Reconozco que hay un tipo de cine que a mí particularmente
me atrae bastante. Es el que yo denomino ‘cine de bajos fondos’, que no es
necesariamente cine negro (que suele responder c unas constantes argumentales y
estéticas muy definidas) y mucho menos trhiller (que suele tener más acción),
pero que podríamos decir que es el tipo de cine que se mueve dentro de
parámetros no específicamente criminales pero sí al margen de la legalidad, un
cine que prefiere los ambientes nocturnos y que con frecuencia refleja las
partes más sórdidas y oscuras de la sociedad. ¿Por qué me gusta este tipo de
cine? Buena pregunta… y no fácil de responder. Quizás porque tiene a mostrar
aspectos insólitos de la conducta humana, pero mayormente porque si está bien
hecho y bien escrito es un tipo de cine que explica historias interesantes y
presenta a personajes muchas veces atractivos incluso en sus aspectos más
cuestionables... o quizás precisamente debido a ellos.
El último film del guionista Dan Gilroy, “Nightcrawler”, se
podría adscribir dentro de esa tendencia cinematográfica. La película nos
cuenta la historia de un pequeño delincuente de poca monta, Louis Bloom, que se
dedica a robar elementos del mobiliario público (trozos de vallas, etc.) o
hacer pequeños hurtos para revenderlos y sacar algo de dinero, y que un buen
día ve la oportunidad de trabajar como el ‘merodeador nocturno’ del título,
tipos que cámara en manos se dedican a buscar y filmar imágenes escabrosas de
accidentes, robos u otro tipo de actos criminales para luego venderlas a
noticiarios ávidos de imágenes impactantes con las cuales incrementar su
audiencia. El protagonista, Louis Bloom, es un tipo frío y taciturno, de mirada
inquietante, del que rápidamente percibimos que posee un cerebro brillante así
como una total ausencia de escrúpulos o empatía hacia el género humano, un
perfecto sociópata en toda regla cuyas cualidades le convierten precisamente en
el candidato perfecto a ‘nightcrawler’.
Lo primero que llama la atención de este film es la
interpretación, absolutamente brillante, de Jake Gyllenhaal en el papel de
Louis Bloom, sin lugar a duda uno de los grandes ausentes de las nominaciones
al Oscar a la mejor interpretación masculina de este año. Con una
interpretación absolutamente controlada, intencionadamente fría y comedida,
pero en ningún modo hierática (Gyllenhaal pone muy especialmente el énfasis en
la mirada en su trabajo interpretativo), el actor compone un personaje
absolutamente memorable, tan repulsivo como fascinante, un tipo moralmente
despreciable, que exhibe en todo momento una absoluta carencia de sentimientos
que roza el autismo social, que incluso en cierto momento del film llega a
afirma que ‘quizás no le gusten las personas en absoluto’. Pero al mismo tiempo
es un tipo con un cerebro privilegiado, cuyos nada desdeñables conocimientos
los ha extraído de internet, y con una personalidad arrolladora, en absoluto
apocado, capaz de razonar con total control y seguridad frente a cualquier
persona presumiblemente superior a él en el terreno intelectual. En este
sentido los enfrentamientos verbales que mantiene con la directora del
noticiario al que vende sus imágenes son memorables y muestran muy claramente
la fuerza de carácter de Bloom. Gyllenhaal no se ha limitado a crear un
personaje a partir de su trabajo interpretativo sino que además se ha sometido
a una escalofriante transformación física llegando a perder casi 10 en el
proceso. La pérdida de peso, con el consecuente reflejo en su expresión,
acentuando los pómulos, hundiendo los ojos, ayudó al actor a meterse aún más en
la piel del personaje, pero además sirve para explicitar de una manera gráfica
la decadencia moral y psíquica de dicho personaje. Contribuye a deshumanizarlo
aún más, impidiendo cualquier tipo de simpatía por parte del espectador hacia
él. Resulta igualmente de agradecer que Gyllenhaal haya rehuido cualquier tipo
de histrionismos en su composición, con ello no solo evita caer en la
caricatura y el esperpento, sino que logra hacer a su personaje más creíble y
al mismo tiempo más inquietante.
