El mundo literario ha proveído al cinematográfico de
historias y argumentos practicamente desde el nacimiento del 7º arte. Tratar de glosar
los libros que han sido adaptados a la pantalla grande es una tarea poco menos
que imposible, y en dicha glosa se incluirían los géneros y obras más dispares,
desde la Biblia a las obras de Stephen King, pasando por los dramas de
Shakespeare, las tragedias griegas, las fantasías de J.R.R. Tolkien, las
novelas de aventuras de Jules Verne o Rudyar Kipling, algunas obras
contemporáneas de escritores como Thomas Pynchon, Haruki Murakami o Paul Auster, e incluso algunos libros considerados ‘inadaptables’
de autores como James Joyce, Faulkner, Nabokov, Umberto Eco o William Borroughs.
Todo libro es apto, a priori, para ser trasladado a la gran
pantalla, y directores como Paul Thomas Anderson, Stanley Kubrick, David
Fincher o David Cronenberg han encontrado siempre la manera de aproximarse
visualmente a la letra impresa incluso en aquellos casos que muchos vaticinaban
estaban condenados al fracaso. Y si hay un tipo de libros que son terreno abonado
para ser traducidos en fotogramas son los llamados betsellers, y si no que se
lo digan a Stephen King o Ken Follet.
Generalmente los betsellers son los que garantizan casi
siempre una afluencia masiva de público a las salas de exhibición
cinematográfica, y son también los que van a sufrir de manera más evidente el
desprecio de la crítica especializada, movidos en muchos casos por tontos
prejuicios. Un betseller no tiene porqué ser necesariamente un mal libro, pero
aunque así fuese, ¿tiene que dar pie obligatoriamente a una mala película? Yo
creo que no. Es más: si el original literario es tan malo, eso da la
oportunidad al director y los guionistas del film a añadir elementos que al
menos aporten algún apunte de interés. Pero para apreciarlos el espectador
tiene que librarse de ciertos prejuicios y mantener una cierta mentalidad
abierta.
Hace algunos años, a raíz del estreno de “El código Da Vinci”
la crítica se despachó a gusto con el film de Ron Howard. No voy a defender el
libro de Dan Brown porque desde un punto de vista estrictamente literario es una
obra simple y de escaso valor, pero al menos hay que reconocerle a su autor el
haber sabido hilvanar con ingenio una teoría que no es tan original como parece
(pues toma prestados muchos elementos provenientes de evangelios y libros
apócrifos que, evidentemente, no son reconocidos por la iglesia oficial) pero
que está expuesta con cierta gracia. El problema, como libro, de “El código Da
Vinci” es que su autor invierte mucho tiempo en exponer una teoría tan inverosímil
como divertida (por el hecho de tomar elementos y símbolos reales y reinterpretarlos a
conveniencia, como, por ejemplo, la supuesta ‘rose line’ de la iglesia parisina
de Saint Sulpice), dedicando muy poco espacio al desarrollo de una trama que se
nos presenta de forma más bien poco elaborada. Vale, digamos que el libro es ‘malo’.
¿Eso hace ‘mala’ su adaptación cinematográfica? Ron Howard, su director, ni es
un virtuoso de la cámara ni un realizador dotado de una particular sensibilidad
o un estilo visual personal. No pasa de ser un correcto artesano. Pero a partir
de un material literario tan simple y básico como es el libro de Dan Brown, el
director de “Una mente maravillosa” compone un film entretenido, que no deslumbra
pero que tampoco molesta, que se deja ver con agrado gracias, por un lado, a un
cuidado diseño de producción que retrata con elegancia de tarjeta postal varios
escenarios de Paris o Londres, y por otro a un correcto trabajo actoral a los
que Howard logra comunicar su entusiasmo para arrancarles una interpretaciones
cuanto menos convincentes (Tom Hanks, Audrey Tatou, Ian McKellen, Alfred Molina
y Paul Bettany salen airosos de cualquier intento de crítica gracias a una
probada profesionalidad). Estamos de acuerdo en que “El código Da Vinci” no
pasará a la historia del 7º Arte, pero es un film correcto y que no merece la
campaña de descrédito vertida contra él por críticos que posiblemente ni
leyeron el libro ni vieron el film.
