jueves, 7 de enero de 2016

TRONO DE SANGRE


¿Cuántas de las obras de William Shakesperare han sido adaptadas al cine? Sería más fácil y rápido responder a la pregunta de cuántas NO han sido adaptadas, ya que si tenemos en cuenta adaptaciones apócrifas como “West Side Story” (Robert Wise, 1961) o “Planeta prohibido” (Fred M. Wilcox, 1956), o films basados en la figura del escritor o en el proceso de adaptación de sus obras, como “Shakespeare enamorado” (John Madden, 1998) o “Looking for Richard” (Al Pacino, 1996), podemos comprobar cómo se han llegado a producir unas 250 películas basados en textos del bardo de Avon, siendo “Hamlet” la obra más veces llevada a la pantalla, con 61 adaptaciones cinematográficas y otras 21 televisivas. De las 11 tragedias escrita por Shakespeare al menos 9 han sido adaptadas al cine, mientras que de sus comedias al menos la mitad cuenta con una adaptación, y una cifra similar es aplicable a sus obras históricas. La influencia del dramaturgo inglés en el séptimo arte es, pues, más que notable.

Si hacemos un repaso de sus adaptaciones más notorias nos podemos encontrar con títulos como:

- “La fierecilla domada” (1929), protagonizada por Douglas Fairbanks y Mary Pickford.
- “El sueño de una noche de verano” (1935). Dirigida por Max Reinhardt y William Dieterle.
- “Enrique V” (1945), dirigida por Laurence Olivier.
- “Macbeth” (1948), dirigida por Orson Welles.
- “Hamlet” (1948), dirigida por Laurence Olivier.
- “Otelo” (1952), dirigida por Orson Welles.
- “Julio César” (1953), dirigida por Joseph L. Mankiewicz.
- “Ricardo III” (1955), dirigida por Laurence Olivier.
- “Trono de sangre” (1957, adaptación de “Macbeth”), dirigida por Akira Kurosawa.
- “Campanadas a medianoche” (1965), basada en varias obras, especialmente Enrique IV, y dirigida por Orson Welles.
- “La fierecilla domada” (1967), protagonizada por Elizabeth Taylor y Richard Burton, y dirigida por Franco Zeffirelli.
- “Romeo y Julieta” (1968), dirigida por Franco Zeffirelli.
- “Macbeth” (1971), dirigida por Roman Polański.
- “Ran” (1985, adaptación de “El rey Lear”), dirigida por Akira Kurosawa.
- “Enrique V” (1989), dirigida por Kenneth Branagh.
- “Hamlet” (1990), con Mel Gibson y Glenn Close, y dirigida por Franco Zeffirelli.
- “Los libros de Próspero” (1991, basada en “La tempestad”), dirigida por Peter Greenaway.
- “Mucho ruido y pocas nueces” (1993), dirigida por Kenneth Branagh.
- “Richard III” (1995), dirigida por Richard Loncraine.
- “Romeo + Juliet” (1996), con Leonardo Di Caprio y Claire Danes, y dirigida por Baz Luhrman.
- “Hamlet” (1996), con Kenneth Branagh, Richard Attenborough, Judi Dench, Billy Crystal y Kate Winslet, dirigida por Kenneth Branagh.
- “El sueño de una noche de verano” (1999), con Calista Flockhart y Michelle Pfeiffer, dirigida por Michael Hoffman.
- “Titus” (1999, basada en Tito Andrónico), con Anthony Hopkins y Jessica Lange, dirigida por Julie Taymor.
- “Trabajos de amor perdidos” (2000), dirigida por Kenneth Branagh.
- “El Mercader de Venecia” (2004), dirigida por Michael Radford.
- “Coriolanus” (2011) , dirigida por Ralph Fiennes.
- “Mucho ruido y pocas nueces” (2012), dirigida por Joss Wedon.

La mayoría de las tragedias de Shakespeare suelen describir a un protagonista, que normalmente es un individuo admirable pero imperfecto, lo cual despierta la empatía del público, que cae desde la cumbre de la gracia o el éxito y termina muriendo junto a una ajustada proporción del resto de personajes. Sus obras ejemplifican el sentido de que los seres humanos, que tienen libre albedrío y por lo tanto capacidad para ejercer el bien y el mal, son inevitablemente desdichados a causa de sus propios errores. Los héroes shakesperianos pueden degradarse o redimirse por sus actos, pero en sus tragedias el autor termina por conducirlos a su inevitable perdición. Incluso en el ejercicio de sus virtudes, bien sea por la naturaleza del destino, bien por la condición del hombre para ‘sufrir, caer y morir’, estos individuos están condenados a un final necesariamente infeliz.

