducir constantemente nuevos personajes y escenarios que lejos de contribuir al desarrollo de la trama, la entorpecen y añaden más ‘paja’ a la historia. En cualquier caso el culto casi incondicional que se le rinde a esta obra es evidente, así pues la HBO y los showrunners encargados de llevar la obra de Martin a la pequeña pantalla, D. B. Weiss y David Benioff, iban a estar en el punto de mira de todo el mundo. En mi muy modesta opinión no solo han salido airosos del reto, sino que lo han superado con nota alta y de muchos aspectos la serie televisiva es superior a su referente literario. “Juego de tronos” (nombre que adoptado la adaptación televisiva) se beneficia de contar con el presupuesto más alto que haya tenido nunca ninguna serie de televisión, presupuesto que con creces habrán amortizado los productores habida cuenta del éxito masivo de la serie, que además a batidos no solo records de audiencia sino también records de descargas en internet. Presupuesto además que se ve en cada fotograma de la serie, en su elaborado vestuario, en su exquisito diseño de producción, en sus ajustados efectos especiales, en su fotografía, en la realización de algunas escenas, para las cuales se ha contado con una ingente cantidad de extras… No son las únicas claves de su éxito, y hay dos que merece la pena destacar. Primero su acertadísimo reparto, que no necesita de contar con estrellas o nombre conocidos. Las excepciones serían Sean Bean o Lena Headey, aunque tampoco estamos hablando aquí de grandes estrellas, y además se ven secundados con actores de la solvencia de Charles Dance, Liam Cunningham, Stephen Dillane, Carice Van Houten, Ciaran Hinds, Diana Rigg, Nicolaj Coster-Valdau o Jonathan Pryce. Pero incluso la parte más joven del elenco, con cuasi debutantes como Emilia Clarke, Richard Madden o Sophie Turner, está a la altura de sus ‘mayores’. De todas formas, entre tanto profesional de la actuación y tanto personaje carismático, no podemos obviar el hecho de que un pequeño pero inmenso actor sobresale por encima de sus compañeros de reparto. Me estoy refiriendo naturalmente a Peter Dinklage, que da vida al mejor personaje de toda la serie (con permiso de Arya, Daenerys o John Nieve): Tyrion Lannister. 

El segundo elemento que ha contribuido a asegurar la calidad de la serie es el espléndido trabajo de síntesis llevado a cabo los el equipo de guionistas de la serie, que no solo han sabido eliminar toda la ‘paja’ presente en la obra original, manteniéndose pese a todo fieles al espíritu y esencia de la misma, sino que además han sido capaces de dotar de mayor dimensión a algunos de los personajes del original literario, como Meñique, Varis o Talisa, la esposa de Rob Stark. Los showrunners se han tomado algunas licencias, cosa que yo sinceramente agradezco, pues han sido capaces de extraer elementos de interés que en la obra de Martin apenas estaban insinuados, y al mismo tiempo han dotado de ritmo un desarrollo argumental que a partir del 4º libro empezaba a tornarse disperso y torpe.

Algunos fans del libro están temerosos de que la serie acabe tomando su propio ritmo al margen de éste y que por lo tanto acabe desarrollando argumentos y tramas no ideadas por el escritor. Pero yo creo que ese es precisamente el camino adecuado, y más con el reto que supondrá estrenar la 6ª temporada en el 2016, pues entonces los guionistas no dispondrán de un libro al que hacer servir de apoyo, ya que Martin no tiene previsto concluir todavía el esperadísimo sexto volumen de “Canción de hielo y fuego”.


True Detective


“True Detective” fué sin lugar a dudas una de las mayores y más gratas sorpresas de la temporada televisiva del 2014. De hecho se esperaba que arrasase en la última entrega de los Emmy del pasado año, pero finalmente “Breaking Bad” le arrebató los premios en las categorías de mejor serie, mejor actor principal y mejor guion, recayendo únicamente el premio a la mejor dirección en Cary Joji Fukunaga, realizador de todos los episodios que conforman la primera temporada de la serie creada por Nick Pizzolatto.

