Este blog empezó siendo una especie de diario personal. Luego empecé a hablar comics, de teatro, de literatura fantástica, y sobretodo de cine, mucho cine. Al final se ha acabo convirtiendo en un compendio de reseñas y "estudios" de temas diversos, casi siempre relacionados con el 7º ARTE
domingo, 24 de enero de 2016
EN LA LISTA NEGRA
En 1956 un guionista desconocido llamado Robert Rich ganó el Oscar al mejor guión original por "El Bravo", una pequeña película dirigida por Irving Rapper que narraba la relación entre un niño mexicano y su toro de lidia. Robert Rich no era más que un pseudónimo que utilizó entonces Dalton Trumbo, vetado en aquella época por la industria de Hollywood debido a su afiliación al partido comunista americano, para poder continuar trabajando en aquello que mejor se le daba: escribir guiones de cine. Ya anteriormente su amigo y colega Ian McLellan aceptó firmar con su nombre otro libreto de Trumbo que también ganaría el Oscar al mejor guión, nada menos que el de "Vacaciones en Roma", preciosa comedia dirigida por William Wyler e interpretada por Audrey Hepburn y Gregory Peck. No sería hasta 1975, un año antes de su muerte, que la Academia de Hollywood le reconocería como legítimo ganadore de la estatuilla por "El bravo", mientras que el reconocimiento por "Vacaiones en Roma" no se oficializaría hasta el año 1983 a título póstumo.
Dalton Trumbo nació en Colorado en el año 1905. En 1939 ganó el Premio Nacional del Libro por su novela "Johnny cogió su fusil", crudo alegato pacifista que surgió de la impresión que le transmitió la imagen de un soldado desfigurado en la 1ª Guerra Mundial, y que el propio Trumbo adaptaría para el cien en 1971, interpretada en su rol principal por Timothy Bottoms y dirigida por el propio escritor.
Su afiliación al partido comunista le convirtió en blanco de la viperina prosa de la célebre columnista y cronista de sociedad Hedda Hoper, que emprendió una cruzada personal contra Trumbo respaldada por el Comité de Actividades Antiestadounidenses de John Parnell Thomas. Tras verse obligado a declarar delante de dicho comité Trumbo fué encarcelado durante 11 meses y después condenado al ostracismo por la industria hollywodense, lo que le obligó a trabajar en producciones menores y bajo pseudónimo para poder sobrevivir y mantener a su familia. Dalton Trumbo formaría parte de los 'Diez de Hollywood' una tristemente famosa lista de negra de la que también formaría parte el director de cine Edward Dmytryck, lista bautizada así por la prensa americana para designar a un grupo de personas relacionadas con la industria del cina, y que fueron acusados de obstrucción a las labores del Congreso de los EEUU durante la no menos infame 'caza de brujas' emprendida por el senador McCarthy para investigar una supuesta infiltración comunista en la sociedad americana durante la guerra fría.
Pese a ser una medida impopular, la caza de brujas en Hollywood obtuvo el respaldo de los principales estudios cinematográficos americanos, temerosos de que la influencia del Comité de Actividades Antiamericanas pudiesen perjudicarles. Actores como John Wayne o Robert Taylor la apoyaron abiertamente. Otros como Edward G. Robinson se vieron obligados a denunciar a sus compañeros por miedo a no ser contratados. Pero también hubo otros como Gregory Peck o Lucille Ball que hicieron declaraciones contrarias a dicha lista negra, e incluso fué célebre la marcha encabezada por Humprey Bogart, Lauren Bacall y Danny Kaye para manifestarse en contra de la caza de brujas emprendida por McCarthy.
Pese a todo continuó luchando para defender la libertad de expresión en su país, y su encarcelamiento y persecución no hizo sino reafirmarle en sus ideas, ejerciendo una fuerte inflencia en sus guiones. Una vez se destapó que el era el verdadero nombre tras los guiones de "Vacaciones en Roma" y "El Bravo", Otto Preminger no dudó en anunciar que él iba a ser el encargado en adaptar el célebre libro de Leon Uris "Exodo", película que el director aleman acabaría dirigiendo en 1960 con Paul Newman de protagonista, y que narra la fundación del moderno estado de Israel en 1947. La obra tiene un marcado caracter político y defiende abiertamente el derecho del pueblo judio a un estado propio.
Durante la escritura de "Exodo", Dalton Trumbo también estaba inmerso en la reescritura del guión de "Espartaco" (1960), film producido e interpretado por Kirk Douglas, que requirió personalmente los servicios de Trumbo, y acabaría siendo dirigido por Stanley Kubrick tras el despido de Anthony Mann (si el propio Douglas metió o no mano en la dirección final, sería tema para otro artículo). Trumbo también enfocó la historia del esclavo que hizo tambalear al imperio romano como una encendida defensa de la libertad individual, haciendo del memorable lema "Yo soy Espartaco" toda una declaración de principios. El éxito del film, que fué premiado con 4 Oscars y que además obtuvo un cierto respaldo por parte del propio presidente Kennedy, contribuyó al reconocimiento de Trumbo y al fin de la lista negra de Hollywood.
En 1973 Dalton Trumbo firmaría el guión de otro film célebre, "Papillon", dirigida por Franklin J. Schaffner e interpretado por Steve McQueen y Dutin Hoffman, film que muestra la persistencia por alcanzar la libertad de un condenado a cadena perpetua por un crimen que afirma no haber cometido. Es obvio que el argumento le sirvió a Trumbo para denunciar y condenar la propia injusta persecución a la que se vió sometido durante el Macarthismo.
La recreación de los acontecimientos que rodearon la persecución a la que se vio sometido Dalton Trumbo por sus supuestas actividades antiamericanas llega ahora a nuestras pantallas en un film dirigido por Jay Roach (director de comedias como "Lo padres de ella" o "Austin Powers") a partir del libro homónimo de Bruce Cook. Este cambio de registro por parte de Roach es sorprendente y el resultado es meritorio, tanto que "Trumbo" es una de las finalistas de este año a mejor película, si bien ni su director ni su guionistas han sido reconocidos, lo cual no deja de resultar incongruente.
Quién sí ha obtenido el reconocimiento unánime es su protagonista, un pletórico Bryan Cranston, absolutamente entregado a su papel y que hace una prodigiosa recreación de los gestos y poses del afamado escritor y guionista. Habiendo visto ya las interpretaciones de los 5 actores nominados (además de Cranston están Michael Fassbender, Leonardo DiCaprio, Eddie Redmayne y Matt Damon), no tengo ningún problema en afirmar que, si hay justicia, el Oscar al mejor actor debería llevarselo este año el protagonista de "Breakin Bad". En cualquier caso sería injusto no reconocer la labor del resto de sus compañeros de reparto, y ahí están una elegante (como siempre) Diane Lane como la esposa de Trumbo, un carismático John Goodman interpretando al productor Frank King, una exquisitamente viperina Helen Mirren dando vida a la odiosa Hedda Hoper, o un sorprendente Michael Stuhlbarg transformado en Edward G. Robinson.
El riesgo asumido por Roach para plasmar el libro de Bruce Cook es encomiable. Si bien su labor de dirección es más bien discreta, acaba resultando más que correcta y destaca especialmente en aquellos momentos en que hace uso de imágenes reales de archivo o recrea otras de la época respectando el formato cuadrado de las televisiones de aquel momento. Roach juega habilmente con los formatos y con la recreaciones de la época haciendo, por ejemplo, que las algunas escenas de "Espartaco" recreadas en el film y en las cuales el actor neozelandes Dean O'Gorman da vida a Kirk Doubles, apenas se noten entre las escenas reales de archivo. El cuidado que pone Roach en algunos momentos se hace particularmente evidente en dos escenas: una, la primera comparecencia de Trumbo ante el comité dirigido por John Parnell, en la cual la escena se inicia en blanco y negro y formato cuadrado, recreando la imagen y textura de los televisores de aquella época, para luego abrir lentamente el formato e introducir poco a poco el color. La otra escena es durante el estreno de "Espartaco" al que acude Dalton Trumbo: cuando Trumbo ve por primera vez en mucho tiempo su nombre impreso en una pantalla de cine durante los míticos créditos iniciales del film, se introduce un primerísimo primer plano de parte de rostro de Trumbo, en el que los créditos de la película en el momento en que aparece su nombre se reflejan en sus gafas y da la impresión de que está a punto de soltar una lágrima; todo el encuandre evoca inequívocamente al trabajo del mítico Saul Bass, autor precisamente de los títulos de crédito de "Espartaco".
