Frank Miller es por derecho propio uno de los grandes
nombres de la industria del cómic de las últimas décadas. Miller se dio a
conocer como dibujante y guionista en la serie “Daredevil” para Marvel Comics,
siendo uno de los primeros autores en ejercer de autor completo en un comic de
superhéroes. Tomó un personaje y una colección que estaban en horas bajas,
tanto a nivel creativo como en cifras de ventas, y lo remodeló por completo,
inaugurando una nueva etapa en los comics de superhéroes que buscaba redefinir
este tipo de personajes a partir de un enfoque más realista e incluso oscuro en
algunos casos. Frank Miller enfocó su trabajo en dos vías esenciales: por un
lado una más compleja exploración psicológica, e incluso psicoanalítica, de los
personajes, y por otro una relectura en clave sociopolítica de los mismos.
Pero al mismo tiempo que Miller revolucionaba el tratamiento
argumental de los comics de superhéroes, también hacía lo propio en el terreno
gráfico. Y no porque su grafismo destacase por un innovador tratamiento estilístico
(como mero ilustrador, no nos engañemos, Miller es bastante limitado) sino
porque abría nuevos caminos en la narrativa gráfica. Sus limitaciones en cuanto
al dibujo anatómico o la tosquedad de su trazo, las suplía con creces con un
rompedor diseño de viñeta y página, y con una cinética narrativa fluida y
dinámica que bebía mucho de influencias cinematográficas.
Tras abrir nuevas vías estilísticas y argumentales en “Daredevil”,
a principios de los 80 Miller se lanzará de lleno a la experimentación gráfica
con “Ronin”, una obra que aúna misticismo zen, tradición oriental, romanticismo
post-punk y ciencia-ficción apocalíptica, y que le va a convertir en uno de los
talentos más osados de la industria del cómic de los años 80. En esa obra
Miller trabajaría por primera vez con la que se convertiría en su colorista
habitual y futura mujer: Lynn Varley.
Poco después volverá con a Daredevil para guionizar la obra que
algunos consideran definitoria del personaje, “Born Again”, esta vez dejando el
trabajo de los lápices en manos de David Mazzuchelli, y usando la iconografía
católica como metáfora para contar la caída y posterior redención del personaje.
En su trayectoria personal Daredevil se ha ‘envilecido’ y por ese motivo Miller
lo somete a un encadenado de situaciones límite, le hace caer lo más bajo
posible para después renacer completamente purificado.
“Ronin” gozó de una buena acogida tanto crítica como
comercial, lo que facilitó que a DC Comics no le temblase el pulso a la hora de
encargar a Frank Miller uno de sus personajes más icónicos: Batman. El
resultado fue “The Dark Knight Returns” (“El regreso del señor de la noche” en
su primera traducción española). Hablar a estas alturas de una obra mítica que
ha hecho correr ríos de tínta, me parece hasta cierto punto redundante. Solo
comentaré que al margen de su innovación estilística en la que Miller continúa
investigando sobre el diseño de paneles y su distribución en la página, el
aspecto más destacable de “The Dark Knight” es la revisión a la que somete a un
personaje sobradamente conocido, que en manos de Frank Miller se convierte en
un oscuro vigilante de ética más que cuestionable. Miller ofrece una re-lectura
política del personaje rayana en lo reaccionario. El argumento se puede resumir
de manera bien: tras la retirada de Batman del escenario superheroico, la
ciudad de Gotham se ha convertido en un nido de corrupción donde políticos de
moralidad sospechosa y policías sin escrúpulos campan a sus anchas sin rendir
cuentas a ninguna estancia superior. El crimen y la corrupción han alcanzado
límites intolerables sin que nadie pueda o quiera hacer algo para remediarlo,
dejando completamente indefenso al ciudadano de a pie, que ya no puede confiar
ni en la ley ni en la justicia. En medio de ese ambiente de caos, Batman planea
su regreso, y lo hace erigiéndose en juez, jurado y verdugo. Sus intenciones
nos nobles y su sentido de la justicia (¿divina?) es incuestionable, pero no
así sus métodos, expeditivos y violentos. ¿El fin justifica los medios? ¿Qué poder
superior otorga a Batman la licencia para tomarse la justicia por su mano?
