lunes, 4 de enero de 2016

MUJERES (NO TAN) DESESPERADAS


David O. Russell comenzó su carrera con la promesa de convertirse en uno de los enfant terribles del moderno cine norteamericano. Su largometraje “3 reyes” (1999), que continúa siendo el más valorado por la prensa especializada debido tanto a su inventiva visual como a su carga política, auguraba una trayectoria con cierta tendencia a la subversión, sin embargo la carrera del director ha transitado por terrenos más bien cómodos, obteniendo su mayor éxito comercial con “El luchador” (2010), por la cual obtendría su primera candidatura al Oscar al mejor director y que además aportaría a Christian Bale un Oscar al mejor actor secundario. A este film le seguirán “Silver linings playbook” (2012, estrenada en nuestro país con el título de “El lado bueno de las cosas”) que reunirá por primera vez a la pareja Bradley Cooper y Jennifer Lawrence, asociación que ser revelará todo un acierto gracias a la indudable química entre ambos. Jennifer Lawrence, protagonista de la exitosa saga de “Los juegos del hambre”, ganará el Oscar a la mejor actriz principal por dicho film. En 2013 estrena “La gran estafa americana” (“American hustle” en su título original), consiguiendo que sus 4 protagonistas principales sean nominados al Oscar (Christian Bale y Amy Adams como actores principales, y Bradley Cooper y Jennifer Lawrence como secundarios). Ahora David O. Russell vuelve a reunir a Jennifer Lawrence y Bradley Cooper de nuevo, y repite también con Robert de Niro (los 3 habían coincidido en “El lado bueno de las cosas”) en su último film: “Joy”, que se estrenará este mes de enero en nuestro país.

Hace tiempo que Russell parece haber renunciado a un tipo de cine más combativo. La carga política presente en “3 Reyes”, o incluso la extravagancia formal de “I heart huckabees” (2004), han dado paso a una forma más acomodaticia de hacer cine, que apuesta más por la comedia agridulce, y que, si bien no renuncia a la inventiva visual, se desenvuelve por terrenos menos arriesgados y más del gusto de un público mayoritario, que es el que ha recibido con júbilo sus últimos proyectos cinematográficos. No quiero decir con esto que films como “El luchador”, “El lado bueno de las cosas” o “La gran estafa americana” me parezcan malos films o apuestas cobardes, al contrario: son películas sumamente entretenidas, narradas con competencia y de forma elegante. Son films capaces de llegar a un público mayoritario, en absoluto complacientes, pero que apuestan por mostrar la cara más amable del ser humano intentando hacer las menos concesiones necesarias. Hay una cosa que no se le puede negar a David O. Russell: es un excelente director de actores y logra con ellos una química envidiable que se transmite en pantalla. Su química con Jennifer Lawrence especialmente, es más que notable, y la logrado de ella algunas de las mejores interpretaciones de la carrera de la actriz, Oscar incluido. En ese sentido “Joy” no es ninguna excepción, y demuestra de nuevo que la actriz es capaz de llevar ella sola el peso de un película, pues a pesar del buen hacer de los actores que la rodean (de nuevo su partenaire Bradley Cooper, un comedido Robert de Niro, una entrañable y felizmente recuperada Dianne Ladd, un convincente Edgard Ramirez y unas jocosas Isabella Rossellini y Virginia  Madsen), Lawrence acapara la mayoría de planos y secuencias del film, algo de lo que yo al menos no pienso quejarme.

“Joy” es un film agradable, simpático, que bascula entre la comedia y el drama, pero evitando tanto la crítica social como los tremendismos argumentales. La película nos cuenta la historia de Joy, una mujer divorciada que trabaja duramente para mantener a sus hijos, a su madre (constantemente enganchada a las telenovelas y con miedo a abandonar su habitación e incluso su cama) y su abuela, y de paso echar una mano a su padre, que dirige con la ayuda de la hermanastra de Joy un taller de reparación de automóviles, y su exmarido, con quién mantiene una buena relación de amistad y al que permite vivir en el sótano de su casa. Tan solo su abuela el animará a hacer uso de su inventiva y su talento emprendedor, así que cuando su padre conoce a una viuda rica, conseguirá que éste le preste el dinero necesario para sacar adelante una nueva patente de fregona auto-exprimible y reciclable. Finalmente logrará poner a la venta su nueva fregona revolucionaria en una cadena televisiva de teletienda, cosechando un sorprendente éxito. Sin embargo, los problemas no harán sino más que comenzar, debido a su propia inexperiencia en los negocios y a las injerencias de su propio padre, madrastra y hermanastra, que se niegan a verla como una mujer independiente y autosuficiente.