Al margen del incuestionable trabajo actoral y del cuidado puesto en la recreación de la época, el aspecto más interesante de este film de Jay Roach reside precisamente en el fascinante retrato de un hombre que luchó siempre por defender la libertad de expresión de todos los individuos. En los tiempos que vivimos, en los que los medios de comunicación tergiversan, retuercen y manipulan la información en aras de intereses políticos que tan solo buscan favorecer determinados idearios y a la vez ahogar y enmudecer el ejercicio de la libre expresión, el discurso que nos expone "Trumbo" no puede ser más vigente.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Bryan Cranston, sin duda, absolutamente entregado a su papel. ¿Lo peor? Nada en particular. Quizás "Trumbo" no sea una obra maestra, pero tampoco lo pretende.
martes, 19 de enero de 2016
LAS CHICAS SÍ LLORAN
La de Lili Elbe, primer transexual en someterse a una operación de cambio de sexo en 1930, bien podría ser una de esas historias que hubiesen dado pie a una gran película... de haber caído en unas manos más capaces que las de Tom Hooper, firmante entre otras de "El discurso del rey" (2010) y "Los miserables" (2012).
Nacido como Einar Wegener, gozó de un cierto reconocimento como ilustrador en el Copenhage de los años 20. Se casó con Gerda Wegener en 1904, ejerciendo ambos como ilustradores: Einar como pintor paisajista y Gerda ilustradora de libros y revistas de moda. Aparentemente, Einar comenzó a trasvestirse mientras modelaba para su mujer, cuando éste le pidió que posase sustituyendo las piernas de una de las modelos con las que trabajaba. Gerda se hizo muy popular con los retratos de Einar vestido de mujer, y en 1913 se descubrió que dicha mujer era en realidad su marido. Einar comenzó entonces a trasvestirse con más frecuncia y hacer escapadas bajo la identidad de Lili, conocida por su círculo de amigos más intimo.
En 1930 viajó a Alemani para someterse una radical operación de cirugía experimental, mediante la cual le extirparían los genitales masculines. En un periodo de 2 años se sometió a 5 operaciones que consistían en el trasplante de unos ovarios y un útero femenino, destinados a permitir que Lili fuese madre. Esta operaciones no solo resultaron en un fracaso, sino que las graves complicaciones de las mismas provocaron en última instancia la muerte de Lili Elbe en 1931 a la edad de 50 años. El film obvia algunos de los estudios que se hicieron tras la cirugía, en los cuales se encontraron evidéncias de órganos masculinos y femeninos en el cuerpo de Lili, así como una cantidad considerable de hormonas femeninas en su sangre, por lo que Lili Elbe podría definirse como intersexual.
Así pués este último film de Tom Hooper, "La chica danesa", suaviza muchos de los aspectos del proceso de transformación experimentado por Lili Elbe. Tampoco menciona que en el momento de su cirugia, Lili ya sera una sensación en los periódicos daneses y alemans, que el Rey de Dinamarca llegó a invalidar el matrimonio de los Wegeners 1930, que Wegener obtuvo legalmente el cambio de sexo y nombre, obteniendo un pasaporte con el nombre de Lili Elbe, que Gerda se volvería a casar poco después con un diplomático italiano y se mudaría a Marruecos, donde tendría conocimiento de la muerte de Lili. Gerda se refería a su ex-marido como 'mi pobre y pequeña Lilli', mientras que definía a su nuevo conyuge como 'un explendido y magnífico macho', así pues la relación entre ambos quizás no fuese tan complaciente como la que muestra el film.
En cualquier caso, al margen de que el guión del film se haya tomado ciertas libertades con los hechos reales en aras de un mayor melodramatismo (del todo folletinesco, véase sino el tratamiento que recibe el personaje que interpreta Matthias Schoenaerts, supuesto amigo de la infancia de Einar), lo que más destaca de este film es la absoluta falta de imaginación con la que es narrada la historia de Lili Elbe, algo que tampoco debería sorprendernos viendo el curriculum de su director, en el que destaca la insípida "El discurso del rey" que le valió un inmerecido Oscar a la mejor director. Si Hooper es capaz de hacer un film insulso de un musical tan poderoso como "Los miserables", ¿que cabría esperar de esta "Chica danesa"?
El guion del film carga las tintas en un melodramatismo impostado, que abusa de los gestos solemnes y que busca por encima de todo despertar la simpatía del espectador, sin indigar en profundidad en el proceso psicológico de la transformación de Eina en Lili. Dicho proceso es descrito de una manera superficial y, lo que es peor, carente de emoción. En manos de otro director hubiese hecho correr rios de lágrimas, pero Hooper no logra provocar más que la indiferencia y, si acaso, una cierta curiosidad. Al final lo que nos ofrece la película no es más que una acumulación de tópicos: Einar descubriendo su 'feminidad' cuando se pone un vestido por primera vez, Einar siendo golpeado cuando lo confunden con un homosexual, Einar sintiendose confundido en su condición de mujer en el cuerpo de un hombre... Su proceso de descubrimiento, de transformación, es mostrado de una forma tan tópica que a la postre provoca que la película carezca por completo de emoción. Al "La chica danesa" le falta VERDAD.
Quizás el problema radique, en parte, en que Tom Hooper se ha acercado a la historia de Lili Elbe con un exceso de respeto. En alguna entrevista la ha descrito como una verdadera heroina, y ha declarado que con este film quería hacer justicia a la comunidad transexual y transgénero. Precisamente lo que necesitaba el film es 'rasgarse las vestiduras', ser más transgresor, más atrevido, más crudo, y quizás así no solo hubiese hecho un mayor favor a la comunidad a la que Hooper quieren rendir respecto, sino que hubiese logrado un film con mayor punch visual y dramático. Lamentablemente carece de lo uno y lo otro.
No quiero que mis palabras se malinterpreten: "La chica danesa" no es una mala película. Es simplemente insípida, aséptica. Tenía que haber golpeado a su audiencia y en vez de ello lo que hace es ofrecernos un retrato amable y cargado de positivismo de todos sus personajes. En particular de Gerda, esposa de Einar, personaje tanto o más interesante que Lili, de la que se intuye que debió pasar un infierno personal no mayor del que era entonces su esposo, pero que el film apenas muestra en una pinceladas que, por su exceso de sutilidad, le restan credibilidad. Y eso a pesar del extraordinario trabajo actoral de Alicia Vikander.
Y es que la actriz sueca en ocasiones destaca más que su compañero de reparto. Eddie Redmayne realiza un buen trabajo interpretativo, y su entrega al papel es incuestionable. Pero llega a abusar a veces del amaneramiento, como queriendo subrayar su transformación de Einar a Lili, por lo que a su trabajo a veces le falta naturalidad y le sobra 'pose'. No toda la culpa es achacable al actor, al contrario; el enfoque que dan a la dualidad entre Einar y Lili, cuando uno se refiere al otro en tercera persona, como si se tratase de un transtorno de doble personalidad, aporta una teatralidad tan innecesaria como artificiosa al trabajo de Redmayne. En cambio Alicia Vikander es un derroche de frescura y espontaneidad que se come la cámara cada vez que entra en escena. El trabajo de ambos, junto a la elegante y bellísima partitura de Alexandre Desplat, quizás sean lo mejor del film, aunque también hay que reconocer que Desplat en esta ocasión ha arriesgado poco y ha optado por moverse en un terreno conocido, optando por la contención orquestal y la invención melódica 'marca de la cas' y que tan buenos resultados le había dado en films como "Deseo. Peligro", "El velo pintado" o "La chica de la perla".
Quizás no esté siendo demasiado justo con este film, pues por encima de todo es un film correctísimo en todo los aspectos, carente de estridencias. Pero también es un film carente de riesgos, tanto en el aspecto visual, donde su director hace gala de un academicismo tan rutinario como falto de imaginación, como en el aspecto narrativo, donde Hooper evita ofrecer una mirada más crítica y más cruda, menos complaciente, de los personajes y del entorno social en que se desenvolvían. En este sentido hay momentos tan ilustrativos como aquel en que Einar/Lili se escapa para ir a un pep-show y comienza a imitar los gestos de la streeper: es una escena que podría haber sido sublime, pero que en manos de su director acaba resultando ridícula. "La chica danesa" no es un film denuncia. Al final los intentos de su director por convertir a Lili Elbe en una suerte de heroína trágica romántica, una suerte de "Madame Bovary" trasvestida, redundan en perjuicio del film, que pierde así toda su credibilidad. Si lo que pretendía Hooper es rendir tributo a la comunidad transgénero, debería haber optado por una postura más combativa, más transgresora. Pero claro, entonces no estaríamos hablando de Tom Hooper sino de otro director.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Alicia Vikander. ¿Lo peor? La languidez del conjunto, la falta de imaginación en su puesta en escena y la carencia de punch dramático y emoción verdadera del film.
domingo, 17 de enero de 2016
EL GENIO DE LA MANZANA
Un biopic, una película biográfica, se puede afrontar desde muy diversas perspectivas. Al margen de que se pueda ofrecer una visión más o menos crítica de la persona cuya vida se trata de explicar, lo más interesante en este tipo de films suele estar en la forma en como se narra la 'vida y milagros' del personaje objeto del biopic, y no tanto a veces en los hechos que se narran.
