Cuando en el año 1999 se estrenó “Matrix”, segundo
largometraje de los hermanos Andy y Lana (antes Larry) Wachowski, la película fue justamente aplaudida
por su revolucionario uso de los efectos especiales y por aportar un muy
necesario soplo de aire fresco al panorama del cine de ciencia ficción de
aquella época.
El film de los Wachowski sorprendió por ofrecer enfoque
filosófico a la historia, la cual giraba en torno concepto clásico sobre si el
mundo que nos rodea es real o ficticio. En dicho film había una velada
referencia al mito de la caverna de Platón, al proponer una alegoría sobre el
hecho de vivir creyendo que lo irreal y falso es la verdad. El argumento, en una
clara referencia a la filosofía cartesiana sobrela imposibilidad de distinguir el
sueño de la vigilia, jugaba a confundir realidad y sueño, siendo la mente en
tanto que consciencia del ‘yo’ lo único que permanece en ambos estados. Esa
misma realidad ilusoria, la Matrix del título, ejerce de falsa realidad
opresiva y alienadora, y se convierte en la herramienta utilizada por los
estamentos opresores (las máquinas) para controlar a la humanidad, privándola
de la capacidad de decisión por si mismas al imbuirlos en un mundo imaginario
en el que pueden dirigir a los seres humanos a su antojo. Esta misma humanidad
no representa para las máquinas otra cosa que una fuente de energía, un
sustento ‘alimentario’, que necesitan para seguir funcionando.
Es cierto que en Matrix se observa una clara servidumbre del
film a los efectos especiales, pero es un defecto que se perdona rápidamente
por a) la innovación y la espectacularidad de los mismos, y b) porque ello no
va nunca en detrimento de una trama fascinante y bien construida.
El éxito de “Matrix”, en la que los Wachowski ejercieron de
directores y guionistas, abonaba sobradamente el terreno para producir un par de
secuelas, que se rodaron casi simultáneamente y que se estrenarían a lo largo
del 2003. En dichas secuelas los directores no se mostrarían tan inspirados, ya
que todo en ambos films (guion, montaje, filmación…) parecía encaminado
únicamente al epatar al espectador tratando de llevar aún más lejos los logros
del film precedente en materia de efectos especiales. La trama se complica y
enreda hasta perder frescura y acabar resultando tediosa, y los efectos
especiales, aun siendo incuestionables en su aspecto técnico, acaban aburriendo
por su excesiva exposición en pantalla. ¿Eran realmente necesarias estas
secuelas? “Matrix” es un film que funciona perfectamente sin necesidad de ellas,
a pesar de su final abierto, o quizás precisamente gracias al mismo.
Abrumados por el éxito de su trilogía los Wachowski se lo
tomarían con calma antes de ponerse de nuevo detrás de las cámaras, y en el año
2006 ejercerían solo de guionistas y productores del film “V de Vendetta”,
dejando la dirección del mismo en manos de James McTeigue, que realizaría un
brillante trabajo detrás de las cámaras. La película adapta una de las obras
maestras el autor británico Alan Moore, el cual se desentendió de la versión
cinematográfica y pidió que retirasen su nombre de los créditos por considerar
que ‘el guion tenía demasiados agujeros en la trama y que la línea argumental
iba en dirección opuesta a su obra original (la confrontación de dos ideas
políticas extremas: el fascismo y el anarquismo), convirtiéndose en una
historia sobre el neoconservadurismo estadounidense contra el liberalismo
estadounidense’ (sic). Pese a que la adaptación desvirtúa y simplifica en parte
el marcado carácter político de la obra de Moore, sigue siendo un productor
digno y bien filmado.
Los Wachoski se volverán a poner (por fin) detrás de las cámaras
en el 2008 para producir, escribir y dirigir “Speed Racer”, adaptación del
animé “Mach Go Go Go”. Después de dos propuestas tan ‘serias’ como “Matrix” y “V
de Vendetta” sorprende que los directores se hubiesen decantado por una
historia tan naive y que más parece destinada a tratar de contentar
únicamente a los espectadores más jóvenes de la
platea. El film es un indigesto festival kitsch de colores brillantes y mareantes movimientos de cámara,
construido sobre una trama endeble e infantil y sustentada por un abusivo uso de
los efectos digitales, que más que ayudar a la trama no hacen sino entorpecerla
erigiéndose en absolutos protagonistas del film.
“Speed Race” supuso un varapalo para Andy y Lana pues no
gozó ni del favor de la crítica ni del público, convirtiéndose en un sonoro
fracaso. En su intento por reconciliarse con público y crítica volverán en su
triple papel de productores/guionistas/directores con la adaptación de “El
Atlás de las nubes” en el 2012, a partir de la novela homónima de David
Mitchell
“El atlas de las nubes” nos expone una intrincada trama que
se descompone en 6 historias interrelacionadas entre sí y que se desarrollan en
diferentes espacios y periodos, que van desde el Pacífico Sur del siglo XIX a
un futuro post-apocalíptico. Según palabras del propio autor de la novela, la
película se diferencia de su obra en el hecho de que el film se estructura ‘como
una especie de mosaico puntillista: nos mantenemos en cada uno de los seis
mundos sólo el tiempo suficiente para que el gancho se hunda, y de ahí que los
dardos de la película de un mundo a otro vayan a la velocidad de un plato
giratorio, revisando cada narrativa durante el tiempo suficiente para
impulsarlo hacia adelante’ (sic). En esta ocasión hay 2 elementos que no
favorecen en mi opinión la empatía de los espectadores hacia los personajes o
su identificación con la historia. Por un lado la filigrana argumental que hace
que la trama se desarrolle dando saltos espaciales y temporales demasiado
rápidos, pudiendo confundir a aquellos espectadores menos atentos. Por otro
lado el truco (demasiado evidente y no sé hasta qué punto necesario) de hacer
que un mismo actor/actriz interprete distintos personajes en las diferentes
sub-tramas, obligándoles a disfrazarse y tener que cambiar de aspecto, sexo e
incluso raza de manera un tanto caprichosa, truco que en mi opinión distrae
demasiado de las historia que trata de contarnos. Pese a todo “El atlas de las
nubes” no carece de atractivos y de nuevo ponen de manifiesto la habilidad de
los hermanos para las puestas en escena efectistas.
