El título del último largometrage de J. C. Chandor podría llevar a equívoco y hacernos creer que nos encontramos ante una película donde la violencia va a erigirse en elemento decisorio de la trama. Pero hemos de tener en cuenta que la acción del film se desarrolla en Nueva York en el año 1981, considerado uno de los más violentos registrados en la historia de la ciudad. Sorprendentemente la trama de este film se desarrolla de forma sosegada y a un ritmo quizás un tanto moroso, lo que supone un interesante contrapunto no solo al periodo histórico en el que se adscribe, sino a la propia historia que nos cuenta, ambientada en el mundo de los bajos fondos newyorkinos. Así pues la violencia física en este film asoma tan solo de manera fugaz y en muy contadas ocasiones, y sin embargo subyace a lo largo de todo su metraje una sensación de calma tensa y la amenaza de que dicha violencia podría estallar en cualquier momento.
La historia que nos cuenta el film se centra en los esfuerzos de un hombre de negocios, Abel Morales, que se ha criado en un ambiente predominantmente corrupto y violento, pero al que con esfuerzo ha logrado sobreponerse, y que trata por todos los medios, mantener su integridad y honestidad pese a que el ambiente que le rodea le empuja constantemente a tomar el camino opuesto: el de la violencia. Este personaje, magistralmente interpretado por Oscar Isaac, está casado con una mujer de nombre Anna (no menos intensa Jessica Chastain), que presutamente también se ha criado en un ambiente similar (se insinúa que es hija de un lider mafioso), pero que al contrario de su marido ha llegado a abrazar. La relación que se establece entre ellos no puede resultar más contradictoria y más interesante al mismo tiempo, pues hay una enorme complicidad entre ambos, una suerte de entendimiento inquebrantable, pero al mismo tiempo ambos abrazan posturas enfrentadas a la hora de encararse a los conflictos. Mientras Abel simpre opta por la postura negociada, por el diálogo, por mantenerse en lo posible dentro de los parámetros de la legalidad, la 'ladymacbethiana' Anna no duda en recurrir a la violencia sin perder por ello su frialdad y su compostura, o en optar por métodos claramente ilegales con el fin de defender su propio status quo y el de su marido.
El trabajo de ambos actores es incuestionable, pero no podemos decir lo mismo de la labor del director. Y no porque haga un mal trabajo detrás de las cámaras, pese a que a veces el ritmo que imprime en algunas escenas resulta un tanto moroso, sino porque no logra arrancar auténtica tensión dramática al material que maneja. El problema quizás radique en dicho material y no en el uso que J. C. Chandor hace del mismo, pues la historia en si misma carece de gancho, y más que una trama compleja y bien desarrollada, lo que tiene entre manos en una escusa argumental para hacer un perfil psicológico, este sí: complejo y fascinante, de su pareja protagonista. Tan solo en un momento del film, la persecución de Abel a uno de los ladrones que están perjudicando su negocio de transportes, Chandor muestra algo más de nervio y logra crear esa necesaria tensión de la que film adolece durante la mayor parte de su metraje. A la postre parece más preocupado por la creación de una determinada atmósfera (a la que contribuye una fotografía intencionadamente oscura, poco clara, donde predomininan los tonos sepias, incrementando así la sensación de atemporalidad del relato) que no en desarrollar una historia.
El trabajo de ambos actores es incuestionable, pero no podemos decir lo mismo de la labor del director. Y no porque haga un mal trabajo detrás de las cámaras, pese a que a veces el ritmo que imprime en algunas escenas resulta un tanto moroso, sino porque no logra arrancar auténtica tensión dramática al material que maneja. El problema quizás radique en dicho material y no en el uso que J. C. Chandor hace del mismo, pues la historia en si misma carece de gancho, y más que una trama compleja y bien desarrollada, lo que tiene entre manos en una escusa argumental para hacer un perfil psicológico, este sí: complejo y fascinante, de su pareja protagonista. Tan solo en un momento del film, la persecución de Abel a uno de los ladrones que están perjudicando su negocio de transportes, Chandor muestra algo más de nervio y logra crear esa necesaria tensión de la que film adolece durante la mayor parte de su metraje. A la postre parece más preocupado por la creación de una determinada atmósfera (a la que contribuye una fotografía intencionadamente oscura, poco clara, donde predomininan los tonos sepias, incrementando así la sensación de atemporalidad del relato) que no en desarrollar una historia.
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