Steve Jobs, a priori, no parece un personaje tan interesante como para que, recientemente, se le hayan dedicado tantas películas; o al menos a mí no me lo parece. Posiblemente sus fans, que los tiene, y muchos, y los fans de todo aquello que produce la marca de la manzanita, no lo vean así. Afortunadamente Aaron Sorkin y Danny Boyle, guionista y director respectivamente de esta última biografía del gurú de Apple interpretada por Michael Fassbender, tampoco lo han visto de igual manera. Jobs, no nos engañemos, no es un personaje de especial trascendencia o relevancia histórica, lo cual no quita que sea una figura particularmente interesante, al menos en la visión que nos ofrece esta película.
Danny Boyle, director de films tan recordados como "Trainspotting" (1996), "Slumdog Millionaire" (208) o "127 horas" (2010), se caracteriza precisamente por una puesta en escena ágil, dinámica y visualmente muy elaborada, donde tanto la fotografía como el montaje cobran especial protagonismo. Cualquiera de los 3 films citados es un buen ejemplo, y a ellos podríamos añadir "28 horas después" (2002), "Sunshine" (2007) o "Trance" (2013), films en los que en algunos casos se evidencia cierta tendencia del director inglés a un barroquismo un tanto gratuito, abusando a veces de los juegos de luces y los montajes sincopados. "Steve Jobs", su último film, no es ninguna excepción, por mucho que el guión de Sorkin, plagado de largos, lúcidos y extenuantes diálogos, restrinja más de lo habitual las veleidades formales de Boyle. Aún así eso no supone un impedimento para que el director se luzca en algunas escenas, especialmente en los momentos que precenden a cada una de las 3 presentaciones que muestra el film y que suceden ante auditorios repletos de gente. En otras escenas Boyle parece buscar una suerte de escapismo visual ante la falta de espacio para desarrollar ciertos experimentos estéticos, como es el uso de superposiciones de imágenes en algunos momentos de diálogo entre Steve Jobs (Michael Fassbender) y su directora de marketing (interpretada por Kate Winslet).
Sin embargo si el trabajo detrás de las cámaras de Danny Boyle es destacable, incluso en algunas ocasiones brillante, la verdadera estrella de la función en este caso es el guionista, Aaron Sorkin, que construye un relato a la vez fascinante y nada complaciente de la figura de Steve Jobs. Y lo hace rehuyendo el formato clásico del biopic, para centrarse en tres momentos clave de la carrera profesional de Jobs, en concreto 3 presentaciones de 3 productos surgidos de su incansable mentalidad creadora: 2 fracasos (el primer Mackintosh y el NeXT) y su primer gran éxito (El iMac). De manera similar a como hiciera en "La red social" (maravilloso film dirigido por David Fincher y que se centraba en el retrato de otro gurú tecnológico de nuestro tiempo, Mark Zuckerberg, y en la infuencia que su invención del Facebook ha ejercido en la sociedad actual), Sorkin en este caso opta por centrarse en el retrato psicológico de su protagonista, pero prestando menos atención al impacto social derivado de sus creaciones. También es cierto que si bien el auge de las redes sociales ha cambiado la manera en como vemos y analizamos las relaciones humanas, el impacto de los productos de Appel ha sido posiblemente más minoritario, menos relevante y quizás más susceptible de ser analizado desde el punto de vista de como la publicidad condiciona nuestros hábitos.
En cualquier caso el guion de Sorkin es brillante, especialmente en el retrato que nos ofrece de Steve Jobs, repulsivo y fascinante a un mismo tiempo. A Sorkin no le tiembla el pulso a la hora de cuestionar una figura de indudable popularidad en ciertos círculos, describiéndolo como un individuo narcisista, arrogante, condescenciente, perfeccionista hasta la extenuación, fanático del control, emocionalmente reprimido, vehemente y al mismo tiempo seductor. Su Steve Jobs es una figura harto cuestionable: mal padre (sus relaciones con su hija y la madre de ésta nos ofrecen una imagen de él que raya lo despreciable) y mal amigo (la forma en como trata a sus amigos Steve Wozniak -Seth Rogen- o John Sculley -Jeff Daniels, ejerciendo de figura paterna sustitutoria- lo dibujan a veces como un tipo odioso); una frase en boca de su amigo Wozniak resume buena parte de las intenciones del film: 'tus productos son mejores que tú'. Con ello nos está indicando que Jobs era un tipo que podía ofrecer a una audiencia rendida a sus pues productos altamente atractivos y funcionales que para mucha gente se han convertido en casi imprescindibles (basta echar una vistazo a nuestro alrededor para comprobar como el uso de los smartforms -que derivan en su mayoría de la invención del iPhone- se han convertido en algo habitual), pero con graves dificultades para manejar el trato humano y relacionarse con los individuos que le rodeaban, llegando muchas veces a manipularlos y abusar de ellos. Al mismo tiempo el film cuestiona la 'paternidad' de los productos diseñados por Jobs, sugiriendo que él es antes un genio del marketing que un verdadero gurú tecnológico, capaz de rodearse de auténticos genios de la informática y la tecnología con las capacidades necesarias para dar forma a sus sueños, y lo suficientemente hábil como para mover, dirigir y liderar a los miembros de su equipo: 'los músicos tocan los instrumentos, yo toco la orquesta', dice Steve Jobs en un momento del film.
La última película de Danny Boyle nos muestra a un Steve Jobs incapaz de conciliar su faceta pública y su faceta privada, destacando en la primera pero mostrándose inhábil en la segunda. En este sentido lo que nos ofrece este film en última instancia es una inteligente y a la vez ácida fábula moral de un hombre que busca la perfección y que quiere cambiar el mundo, pero que en el camino ha perdido parte de su humanidad, supeditándo esta última a su autoimpuesta condición de genio. Para Steve Jobs sus verdaderos 'hijos' son sus productos: el Mackintosh, el iMac, el iPhone... El resto, sus amigos, su propia hija, la madre de esta última, sus colaboradores... no son más que elementos accesorios; unas veces menos instrumentos a los que usar, otras simples obstáculos que le distraen de su misión de convertirse en una figura cuasi-mesiánica, alguien plenamente convencido de que sus invenciones están destinadas a mejorar la humanidad y sus condiciones de vida.
Los aspectos más interesantes del film son precisamente aquellos que nos hablan de la influencia de la tecnología en nuestro mundo, o de la importancia de la imagen en nuestros días. Sin embargo ese discurso moral y sociológico decae en cuanto la película deriva más hacia el drama familiar, en un intento un tanto pueril de criticar la figura de Steve Jobs como padre. Pese a todo el retrato psicológico que Aaron Sorkin hace de Steve Jobs no puede ser más fascinante, y su guión, repleto de diálogos ágiles, inteligentes e incluso a veces malintencionados, no puede ser más brillante.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El guión de Aaron Sorkin y, por supuesto, Michael Fassbender. ¿Lo peor? Las partes dramáticas del guión que se centran en la relación entre Jobs y su hija, menos interesantes que aquellas que analizan los diferentes aspectos del proceso comercial de Apple.
jueves, 7 de enero de 2016
TRONO DE SANGRE
¿Cuántas de las obras de William Shakesperare han sido adaptadas al cine? Sería más fácil y rápido responder a la pregunta de cuántas NO han sido adaptadas, ya que si tenemos en cuenta adaptaciones apócrifas como “West Side Story” (Robert Wise, 1961) o “Planeta prohibido” (Fred M. Wilcox, 1956), o films basados en la figura del escritor o en el proceso de adaptación de sus obras, como “Shakespeare enamorado” (John Madden, 1998) o “Looking for Richard” (Al Pacino, 1996), podemos comprobar cómo se han llegado a producir unas 250 películas basados en textos del bardo de Avon, siendo “Hamlet” la obra más veces llevada a la pantalla, con 61 adaptaciones cinematográficas y otras 21 televisivas. De las 11 tragedias escrita por Shakespeare al menos 9 han sido adaptadas al cine, mientras que de sus comedias al menos la mitad cuenta con una adaptación, y una cifra similar es aplicable a sus obras históricas. La influencia del dramaturgo inglés en el séptimo arte es, pues, más que notable.
Si hacemos un repaso de sus adaptaciones más notorias nos podemos encontrar con títulos como:
- “La fierecilla domada” (1929), protagonizada por Douglas Fairbanks y Mary Pickford.
- “El sueño de una noche de verano” (1935). Dirigida por Max Reinhardt y William Dieterle.
- “Enrique V” (1945), dirigida por Laurence Olivier.
- “Macbeth” (1948), dirigida por Orson Welles.
- “Hamlet” (1948), dirigida por Laurence Olivier.
- “Otelo” (1952), dirigida por Orson Welles.
- “Julio César” (1953), dirigida por Joseph L. Mankiewicz.
- “Ricardo III” (1955), dirigida por Laurence Olivier.
- “Trono de sangre” (1957, adaptación de “Macbeth”), dirigida por Akira Kurosawa.
- “Campanadas a medianoche” (1965), basada en varias obras, especialmente Enrique IV, y dirigida por Orson Welles.
- “La fierecilla domada” (1967), protagonizada por Elizabeth Taylor y Richard Burton, y dirigida por Franco Zeffirelli.