¿Acaso su moralidad reaccionaria no es en cierto modo equiparable a la falta de
moralidad de los corruptos que dice combatir? Estas y otras preguntas son las
que plantea Frank Miller en su comic, y aunque no oculta sus simpatías con el
personaje, al mismo tiempo opta por mantener una cierta distancia moral con el
mismo lo que le permite exponer una crítica al carácter parafascista del
vigilante. A pesar de todo tras la lectura del cómic es inevitable plantearse algunas preguntas acerca de su autor: ¿es un progresista o un reaccionario? ¿Su obra
esconde cierta simpatía hacia una postura que no puede calificarse sino como
reaccionaria, o por el contrario esa aparente simpatía en el fondo esconde una
crítica ácida en clave de ironía? No es nada fácil responderlas.
Tras el enorme éxito masivo de “The Dark Knight” (de nuevo
tanto en ventas como en críticas), Miller se mantendrá durante un tiempo en la industria
mainstream (o dicho de otra manera: Marvel y DC), que le permitirán la
suficiente libertad de movimientos como para continuar experimentando en el
análisis y la definición del super-héroe. Aunque Miller abandonará
temporalmente los lápices para centrarse en su trabajo como guionista y aliarse
con otros dibujantes con los que va a lograr (en algunos casos) una asombrosa
sintonía.
Así pues revisitará junto a David Mazzuchelli los orígenes
de Batman en “Batman: Año Uno”, una obra en clave de film noir que muchos
consideran incluso superior a “The Dark Knight” y en la que Miller centrará su
análisis en las motivaciones que llevan a un individuo aparentemente normal
(aunque no son pocas las cicatrices que Bruce Wayne, alter-ego de Batman, lleva
en su alma) a convertirse en vigilante.
Más tarde vendrán sus míticas colaboraciones con un Bill
Sienkiewickz en plena eclosión de su talento gráfico. Primero en “Daredevil:
Amor y Guerra”, después en la mítica “Elektra: Asesina”, donde Miller retomará
algunos de sus argumentos más queridos (el misticismo oriental, la tragedia griega,
la política-ficción…) para realizar una obra no exenta de sátira política (no
podemos dejar de pasar por alto que el principal ‘villano’ de esta obra es un
candidato a la presidencia de los Estados Unidos, poseído por el ¿diablo? y con
un sospechoso parecido a John F. Kennedy, mientras que su principal rival es
una grotesca y ridícula caricatura de Richard Nixon).
Miller retomaría de nuevo los lápices en “Elektra Lives
Again”, posiblemente su trabajo gráfico más estilizado y preciosista, donde
acusa una clara influencia de la línea clara y la narrativa del cómic europeo,
que contó a su vez con un exquisito trabajo en el color por parte de su mujer,
Lynn Varley. Miller había concebido esta obra como su particular adiós al
personaje de Daredevil y más especialmente de Elektra, personaje de su entera
creación, con el convencimiento de que Marvel nunca lo volvería a usar sin su
consentimiento. Marvel nunca respetaría el acuerdo, pero antes de falta a su
palabra, Miller volvería a reencontrarse con el personaje de Daredevil (y de
manera tangencial también el de Elektra) en la miniserie “Man without fear”,
ilustrada por John Romita Jr. en el que es su mejor trabajo como dibujante (según
palabras del propio ilustrador) y en clave de revisión de los orígenes del
personaje, como ya hiciese con Batman en “Año Uno”, aunque haciendo gala de un
tono bastante menos oscuro.
Desencantado con el tratamiento recibido por parte de las
majors de la industria del cómic, a mediados de los 90 Frank Miller desembarca en
la editorial independiente Dark Horse, para la cual realizará dos obras no
exentas de polémica. La primera “Hard Boiled”, una sátira ilustrada por el
hiperdetallista Geoff Darrow, que mezclaba la tradición del género negro con la
ciencia-ficción y que recibió cartas de protesta debido al contenido
hiperviolento de la misma. La otra obra sería “Marta Washington: Give Me
Liberty”, en colaboración con Dave Gibbons (ilustrador de la seminal “Watchmen”
de Alan Moore), miniserie con una fuerte carga de sátira política (a nadie se
le escapa que el personaje tiene el apellido del primer presidente
norteamericano, pero es mujer y además afroamericana), ambientada en un
violento futuro apocalíptico. Miller y Gibbons repetirán colaboración en cinco
relatos más con el personaje de Marta Washington a lo largo de la segunda mitad
de los años 90.