La tragedia de “Macbeth” es sobradamente conocida, y nos narra la historia de Macbeth, barón escocés que goza del favor de su rey gracias a su probada lealtad y sus victorias en el campo de batalla; Macbeth recibe la visita de las ‘hermanas fatídicas’, las cuales le profetizan que un día llegará a ser rey de Escocia. Queriendo ver cumplida la profecía y aleccionado por su esposa, Macbeth traicionará y asesinará a su rey para usurpar el trono, para finalmente ser destronado por uno de sus antiguos vasallos, leal al heredero legítimo del antiguo rey, el cual terminará por dar muerte a Macbeth. Así pues, la obra de Shakespeare versa sobre la ambición desmedida por un lado, y como ésta puede conducir a la ruina, y sobre el remordimiento y sentimiento de culpa por otro, que lleva al propio Macbeth a la locura.

Las anteriores adaptaciones de Orson Welles, Akira Kurowawa o Roman Polanski bien podrían considerarse ejemplares, y a ellas vendría a sumarse ahora una nueva adaptación dirigida por Justin Kurzel, y con Michael Fassbender y Marion Cotillard en los respectivos papeles de Macbeth y su esposa, Lady Macbeth. “Macbeth” es sin duda una de las tragedias más potentes de su autor, una de sus obras más crudas, con diálogos tan poderosos como aquel en que Lady Macbeth confiesa que sería capaz de arrancar a su hijo de su pecho mientras éste aún mama, y estrellar su cabeza contra el suelo, por ver cumplidas las ambiciones de su amado esposo. Welles, Kurosawa y Polanski entendieron a la perfección la dimensión trágica y el carácter sombrío de la obra, dando lugar a obras que destacan tanto por su oscuridad como por su tono sobrenatural. Ahora Justin Kurzel ahonda más si cabe en esa ambientación fantasmagórica, cubriendo todo el metraje en brumas o envolviéndolo en luces tenues. Incluso a aquellos personajes más adscritos a los aspectos fantásticos del relato, como son las hermanas fatídicas, que bien podrían representar a las deidades del destino de la mitología celta (Blowed, Cerridwen y Morrigan), les otorga una imagen inquietante, casi irreal. Los elementos fantasmagóricos suelen estar presentes en buena parte de la obra shakesperiana, como en el caso de “Hamlet”, y también aparecen en “Macbeth” en la forma de Banquo, el amigo de Macbeth, después de que este último le haya dado muerte. Sin embargo, Kurzel prefiere jugar con la sugerencia, sin cargar demasiado las tintas en los elementos fantásticos presentes en el relato; así pues, al contrario que las proféticas ‘hermanas fatídicas’, al ‘fantasma’ de Banquo prefiere presentarlo como un producto de la imaginación del protagonista.

Cuando se adapta un texto teatral se corre siempre el riesgo de incurrir en lo que se llama ‘teatro filmad’, resultando a veces en una puesta en escena estática y plana. Kurzel sortea hábilmente ese peligro haciendo uso de varios recursos. Por un lado ha rodado su film en paisajes y escenarios naturales, rehuyendo los falsos decorados, y por lo tanto evitando cualquier tipo de artificio escénico, lo que otorga a la película un mayor verismo, una mayor sensación de realidad. Al mismo tiempo pone un extremo cuidado en la puesta en escena, claramente cinematográfica, haciendo que su mano detrás de las cámaras se note; abundan en el film los encuadres rebuscados, los ralentíes, los movimientos de cámara enfáticos, los montajes elaborados de algunas escenas… El director desea poner de manifiesto que lo que está ofreciendo al espectador es ante todo una obra de cine, no simplemente la adaptación de un texto teatral. Ese mismo preciosismo formal se hace extensible al trabajo de fotografía, donde predominan los claroscuros, la iluminación fuertemente contrastada, los efectos cromáticos de potente dramatismo… Quizás en algunas ocasiones tanta filigrana visual resulta un tanto apabullante, pero qué duda cabe que logra escenas de sobrecogedora belleza, como la batalla inicial que abre el film o el enfrentamiento final de Macbeth y McDuff, iluminados ambos por el fuego de un bosque incendiado. Sin embargo, a pesar de ese citado preciosismo visual, lo que busca reflejar su director es la violencia y la crudeza que encierra la obra, y ello lo traduce en imágenes que intentan reflejar la fisicidad del entorno (los rostros de los protagonistas siempre aparecen sucios, cubiertos de polvo, sangre o mugre; las escenas de interior siempre están iluminadas con tonos contrastados pero al mismo tiempo de baja intensidad, creando un ambiente fantasmagórico), consiguiendo así un raro equilibrio entre feísmo y belleza formal: lo que nos muestran las imágenes siempre es feo, sucio, crudo, violento… pero lo hacen con una rara belleza, inquietante y sobrecogedora.