- “Romeo y Julieta” (1968), dirigida por Franco Zeffirelli.
- “Macbeth” (1971), dirigida por Roman Polański.
- “Ran” (1985, adaptación de “El rey Lear”), dirigida por Akira Kurosawa.
- “Enrique V” (1989), dirigida por Kenneth Branagh.
- “Hamlet” (1990), con Mel Gibson y Glenn Close, y dirigida por Franco Zeffirelli.
- “Los libros de Próspero” (1991, basada en “La tempestad”), dirigida por Peter Greenaway.
- “Mucho ruido y pocas nueces” (1993), dirigida por Kenneth Branagh.
- “Richard III” (1995), dirigida por Richard Loncraine.
- “Romeo + Juliet” (1996), con Leonardo Di Caprio y Claire Danes, y dirigida por Baz Luhrman.
- “Hamlet” (1996), con Kenneth Branagh, Richard Attenborough, Judi Dench, Billy Crystal y Kate Winslet, dirigida por Kenneth Branagh.
- “El sueño de una noche de verano” (1999), con Calista Flockhart y Michelle Pfeiffer, dirigida por Michael Hoffman.
- “Titus” (1999, basada en Tito Andrónico), con Anthony Hopkins y Jessica Lange, dirigida por Julie Taymor.
- “Trabajos de amor perdidos” (2000), dirigida por Kenneth Branagh.
- “El Mercader de Venecia” (2004), dirigida por Michael Radford.
- “Coriolanus” (2011) , dirigida por Ralph Fiennes.
- “Mucho ruido y pocas nueces” (2012), dirigida por Joss Wedon.
La mayoría de las tragedias de Shakespeare suelen describir a un protagonista, que normalmente es un individuo admirable pero imperfecto, lo cual despierta la empatía del público, que cae desde la cumbre de la gracia o el éxito y termina muriendo junto a una ajustada proporción del resto de personajes. Sus obras ejemplifican el sentido de que los seres humanos, que tienen libre albedrío y por lo tanto capacidad para ejercer el bien y el mal, son inevitablemente desdichados a causa de sus propios errores. Los héroes shakesperianos pueden degradarse o redimirse por sus actos, pero en sus tragedias el autor termina por conducirlos a su inevitable perdición. Incluso en el ejercicio de sus virtudes, bien sea por la naturaleza del destino, bien por la condición del hombre para ‘sufrir, caer y morir’, estos individuos están condenados a un final necesariamente infeliz.
La tragedia de “Macbeth” es sobradamente conocida, y nos narra la historia de Macbeth, barón escocés que goza del favor de su rey gracias a su probada lealtad y sus victorias en el campo de batalla; Macbeth recibe la visita de las ‘hermanas fatídicas’, las cuales le profetizan que un día llegará a ser rey de Escocia. Queriendo ver cumplida la profecía y aleccionado por su esposa, Macbeth traicionará y asesinará a su rey para usurpar el trono, para finalmente ser destronado por uno de sus antiguos vasallos, leal al heredero legítimo del antiguo rey, el cual terminará por dar muerte a Macbeth. Así pues, la obra de Shakespeare versa sobre la ambición desmedida por un lado, y como ésta puede conducir a la ruina, y sobre el remordimiento y sentimiento de culpa por otro, que lleva al propio Macbeth a la locura.
Las anteriores adaptaciones de Orson Welles, Akira Kurowawa o Roman Polanski bien podrían considerarse ejemplares, y a ellas vendría a sumarse ahora una nueva adaptación dirigida por Justin Kurzel, y con Michael Fassbender y Marion Cotillard en los respectivos papeles de Macbeth y su esposa, Lady Macbeth. “Macbeth” es sin duda una de las tragedias más potentes de su autor, una de sus obras más crudas, con diálogos tan poderosos como aquel en que Lady Macbeth confiesa que sería capaz de arrancar a su hijo de su pecho mientras éste aún mama, y estrellar su cabeza contra el suelo, por ver cumplidas las ambiciones de su amado esposo. Welles, Kurosawa y Polanski entendieron a la perfección la dimensión trágica y el carácter sombrío de la obra, dando lugar a obras que destacan tanto por su oscuridad como por su tono sobrenatural. Ahora Justin Kurzel ahonda más si cabe en esa ambientación fantasmagórica, cubriendo todo el metraje en brumas o envolviéndolo en luces tenues. Incluso a aquellos personajes más adscritos a los aspectos fantásticos del relato, como son las hermanas fatídicas, que bien podrían representar a las deidades del destino de la mitología celta (Blowed, Cerridwen y Morrigan), les otorga una imagen inquietante, casi irreal. Los elementos fantasmagóricos suelen estar presentes en buena parte de la obra shakesperiana, como en el caso de “Hamlet”, y también aparecen en “Macbeth” en la forma de Banquo, el amigo de Macbeth, después de que este último le haya dado muerte. Sin embargo, Kurzel prefiere jugar con la sugerencia, sin cargar demasiado las tintas en los elementos fantásticos presentes en el relato; así pues, al contrario que las proféticas ‘hermanas fatídicas’, al ‘fantasma’ de Banquo prefiere presentarlo como un producto de la imaginación del protagonista.
Cuando se adapta un texto teatral se corre siempre el riesgo de incurrir en lo que se llama ‘teatro filmad’, resultando a veces en una puesta en escena estática y plana. Kurzel sortea hábilmente ese peligro haciendo uso de varios recursos. Por un lado ha rodado su film en paisajes y escenarios naturales, rehuyendo los falsos decorados, y por lo tanto evitando cualquier tipo de artificio escénico, lo que otorga a la película un mayor verismo, una mayor sensación de realidad. Al mismo tiempo pone un extremo cuidado en la puesta en escena, claramente cinematográfica, haciendo que su mano detrás de las cámaras se note; abundan en el film los encuadres rebuscados, los ralentíes, los movimientos de cámara enfáticos, los montajes elaborados de algunas escenas… El director desea poner de manifiesto que lo que está ofreciendo al espectador es ante todo una obra de cine, no simplemente la adaptación de un texto teatral. Ese mismo preciosismo formal se hace extensible al trabajo de fotografía, donde predominan los claroscuros, la iluminación fuertemente contrastada, los efectos cromáticos de potente dramatismo… Quizás en algunas ocasiones tanta filigrana visual resulta un tanto apabullante, pero qué duda cabe que logra escenas de sobrecogedora belleza, como la batalla inicial que abre el film o el enfrentamiento final de Macbeth y McDuff, iluminados ambos por el fuego de un bosque incendiado. Sin embargo, a pesar de ese citado preciosismo visual, lo que busca reflejar su director es la violencia y la crudeza que encierra la obra, y ello lo traduce en imágenes que intentan reflejar la fisicidad del entorno (los rostros de los protagonistas siempre aparecen sucios, cubiertos de polvo, sangre o mugre; las escenas de interior siempre están iluminadas con tonos contrastados pero al mismo tiempo de baja intensidad, creando un ambiente fantasmagórico), consiguiendo así un raro equilibrio entre feísmo y belleza formal: lo que nos muestran las imágenes siempre es feo, sucio, crudo, violento… pero lo hacen con una rara belleza, inquietante y sobrecogedora.
Es obvio que Justen Kurzel busca otorgar una cierta fisicidad a las imágenes, y esa intención se hace extensible al espléndido trabajo actoral del film. Michael Fassbender parece haber nacido para interpretar a Macbeth. La suya es una interpretación de tal intensidad que traspasa la pantalla, y lo más curioso es que lo logra desde la contención y alejándose de cualquier tipo de histrionismo. Siendo como es Macbeth un personaje violento, cabría esperar una interpretación desmedida, más vehemente, en la línea, por ejemplo, de la de Orson Welles o el Toshiro Mifune de “Trono de sangre”. Pero Fassbender se aleja de esos trabajos interpretativos y sin necesidad de renunciar a la expresión corporal, y sin que ello rebaje la intensidad de su interpretación, opta un hacer un trabajo actoral más controlado y al mismo tiempo más sensual (fijarse, por ejemplo, en cómo reacciona en el momento en que uno sus súbditos le confiesa que no ha podido matar la hijo de Banquo); Fassbender prefiere susurrar antes que gritar y con ello logra se su trabajo sea en cierto modo más inquietante, pues refleja a la perfección las dudas iniciales del personaje, su lucha interna entre su ambición personal y la lealtad debida a su soberano, y, en última instancia, su locura y su paranoia, fruto del remordimiento que le consume. Y si Michael Fassbender está sencillamente espléndido, no lo está menos Marion Cotillard. La actriz francesa recita los textos del bardo de Avon con un convencimiento absoluto; su Lady Macbeth es sibilina, ambiciosa y altiva, y el momento en que recita el famoso diálogo en que confiesa que por su marido se arrancaría del pecho el niño que aún mama, y que nos muestra de una manera clara la fortaleza de esta mujer, es absolutamente terrorífico; como sobrecogedor es el momento en que Cotillard recita el último monólogo de Lady Macbeth en la obra, cuando la fortaleza cede paso a la fragilidad, y ella confiesa que no puede limpiarse las manchas de sangre (imaginarias) que tiñen sus manos. Es increíble la cantidad de emociones que esta actriz es capaz de comunicar solo con la mirada. Por separado, la actriz francesa y el actor irlandés de origen alemán, realizan un trabajo actoral de primera magnitud, pero juntos las suyas son interpretaciones que echan chispas, pues la química entre ambos traspasa la pantalla. Pero si Fassbender y Cotillard, protagonistas principales, están grandiosos, no sería justo no recocer el trabajo de otro de los actores, Sean Harris, que da vida a McDuff, quien terminará al final con la vida de Macbeth. Harris es uno de esos actores de rostro duro y difícil, condenado a papeles secundarios o de villano, pero que ante un buen papel puede convertirse en un auténtico robaescenas. Harris realiza aquí una interpretación enérgica, potente, de marcada fisicidad, y que, si no fuese porque tiene ante él a dos auténticos monstruos interpretativos como Fassbender y Cotillard, bien podría haberse erigido en lo más destacado de la función.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Fassbender y Cotillard, dos actores nacidos para entenderse y que uno le gustaría ver con más frecuencia juntos en pantalla. ¿Lo peor? El aspecto visual del film es francamente sugerente, pero a veces se impone en exceso al texto de la obra hasta el punto de llegar a saturar los sentidos del espectador.