Un último ejemplo de adaptación de un betseller a la gran
pantalla lo tenemos en el estreno reciente de la película “50 sombras de Grey” a partir
de la novela de E. L. James. No he leído la novela (ni tengo interés en
hacerlo), así que no puedo juzgar el film en cuento a adaptación. Lo que sé de
dicha novela, a parte del hecho de que narra una historia de seducción entre un sofisticado
multimillonario y una ingenua estudiante de literatura a la que introduce en el
mundo de la sumisión y la dominación sexual (algo un poco más complejo que
limitarlo a una relación sado-masoquista), es que es un libro que ha sido leído
(y apreciado) mayormente por un público femenino que ya ha superado la
adolescencia hace tiempo. Me resulta curiosa la etiqueta utilizada por algunos libreros y editores para definir
el libro, la de ‘porno para mamás’, etiqueta simpática que además ha servido para
favorecer su difusión entre un determinado sector demográfico, incrementando
considerablemente las ventas del libro. Los comentarios que me han llegado
sobre el libro de E. L. James resaltan, como ocurría con el libro de Dan Brown,
su escaso valor literario y la simpleza de su trama. Partamos pues de que
tenemos delante un ‘mal’ libro. Me hago la misma pregunta: ¿eso hace que
automáticamente la película sea mala?
Desde su presentación en el último festival de Cannes buena
parte de la crítica especializada se ha lanzado a despacharla como un film
banal, tonto, simplista… Es curioso como esta vez la decepción que ha generado
entre cierto grupo de espectadores tiene una motivación inversa a la que a
mediados de los 80 generó el film de Adrian Lyne “9 semanas y media”. En
aquella ocasión la polémica venía servida por lo que se consideraba el alto
voltaje erótico de sus escenas. Visto hoy en día el film de Lyne resulta
bastante inocuo y su polémica incomprensible. “9 semanas y media” adolece de
una puesta en escena tan estilizada como vulgar, y su mayor logro erótico se
limita a verle los pechos a la doble de cuerpo que utilizó Kim Basinger. A la
postre se trata de un film naif que será mayormente recordado por el (sonrojante)
momento en que Kim Basinger baila a contraluz al ritmo de la canción “You can
leave you hat on” de Joe Cocker.
La polémica que ha despertado estas “50 sombras de Grey”
obedecen justamente a lo contrario, es decir: a la ausencia de un mayor
contenido erótico presente (se supone) en la novela original. La verdad es que
las escasas escenas de sexo del film resultan más bien ingenuas, filmadas con una pretendida estilización que
lejos de provocar lo que hacen es restarle punch visual a la escena, y dando
como resultado un film cuyo erotismo es más bien aséptico. Pese a todo el trabajo
de la directora, Sam Taylor-Wood, detrás de la cámara es correcto, carente de
personalidad, pero tampoco molesto. Es cierto que hay aspectos que podrían discutírseles
al film, pero estos (intuyo) están ya presentes en la novela original. Primero:
Grey es un personaje que ha orientado sus gustos sexuales hacia el mundo de la
dominación, el bondage y el sado-masoquismo; aunque buena parte de la sociedad ‘biempensante’
actual pueda interpretar dichas conductas como desviaciones de lo que se
considera una ‘relación sexual normal y sana’, yo creo que tenemos que mantener
una mentalidad más abierta y asumir que dichas conductas no son más que
apuestas personales por parte de individuos maduros, conscientes de sus actos
y que las asumen con responsabilidad. Podemos verlas como ‘atípicas’, si
tenemos en cuenta que no son prácticas mayoritarias, o incluso como ‘originales’,
pero no me parece correcto verlas como desviaciones o anormalidades. Por ese
motivo a mí me resulta un tanto molesto el hecho de que se insinúe en un
momento del film que Grey ha sufrido abusos en su infancia y que dichos abusos
son los que le han llevado a orientarse hacia una práctica sexual que el film
insiste en mostrarnos como ‘oscura’. Acepto que quieran mostrar el mundo de la
dominación como ‘exótico’, y por lo tanto seductor y fascinante, pero ¿es
necesario justificarlo aludiendo a experiencias traumáticas?
Otro elemento cuestionable en la trama es el hecho de que
Grey trata de seducir a Anastasia mostrándole un mundo de seducción y prácticas
sexuales que ella no conoce, pero en el fondo lo que el espectador intuye es
que lo que realmente atrae a la chica no es el bondage o el juego de sumisión/dominación, sino el modus vivendi
del multimillonario Christian Grey. Grey le regala un portátil Mac de última
generación, un deportivo de lujo, la saca a pasear en un helicóptero privado…
Lo que atrae a Anastasia no es el sexo sino el lujo. Hubiese sido mucho más
interesante si la autora del libro hubiese hecho de su Christian Grey un simple
obrero, despojando así la relación entre él y Anastasia de cualquier elemento superfluo,
centrándola pues únicamente en el elemento sexual. No cuestiono la película por
mantenerse fiel a la novela, sino a la novela por no haber arriesgado más. En
el fondo lo que acaba proponiendo la novela de E. L. James no es sino una
puesta al día de “Pretty Woman”, con menos humor pero con más sexo.
