viernes, 10 de octubre de 2014

¿FALSO CULPABLE?



Debo confesar que desde los tiempo de “El club de la lucha” (1999) soy un incondicional de David Fincher. El director de Denver aterrizó un poco de casualidad en la saga de “Alien” para dirigir en el año 1992 la 3ª entrega de la serie, que pese a que contenía algunos interesantes apuntes tanto visuales como argumentales, no logró hacernos olvidar las excelencias de primer film dirigido por Ridley Scott.

En 1995 estrena “Seven” un film con una impresionante factura visual pero que aún hoy en día me sigue pareciendo artificioso y sobrevalorado. En cualquier caso “Seven” pone de manifiesto el perfeccionismo y el virtuosismo visual tras las cámaras de su director, al igual que su siguiente film, la igualmente tramposa “The Game” (1997). Son films visualmente arrebatadores, en los que Fincher tiene como mejores aliados a sus directores de fotografía (Darius Khondji en el primero y Harris Savides en el segundo), pero cuyos argumentos juegan a poner a prueba la credulidad del espectador, lo que en algunos momentos puede resultar un tanto irritante. Por cierto, "Seven" inauguró una nueva época dorada en la realización de los títulos de crédito de un film gracias al rompedor trabajo del diseñador Kyle Cooper, que volverá a colaborar con Fincher en posteriores ocasiones.



Sin embargo cuando estrena “El club de la lucha” en 1999 a partir de la novela de Chuck Palahniuk he de decir que me rendí por completo a una trama tan original como manipuladora, y a su apabullante virtuosismo en la puesta en escena. “El club de la lucha” supone la primera colaboración con el director de fotografía Jeff Cronenweth. Hay apuntes de auténtica genialidad en este film, como la escena en que Howard Norton se pasea por su apartamento recitando todas las cosas que ha comprado en Ikea al tiempo que se van superponiendo en la pantalla etiquetas con los nombres, precios y referencias de dichos objetos al tiempo que van apareciendo en la imagen; o aquella otra en que trata de chantajear a su jefe auto-propinándose una paliza. Fincher logra sacar el máximo partido a un argumento que roza lo grotesco pero que en el fondo encierra una crítica feroz a la sociedad de consumo.


El habitual preciosismo formal de Fincher alcanza el paroxismo en algunas de las escenas de su siguiente film, “La habitación del pánico” (2002), a partir de un guion de David Koepp, y en el que repetirá colaboración con Darius Khondki, asistido en esta ocasión por Conrad W. Hall, iluminador a su vez del “American Beauty” de Sam Mendes o el “Sleepy Hollow” de Tim Burton. Particularmente memorable es el arriesgado travelling que, alejándose del rostro de Jody Foster que está durmiendo, recorre toda la casa, atraviesa el suelo desde el segundo piso para descender al hall del primero, se acerca a una puerta para introducirse por el ojo de la cerradura y vuelve a alejarse de nuevo; un auténtico tour de force visual.


En el año 2007 David Fincher estrenará la que para algunos es su película más perfecta, “Zodiac”, en la cual vuelve a reencontrase con el iluminador Harris Savides, y que cuenta con un libreto de James Vanderbilt a partir del libro de Robert Graysmith que investiga y analiza un caso real de asesinatos cometidos por un serial killer que operaba en el área de la bahía San Francisco durante los años 60, 70 y 80. El perfeccionismo técnico de Fincher alcanza aquí sus cotas más altas, por un lado debido a la enorme cantidad de tiempo y esfuerzos vertidos por director y guionista en la escritura del libreto, para el cual realizaron su propio trabajo de investigación llegando incluso a entrevistar personalmente a varias de las personas implicadas en el caso, que recordémoslo continua sin resolverse; por otro lado Fincher tuvo en cuenta que la trama se desenvolvía a lo largo de varias décadas, razón que le llevó a experimentar con los formatos cinematográficos (digital o analógico en diferentes partes del film) y sobretodo sonoros, empleando sonido monoaural o estero en función del momento histórico en el que se desarrolla cada escena. El resultado es un film que logra la perfección absoluta y que, de nuevo, contiene escenas que quedarán grabadas en la retina del espectador, como el travelling cenital que sigue a un coche por las calles de San Francisco al inicio del film, que consigue un extraño efecto al lograr que un objeto en movimiento, el vehículo, permanezca completamente estático en el plano dando la impresión de que son las calles las que se desplazan bajo los neumáticos.