martes, 5 de enero de 2016
SPOTLIGHT
El subgénero periodístico tiene una amplia tradición en la
historia del cine, teniendo antecedentes tan ilustres como “El gran carnaval”
(1951) de Billy Wilder, “Todos los hombres del presidente” (1976) de Alan J.
Pakula, “Network” (1977) de Sidney Lumet o más recientemente “Nightcrawler” (2015)
de Dan Gilroy. Dentro del mismo podríamos incluso diferenciar 2 claras
tendencias: aquellas que centran en mostrar las luces y sombras de la profesión
periodística, como podrían ser los citados films de Wilder, Lumet o Gilroy; y
aquellas que ejercen de film denuncia, como sería el caso del célebre film de
Pakula interpretado por Robert Redford y Dustin Hoffman. “Spotlight”, último
film de Tom McCarthy, se adscribiría más cercanamente a esta última tendencia.
La película nos narra las pesquisas llevadas a cabo por el
equipo de investigación (el ‘Spotlight’ del título) de un periódico de Massachusetts,
el Boston Globe, para destapar un escándalo de pederastia en la archidiócesis
de la misma ciudad de Boston, escándalo que implicaba a casi un centenar de clérigos
y cientos de víctimas, escándalo que además fue encubierto por el propio obispo
de Boston, así como por otros estamentos políticos y periodísticos. El
resultado de la investigación fue que el Globe ganó el premio Pulitzer en el 2003
por su servicio público.
El tema, de entrada, podría resultar de lo más escabroso,
pero la película de McCarthy evita centrarse tanto en las víctimas (en la
película tan solo se nos mostrará el testimonio de un par de ellas) como en los
agresores, que son obviados en la trama. Lo que hace McCarthy es centrarse en
el trabajo de los periodistas y su labor de investigación, poniendo de relieve
las dificultades a las que se enfrentaron para poder destapar el escándalo,
pues este implicaba a la alta jerarquía eclesiástica, y por ese motivo casi
todos los poderes fácticos de Boston, ciudad de fuerte arraigo católico, se
solidarizaron para tapar dicho escándalo y mantenerlo oculto bajo la alfombra.
Son muchos los temas y puntos de vista en los cuales un film como éste podría
haber puesto el foco, pues el tema que trata entraña tal complejidad que podría
ser analizado desde perspectivas muy contrastadas. Se podría haber centrado en
las víctimas, en su sufrimiento, en la humillación y en las dificultades para
superar el trauma de haber sido abusados en su infancia; pero intencionadamente
pasa de puntillas sobre el tema, ofreciendo apenas un par de apuntes muy
gráficos sobre el proceso de superación posterior (en un momento del film se
nos muestran los pinchazos en el brazo de una de las víctimas, que ha logrado
rehacer su vida, pero sin dar explicación alguna sobre ello). Se podría haber
centrado en los agresores, en el escabroso proceso que les lleva a abusar de
niños inocentes, analizando desde un punto de vista psicológico sus
motivaciones; pero este tema también es obviado intencionadamente. Se podría
haber centrado en los primeros procesos judiciales, en los esfuerzos de un
abogado de origen armenio por enjuiciar a los presuntos pederastas, o también
en los esfuerzos de la propia jerarquía católica por ocultar el escándalo y la
forma en cómo convenció a algunas de las familias afectadas de la conveniencia
de no hacerlo público; pero el film tan solo lo menciona fugazmente a través
del personaje que encarna Stanley Tucci, y tan solo al principio, a modo de
prólogo, nos ofrece la imagen del obispo de Boston acudiendo a la comisaría
para defender a uno de los clérigos agresores, pero sin entrar demasiado en
detalle. Se podrían haber mostrado también los efectos del escándalo en la
sociedad bostoniana, cómo afectó a las diferentes comunidades y congregaciones
católicas, como éstas recibieron la noticia, y como algunas familias sufrieron
presiones incluso de sus propios vecinos y amigos para no hacerlo público, y no
perjudicar así a la congregación cristiana a la que pertenecían, lo cual
hubiese dado pie posiblemente a un interesante análisis sociológico sobre la
influencia de la religión en determinadas comunidades en el mundo occidental. Y
seguramente se podría haber narrado desde otras muchas perspectivas diferentes,
optando por un enfoque más escabroso o más sutil, buscando el morbo o
evitándolo, analizando el tema desde un punto de vista psicológico, social,
político, teológico… y hacerlo en clave de thriller o de drama familiar o de ‘película
de abogados’… En definitiva: un tema como el que nos expone “Spotlight” podría
haber dado lugar a muchas películas y todas muy diferentes entre sí. Tom McCarthy
ha escogido hacer una ‘película de periodistas’, lo cual no quiere decir que su
enfoque sea más o menos válido que cualquier otro, o más o menos interesante o
más o menos conveniente. Es simplemente la forma que el director ha escogido
para presentarnos su última película.
Como decía en la entrada de este post, McCarthy ha tomado como
modelo el famoso film de Pakula para centrarse en la descripción de la labor de
investigación y en los periodistas del Boston Globe que lo llevaron a cabo. La
descripción de personajes es, en este sentido, parca, pues apenas nos da
algunos breves apuntes de cada uno de ellos y evita indagar demasiado en su
vida privada: del periodista Michael Rezendes (Mark Rufallo) sabemos que está
separado y vive solo en un apartamento de mala muerte; del editor Walter
Robinson (Michael Keaton) también sabemos que está casado, aunque nunca vemos a
su mujer, y sabemos que mantiene relaciones de amistad con antiguos compañeros
del colegio católico al que asistió de niño; del editor jefe Marty Baron (Liev
Schreiver) se nos dice que es judío y que no tiene ningún tipo de relación
sentimental; de la periodista Sacha Pfeiffer (Rachel McAdams) vemos que está
casada y que ocasionalmente acompaña a su abuela a misa; del periodista Matt
Carroll (Brian d’Arcy James) sabemos que está casado y además tiene niños,
aunque nunca vemos a su familia; y lo mismo podríamos decir de los abogados Mitchell
Garabedian (Stanley Tucci) o Eric MacLeish (Billy Cudrup). Es muy poco lo que
en general puede percibir es espectador de cada uno de los protagonistas
principales de la historia, más allá de fugaces apuntes que nos ayudarán a
entender algunos de sus gestos o actitudes (harto ilustrativa resulta la escena
en que Carroll descubre que algunos de los clérigos encausados viven a solo un
par de manzanas de su casa). Resulta obvio, pues, que a McCarthy no le interesa
tanto ahondar en el drama personal de cada uno de ellos, como en el propio
proceso de investigación llevado a cabo, poniendo el foco en cómo ese grupo de
periodistas se enfrentan a toda una serie de obstáculos que tratarán de impedir
que lleven su investigación a término, y en qué soluciones adoptarán para
sortear dichos obstáculos.
Cada uno de los periodistas que participan en la
investigación y la redacción del artículo deberá lidiar con las problemáticas que
surgirán de esa misma investigación desde su propia experiencia y sensibilidad:
el editor jefe Baron, que recordemos es judío, se enfrentará a los problemas
desde una postura fría y pragmática: él tan solo ve un caso importante que debe
investigarse y hacerse público; el editor Robinson tendrá que hacer frente al
remordimiento por no haber prestado en el pasado la suficiente atención al
caso; la periodista Sacha Pfeiffer, educada en el catolicismo pero no
practicante, deberá lidiar con la estupefacción con la que su devota abuela
acogerá la noticia; mientras que Matt Carroll se ve en la tesitura de cómo
utilizar la información que posee para proteger a sus hijos, a sabiendas de que
no puede hacerla pública mientras dure la investigación; por ultimo Rezendes,
quizás agobiado por su propia situación personal, es quien adoptará una actitud
más combativa, al tratar de dejar a un lado los preceptos de la conveniencia de
la práctica periodística, pues entiende que prevalece la necesidad de que se
haga justicia con los agresores y las personas que los encubrieron.