La directora del film declaró desde un inicio que su
intención no era ni mucho menos rodar “La vida de Adele”, dejando claro que no
iba a ver desnudos frontales ni escenas de sexo demasiado explícito, pero la
forma en como rueda los momento eróticos,
esquivando torpemente el mostrar más de lo que la ‘decencia’ permite,
redunda en la asepsia general del film. Si uno asume que estamos ante un film
romántico antes de que ante uno erótico, entonces este se deja ver con agrado,
pero aquellos espectadores que busquen algo más de carne se verán
considerablemente decepcionados. Y es que nadie pedía que se filmase un film
softcore, pero algo más de piel y algo más de intención no hubiesen perjudicado
la película. Sorprende incluso como el compositor Danny Elfman, usualmente
ligado a la filmografía de Tim Burton y que lleva unos años de franca
decadencia creativa, nos ofrece una partitura anodina y harto convencional,
carente por completo de la sensualidad que demandaba el film, aunque también es
cierto que el abuso de canciones supuestamente sensuales (de las que ninguna
destaca por mucho que estén presentes los nombres de Annie Lennox, Beyoncé, Sia
o Jessie Goulding), dejan poco margen a Elfman para desarrollar una partitura
con más entidad.
Quizás el elemento más dispar del fil se encuentre en el
trabajo actoral. Toda la película gira en torno a los dos protagonistas, de
manera que el resto de secundarios quedan reducidos a una presencia meramente
anecdótica en la mayoría de los casos. Pero en este film contrasta enormemente
la entrega de Dakota Johnson dando vida a la ingenua Anastasia Steel con la
evidente desgana con que Jamie Dornan aborda el papel de Christian Grey. A Grey
se le describe en un momento determinado como intenso e intimidante, y
presupone que tiene que ser un tipo seductor, seguro de sí mismo, un punto
arrogante y hasta cierto punto amenazador. Lo que exigía este papel es un actor
carismático, y el carisma que destila Dorman, modelo de Calvin Klein reciclado
a actor y que ha intervenido en papeles secundarios en series como “Érase una vez”
o “The Fall”, es nulo. Su expresión de niño bueno no juega para nada a su favor
y su falta de tablas le limita considerablemente a la hora de extraer matices a
su personaje. Algunos de los diálogos del film resultan considerablemente afectados,
y sin un actor capaz de dotar esas frases de un mínimo de intensidad para
hacerlas creíbles, es inevitable que suenen un tanto ridículas. El problema de
Dorman es que carece por completo de intensidad y actúa, se mueve y recita sus
diálogos de manera automática, sin ganas. Supongo que el actor vio en el papel
una catapulta a la fama que le abriría las puertas a otro tipo de producciones
en la gran pantalla, pero ¿por qué aceptar un papel de alto contenido erótico
imponiendo una clausula en un contrato que te protege de mostrar más de lo que
tu pudor te permite?
Posiblemente Dakota Johnson también haya asumido su papel de
Anastasia como un trampolín, pero al menos se ha entregado a él por completo y
su interpretación es lo mejor y lo más sincero que nos ofrece este film. Al
margen de mostrar, no sin cierto recato, su cuerpo, es en los gestos y
expresiones de chica ingenua, temerosa e inexperta donde Dakota se muestra más
convincente.
“50 sombras de Grey” es
un film que tiene muy claro a qué tipo de público va dirigido, y
consciente de ello suaviza intencionadamente el contenido sexual de la novela
en la que se inspira. No sería erróneo asumir que tanto su directora como su
pareja protagonista se hayan planteado su participación en él como una mera
plataforma para darse a conocer, pero al menos es de agradecer que lo hayan
hecho con cierta profesionalidad. Al igual que comentaba más arriba a propósito
de “El código Da Vinci”, estas “50 sombras de Grey” no pasarán a la historia de
7º arte, pero no es una película tan mala como algunos críticos y comentaristas
insisten en hacernos ver.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La convicción con que
Dakota Johnson se enfrenta a su papel. ¿Lo peor? La insulsez con que Jamie
Dorman afronta el suyo.
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