Cuando en el año 2009 se estrenó “District 9”, el primer
largometraje del director sudafricano Neill Blomkamp producido por Peter
Jackson, dio la impresión de que nos encontrábamos ante un nuevo talento al que
debíamos seguirle la pista. Por una lado el film nos presentaba una interesante
premisa argumental sobre la que su director iba a elaborar una parábola
futurista y distópica acerca del apartheid, que no solo exponía una crítica
hacia la xenofobia, sino que además encerraba una declaración sobre los
peligros que conlleva la externalización por parte de los gobiernos de sus
fuerzas de orden público y sus organismos burocráticos. El otro aspecto
novedoso de la película es el inteligente uso que hacía de un ajustado
presupuesto, sirviéndose para ello de técnicas documentales próximas al found footage (subgénero de falso
documental en que los personajes involucrados actúan tanto ‘delante’ como ‘detrás’
de la cámara para incrementar la sensación de realismo). No se trata de un found footage en estado puro, como sí lo
serían el “REC” (2007) de Jaume Balagueró o el “Monstruoso” (2008) de Matt
Reeves, pero eso precisamente le permite a Blomkamp explotar más la posibilidades
del relato, integrando la acción propia del mismo con insertos procedentes de
noticiarios o programas televisivos.
Si “District 9” supuso un soplo de aire fresco en el género
de la ciencia-ficción en el momento de su estreno, el siguiente film de Blomkamp,
“Elysium”, estrenado en el año 2013, lejos de confirmarnos el talento de su
director, podrían en evidencia sus limitaciones creativas y su apego a ciertas
constantes: estética feísta, fijación por los escenarios y personajes
marginales, montaje cinematográfico apresurado, obsesión por las distopías
futuristas, el gusto por la estética militarista... Con “Elysium” teníamos una
sensación de dejá vu, pues tanto su
argumento como su puesta en escena tenían muchos puntos en común con el
anterior film de Blomkamp, con el añadido que la premisa argumental que nos
proponía en esta ocasión el director sudafricano, la existencia de una distopía
en la que una minoría rica y favorecida goza de todos los privilegios que le
son negados a una mayoría empobrecida, ya ha sido explotada en numerosas
ocasiones tanto en el cine como en la literatura de género.
“Elysium” gozó de un mayor presupuesto que “District 9”,
pero tanto sus resultados en taquilla como su recepción crítica fuero más bien
tibios. Así pues Blomkamp tenía la necesidad de reencontrarse de nuevo con el
favor del público, y ha tratado de hacerlo con un film que de forma más o menos
intencionada remite a un popular clásico de los años 80: “Cortocircuito” (John
Badham, 1986). Nunca he sentido demasiada simpatía por el film de Badham, que
siempre me ha parecido una copia barata del “E.T.” de Spielberg, solo que
sustituyendo el extraterrestre por un robot cuyo sentido del humor siempre me
pareció excesivamente infantil, pero al lado de “Chappie”, el último
largometraje de Neill Blomkamp, el de Badham es una obra maestra.
En su último largometraje Neill Blomkamp incide de nuevo en
algunas de las constantes que parecen ser su marca de fábrica y que ya
comienzan a ser una alarmante seña de falta de originalidad más que un
ejercicio de pretendido estilo personal. Es decir, de nuevo Blomkamp se fija en
los aspectos más feístas de los elementos partícipes del relato: escenarios,
personajes, vestuario…, incluso el propio diseño del robot protagonista es
feo), entendiendo (de una manera equivocada desde mi punto de vista) que cuanto
más ‘feo’ más ‘realista’. Y de nuevo Blomkamp introduce elementos de distopías
futuristas, con la diferencia de que el discurso socio-político presente en “District
9” y en menor medida en “Elysium”, aquí está ausente por completo o sepultado
bajo una trama banal, infantil e incluso ridícula. Y el mayor problema de este “Chappie”
es precisamente que parte de un guion simplemente mal construido, con un esquemático
retrato de personaje y un desarrollo precipitado de la historia.