Con frecuencia se ha acusado al cine de David Ficher de frío y falto de emoción, quizás por las temáticas que solía escoger hasta entonces (fundamentalmente el thriller o el cine policíaco). “El curioso caso de Benjamin Button” (2008) parecía estar concebida para contradecir a sus detractores, porque con éste Fincher logra el que es su film más emotivo y más arrebatadoramente romántico. En esta ocasión partió de un guion de Eric Roth sobre un cuento corto de F. Scott Fitzgerald, y volvió a encontrarse con el actor Brad Pitt, con quién ya había trabajado en “Seven” y “El club de la lucha”. En el apartado de la dirección de iluminación nos encontramos con Claudio Miranda, que ya había colaborado en la 2ª unida de “Seven”, “The Game”, “El club de la lucha” o “Zodiac”, y que más tarde dará muestras de su buen hacer en films como “TRON: Legacy” (2010) o “La vida de Pi” (Ang Lee, 2012). “Benjamin Button” demuestra no solo David Fincher también tiene un alma sensible sino que además los (extraordinarios) efectos especiales pueden ponerse al servicio de la historia para hacernos creer que los seres humanos pueden rejuvenecer. Un film hermoso que la fotografía de Miranda o la partitura de Alexandre Desplat contribuyeron a embellecer. Entre las muchas escenas memorables del film yo destacaría tres: una al inicio, donde nos cuenta mediante un bellísimo flashback la historia del relog de la estación; otra cuando nos narra mediante un preciosista encadenado de secuencias el accidente sufrido por el personaje que interpreta Cate Blanchet; y por último los diferentes y divertidos insertos a lo largo del film que muestran los accidentes sufridos por un anciano que ha sobrevivido a un rayo en siete ocasiones, y que están rodados como si se tratasen de secuencias de cine mudo.


Cuando después Fincher anunció su atención de rodar un film sobre los orígenes de Facebook, muchos pusimos cara de asombro, pues no parecía encajar con su trayectoria cinematográfica. Cuando se reveló que el guion lo escribiría Aaron Sorkin, guionista y alma matter de la serie de televisión “El ala oeste de la casa blanca”, entonces respiramos tranquilos. Así pues “La red social” se entrenó en el 2010 para explicarnos los entresijos que llevaron a la creación de Facebook y el auge de las redes sociales. Y si bien es cierto que la película contó con un guión sólido e inteligente a partir del libro “The accidental billionaires” de Ben Zezrich, repleto de brillantes diálogos, no es menos cierto que Fincher volvió a brillar con luz propia merced a su proverbial preciosismo formal, su perfeccionismo para la puesta en escena y su elegancia para el encuadre y los movimientos de cámara, hasta el punto de lograr que una escena aparentemente casual como es la de una regata llame la atención por su belleza compositiva. En esta ocasión Fincher vuelve a colaborar con el director de fotografía Jeff Cronenweth, y lo hace por primera vez con los músicos Trent Reznor (líder de Nine Inch Nails) y Atticus Ross, convirtiéndose los tres en habituales en la filmografía de Fincher a partir de este título. Por cierto, Reznor y Ross se llevarían el Oscar a la mejor partitura original gracias a su rompedor e innovador trabajo en “La red social”.


Si bien “Zodiac” recibió críticas entusiastas obtuvo una fría acogida en taquilla. No ocurrió lo mismo con “Banjamin Button” y “La red social”, que obtuvieron una muy buena recepción tanto por parte de la crítica como por parte del público. Quizás la confianza que Fincher comenzaba a despertar en los espectadores, entre los cuales se gestaba un grupo de seguidores incondicionales (entre los que me incluyo), fue lo que llevó a algún productor avispado proponerle la dirección de la adaptación del archi-famoso libro de Stieg Larsson “Los hombre que no amaban a las mujeres”, primero de la trilogía “Millenium”. Utilizo la palabra adaptación y no remake de forma intencionada, ya que si bien en nuestro país se estrenó una producción sueca en el 2009 (el film de Fincher se entrenó en el 2011), conviene recordar que esta en realidad no era un producto cinematográfico, sino un re-montaje preparado para salas comerciales a partir de una miniserie televisiva. David Ficher declaró no haber visto dicha miniserie ni su reconversión en largometraje, y partió directamente del libro de Larsson para desarrollar su particular visión de la historia. Así pues técnicamente no se trata de un remake sino de una verdadera adaptación del libro, una nueva versión si se quiere, y en cualquier caso es superior en todo al producto sueco. Superior técnicamente por ser un producto netamente cinematográfico que se beneficia además del buen hacer tras las cámaras de su director (la versión sueca no puede desprenderse de su plana concepción ni de su evidente factura televisiva); superior argumentalmente al contar con un guion más matizado, con una más cuidada descripción de los personajes; y desde luego superior en el apartado actoral desde el momento que ninguno de los actores de la versión sueca pueden hacer sombra al trabajo de Daniel Craig, Christopher Plummer, Robin Wright, o Stellan Skarsgard. La única excepción sería el caso de Noomi Rapace, no porque su interpretación sea superior a la de Rooney Mara en el film de Fincher, sino porque ambas están espléndidas; es cierto que Mara compone un personaje más frágil que Rapace, que muestra una actitud más dura, pero casi diría que me resulta más verosímil la primera. Y de nuevo Fincher volverá a contar con el buen hacer de Jeff Cronenweth en la cinematografía y Trent Reznor y Atticus Ross componiendo la banda sonora.


A Cronenweth, Reznor y Ross los volvemos a encontrar en el último y reciente film de David Fincher, “Perdida” (“Gone girl” en su versión original) estrenado este mismo año, que adapta un aclamado libro de la escritora Gillian Flynn, autora a su vez del guion del film. El resultado vuelve a ser brillante, aunque inusitadamente nos encontramos en esta ocasión con un Fincher más comedido tras la cámara, menos artificioso de lo que es habitual en él, lo que no quiere decir que su puesta en escena continúe siendo precida y modélica. Y quizás esa contención deba atribuirse a que en esta ocasión Fincher ha preferido que el brillante texto hable por si solo.

Pero lo más destacable de su último film es, sin duda alguna, un sólido guión que sabe jugar hábilmente con las expectativas que el espectador se va creando a lo largo del film. Con la apariencia de un thriller policíaco en el que se investiga la desaparición de la esposa del protagonista (un mediocre Ben Affleck), y con la aparente pretensión de proponer un juego para que el espectador trate de adivinar si dicho personaje es o no culpable, en el fondo lo que encierra el film es un ácido y cruel retrato de la institución matrimonial, que como la necesidad de guardar las apariencias o las presiones sociales se sobreponen a los sentimientos y la búsqueda de la verdad. En este sentido es posiblemente el film más retorcido que haya rodado David Fincher hasta la fecha. Pero también hay una crítica hiriente a los mass media, a la forma en como la información se manipula en beneficio de la audiencia, en como el espectador percibe una noticia que no es si no una interpretación mediatizada de la verdad y la acepta sin contrastarla o analizarla.

Sin duda alguna un montaje preciso que funciona como un mecanismo de relogería y una construcción dramática en forma de puzzle en el que todas sus piezas encajan a la perfección, son las principales bazas con las que Fincher a jugado para rodar "Perdida", pero todo ello no funcionaría si además no estuviese respaldado con un espléndido trabajo actoral de Rosamunde Pike, que tiene que lidiar con un papel que puede poner a prueba la credibilidad del espectador, pero que sale airosa derrochando talento y convicción. El final del film, cruél e irónico al mismo tiempo, es sin lugar a dudas el perfecto broche de oro para un film sencillamente brillante.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El trabajo de Fincher tras la cámara, el hábil guión de Flynn y, como no, una impresionante Rosamund Pike ¿Lo peor? Un inexpresivo Ben Affleck, incapaz de transmitir verdadera emoción al espectador... como de costumbre.

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