Conviene resaltar que la película es ejemplar en su
planteamiento: McCarthy podría haber realizado un film denuncia, mucho más
combativo, con un claro posicionamiento sociopolítico, pero en todo momento
evita enjuiciar a nadie, ni a los agresores, ni a los prebostes de la archidiócesis
que los encubrieron, ni a los abogados que se beneficiaron económicamente, ni
tan siquiera a las comunidades o estamentos que prefirieron simplemente mirar
hacia otro lado. Con su film McCarthy trata de dignificar el oficio
periodístico, y lo hace precisamente exponiendo los hechos con una absoluta
objetividad. Así pues “Spotlight” acaba siendo antes un documental dramatizado
que un film denuncia, y precisamente por ello sumamente interesante, pues ni es
dogmático ni demagógico en ningún momento, sino que deja que sea el espectador
el que saque sus propias conclusiones a partir de la información llana y veraz
que le ofrece el film.
McCarthy buscar dar protagonismo al relato, y por ello su
dirección acaba siendo discreta, casi invisible, haciéndose notar apenas en
algunos momentos puntuales para conseguir una leve tensión dramática (sería el caso
del travelling que sigue al personaje de Matt Carroll buscando el ‘refugio’ de
los curas pederastas que viven en su barrio). Pese a todo el director evita
cualquier tipo de tremendismo o dramatismo gratuito. El ritmo narrativo es
preciso, y los movimientos de cámara se ajustan siempre a las necesidades del
relato. También el trabajo actoral es muy comedido, controlado y, precisamente
por ello, espléndido, logrando que todo su elenco actoral se desenvuelva con
absoluta naturalidad, dando la impresión de que no interpretan, sino que se
limitan a ‘ser’. Todos realizan un gran trabajo, si bien yo querría destacar a
un siempre espléndido Mark Rufallo, que carga con el rol más emocional del
film, un ajustado Michael Keaton (felizmente recuperado para el cine después
del éxito crítico de “Birdman”) y un lacónico Liev Schreiver, que lidia con el
personaje quizás más críptico de la película. A Rachel McAdams, por el
contrario, aun siendo buena actriz, le ha tocado en suerte el personaje más
desdibujado de la trama, al que pese a todo aporta su buen oficio actoral.
“Spotlight” viene precedida de una exitosa recepción
crítica, que ya le ha valido un ingente número de premios de diferentes
asociaciones de críticos de los EEUU, incluidos los Independent Spirit, éxito
que ya la prefigura en la próxima carrera hacia los Oscars del 2015.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La objetividad y el
comedimiento con la que está expuesta la trama, que acaba convirtiéndose en un
reflejo del mejor oficio periodístico. ¿Lo peor? La realidad oculta tras la
ficción, el hecho que existan casos tan escabrosos y lamentables como los que
expone esta película.
lunes, 4 de enero de 2016
MUJERES (NO TAN) DESESPERADAS
David O. Russell comenzó su carrera con la promesa de
convertirse en uno de los enfant
terribles del moderno cine norteamericano. Su largometraje “3 reyes” (1999),
que continúa siendo el más valorado por la prensa especializada debido tanto a
su inventiva visual como a su carga política, auguraba una trayectoria con
cierta tendencia a la subversión, sin embargo la carrera del director ha transitado
por terrenos más bien cómodos, obteniendo su mayor éxito comercial con “El
luchador” (2010), por la cual obtendría su primera candidatura al Oscar al
mejor director y que además aportaría a Christian Bale un Oscar al mejor actor
secundario. A este film le seguirán “Silver linings playbook” (2012, estrenada
en nuestro país con el título de “El lado bueno de las cosas”) que reunirá por
primera vez a la pareja Bradley Cooper y Jennifer Lawrence, asociación que ser
revelará todo un acierto gracias a la indudable química entre ambos. Jennifer
Lawrence, protagonista de la exitosa saga de “Los juegos del hambre”, ganará el
Oscar a la mejor actriz principal por dicho film. En 2013 estrena “La gran
estafa americana” (“American hustle” en su título original), consiguiendo que
sus 4 protagonistas principales sean nominados al Oscar (Christian Bale y Amy
Adams como actores principales, y Bradley Cooper y Jennifer Lawrence como
secundarios). Ahora David O. Russell vuelve a reunir a Jennifer Lawrence y
Bradley Cooper de nuevo, y repite también con Robert de Niro (los 3 habían
coincidido en “El lado bueno de las cosas”) en su último film: “Joy”, que se
estrenará este mes de enero en nuestro país.
Hace tiempo que Russell parece haber renunciado a un tipo de
cine más combativo. La carga política presente en “3 Reyes”, o incluso la
extravagancia formal de “I heart huckabees” (2004), han dado paso a una forma
más acomodaticia de hacer cine, que apuesta más por la comedia agridulce, y que,
si bien no renuncia a la inventiva visual, se desenvuelve por terrenos menos
arriesgados y más del gusto de un público mayoritario, que es el que ha recibido
con júbilo sus últimos proyectos cinematográficos. No quiero decir con esto que
films como “El luchador”, “El lado bueno de las cosas” o “La gran estafa
americana” me parezcan malos films o apuestas cobardes, al contrario: son
películas sumamente entretenidas, narradas con competencia y de forma elegante.
Son films capaces de llegar a un público mayoritario, en absoluto complacientes,
pero que apuestan por mostrar la cara más amable del ser humano intentando
hacer las menos concesiones necesarias. Hay una cosa que no se le puede negar a
David O. Russell: es un excelente director de actores y logra con ellos una
química envidiable que se transmite en pantalla. Su química con Jennifer
Lawrence especialmente, es más que notable, y la logrado de ella algunas de las
mejores interpretaciones de la carrera de la actriz, Oscar incluido. En ese
sentido “Joy” no es ninguna excepción, y demuestra de nuevo que la actriz es
capaz de llevar ella sola el peso de un película, pues a pesar del buen hacer
de los actores que la rodean (de nuevo su partenaire Bradley Cooper, un
comedido Robert de Niro, una entrañable y felizmente recuperada Dianne Ladd, un
convincente Edgard Ramirez y unas jocosas Isabella Rossellini y Virginia Madsen), Lawrence acapara la mayoría de
planos y secuencias del film, algo de lo que yo al menos no pienso quejarme.
“Joy” es un film agradable, simpático, que bascula entre la
comedia y el drama, pero evitando tanto la crítica social como los tremendismos
argumentales. La película nos cuenta la historia de Joy, una mujer divorciada
que trabaja duramente para mantener a sus hijos, a su madre (constantemente
enganchada a las telenovelas y con miedo a abandonar su habitación e incluso su
cama) y su abuela, y de paso echar una mano a su padre, que dirige con la ayuda
de la hermanastra de Joy un taller de reparación de automóviles, y su exmarido,
con quién mantiene una buena relación de amistad y al que permite vivir en el
sótano de su casa. Tan solo su abuela el animará a hacer uso de su inventiva y
su talento emprendedor, así que cuando su padre conoce a una viuda rica, conseguirá
que éste le preste el dinero necesario para sacar adelante una nueva patente de
fregona auto-exprimible y reciclable. Finalmente logrará poner a la venta su
nueva fregona revolucionaria en una cadena televisiva de teletienda, cosechando
un sorprendente éxito. Sin embargo, los problemas no harán sino más que
comenzar, debido a su propia inexperiencia en los negocios y a las injerencias
de su propio padre, madrastra y hermanastra, que se niegan a verla como una
mujer independiente y autosuficiente.
“Joy” revive para las pantallas el clásico sueño americano
del ‘self made man’, o en este caso de la ‘self mado woman’, y no se puede
negar que encierra una cierta reivindicación feminista. No podemos obviar el hecho
de que la Joy del título es un personaje real, una mujer que hizo una fortuna
comercializando algunas de sus patentes y ayudando a otros hombres y sobre todo
mujeres a comercializar sus inventos. Aunque el film se basa en hechos reales,
muestra siempre la cara más amable de los mismos, evitando las asperezas del
relato. En este sentido pasa muy de puntillas por la relación que mantiene Joy
con su padre y madrastra por un lado, que menosprecian e infravaloran su
talento y su espíritu emprendedor, dando a entender que es una mujer incapaz, y
por otro lado con su envidiosa y arribista hermana. El espectador adivina que
ahí hay otra historia, quizás más cruda, pero David O. Russell nos la escatima
para ofrecernos el retrato de una clásica heroína americana, papel que a
Jennifer Lawrence le viene al dedo y que defiende con absoluta convicción. El
resultado es, como decía, un film amable pero al que le falta mordiente, aunque
también hay que reconocer que el espléndido trabajo interpretativo de todos sus
actores, y muy especialmente la inventiva visual de la que en ocasiones hace
gala su director, aportan elementos de interés y otorgan a la película un mayor
empaque. Yo destacaría muy especialmente las hilarantes secuencias en que
Russell reconstruye algunas secuencias de las teleseries a las que es adicta la
madre de Joy (Virgina Madsen), y que evocan de manera inequívoca a clásicos
televisivos como “Dallas”, “Dinastia” o “Falcon Crest” (la impostura de los
actores y los looks horteras que lucen provocarán a buen seguro más de una
carcajada).