Pizzolatto ha concebido esta serie en forma de antología, lo que quiere decir que cada temporada expondrá un caso/argumento diferente, de forma más o menos autoconclusiva, y presentando además un elenco de personajes totalmente nuevo. En esta primera temporada los roles protagonistas recaen en Woody Harrelson y Matthew McConaughey. Aunque “True Detective” pueda presentarse inicialmente como una serie detectivesca, el suyo no es un argumento al uso. La investigación del asesinato ritual de una mujer en una localidad del sur de Louisina, primero se complica con la inclusión de oscuras y sórdidas ramificaciones políticas, y finalmente desemboca en un final que en primera instancia puede resultar anticlimático, pero que en el fondo encierra una sugerente reinterpretación en clave lovecraftiana de la historia que hemos estado viendo. Dicho final no solo esquivará el dar respuestas a todos los interrogantes planteados a lo largo lo los 8 episodios de la temporada, sino que lejos de pretender resolver el caso criminal, se centrará más en el proceso redentor de su dos protagonistas. El primero, Martin Hart (interpretado por Harreslon), es un padre de familia cristiano, conservador y pragmático, que sin embargo mantiene una doble vida en la que se cita a escondidas con una mujer más joven, siendo infiel a su mujer; por otro lado Rustin Cohle (al que da vida McConaughey) es un individuo solitario, taciturno y pesimista, cuyo ateísmo y filosofía nihilista ofende a los pobladores de la zona. El choque ideológico que se estable entre ambos va a ser uno de los pilares sobre los que se cimentará la trama de esta primera temporada, ya que si por un lado se respetan e incluso admiran a nivel profesional, en el terreno personal sus diferencias les llevarán a marcar una distancia afectiva.

Crímenes rituales, asesinos seriales, alusiones al vudú, la santería y el satanismo, implicaciones políticas, corrupción policial, pederastia, prostitución, tráfico de drogas… todo ello se dará cita en un complejo entramado argumental sobre el que planea sutilmente la sombra de una influencia preternatural. No obstante esa supuesta presencia maligna no va a convertirse en parte de la historia, pero sí en un elemento clave para entenderla y que opera siempre en un segundo plano. Como si se tratase de un imaginario propio de Lovecraft, sobre esta comunidad de sur profundo de los Estados Unidos se cierne una presencia oscura, que podrá ser demoniaca o no, pero al igual que los seres sobrenaturales ideados por Lovecraft existe para atormentar y amenazar las consciencias humanas. Pizzolatto es consciente que verbalizar esa amenaza, o aún peor: darle presencia física, hubiese sido vulgar y obvio, así que inteligentemente opta por situarla siempre en el límite de la consciencia, como una sombra fugaz vista por el rabillo del ojo. Tan solo en el último episodio nos da un pista de dicha presencia, que no tiene ni forma ni voluntad ni consciencia, sino que es en cierta forma una abstracción del mal que habita en todo corazón humano, y nos la presenta en forma de visión, quizás una suerte de epifanía, experimentada por el personaje de Cohle, que bien podría ser simplemente una alucinación fruto del consumo de  alcohol o estupefacientes. Ese final extraño, ambiguo y confuso posiblemente habrá despistado a más de uno, pero a mí me parece un corolario tan brillante como sugestivo, precisamente por su carácter atípico y arriesgado.