Sin duda alguna el trabajo actoral de Gyllenhaal es uno de
los platos fuertes de este “Nightcrawler’, pero es justo reconocer también la
gran interpretación que lleva a cabo René Russo como la directora del
noticiario. Superados los 50, René Russo son solo continúa manteniéndose como
una mujer atractiva y fascinante, sino que logra que su Nina, la directora del
noticiario, sea un personaje no menos memorable que Bloom. Aunque la suya no es
una psique enferma como la de Bloom, Nina conecta con él en su falta de
escrúpulos y su ética cuestionable. La relación profesional entre ambos deviene
personal en el momento en que ella se deja fagocitar, conscientemente, por el
carácter parasitario de él, pues sabe que beneficia sus intereses personales. Si
Bloom es capaz de filma un moribundo sin prestarle ayuda de ningún tipo, o
incluso alterar el escenario de un accidente o un crimen, para lograr un mejor
plano, no menos repulsivas resultan las reacciones casi orgásmicas cuando Nina
observa las imágenes escabrosas por Bloom. En medio de tan desolador panorama
humano, donde todos se mueven por intereses personales sin miedo a utilizar o
pisotear a sus congéneres, el único individuo que muestra algo de decencia es
Rick, el ayudante de Bloom interpretado por Riz Ahmed, ingenuo, inocente y naive. Paradójicamente será el que peor
parado saldrá.
Con Gyllenhaal y Russo a la cabeza todo el reparto del film
realiza un ajustado trabajo interpretativo, pero ello también hay que
agradecerlos a los brillantes diálogos de un guion modélico y a un cuidado
trabajo de dirección actoral. El guionista Dan Gilroy debuta en el largometraje
con un film que tiene modos de trhiller pero que atesora una sátira despiadada
a los medios de comunicación. Gilroy no oculta ni muchos menos sus referentes:
el Michael Mann de “Colateral” o el Nicholas Winding Refn de “Drive” en su
lacónica puesta en escena y su fascinación por los ambientes más sórdidos de la
ciudad de Los Ángles, por mucho que Gilroy carece de la estilización del ambos;
el Billy Wilder de “El gran carnaval” y el Sidney Lumet de “Network” en su
crítica despiadada y sangrante el mundo periodístico (la Nina interpretada por
René Russo tiene muchos puntos en común con el personaje que interpretaba Faye
Dunavay en el film de Lumet); el Martin Scorsese de “Taxi Driver” en su
complejo y matizado retrato de un sociópata, por mucho que Louis Bloom es un
tipo embaucador que puede a veces resultar encantador como una cobra, mientras
que el Travis Bickle del film de Scorsese es un pobre individuo constantemente
a borde del estallido de furia; el primero trata siempre de utilizar a sus
congéneres y hace un viaje a los infiernos de una forma más o menos consciente,
el segundo busca desesperadamente redimirse y escapar de su infierno personal
realizando un acto de justicia, por mucho que sus métodos y motivaciones sean
equivocados.
Otro elemento que ponen de manifiesto los referentes que
Gilroy a buscado en el cine de Mann o Winding Refn es la forma en como montaje,
fotografía y música se unen en una perfecta simbiosis buscando un determinado
choque sensorial en el espectador. En este sentido Gilroy todavía está muy
lejos de la elegancia y maestría de Michael Mann o no asume los riesgos
estilísticos de los que es capaz el director de “Drive”, pero buenas maneras no
le faltan, y su contenida puesta en escena es sobradamente efectiva. En este
aspecto contribuyen notablemente el compositor James-Newton Howard, cuya música
refleja perfectamente el laconismo de sus imágenes, y el director de fotografía
Robert Elswit, que sabe extraer belleza de la fealdad, logrando que una ciudad
tan inhóspita como Los Angeles luzca fascinante en pantalla sin necesidad de
ocultar su sordidez o su fealdad.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La inquietante y
sobresaliente interpretación de Jake Gyllenhaal, el incisivo guion de Gilroy y
sus acerados diálogos. ¿Lo peor? Nada. Algunos quizás querrán achacarle su
falta de verosimilitud, pero para realismo ya tenemos los noticiarios… o no.
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