Es difícil dilucidar cuál es el verdadero posicionamiento
político de Frank Miller a partir de estas obras, ya que si bien todas
coinciden en sus elevadas dosis de violencia y en la presencia de personajes
que ejercen de ‘justicieros’ por los que Miller no oculta su simpatía, lo que
podrían llevar a acusarlo de reaccionario, al mismo tiempo están impregnadas de
elevadas dosis de sátira encubierta que bien podrían llevarnos a sospechar que
Miller en el fondo es más liberal y progresista de lo que aparenta.
Después vendrán otros trabajos más bien alimenticios y no
aportan nada reseñable a su currículum como “RoboCop Vs. The Terminator”, “Batman/Spawn”
o “Bad boy”, y una nueva colaboración con Geoff Darrow que es un claro y
divertido homenaje al kaiju japonés, “Big
Guy and Rusty the Boy Robot”, más destacable por el trabajo gráfico de Darrow
que por el argumento de Miller. Pero si un trabajo merece ser destacado en
dicha época es su aproximación al pulp y al género negro: “Sin City”. Miller
retoma en esta ocasión la figura del justiciero, pero desprovisto de artificio
(ni lleva capa ni tiene superpoderes) y de nobles principios: sus motivaciones
no son la sed de justicia sino, curiosamente, el amor. En “Sin City” su
protagonista, de nombre Marv, llevará a cabo una sangrienta cruzada vengativa
contra aquellos que han asesinado a la única mujer que le ha mostrado (fingido)
afecto. Hay en Sin City un estilizando tratamiento de la violencia gráfica,
merced a un innovador tratamiento estilístico deudor del expresionismo
cinematográfico y en el que Miller abandona la línea para centrarse en los
contrastes de luz y sombra utilizando manchas de tinta. Frank Miller continúa
experimentando con la narrativa y el grafismo y consigue la que es posiblemente
su obra más atmosférica. Su posicionamiento político se diluye a favor de un
tratamiento que apuesta por una suerte de romanticismo fatalista, de fuerte
carga dramática y con un matizado trazo psicológico de los personajes.
Frank Miller le cogerá el gusto a los personajes que pueblan
Sin City y volverá sobre ellos en cinco nuevas obras en formato miniserie y
varias historias cortas que serían recopiladas en posteriores volúmenes.
A finales de los noventa Miller sorprende con una nueva obra
de temática histórica, “300”, que relata la célebre batalla de las Termópilas
desde el punto de vista de los espartanos. Sin Miller en “Sin City” había
abandonado el uso del color, utilizando el blanco y negro para reforzar la
atmósfera de film noire, en “300” volverá a hacer uso del espléndido dolor de
Lynn Varley. Si bien la mayor novedad estilística introducida en la obra es su
uso de un formato apaisado, potenciando de esta manera la cualidad
cinematográfica de su narrativa. En esta obra Frank Miller se tomará ciertas
licencias con la verdad histórica, revistiendo a los espartanos con
características propias del (super)héroe, pero al mismo tiempo dotándoles de un
carácter violento y reaccionario que en muchos aspectos contradice su elevado
sentido de la justica. El Leónidas de Frank Miller no está tan alejado del Batman
que el mismo autor presentó en “The Dark
Knight”, y quizás en esta obra sí que deja entrever un cierto giro político
hacia la derecha, si bien Miller continúa rechazando cualquier forma de
política institucionalizada por considerarla corrupta y envilecida. “300”
evidencia una fuerte defensa del individualismo, mayor si cabe que la el Miller
había expuesto en sus trabajos para Daredevil o Batman, y de nuevo su
definición del héroe para por tomarse la justicia por su mano, lo que desde
cualquier punto de vista ético o moral es harto reprobable.
A principios del 2002 Frank Miller volvería a colaborar con
DC Comics, quién sabe si motivado más bien por el suculento cheque que DC debía
haberle prometido por retomar la largamente anunciada secuela de “The Dark
Knight”. Y de esta manera estrenará la controvertida “The Dark Knight Strikes
Again” (“El caballero oscuro contraataca”). Controvertida porque rompe tanto estilística
como argumentalmente con los logros de la obra precedente. Miller opta en esta
ocasión por un tratamiento gráfico cuasi caricaturesco, con un trazo desganado,
al que acompaña un tratamiento psicodélico del color por parte de (de nuevo)
Lynn Varley. Pero si este giro gráfico disgustó a mucho más fans, más lo hizo
su tratamiento argumental en el que Miller ofrece una visión desmitificadora, a
ratos grotesca, y decididamente irónico de todo el plantel de personajes
superhéroicos de la DC Comics.