Esos insertos, además de actuar como revulsivo cómico,
también aportan algunos de los apuntes más irónicos del relato y actúan a modo
de metáfora: la madre de Joy es una adicta a dichos seriales y trata de vivir a
través de ellos una vida que está fuera de su alcance; ella fue abandonada por
su marido y aún no ha sido capaz de superar esa separación, depende
económicamente de su hija, es incapaz de mantener ningún tipo de relación
social y siente aprensión al contacto humano, especialmente si proviene de un
hombre, lo que la lleva a malvivir postrada casi permanentemente en una cama y
enganchada al televisor. Joy observa a su madre como una advertencia de lo que
podría llegar a convertirse y, aleccionada por su abuela, la única capaz de ver
que Joy está destina a grandes cosas, luchará por evitar lo que parece un
destino prefijado y que, condicionado por su condición de mujer, trata de
relegarla a su papel de madre, esposa y ama de casa. Su lucha personal la
llevará a demostrar que puede dirigir un negocio próspero y a la vez gestionar
un hogar y mantener una familia. El papel sumiso de la madre de Joy contrasta
con el más resolutivo de la viuda rica que conoce su padre, pues esta última
disfruta de una cierta posición económica y social, quizás la misma a la que le
gustaría aspirar la madre de Joy, pero es una posición que no se ha ganado,
pues la ha heredado de su difunto marido. Russell no escatima dosis de ironía
al ofrecernos el retrato de ambas mujeres, entre sarcástico y patético, pues
son todo lo opuesto a lo que Joy aspira a llegar. Russell reserva tanto a
Virginia Madsen como a Isabella Rossellini, ambas espléndidas, el dibujo de
personajes más extravagante y cómico.
Es cierto que en este último film de David O. Russell hay
una clara defensa de la mujer emprendedora, y por lo tanto un inevitable
posicionamiento feminista, pero dicho posicionamiento lo hace desde una óptica claramente
conservadora, muy del gusto de la mayoría de la sociedad norteamericana
bienpensante, pues Joy acaba triunfando en los negocios, es cierto, pero lo
hace con el doble objetivo de la realización personal (que sería el punto de
vista más progresista) y también de la defensa del núcleo familiar (que sería
el aspecto más conservador). Son escasos los riesgos que desde un punto de
vista argumental o temático asume la película, y éstos los deja Russell para el
aspecto formal del film, llegando incluso a hacer un uso un tanto tramposo de
la narración en off, reservada a la abuela de Joy, por motivos que no puedo
desvelar sin incurrir en un spoiler.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Una entregadísima Jennifer
Lawrence, capaz de demostrar que más allá del éxito de blockbusters para
públicos adolescentes es una de las mejores actrices de su generación. ¿Lo
peor? El tono autocomplaciente del conjunto, al que le falta mordiente y busca
agradar a todo el mundo.
domingo, 3 de enero de 2016
MIS MEJORES DEL 2015
Finiquitado
ya el 2015 como año cinematográfico, toca hacer repaso de las películas
estrenadas en nuestro país el año pasado. El 2015 nos ha deparado algunas
buenas películas, pero quizás no haya habido una GRAN película, y en cambio sí
algunos estrenos muy esperados cuyo resultado final no ha estado a la altura de
las expectativas creadas, lo que ha dado pie a unas cuantas decepciones, al
menos a nivel personal. En lo que respecta a algunos de los blockbusters del
año, puede que hayan funcionado más o menos bien en taquilla, pero lo que he
visto en pantalla me ha generado más bien cierta insatisfacción, cuando no
cierto cabreo; es el caso de la confusa “Jupiter ascending” de los Wachowski,
los muy mediocres “4 Fantásticos” de Josh Trank, la muy extenuante “Vengadores.
La era de Ultron” de Joss Whedon, la insulsa “Spectre” de Sam Mendes o la
parcialmente fallida “Star Wars. El despertar de la fuerza”. El 2016 pinta
atractivo y en breve podremos disfrutar de films sugerentes y que vienen
precedidos de una muy buena recepción crítica, como “The revenant” de Alejandro
González Iñárritu, “La giovinezza” de Paolo Sorrentino, “Carol” de Todd Haynes,
“Joy” de David O. Russell, “Spotlight” de Thomas McCarthy o “The big short” de
Adam McKay.
En cuanto a
mi muy personal selección de lo mejor que nos ha deparado este año pasado, aquí
os paso mi lista de los mejores del 2015, tan discutible como cualquier otra:
- “Birdman” de
Alejandro González Iñárritu, por su apabullante alarde técnico;
- “Girlhood”
de Celine Sciamma, por sus enormes dosis de cruda sinceridad;
- “Fuerza
mayor” de Ruben Östlund, por la lucidez en su análisis del comportamiento
humano;
- “Puro vicio”
de Paul Thomas Anderson, por su extravagancia y su estilización estética;
- “Mad Max.
Furia en la carretera” de George Miller, por su muy disfrutable carga de adrenalina;
- “Del revés”
de Pete Docter, por su loable intento de alimentar la curiosidad de los más
pequeños;
- “Viaje a
Sils Maria” de Olivier Assayas, por su alambicado juego de espejos;
- “Nightcrawler”
de Dan Gilroy, por su fascinante retrato de un personaje límite;
- “Foxcatxer”
de Bennet Miller, por su soterrada pero incisiva lectura política;
- "La giovinezza" de Paolo Sorrentino, por su combinación de poética visual y riqueza argumental.
- "La giovinezza" de Paolo Sorrentino, por su combinación de poética visual y riqueza argumental.
¿El actor
del año? Dos: Michael Fassbender, uno de los actores más dotados y más carismáticos
del panorama actual, que ha deslumbrado este año con dos interpretaciones muy
distintas pero cargadas de fuerza: “Macbeth” y “Steve Jobs”; y Jake Gyllenhaal,
un auténtico camaleón con visos de convertirse en el Marlon Brando de su
generación, capaz de transformaciones físicas tan radicales como las que exhibe
en “Nightcraler” o “Southpaw”, esta última aún sin fecha de distribución en
nuestro país.
¿La actriz de
año? Sin duda Charlize Theron, que demuestra que se puede ser bella a rabiar y
además tener talento, y que nos ha regalado una de las creaciones más potentes
del año: la Imperator Furiosa de “Mad Max. Fury Road”.
¿El director
de año? George Miller, que tras unos años de inactividad efectúa un regreso
triunfante por la puerta grande y con el personaje que hace 36 le dio la fama.
¿El
compositor del año? Dos, ambos auténticas leyendas vivas de la composición
cinematográfica, y los últimos clásicos aún en activo: John Williams con su “Star Wars. El despertar
de la fuerza” y Ennio Morricone con “The hateful eight”.
¿El
personaje del año? También dos: Imperator furiosa, no solo por ser un personaje
potentísimo sino porque como mujer es capaz de robarle todos los planos al
protagonista masculino del film; y las emociones de “Del revés”, porque dejando
a un lado su mayor o menos complejidad psicológica, son un prodigio de diseño.
Y no puedo cerrar este artículo sin la mención a tres GRANDES que nos han dejado este año:
- Maureen O'Hara, inolvidable Mary Kate Danaher en "El hombre tranquilo" (John Ford, 1952).
- Chirstopher Lee, que nos ha legado una colección de interpretaciones míticas en la piel de personajes como Drácula, el Saruman de "El señor de los anillos" o el Conde Dooku de "Star Wars", y del que publique aquí una sentida reseña.
- Leoard Nimoy, el incombustible Dr. Spock de "Star Trek".
Y no puedo cerrar este artículo sin la mención a tres GRANDES que nos han dejado este año:
- Maureen O'Hara, inolvidable Mary Kate Danaher en "El hombre tranquilo" (John Ford, 1952).
- Chirstopher Lee, que nos ha legado una colección de interpretaciones míticas en la piel de personajes como Drácula, el Saruman de "El señor de los anillos" o el Conde Dooku de "Star Wars", y del que publique aquí una sentida reseña.
- Leoard Nimoy, el incombustible Dr. Spock de "Star Trek".
8 HOMBRES (Y UNA MUJER) SIN PIEDAD
La producción del último film de Quentin Tarantino, "The hateful eight" (que en nuestro país se estrenará en breve con el título de "Los odiosos ocho"), no ha podido ser más accidentada. El director de Knoxville pilló un cabreo monumental, y con razón, cuando se filtró el guión de su segunda incursión en el terreno del western tras "Django desencadenado" (2012). La filtración del guión le llevó en primera estancia a cancelar la producción del film, y como respuesta organizó una lectura pública del mismo. Pero esa misma lectura renovó sus ganas de dirigir el film, y finalmente se ha estrenado este pasado 2015 con Kurt Russell, Samuel L. Jackson y una felizmente recuperada Jennifer Jason Leigh en los papeles principales.