Poco encuentro de defendible en esta película, máxime cuando
se me hace harto difícil no ya sentir un mínimo de simpatía por cualquiera de
sus personajes, si no ya tratar de entender la forma en cómo actúan. La
pandilla de rateros que acogen a Chappie en su banda, por ejemplo, son a veces
presentados como delincuentes peligrosos y despiadados, y en otros momentos se intenta
despertar su simpatía entre el público sacando a la luz una poco creíble
ternura (en particular en el personaje de Yo-landi); el villano arquetípico al
que da vida Hugh Jackman se mueve por motivaciones infantiles y caprichosas,
restando entidad al personaje; el comportamiento del científico que interpreta
Dev Patel no es mucho más maduro, pese a que cabría esperar algo más de lucidez
de lo que se supone es una mente brillante. El guion de Blomkamp ni siquiera se
molesta en dotar de un mínimo de coherencia interna al relato: no resulta
lógico que la pandilla de rateros dejen marcharse impune al científico creador
de Chappie después de haberle robado el robot; no resulta lógico que el mismo
científico no denuncie el hecho o no tome medidas y después entre y salga de la
guarida de dichos rateros como Pedro por su casa; no resulta lógico que a los 5
minutos de declararse una fallida general en el cuerpo de robots policías, los
delincuentes ya hayan prácticamente tomado la ciudad.
Pero lo peor de todo
es el tratamiento que se le da al propio personaje del robot Chappie, al que se
infantiliza hasta tal punto que resulta ridículo e irritante. Cualquier
aficionado a la ciencia-ficción, aun haciendo uso de la necesaria suspensión de
la credibilidad que exige siempre la inmersión en el género, es consciente que
programar una inteligencia artificial no es ni fácil ni rápido, y que un
organismo artificial necesita tiempo para evolucionar y aprender pautas de
comportamiento. La excesiva humanización a la que se ha sometido al personaje
de Chappie en este film, le resta credibilidad y al mismo tiempo le impide
conectar con el público. Despertaba mucha más empatía y lograba emocionar mucho
más el personaje de David interpretado por Haley Joel Osmet en “A.I.” (Steven
Spielberg, 2001), a pesar de que su comportamiento era más ‘robótico’ que el de
Chappie. Si bien el trabajo de captura de movimiento y creación digital llevado
a cabo con el personaje es espléndido, el tratamiento del mismo en el film, que
a veces cae en el ridículo más sonrojante, lo convierten en un protagonista
indigesto y estomagante, casi a la altura del inefable Jar Jar Binks de “La
amenaza fantasma” (George Lucas, 1999). Habrá a quién le haga gracia, pero ver
a Chappie caminando y gesticulando como un rapero, soltando improperios como un vulgar macarra, y
haciendo gala de un muy discutible e infantil sentido del humor, a mí provoca
cierta urticaria.
Hay aspectos de la historia en los que se intuye el germen
de lo que podría haber sido un film interesante, lamentablemente en esta
ocasión Blomkamp ha optado por ignorar cualquier interpretación socio-política
de su relato, desaprovechando por completo muchas de las posibilidades que éste
ofrecía. “Chappie” podría haber dado lugar a un interesante discurso en que se
analizase las posibilidades de la I.A. versus
la mente humana, o una análisis en clave teológica o filosófica en torno al
creador y su creación, pero su director ha preferido hacer una película que
además no tiene claro a qué público quiere ir dirigida. En algunos momentos
opta por un enfoque propio de una película para todos los públicos, haciendo un
retrato ciertamente curioso de una familia disfuncional (Chappie y su ‘mami’ y
su ‘papi’), retrato que no carece de sorna pero que Blomkamp dibuja de una
manera superficial, y si bien los momentos en que vemos a Chappie interactuar
con su ‘familia’ nos podrían remitir al Spìelberg más edulcorado (pero sin su
talento ni su capacidad para provocar la emoción en el espectador), en otros
momentos el film da un giro estilístico y nos presenta escenas de violencia
cruenta y un tanto gratuita (el ataque final del ‘Buey’). Blomkamp nos reserva
sus mayores dosis de sacarina para el final, ridículo, torpe y enojoso por su exceso
de sentimentalismo barato, y por esa insistencia en tratar de convencernos de
que las máquinas tienen alma. Si esa máquina se llamase Wall.e o E.V.E. quizás
estaría dispuesto a creerlo, pero con este Chappie, no compro.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El trabajo de captura de
movimiento del robot… por reconocerle algún mérito al film. ¿Lo peor? Todo lo
demás: un guion repleto de inconsistencias, una historia banal, infantil y
carente de interés, unos actores faltos de convicción, unos personajes de
encefalograma plano, un protagonista irritante hasta decir basta (y además feo),
una partitura musical anodina, una puesta en escena que no pasa de correcta, un
diseño de producción feísta… ¿sigo?
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