Esta falta de sutileza se volverá a repetir de nuevo en el
comic “All Star: Batman & Robin” concebido para mayor lucimiento del
dibujante coreano Jim Lee, una obra que aparentemente es una continuación de su
célebre “Batman: Año Uno”, pero que abandona su tono de novela negra para
convertirse en un retrato cínico del personaje, ahondando más si cabe en su carácter
reaccionario (no hay más que ver la forma expeditiva en como Batman salda su
encuentro con su supuesto colega superheroico Green Lantern).
Con el tiempo Frank Miller empezará a sentirse tentado por
el medio cinematográfico, con el que ya había tenido una primera toma de
contacto en clave de guionista en las dos secuelas de “Robocop” a principios de
los 90, trabajos de los que Miller quedó profundamente insatisfecho al ver
coartada su libertad creativa.
No obstante volverá al cine, y esta vez por la puerta
grande, cuando Robert Rodriguez le propondrá adaptar y codirigir “Sin City” en
el 2007, película de episodios en la que Miller adaptará tres de sus relatos de
la ciudad del pecado: “El duro adiós”, “Ese bastardo amarillo” y “La gran masacre”.
En mi opinión “Sin city” como adaptación es modélica, pero como film es cuanto
menos discutible. Muchos espectadores y críticos se dejaron deslumbrar por su
rompedor tratamiento gráfico absolutamente fiel a las viñetas del cómic, en los
que se utiliza el blanco y negro de una forma como no se había visto en el
cine. Pero lo que en el comic resulta atmosférico y sirve para intensificar la
sensación dramática, en el cine resulta completamente artificioso. Robert
Rodriguez y Frank Miller se olvidan de dotar de coherencia lo que están contando
y se pierden de juegos estilísticos que nunca están al servicio de la historia
y que solo buscan el protagonismo por sí mismos. Esa exceso de fidelidad al
comic original acaba redundando en prejuicio de la película, pues Rodriguez
persigue el abosoluto mimetismo con la viñeta dibujada sin tener en cuenta que
el ritmo que exige un film es necesariamente distinto al de un comic. El
resultado muchas veces da la impresión de un montaje torpe y atropellado.
Frank Miller no parece haber aprendido demasiado de esta
primera experiencia tras las cámaras, pues cuando en el 2008 si hizo cargo en
solitario de las labores de dirección de “The Spirit” el resultado es un film
que se pierde más si cabe en juegos estilísticos que más que preciosistas
terminan por resultar vulgares. El mayor problemas de “The Spirit” no serán, por
el contrario, las ínfulas de auteur de su director y guionista, sino la
prostitución ejercida sobre la magna obra de Will Eisner, de quién Frank Miller
es confeso admirador, pero a quién hace un flaco favor llevando la obra de
Eisner a su propio terreno personal, reinventándolo por completo tanto a nivel
estilístico como argumental, prostituyéndolo en definitiva sin mostrar el más
mínimo respeto por la obra original.
Otra obra de Frank Miller será adaptada en el 2007, “300”,
esta vez bajo la batuta de Zack Snyder. El resultado en esta ocasión es
estilizado, excesivo y grandilocuente, como suelen serlo las películas de
Snyder. La diferencia es que pese al abuso de ciertas constantes estilísticas
(la fotografía muy contrastada, el uso de ralentíes…) Snyder tiene un mejor
sentido de la narrativa cinematográfica que Robert Rodriguez o el propio Miller,
y el resultado es un film donde la violencia está coreografiada de tal forma
que resulta bella aún de una manera excesiva. Por otro lado, aunque Snyder
buscó desmarcarse de cualquier lectura política inherente a la obra de Miller,
y aun obviando dicho contenido político en beneficio de una lectura sutilmente
homoerótica del relato, no pudo evitar que muchos leyesen su película en clave
encubiertamente fascistoide.
