lunes, 16 de marzo de 2015

AMORES TRÁGICOS



Jean Racine está considerado uno de los tres grandes dramaturgos del siglo XVII junto a Pierre Corneille y Moliere, y es autor principalmente de tragedias inspiradas en la historia y mitología griegas, entre las cuales destaca “Fedra”, considerada hoy día como su mejor obra.

En contraposición a la obra de Corneille, que exalta el poder de la voluntad humana, el teatro de Racine muestra la pasión como una fuerza fatal que destruye al que la posee. Racine respeta siempre los ideales de la tragedia clásica, presentando la acción de la manera más simple y clara posible. En sus obras las peripecias nacen de las propias pasiones de los personajes, y de hecho con frecuencia Racine desdeña la interpretación política que a veces se extrae de los argumentos de temática griega en los que se inspira.

Racine solía escribir primero sus tragedias en prosa, para luego pasarlas a pareados de versos alejandrinos. Su estilo es claro, de léxico reducido pero siempre elevado, y si bien carece de la desmesura retórica de Corneille, por contra alcanza un mayor grado de lirismo.

Su obra más reconocida, “Fedra”, está basada principalmente en la tragedia “Hipólito” de Eurípides, que narra el mito de Fedra, hermana de Ariadna y esposa de Teseo. Sin embargo Racine también tuvo en cuenta las aportaciones que posteriormente hicieron autores como Séneca al mito.

En el teatro de Racine los personajes no son entidades abstractas, sino muy humanos, complejos y movidos por emociones intensas.

En la que para muchos es su mejor obra, el personaje de Fedra es quien domina toda la función. Aparece inicialmente como enferma de amor e incapaz de resistir a los remordimientos. Ella misma se desprecia por sentirse atraída por su hijastro Hipólito, lo que le lleva a desear la muerte y a refugiarse en los brazos de Eunone, su confidente y a la vez instigadora de la tragedia, pues por amor y servidumbre a su señora provocará los acontecimientos que llevarán al fatal desenlace de la historia.

Hipólito, hijastro de Fedra e hijo de Teseo y una amazona, es un ser puro y casto que ha rechazado voluntariamente el sometimiento al deseo lujurioso y al amor por considerarlos pasiones indignas del héroe que aspira a ser. Él será injustamente castigado por rechazar el amor incestuoso y adúltero de su madrastra, y pese a todo tratará de comportarse heroicamente al no revelar la vergonzosa confesión de Fedra, por amor y respeto filial hacía Teseo.

Estos días hemos podido ver la “Fedra” de Racine en el Teatre Romea de Barcelona, bajo la dirección de Sergi Belbel, y ha alcanzado sus últimas representaciones con un considerable y merecido éxito de asistencia. La puesta en escena de Belbel, como de costumbre, es modélica, desnudando el escenario teatral y reduciéndolo a un sencillo pero efectivo decorado que nos muestra un paisaje árido y desértico dominado por un enorme disco solar sobre el que se cernirá un eclipse. Reduciendo el decorado casi a una mínima expresión Belbel cede todo el protagonismo al texto y sobre todo a los actores. Y hay que decir que la fuerza, la potencia que destilan los diálogos de Racine exigían un elenco entregado capaz de recitar los versos de la obra no solo con convencimiento, sino con auténtica pasión. El resultado es indiscutible sobre todo gracias a la enorme presencia escénica que derrochan Mercedes Sampietro, Lluís Soler y muy especialmente una Emma Vilarasau que se confirma como un auténtico monstruo escénico, uno de los mayores con los que cuenta actualmente la escena teatral en nuestro país.

El resto del reparto lleva a cabo un trabajo más discreto, en parte debido a la menor entidad de los personajes de Aricia y Panope, y en parte debido a cierta sobreactuación del por otro lado entregadísimo Xavier Ripoll en el personaje de Hipólito. Por el contrario Jordi Banacolocha, que comienza la obra de forma más comedida, se crece en el último acto en el momento en que debe narrar la suerte de su señor Hipólito. Mercedes Sampietro es una actriz sobrada de recursos y logra aquí conferir todos los matices necesarios a un personaje sutil como es el de Eunone, manipuladora y al mismo tiempo servil, incitadora de la tragedia pero también volcada por completo en su amor a su señora. El personaje de Teseo tiene en esta obra un carácter más institucional, esposo y padre antes que amante, pero la siempre poderosa presencia de Lluís Soler logra arrancar del mismo matices insospechados.

Pero es sin lugar a duda el personaje de Fedra el que se lleva la parte del león en esta obra, y para Emma Vilarasau es un auténtico regalo. Personaje trágico, intenso y brutal que se debate entre la pasión incestuosa y la vergüenza, entre los celos y el deseo suicida. Fedra ama y odia al mismo tiempo de forma incontrolada, dominada por completo por emociones que no es capaz de reprimir. Emma Vilarasau en escena sufre, llora, ama y odia con un convencimiento y una entrega que pone los pelos de punta. Cuando dice con una absoluta vehemencia “t’estimo” a Hipólito lo hace de tal forma que el espectador no puede menos que sentir que ese amor es verdad. El rango de emociones (odio, desdén, celos, vergüenza, culpabilidad, patetismo, amor maternal, pulsión sexual…) y tan variado al mismo tiempo tan intenso que obliga a la actriz a hacer un auténtico tour de force interpretativo del cual sale exhausta pero absolutamente victoriosa, pues logra una interpretación de esas que permanecen para siempre en el recuerdo del espectador. La suya es una Fedra simplemente MÍTICA.

En definitiva una obra no solo recomendable sino imprescindible, por el texto de Racine, por la dirección de escena de Sergi Belbel, por el trabajo actoral y sobre todo por el placer de volver a gozar y vibrar de nuevo con el trabajo de Emma Vilarasau sobre las tablas.

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