Hay mucho material para el análisis en una serie como “True detective”. Material que se desprende tanto de la historia como de los aforismos que en muchas ocasiones deja caer el personaje de Cohle, y la filosofía que se deprende de ellos. El de Cohle es un personaje rico y complejo que enriquece la narración con su particular y desencantada visión del mundo que le rodea. Naturalmente no sería lo mismo de no verse reforzado con el carisma que destila McConaughey en su interpretación, que, sin desmerecer el trabajo de su compañero Harrelson, logra destacar por encima del resto del reparto. El trabajo de McCoaughey no es lo único destacable de esta primera temporada. Siendo justos no podemos obviar su cuidada ambientación, que nos lleva de inmediato al profundo sur americano; su espléndido trabajo fotografía, cuya frialdad contribuye a enrarecer aún más la ya de por sí malsana atmósfera de la serie; la música; pero muy especialmente la sobria y muy elaborada realización de Fukunaga, que logra uno de sus puntos más álgidos en el magistral plano secuencia del episodio 4º.

La nueva temporada nos deparará nuevos escenarios, nuevos personajes y nuevas situaciones, pero si está a la altura de esta primera, entonces vamos a disfrutar de nuevo de una de las mejores series del momento


Sherlock


El de Sherlock Holmes es uno de los personajes más populares de la literatura universal, personaje además que ha visto las más variopintas encarnaciones en el cine y en televisión, incluidas unas cuantas versiones animadas. Da la impresión de que poco nuevo se puede decir ya sobre el mismo, pero Steven Moffat, creador de esta puesta al día emitida en la televisión británica, nos demuestra justamente lo contrario. Moffat ha decidido con acierto ambientar las andanzas del inquilino más famoso de Baker Street en la actualidad, y lo ha hecho sin necesidad de renunciar a los rasgos esenciales del mismo. Vale, es cierto que se ha actualizado su vestuario y se prescinde se característico sobrero y su pipa, pero su tradicional gabán ha sido sustituido por un abrigo largo que mantiene el aire enigmático y esquivo el personaje, y este Sherlock Holmes contemporáneo no fuma pero es igualmente un aficionado al violín. Incluso Moffat se ha permitido algún chiste acosta de la ambigua sexualidad del personaje, recordándonos que siempre se ha especulado acerca de su presunta homosexualidad. Sherlock no es el único personaje de la literatura de Arthur Conan Doyle que ha sido sometido a una operación de puesta al día: el doctor Watson, su hermano Mycroft Holmes, el inspector Lestrade, su archinémesis el profesor Moriarty, Irene Adler… Todos ellos han sido actualizados para encajar en el nuevo entorno del siglo XXI… ¡y de qué manera! Moffat se muestra extremadamente hábil para respectar el carácter esencial de cada uno de esos personajes y al mismo tiempo hacerlos perfectamente creíbles como personajes contemporáneos, añadiendo de paso nuevos matices: la servicial camaradería de Watson, la altiva rivalidad intelectual de Mycroft hacia su hermano, la torpeza institucional de Lestrade, la megalomaniaca psicopatía de Moriarty, la sensual ambigüedad moral de Irene Adler…. En su sabio juego referencial Moffat coquetea con algunos de los argumentos clásicos del original literario para reformularlos haciendo que resulten novedosos y que al mismo tiempo nos remitan al original. Así pues el ‘Estudio en escarlata” se convierte en “Estudio en rosa”, “El sabueso de los Baskerville” se transforma en un experimento de guerra química, Watson es un veterano de la guerra de Afganistán e Irene Adler deja de ser una cantante para convertirse en dominatrix. Como signo de los tiempos que corren este nuevo Sherlock Holmes utiliza la tecnología moderna para resolver los crímenes, tales como Internet, GPS, la mensajería de móvil. Y aunque ello moleste a los puristas (los puristas siempre se molestan por este tipo de cosas), yo creo que en ningún caso se está traicionando la esencia del personaje.


