jueves, 12 de febrero de 2015

WACHOWSKI'S DESCENDING



Cuando en el año 1999 se estrenó “Matrix”, segundo largometraje de los hermanos Andy y Lana (antes  Larry) Wachowski, la película fue justamente aplaudida por su revolucionario uso de los efectos especiales y por aportar un muy necesario soplo de aire fresco al panorama del cine de ciencia ficción de aquella época.

El film de los Wachowski sorprendió por ofrecer enfoque filosófico a la historia, la cual giraba en torno concepto clásico sobre si el mundo que nos rodea es real o ficticio. En dicho film había una velada referencia al mito de la caverna de Platón, al proponer una alegoría sobre el hecho de vivir creyendo que lo irreal y falso es la verdad. El argumento, en una clara referencia a la filosofía cartesiana sobrela imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia, jugaba a confundir realidad y sueño, siendo la mente en tanto que consciencia del ‘yo’ lo único que permanece en ambos estados. Esa misma realidad ilusoria, la Matrix del título, ejerce de falsa realidad opresiva y alienadora, y se convierte en la herramienta utilizada por los estamentos opresores (las máquinas) para controlar a la humanidad, privándola de la capacidad de decisión por si mismas al imbuirlos en un mundo imaginario en el que pueden dirigir a los seres humanos a su antojo. Esta misma humanidad no representa para las máquinas otra cosa que una fuente de energía, un sustento ‘alimentario’, que necesitan para seguir funcionando.

Es cierto que en Matrix se observa una clara servidumbre del film a los efectos especiales, pero es un defecto que se perdona rápidamente por a) la innovación y la espectacularidad de los mismos, y b) porque ello no va nunca en detrimento de una trama fascinante y bien construida.

El éxito de “Matrix”, en la que los Wachowski ejercieron de directores y guionistas, abonaba sobradamente el terreno para producir un par de secuelas, que se rodaron casi simultáneamente y que se estrenarían a lo largo del 2003. En dichas secuelas los directores no se mostrarían tan inspirados, ya que todo en ambos films (guion, montaje, filmación…) parecía encaminado únicamente al epatar al espectador tratando de llevar aún más lejos los logros del film precedente en materia de efectos especiales. La trama se complica y enreda hasta perder frescura y acabar resultando tediosa, y los efectos especiales, aun siendo incuestionables en su aspecto técnico, acaban aburriendo por su excesiva exposición en pantalla. ¿Eran realmente necesarias estas secuelas? “Matrix” es un film que funciona perfectamente sin necesidad de ellas, a pesar de su final abierto, o quizás precisamente gracias al mismo.

Abrumados por el éxito de su trilogía los Wachowski se lo tomarían con calma antes de ponerse de nuevo detrás de las cámaras, y en el año 2006 ejercerían solo de guionistas y productores del film “V de Vendetta”, dejando la dirección del mismo en manos de James McTeigue, que realizaría un brillante trabajo detrás de las cámaras. La película adapta una de las obras maestras el autor británico Alan Moore, el cual se desentendió de la versión cinematográfica y pidió que retirasen su nombre de los créditos por considerar que ‘el guion tenía demasiados agujeros en la trama y que la línea argumental iba en dirección opuesta a su obra original (la confrontación de dos ideas políticas extremas: el fascismo y el anarquismo), convirtiéndose en una historia sobre el neoconservadurismo estadounidense contra el liberalismo estadounidense’ (sic). Pese a que la adaptación desvirtúa y simplifica en parte el marcado carácter político de la obra de Moore, sigue siendo un productor digno y bien filmado.

Los Wachoski se volverán a poner (por fin) detrás de las cámaras en el 2008 para producir, escribir y dirigir “Speed Racer”, adaptación del animé “Mach Go Go Go”. Después de dos propuestas tan ‘serias’ como “Matrix” y “V de Vendetta” sorprende que los directores se hubiesen decantado por una historia tan naive y que más  parece destinada a tratar de contentar únicamente a los espectadores más jóvenes de la  platea. El film es un indigesto festival kitsch de colores brillantes y mareantes movimientos de cámara, construido sobre una trama endeble e infantil y sustentada por un abusivo uso de los efectos digitales, que más que ayudar a la trama no hacen sino entorpecerla erigiéndose en absolutos protagonistas del film.

“Speed Race” supuso un varapalo para Andy y Lana pues no gozó ni del favor de la crítica ni del público, convirtiéndose en un sonoro fracaso. En su intento por reconciliarse con público y crítica volverán en su triple papel de productores/guionistas/directores con la adaptación de “El Atlás de las nubes” en el 2012, a partir de la novela homónima de David Mitchell

“El atlas de las nubes” nos expone una intrincada trama que se descompone en 6 historias interrelacionadas entre sí y que se desarrollan en diferentes espacios y periodos, que van desde el Pacífico Sur del siglo XIX a un futuro post-apocalíptico. Según palabras del propio autor de la novela, la película se diferencia de su obra en el hecho de que el film se estructura ‘como una especie de mosaico puntillista: nos mantenemos en cada uno de los seis mundos sólo el tiempo suficiente para que el gancho se hunda, y de ahí que los dardos de la película de un mundo a otro vayan a la velocidad de un plato giratorio, revisando cada narrativa durante el tiempo suficiente para impulsarlo hacia adelante’ (sic). En esta ocasión hay 2 elementos que no favorecen en mi opinión la empatía de los espectadores hacia los personajes o su identificación con la historia. Por un lado la filigrana argumental que hace que la trama se desarrolle dando saltos espaciales y temporales demasiado rápidos, pudiendo confundir a aquellos espectadores menos atentos. Por otro lado el truco (demasiado evidente y no sé hasta qué punto necesario) de hacer que un mismo actor/actriz interprete distintos personajes en las diferentes sub-tramas, obligándoles a disfrazarse y tener que cambiar de aspecto, sexo e incluso raza de manera un tanto caprichosa, truco que en mi opinión distrae demasiado de las historia que trata de contarnos. Pese a todo “El atlas de las nubes” no carece de atractivos y de nuevo ponen de manifiesto la habilidad de los hermanos para las puestas en escena efectistas.