Es obvio que Justen Kurzel busca otorgar una cierta fisicidad a las imágenes, y esa intención se hace extensible al espléndido trabajo actoral del film. Michael Fassbender parece haber nacido para interpretar a Macbeth. La suya es una interpretación de tal intensidad que traspasa la pantalla, y lo más curioso es que lo logra desde la contención y alejándose de cualquier tipo de histrionismo. Siendo como es Macbeth un personaje violento, cabría esperar una interpretación desmedida, más vehemente, en la línea, por ejemplo, de la de Orson Welles o el Toshiro Mifune de “Trono de sangre”. Pero Fassbender se aleja de esos trabajos interpretativos y sin necesidad de renunciar a la expresión corporal, y sin que ello rebaje la intensidad de su interpretación, opta un hacer un trabajo actoral más controlado y al mismo tiempo más sensual (fijarse, por ejemplo, en cómo reacciona en el momento en que uno sus súbditos le confiesa que no ha podido matar la hijo de Banquo); Fassbender prefiere susurrar antes que gritar y con ello logra se su trabajo sea en cierto modo más inquietante, pues refleja a la perfección las dudas iniciales del personaje, su lucha interna entre su ambición personal y la lealtad debida a su soberano, y, en última instancia, su locura y su paranoia, fruto del remordimiento que le consume. Y si Michael Fassbender está sencillamente espléndido, no lo está menos Marion Cotillard. La actriz francesa recita los textos del bardo de Avon con un convencimiento absoluto; su Lady Macbeth es sibilina, ambiciosa y altiva, y el momento en que recita el famoso diálogo en que confiesa que por su marido se arrancaría del pecho el niño que aún mama, y que nos muestra de una manera clara la fortaleza de esta mujer, es absolutamente terrorífico; como sobrecogedor es el momento en que Cotillard recita el último monólogo de Lady Macbeth en la obra, cuando la fortaleza cede paso a la fragilidad, y ella confiesa que no puede limpiarse las manchas de sangre (imaginarias) que tiñen sus manos. Es increíble la cantidad de emociones que esta actriz es capaz de comunicar solo con la mirada. Por separado, la actriz francesa y el actor irlandés de origen alemán, realizan un trabajo actoral de primera magnitud, pero juntos las suyas son interpretaciones que echan chispas, pues la química entre ambos traspasa la pantalla. Pero si Fassbender y Cotillard, protagonistas principales, están grandiosos, no sería justo no recocer el trabajo de otro de los actores, Sean Harris, que da vida a McDuff, quien terminará al final con la vida de Macbeth. Harris es uno de esos actores de rostro duro y difícil, condenado a papeles secundarios o de villano, pero que ante un buen papel puede convertirse en un auténtico robaescenas. Harris realiza aquí una interpretación enérgica, potente, de marcada fisicidad, y que, si no fuese porque tiene ante él a dos auténticos monstruos interpretativos como Fassbender y Cotillard, bien podría haberse erigido en lo más destacado de la función.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Fassbender y Cotillard, dos actores nacidos para entenderse y que uno le gustaría ver con más frecuencia juntos en pantalla. ¿Lo peor? El aspecto visual del film es francamente sugerente, pero a veces se impone en exceso al texto de la obra hasta el punto de llegar a saturar los sentidos del espectador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario