“La entrega” es el segundo largometraje del belga Michael R.
Roksman, realizado ahora con producción estadounidense tras haber recibido una
nominación en 2011 al Oscar a la mejor película de habla no inglesa por el film
belga “Bullhead”, protagonizado aquel por el también belga Matthias Schoenaerts, que repite de nuevo
con Roksman acompañado en esta ocasión por un impresionante triplete de actores
como Tom Hardy, James Gandolfini y Noomi Rapace. El film adapta uno de los
relatos cortos de Dennis Lehane, autor que ha inspirado películas anteriores
como “Mystic River” (Clint Eastwood, 2003) o “Shutter Island”(Martin Scorsese, 2010)
Quizás se podría argumentar que como relato “La entrega”
carece de la profundidad psicológica de “Shutter Island” o de la intensidad
dramática de “Mystic River”, pero se mueve igualmente en el terreno de las
emociones contenidas y los juegos de equívocos, y el guion del film juega hábilmente
con las expectativas del espectador, llevándole por un determinado terreno para
al final ofrecer un punto de inflexión, un giro inesperado que lo cambia todo y
que le obliga a replantearse todo lo que ha visto hasta el momento. También se
diferencia de aquellos en el hecho de que tanto “Mystic River” como “Shutter
Island” nos ofrecían resoluciones más bien amargas, mientras que esta “The Drop”
(título original del film que se podría traducir como ‘la caída’) nos regala al
final un cierre abierto a la esperanza.
Valorando el film
desde un punto de vista meramente estilístico podría decirse que Roksman está
más próximo de Eastwood que de Scorsese, pues su puesta en escena tiende más al
clasicismo del primero que al barroquismo que a veces exhibe el segundo.
Roksman, pues, utiliza el formato panorámico para envolver a los personajes,
recurriendo a movimientos de cámara ajustados, apenas perceptible, apostando
por una composición visual en la priman los primeros planos y se da
protagonismo a los rostros, y haciendo uso de una puesta en escena sencilla
pero elegante, en la que no hay cabida para elaboradas filigranas visuales que
puedan distraer al espectador de lo que verdaderamente quiere destacar su
director: la historia.
El argumento del
film gira en torno a un pequeño grupo de personajes: un camarero (Tom Hardy)
que trabaja tras la barra de un bar de Brooklyn en el que se desarrollan
algunos sucios trapicheos de las mafias locales; su primo (James Gandolfini),
gerente y anterior dueño del bar, cargado de deudas, y que pretende llevar a
cabo alguna arriesgada maniobra para estafar a los jefes de las mafias para las
que trabaja; una mujer (Noomi Rapace) que carga a sus espaldas heridas del
pasado y con la que el camarero iniciará un relación sentimental; y el antiguo
novio de ésta (Matthias Schoenaerts), un tipo desequilibrado que ha
pasado por alguna institución mental.
“La entrega” oscila
entre el thriller y el cine negro sin hacer uso de las convenciones propias de
cada uno de esos géneros, situándose a medio camino entre el clasicismo y la
post-modernidad a la que adscriben títulos como “Mátalos suavemente”, “Animal
Kingdom” o incluso “Colateral”, si bien su uso de la violencia es comedido,
mesurado, apostando antes por la tensión dramática que por las secuencias de
acción, tensión que va en progresión a lo largo de todo su metraje, y que
estalla en un inesperado giro dramático que nos revela los verdaderos rostros
de algunos de sus protagonistas. Es esa misma contención, esa aparente
frialdad, lo que juega a favor del film y en su mezcla de violencia y cotidianeidad
le dotan de un realismo poco presente en el cine policiaco de los últimos años.
Mención especial merecen las interpretaciones de su cuarteto
protagonista: el añorado James Gandolfini, en un trabajo póstumo, aporta su
lacónica presencia a un personaje cansado que trata de escapar del pozo de
miseria al que se ha visto abocado; Noomi Rapace dota de fragilidad y
convicción al suyo; Matthias Schoenaerts desarrolla su rol de desequilibrado
sin excesos ni histrionismos innecesarios, dotándolo de absoluta credibilidad.
Pero de nuevo Tom Hardy, se erige en protagonista absoluto de la función. Hardy
hace gala de una economía de medios asombrosa, utilizando la expresión
corporal, que domina como pocos actores en la actualidad, para comunicar todo
un amplio rango de emociones. Si en “Locke” (film que ya comenté hace poco y en
el que también alababa la interpretación sobresaliente de Hardy) construía su
personaje a partir de las miradas y sobre todo a partir de las inflexiones de
voz, en esta ocasión lo hace con el gesto, con la pose, con el movimiento; la
forma en como gira el rostro para evitar un enfrentamiento, la forma en cómo se
encorva para transmitir aparente indefensión, la forma en como su mirada se
pierde en el suelo para expresar un conflicto interior, todo esos gestos
sutiles explican mucho más del personaje que cualquier línea de diálogo. Hardy
sabe que se encuentra ante un personaje que es mucho más complejo de lo que
aparenta. El espectador tiene pistas de ello cuando le vemos acudir
regularmente a misa pero nunca tomar la comunión, ¿porque? Todo cobrará sentido
al final. La inocencia y la fragilidad que nos muestra al principio cuando
expresa sus dudas ante hacerse cargo de un cachorro de pitbull abandonado en un
container de basura (fragilidad que Hardy expresa de manera sobradamente
convincente con su triste mirada y que inicialmente le permite crear un vínculo
con el personaje igualmente roto que interpreta Noomi Rapace), la forma en como
ese personaje rehúye constantemente cualquier enfrentamiento verbal o físico, todo
ello en el fondo sabemos que encierra una lucha interior que se manifiesta de
manera velada y sutil a través de los gestos y las poses del protagonista. Sin
desvelar nada del film es espectador se dará cuenta de la enorme calidad
actoral de Tom Hardy precisamente al final, cuando el personaje que interpreta
hace algo inesperado: la reacción posterior del mismo es de una naturalidad
pasmosa e inquietante al mismo tiempo.
Michael R. Roksman no es Michael Mann ni pretende serlo, y
por eso mismo juega en todo momento la baza de la contención, tanto argumental
como estilística. No hay salidas de tono ni artificios visuales en “La entrega”,
y por el contrario su director busca siempre crear una atmosfera y un tono más propios
del realismo sucio, apoyándose fundamentalmente en una fotografía naturalista y
oscura que contribuye a incrementar esa sensación de tensión contenida que
planea a lo largo de toda la historia. El film se cierra con un plano de una
asombrosa sencillez pero que es capaz de expresar esperanza jugando únicamente
con la mirada de Tom Hardy y el montaje sonoro.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Por un lado su modélico
guion, que parte de una ajustada descripción de personajes, y que sin abandonar
nunca el realismo sabe jugar con el espectador sin engañarle a base de
artificios argumentales de ningún tipo; por otro lado el espléndido trabajo
actoral del cuarteto protagonista, con Tom Hardy a la cabeza. ¿Lo peor? Que su sencillez
y su falta de ambiciones haga que sea valorado como un título menor.

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