Sin embargo dicho film gozó de una acogida más bien tibia en
taquilla, así que en su afán por reencontrar el favor de la taquilla los
Wachoski se han lanzado a dirigir y producir un film descaradamente comercial
que partiendo de una historia original llega ahora a nuestras pantallas con el
título de “El destino de Júpiter” (“Jupiter ascending” en su versión original).
El último largometraje de los Wachowski multiplica si acaso
los defectos que ya podíamos observar en las secuelas de “Matrix” o en “Speed
Racer”: la falta de solidez en las tramas, el nulo desarrollo psicológico de
los personajes, el efectismo a veces molesto de la puesta en escena o la
excesiva servidumbre a los efectos visuales del film. Todo en este “Destino de
Jupiter” es excesivo, ostentoso, y desmedido, empezando por un diseño de producción cuyo barroquismo
acaba por resultar estomagante, y acabando por una puesta en escena aparatosa y a ratos
demasiado atropellada que no aporta un ápice de claridad a lo que estamos
viendo en pantalla.
Los efectos visuales del film son, en efecto, espectaculares
y rayan la perfección, pero se hace tal abuso de ellos en el film que terminan
por resultar indigestos. Ese barroquismo desmesurado lleva a los responsables
del departamento de efectos especiales a diseñar, por ejemplo, naves rodeadas
de pequeños artefactos flotantes en constante movimiento, en un intento de
epatar al espectador a cualquier coste. Es misma desmesura se traslada al
diseño de vestuario, los decorados, el maquillaje… Pero nada de todo ello
obedece a una necesidad argumental o ilustrativa, sino que es un mero capricho
innecesario que no aporta nada al film, sino que más bien llena la pantalla de
demasiada información que el espectador no es capaz de asimilar (un ejemplo: la
descripción de los miembros del cuerpo policial, cada uno de ellos lleva
diferentes injertos faciales o diferentes maquillajes).
Todo ello se podría perdonar (en parte) si estuviese
cimentado sobre una base más sólida, pero la historia en si misma resulta
simplista, tontorrona, cursi y carente de interés. Ninguno de los personajes
del film tiene un mínimo de profundidad psicológica por más que los guionistas
se empeñen en ofrecernos algunos apuntes acerca del pasado de algunos de ellos,
como sería el caso del Caine interpretado por Channing Tatum; así acaban
resultando planos e inconsistentes. Tampoco ayuda que la mayoría de los actores
hagan gala de una descorazonadora falta de convicción en su trabajo: Sean Bean
es un actor más que solvente, pero aquí poco puede hacer con un personaje tan
plano como el que le ha tocado; Mila Kunis se limita a lucir palmito y
larguísimas pestañas y desfilar con vestidos extravagantes; y Eddie Redmayne compone un personaje
excesivamente amanerado que acaba siendo una mera caricatura y que en muchos
momentos alcanza un sonrojante ridículo. Tan solo Channing Tatum pone algo de
carne en el asador, y no porque su personaje sea un dechado de profundidad
psicológica, sino porque es el más físico de todos, lo cual permite al actor
lucir su buen estado físico y pasárselo en grande ‘surfeando’ en pantalla con
unas fardonas botas voladoras. Tatum también tiene una ventaja: es el que menos
diálogo tiene, por lo que no se ve obligado a recitar frases pomposas y faltas
de credibilidad.
Lo curioso es que hay una parte del argumento que podría
haber dado lugar a una más que atractiva película: la existencia de un inmenso
y poderoso conglomerado empresarial intergaláctico que se dedica a ‘cultivar’ civilizaciones
en planetas esparcidos por la galaxia de los cuales son propietarios, para que cuando
dichas civilizaciones llegan al punto de máximo crecimiento al borde del
colapso, ‘cosecharlas’ y extraer de dicha cosecha el máximo rendimiento
económico en forma de… dejémoslo ahí por no desvelar más aspectos de la trama
de lo que ya he hecho.
Lo triste es que la parte más interesante de dicha historia
es dilapidada en beneficio de una trama romántica que además de cursi no hay
por dónde cogerla, y unos vaivenes argumentales (las rivalidades entre los
dueños de dicho conglomerado comercial) totalmente caprichosos y carentes de
sentido. Si dicha trama romántica provoca el sonrojo y propia de un film Disney, la conclusión del film es
más bien de juzgado de guardia y no hay quien se la crea.
Así pues la película
ni sorprende ni emociona, sino que más bien agota tras su visionado al verse
uno sometido a un incesante bombardeo de imágenes espectaculares que más bien
acaban aburriendo por acumulación. Más que un 'ascenso', este "Jupiter ascending" supone un descenso a la mediocridad de unos directores que en un inicio fueron capaces de deslumbrar por su inventiva, pero que desde entonces no han hecho sino gala de su incapacidad para conmover al espectador. Esta por ver si este giro a una comercialidad más descarada se acaba traduciendo en resultados en taquilla.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El nivel técnico de los
efectos especiales, que no su uso (abusivo e indiscriminado) en pantalla. ¿Lo
peor? La historia: infantil, cursi, inconsistente y falta de gancho.
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