“Joy” revive para las pantallas el clásico sueño americano del ‘self made man’, o en este caso de la ‘self mado woman’, y no se puede negar que encierra una cierta reivindicación feminista. No podemos obviar el hecho de que la Joy del título es un personaje real, una mujer que hizo una fortuna comercializando algunas de sus patentes y ayudando a otros hombres y sobre todo mujeres a comercializar sus inventos. Aunque el film se basa en hechos reales, muestra siempre la cara más amable de los mismos, evitando las asperezas del relato. En este sentido pasa muy de puntillas por la relación que mantiene Joy con su padre y madrastra por un lado, que menosprecian e infravaloran su talento y su espíritu emprendedor, dando a entender que es una mujer incapaz, y por otro lado con su envidiosa y arribista hermana. El espectador adivina que ahí hay otra historia, quizás más cruda, pero David O. Russell nos la escatima para ofrecernos el retrato de una clásica heroína americana, papel que a Jennifer Lawrence le viene al dedo y que defiende con absoluta convicción. El resultado es, como decía, un film amable pero al que le falta mordiente, aunque también hay que reconocer que el espléndido trabajo interpretativo de todos sus actores, y muy especialmente la inventiva visual de la que en ocasiones hace gala su director, aportan elementos de interés y otorgan a la película un mayor empaque. Yo destacaría muy especialmente las hilarantes secuencias en que Russell reconstruye algunas secuencias de las teleseries a las que es adicta la madre de Joy (Virgina Madsen), y que evocan de manera inequívoca a clásicos televisivos como “Dallas”, “Dinastia” o “Falcon Crest” (la impostura de los actores y los looks horteras que lucen provocarán a buen seguro más de una carcajada).

Esos insertos, además de actuar como revulsivo cómico, también aportan algunos de los apuntes más irónicos del relato y actúan a modo de metáfora: la madre de Joy es una adicta a dichos seriales y trata de vivir a través de ellos una vida que está fuera de su alcance; ella fue abandonada por su marido y aún no ha sido capaz de superar esa separación, depende económicamente de su hija, es incapaz de mantener ningún tipo de relación social y siente aprensión al contacto humano, especialmente si proviene de un hombre, lo que la lleva a malvivir postrada casi permanentemente en una cama y enganchada al televisor. Joy observa a su madre como una advertencia de lo que podría llegar a convertirse y, aleccionada por su abuela, la única capaz de ver que Joy está destina a grandes cosas, luchará por evitar lo que parece un destino prefijado y que, condicionado por su condición de mujer, trata de relegarla a su papel de madre, esposa y ama de casa. Su lucha personal la llevará a demostrar que puede dirigir un negocio próspero y a la vez gestionar un hogar y mantener una familia. El papel sumiso de la madre de Joy contrasta con el más resolutivo de la viuda rica que conoce su padre, pues esta última disfruta de una cierta posición económica y social, quizás la misma a la que le gustaría aspirar la madre de Joy, pero es una posición que no se ha ganado, pues la ha heredado de su difunto marido. Russell no escatima dosis de ironía al ofrecernos el retrato de ambas mujeres, entre sarcástico y patético, pues son todo lo opuesto a lo que Joy aspira a llegar. Russell reserva tanto a Virginia Madsen como a Isabella Rossellini, ambas espléndidas, el dibujo de personajes más extravagante y cómico.

Es cierto que en este último film de David O. Russell hay una clara defensa de la mujer emprendedora, y por lo tanto un inevitable posicionamiento feminista, pero dicho posicionamiento lo hace desde una óptica claramente conservadora, muy del gusto de la mayoría de la sociedad norteamericana bienpensante, pues Joy acaba triunfando en los negocios, es cierto, pero lo hace con el doble objetivo de la realización personal (que sería el punto de vista más progresista) y también de la defensa del núcleo familiar (que sería el aspecto más conservador). Son escasos los riesgos que desde un punto de vista argumental o temático asume la película, y éstos los deja Russell para el aspecto formal del film, llegando incluso a hacer un uso un tanto tramposo de la narración en off, reservada a la abuela de Joy, por motivos que no puedo desvelar sin incurrir en un spoiler.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Una entregadísima Jennifer Lawrence, capaz de demostrar que más allá del éxito de blockbusters para públicos adolescentes es una de las mejores actrices de su generación. ¿Lo peor? El tono autocomplaciente del conjunto, al que le falta mordiente y busca agradar a todo el mundo.

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