Sin embargo dicho film gozó de una acogida más bien tibia en taquilla, así que en su afán por reencontrar el favor de la taquilla los Wachoski se han lanzado a dirigir y producir un film descaradamente comercial que partiendo de una historia original llega ahora a nuestras pantallas con el título de “El destino de Júpiter” (“Jupiter ascending” en su versión original).

El último largometraje de los Wachowski multiplica si acaso los defectos que ya podíamos observar en las secuelas de “Matrix” o en “Speed Racer”: la falta de solidez en las tramas, el nulo desarrollo psicológico de los personajes, el efectismo a veces molesto de la puesta en escena o la excesiva servidumbre a los efectos visuales del film. Todo en este “Destino de Jupiter” es excesivo, ostentoso, y desmedido, empezando por un diseño de producción cuyo barroquismo acaba por resultar estomagante, y acabando por una puesta en escena aparatosa y a ratos demasiado atropellada que no aporta un ápice de claridad a lo que estamos viendo en pantalla.

Los efectos visuales del film son, en efecto, espectaculares y rayan la perfección, pero se hace tal abuso de ellos en el film que terminan por resultar indigestos. Ese barroquismo desmesurado lleva a los responsables del departamento de efectos especiales a diseñar, por ejemplo, naves rodeadas de pequeños artefactos flotantes en constante movimiento, en un intento de epatar al espectador a cualquier coste. Es misma desmesura se traslada al diseño de vestuario, los decorados, el maquillaje… Pero nada de todo ello obedece a una necesidad argumental o ilustrativa, sino que es un mero capricho innecesario que no aporta nada al film, sino que más bien llena la pantalla de demasiada información que el espectador no es capaz de asimilar (un ejemplo: la descripción de los miembros del cuerpo policial, cada uno de ellos lleva diferentes injertos faciales o diferentes maquillajes).

Todo ello se podría perdonar (en parte) si estuviese cimentado sobre una base más sólida, pero la historia en si misma resulta simplista, tontorrona, cursi y carente de interés. Ninguno de los personajes del film tiene un mínimo de profundidad psicológica por más que los guionistas se empeñen en ofrecernos algunos apuntes acerca del pasado de algunos de ellos, como sería el caso del Caine interpretado por Channing Tatum; así acaban resultando planos e inconsistentes. Tampoco ayuda que la mayoría de los actores hagan gala de una descorazonadora falta de convicción en su trabajo: Sean Bean es un actor más que solvente, pero aquí poco puede hacer con un personaje tan plano como el que le ha tocado; Mila Kunis se limita a lucir palmito y larguísimas pestañas y desfilar con vestidos extravagantes;  y Eddie Redmayne compone un personaje excesivamente amanerado que acaba siendo una mera caricatura y que en muchos momentos alcanza un sonrojante ridículo. Tan solo Channing Tatum pone algo de carne en el asador, y no porque su personaje sea un dechado de profundidad psicológica, sino porque es el más físico de todos, lo cual permite al actor lucir su buen estado físico y pasárselo en grande ‘surfeando’ en pantalla con unas fardonas botas voladoras. Tatum también tiene una ventaja: es el que menos diálogo tiene, por lo que no se ve obligado a recitar frases pomposas y faltas de credibilidad.

Lo curioso es que hay una parte del argumento que podría haber dado lugar a una más que atractiva película: la existencia de un inmenso y poderoso conglomerado empresarial intergaláctico que se dedica a ‘cultivar’ civilizaciones en planetas esparcidos por la galaxia de los cuales son propietarios, para que cuando dichas civilizaciones llegan al punto de máximo crecimiento al borde del colapso, ‘cosecharlas’ y extraer de dicha cosecha el máximo rendimiento económico en forma de… dejémoslo ahí por no desvelar más aspectos de la trama de lo que ya he hecho.

Lo triste es que la parte más interesante de dicha historia es dilapidada en beneficio de una trama romántica que además de cursi no hay por dónde cogerla, y unos vaivenes argumentales (las rivalidades entre los dueños de dicho conglomerado comercial) totalmente caprichosos y carentes de sentido. Si dicha trama romántica provoca el sonrojo y propia de un film Disney, la conclusión del film es más bien de juzgado de guardia y no hay quien se la crea.

Así  pues la película ni sorprende ni emociona, sino que más bien agota tras su visionado al verse uno sometido a un incesante bombardeo de imágenes espectaculares que más bien acaban aburriendo por acumulación.  Más que un 'ascenso', este "Jupiter ascending" supone un descenso a la mediocridad de unos directores que en un inicio fueron capaces de deslumbrar por su inventiva, pero que desde entonces no han hecho sino gala de su incapacidad para conmover al espectador. Esta por ver si este giro a una comercialidad más descarada se acaba traduciendo en resultados en taquilla.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El nivel técnico de los efectos especiales, que no su uso (abusivo e indiscriminado) en pantalla. ¿Lo peor? La historia: infantil, cursi, inconsistente y falta de gancho.

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