Resulta curioso que siendo como es Tarantino un cineasta multireferencial, capaz de acumular citas cinéfilas en cada una de las secuencias de sus películas, haya escrito y filmado el que hasta la fecha quizás sea su película más teatral. Tarantino nunca ha ocultado sus influencias, e incluso las exhibe con orgullo: la blaxpotation, la serie B, los clásicos del cine negro, las películas de artes marciales de Sonny Chiba o los spaguetti westerns de Sergio Leone, y sin embargo viendo su último film, no son precisamente los clásicos del western los que me vienen a la cabeza, sino las novelas de Agatha Christie. Pues "Los odiosos 8" bien podría interpretarse como una versión socarrona y perversa de "10 negritos", ya que desde el momento en que esos 8 personajes se reunen en el escenario único de una posada de diligéncias, el espectador ya puede adivinar que irán cayendo uno a uno, aunque aún no sepa ni cómo ni cuándo. En este sentido el guion, brillante, de Tarantino no puede ser más juguetón, pues se guarda un par de ases en la manga que revelará en el momento más oportuno.
Como escritor y como realizador se muestra en este film francamente hábil, pues es capaz de anticiparse a las expectativas del espectador, jugar con ellas y retorcerlas para ofrecerle justamente lo contrario. Y lo hace con tal gracia que ese mismo espectador nunca se va a sentir defraudado con las trampas que, hábilmente, oculta su guion.
Hablaba más arriba de que esta sea quizás la película más teatral de Tarantino, ya que si por un lado encontramos en ella algunas de las constantes de la filmografía del director de Tennessee (a saber: diálogos brillantes, cuidada puesta en escena, gran dirección de actores, humor negro bien dosificado, estilización de la violencia... ), por otro lado nos encontramos con que casi toda la trama se desarrolla en un único escenario que hace las veces de plató teatral. El film arranca con una secuencia en un paisaje esterior nevado, pero rápidamente encierra a 4 de sus personajes en el interior de una diligencia para hacerlos recitar largos monólogos 'marca de la casa'. Una vez la diligencia llega a la posada, sus 4 ocupantes (dejaremos al conductor de la diligencia al margen para que no afecte al título del film) se unirán a otros cuatro personajes, cada uno de ellos con un pasado sobre sus espaldas y quizás más de un secreto en la recámara. En en ese espacio único, asfixiante, donde se desarrolla el grueso del film, y en ese mismo espacio donde Tarantino, haciendo uso de unas más que sobradas tablas detrás de las cámaras, evita caer en la trampa del 'teatro filmado' para, a pesar de todo, ofrecer un espectáculo auténticamente cinematográfico. Tarantino, como guionista, sabe escribir diálogos brillantes, y en este film hay unos cuantos, la mayoría en boca de Samuel L. Jackson, pero también pone en boca de Walton Goggins algunas de las frases con mayor intencionalidad de la película. Es conocido que recientemente Tarantino se manifestó en contra de la violencia policial y a favor de los derechos de los afroamericanos, lo que le ha costado tener que lidiar con el boicot promovido por los sindicatos de policía raiz de sus declaraciones. Todo ello le ha llevado a adoptar un inusual posicionamiento político, hasta ahora algo ausente en sus películas, y en ese sentido el guion de Tarantino deja caer algunas fraces francamente lapidarias: "Cuando los negros tienen miedo, los blancos están tranquilos" suelta el personaje interpretado por Goggins en un momento del film. En otro momento del film, el personaje al que da vida Jackson, soltará una no menos incisiva réplica: "Cuando los blancos tiene un arma en la mano, es cuando los negros tienen miedo". Tarantino en esta ocasión tira con bala.
Hay otro aspecto que puede resultar un tanto contradictorio: siendo este un film tan claramente teatral, ¿porqué rodarlo en 70ml y formato de Ultra Panavision? Lo cierto es que Tarantino hace un uso francamente espectacular del formato, especialmente en las escenas rodadas en exteriores, en los paisajes nevados de Wyoming para más señas, pero también hace un uso ejemplar del formato panorámico en las escenas en el interior de la posada, o incluso las rodadas en el interior de la diligencia, encuadrando siempre con un gusto exquisito, pero potenciando al mismo tiempo la sensación de asfixia. Si el formato 70ml. le permite retratar los paisajes nevados como pocas veces se han visto en una pantalla de cine (y aquí habría un punto en común con "The revenant" de Alejandro González Iñárritu, que comentaba aquí), cuando Tarantino introduce las cámaras en los decorados de interiores, lo que hace es encuadrar a los persoanjes de tal manera que lo que hace es asfixiarlos visualmente, incrementando de esa manera la sensación de claustrofofia y angustía en el espectador.
"The hateful 8" bien podría parecer a primera vista un film atípico en la filmografía de Tarantino, y sin embargo conecta muy bien con su primer largometraje, "Reservoir dogs" (1992), hasta el punto de poder interpretarse como una relectura del mismo, aunque tamizada por el filtro de Agatha Christie y Alfred Hitchock. Sin embargo Tarantino es al mismo tiempo un director al que le gustar pervertir las reglas. Por un lado tenemos un claro mcguffin hitchconiano: una prisionera a la que tienen que llevar a un pueblo para ser ahorcada por sus crímines, pero Tarantino juega con las expectativas del espectador de manera muy diferente a como lo hacía el mago del suspense: Hitchcock gustaba de dar al espectador la información justar para crear una sensación de tensión creciente (una bomba que el espectador sabe desde el primer minuto que existe pero que no sabe cuando exactamente va a estallar); Tarantino, por el contrario, es más tramposo y el gusta introducir giros argumentales inesperados (él hace estallar primero la bomba para después contarte quién la había puesto y porqué). Tarantino se permite incluso el gusto de transgredir las convenciones de la narración teatral: "The Hateful 8" se articula como una obra en 6 actos/capítulos, estructurados 4 de ellos de forma secuencial, pero rompiendo con 2 ellos, en forma de flashback, dicha secuencia para introducir la voz de un narrador en off, ausente en el resto del relato. Sin embargo resulta curioso que una de las veces que utiliza esa narración en off, y que gira en torno a la percepción que tiene el espectador de una cafetera, sera precisamente para introducir un elemento de suspense claramente hitchconiano. Tramposo sí, pero sumamente hábil e incuestionablemente entretenido.
Y volvemos de nuevo a la teatralidad de esta nueva propuesta cinematográfica de Quentin Tarantino, ya que si bien 3/4 partes de la película giran en torno a una situación de calma tensa creciente en la que los personajes recitan largo monólogos, muchas veces cargados de vitriolo (el que recita Samuel L. Jackson a Bruce Dern y que se refiere al hijo de personaje que interpreta este último, es de lo mejor que ha escrito Tarantino en tiempo), es en su úlitma parte, el último acto de la obra, cuando la violencia estalla en toda su crudeza y nos encontramos con el Tarantino que quizás muchos espectadores estaban buscado: el Tarantino que es capaz de combinar crudeza, humor y elegancia a partes iguales en las escenas de extrema violencia. Tarantino se declara un fan de los westerns de Howard Hawks (no tanto de los de John Ford), sin embargo su uso estilizado de la violencia lo hermana más con la estética, e incluso la ética, de Samuel Fuller o Sam Peckinpah. Quizás algunos espectadores se hayan sentido defraudados por el hecho de que esa violencia tarde tanto en aparecer en pantalla, y que buena parte del film no sea sino una larga exposición preparatoria para dicho final sangriento, pero a mi el conjunto me ha parecido jugentón y francamente divertido.
No puedo cerrar este artículo sin mencionar el grupo de actores de los que se ha rodeado Tarantino, algunos habituales de su filmografía y otros que se incorporan como novedad, todos ellos espléndidos, pero muy especialmente un pletórico Samuel L. Jackson, que recita algunas frases lapidarias con un convencimiento que asusta, una recuperada Jennifer Jason Leigh, que da vida a la cabrona mas grande el oeste, y un jocoso Walton Goggin que hace un prodigioso trabajo vocal poniendo acento de 'la américa profunda'. Y también una mención especial para el maestro Ennio Morricone, al que Tarantino persiguió para que compusiese la banda sonora del film, y del que logró le regalase 35 minutos de espléndida música, uno de los mejores trabajos del maestro italiano que de manera harto original ha planteado su partitura como si se tratase no de un western, sino de un giallo (film de terror) italiano.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Los brillantes diálogos del film, y el ejemplar uso del formato panorámico por parte de su director. ¿Lo peor? Quizás cierta descompensación entre lo que es el mero ejercicio de suspense (que domina la mayor parte del film), y el espectáculo cinematográfico de acción (que queda reducido al cuarto final de la película), pero tampoco es algo demasiado grave.
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