Dos elementos son los que aseguran el éxito de esta serie. El primero y quizás más importante es el acierto de su pareja protagonista: Benedict Cumberbach como el detective de Baker Street (en esta nueva versión no es tanto un detective privado como un ‘asesor policial’) y Martin Freeman dando vida al doctor John Watson. La química entre ambos es absoluta y maravillosa. Se complementan a la perfección y las réplicas dialécticas de ambos son sin duda uno de los puntos fuertes de la serie. El Holmes de Cumberbach es brillante, frío, arrogante, aficionado a la tecnología y con síntomas de Asperger; su Holmes habla a veces con tal velocidad que es difícil seguir la línea de su pensamiento, pero Cumberbach presta al mismo su voz profunda y maravillosa, de perfecta dicción para atemperar cualquier tipo de recelo; ha sustituido la pipa por los parches de nicotina, porque además le ayudan a pensar, y Cumberbach además le otorga una malintencionada ambigüedad sexual, aspecto que es explotado con cierta sorna en los guiones de la serie. El propio creador de la serie define su Holmes como un sociópata altamente funcional. El Watson al que da vida Martin Freeman por el contrario es un tipo confiable, capaz, y más resolutivo que su versión literaria y no un mero acompañante que se limita a narrar sus aventuras detectivescas; su pasado como doctor en un cuerpo militar en tiempos de guerra es algo más una mera anécdota y añade matices de complejidad al personaje, a los que Freeman, con su extraordinaria capacidad para la expresión facial, saca un enorme partido. Incluso un personaje como Moriarty sale reforzado en esta revisión contemporánea, pasando de ser un villano clásico, elegante pero un tanto aburrido, a ser un psicópata en toda regla, alguien verdaderamente atemorizante.



La segunda clave de su éxito es indudablemente los brillantes guiones firmados por Moffat, repletos de ágiles e ingeniosos diálogos, y al mismo tiempo  afortunados en el tratamiento de las historias, siempre fascinantes y repletas de matices. El novedoso tratamiento escogido para presentar esta serie ayuda a demás al desarrollo de las tramas, pues las temporadas no se extienden más allá de los 3 episodios (no vamos a tener capítulos de relleno), y estos son más largos de lo habitual (90 minutos cada uno), lo cual permite desarrollar mejor y de forma más completa y compleja las historias. En definitiva: la serie entretiene como pocas lo hacen actualmente en televisión.


Evidentemente he dejado fuera de mis comentarios muchas series que merecerían ser citadas. Algunas por desconocimiento, otras por olvido involuntario, pero mayormente porque el espacio y el tiempo del qu
e aquí dispongo no me permiten hacer un artículo con toda la extensión y profundidad que merece el tema. En cualquier caso me resulta curioso el hecho de que si hace poco más de una década veíamos (o sufríamos) como series (mediocres en muchos casos) eran adaptadas (innecesariamente) a la gran pantalla con resultados harto cuestionables (“Los ángeles de Charlie”, “Starsky y Hutch”, “Embrujada”, “Los hombres de Harrelson”, “Superagente 86”, “Corrupción en Miami”, “El equipo A”… incluso amenazan con adaptar “El coche fantástico” y “Los vigilantes de la playa”), en los últimos años esa tendencia parece haberse invertido. A la comentada “Fargo” hay que añadir “Abierto hasta el amanecer”, “12 monos” o  “Un gran chico”, y anuncian planes para “Minority Report”, “Shutter Island”, “Los juegos del hambre” o “Scream” entre otros. ¿Realmente es necesario explotar de nuevo un argumento que (aparentemente) ya dio de sí todo lo que podía en pantalla grande? Yo creía que no… hasta que vi “Fargo” y cambié de opinión. Si se hace bien la adaptación televisiva no solo no invalida el producto original, sino que puede permitir ofrecer una perspectiva distinta y contrastada. Tiempo al tiempo.

En cualquier caso es evidente que el formato televisivo está actualmente en un momento particularmente dulce y que vendrán otras series y otros telefilms que me llevarán, posiblemente, a escribir una continuación de este artículo.   

Nos vemos... la próxima semana, en el mismo bat-canal y a la misma bat-hora!

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