Con el tiempo Frank Miller se han convertido en algo más que
un visionario dentro del mundo del comic, se ha convertido en un personaje
controvertido gracias a una serie de declaraciones de marcado tinte político
que le han granjeado la antipatía y el rechazo de muchos compañeros de
profesión debido a su marcado posicionamiento reaccionario e incluso racista. Alan Moore publicó una dura diatriba contra él, e incluso Klaus Janson, que entintó las páginas de Miller para "Daredevil" y "The Dark Knight", le tildó de fascista. ¿Hasta que punto tienen razón todos aquellos que le tachan de reaccionario?
Presumo que Frank Miller es y ha sido siempre un republicado
de pro, firme defensor de la 2ª enmienda de la constitución norteamericana que
otorga el derecho a todo ciudadano de los Estados Unidos a poseer y portar armas. Frank Miller no ocultó su desprecio contra los indignados del movimiento Occupy Wall Street, a los que llego a tachar de antiamericanos y antipatriotas, pero también hay que conocer que Frank Miller fué testigo directo de los antentados del 11-S contra las torres gemelas de Nueva York desde la terraza de su casa en el barrio de Hell's Kitchen de NY, cosa que le marcó y que le ha llevado a radicalizar su postura, hasta tal punto que algunas de sus obras más reciente no ocultan un ataque al integrismo musulman, ataque que aparece de forma velada en algunos títulos ("300") o directamente abierta en otros ("Holly Terror"). No es menos cierto que esa postura radicalizada contra todo lo musulman que exhibe Miller en sus últimas declaraciones rayan el ridículo, el fanatismo y la intolerancia, y bien pueden ser descritos como inequívocamente racistas, fruto indudablemente de un absoluto desconocimento de lo que es el Islam y el mundo musulman, y que no se reduce únicamente a un grupo de fanáticos asesinos. ¿Basta eso para tachar a Frank Miller de fascista? Yo antes de tacharía de ignorante, porque antes de los tristes acontecimientos del 11-S el propio Miller escribía a un Batman irrumpiendo en una fiesta de los ricos y poderosos de Gotham para amenazarles con quitarles sus privilegios en una memorable escena de "Batman: Año Uno". Ese mismo Batman y probablemente su autor hubiesen apoyado a los indignados de Occupy.
Lamentablemente la lucided y contención (hablo en el terreno meramente político) que exhibía Frank Miller antaño se ha perdido por el camino y eso da como resultado "Holly Terror", su última obra en formato comic, que no es más que un panfleto propagandístico contra Al Qaeda y el terrorismo islámico. No he leído la obra, y debo reconocer que sabedor de su contenido y sus intenciones me tira para atrás. Por lo que se de ella a través de otros que sí la han leído y cuya valoración me parece del todo fiable, "Holly Terror" repleto de imágenes poderosas, pero realizado con torpeza y con prisas, con el único objetivo de atacar el terrorismo musulman. Según Miller el único terrorista bueno es el terrorista muerto y la única manera de vengar a las víctimas es la venganza.
Es curioso que los primeros protagonistas de este comic iban a ser Batman y Catwoman luchando contra el integrismo islámico, pero DC Comics rechazó de lleno de utilizar dos de sus personajes más icónicos como vehículos propagandísticos, y más de un ideario, el de Frank Miller, cuanto menos controvertido. Miller, sin embargo, encontró la idea de publicarlo siguiendo sus ideas originales, y transformandos a los protagonistas en una pareja de justicieros enmascarados que no ocultan sus indisimulasdas similitudes conlos citados Batman y Catwoman.
Si hemos de valorar la evolución idelógica de Frank Miller a lo largo de us obra haríamos bien en fijarnos que el Kingpin de las páginas de "Daredevil", por ejemplo, es un capo mafioso que domina la ciudad de Nueva York desde lo alto de un edificio corporativo que le permite influenciar en los entresijos políticos; que en "Ronin" el gobierno ha sido sustituido por corporaciones tanto o más corruptas; que en "The Dark Knight" aparece una parodia grotesca de Ronald Reagan y que Superman no es más que una marioneta de un gobierno inútil y corrupto; .que en "Elektra Assesina" el Presidente de los EEUU es un tarado con un sospechoso parecido a Richard Nixon, y su rival opositor un manipulador con maneras de telepredicado televisivo; que la primera miniserie de Martha Washington se llama "Give me Liberty" ("Dame la libertad") y que el gobierno es el principal enemigo de la protagonistaM que en "Sin City" las prostitutas lo son por voluntad propia y controlan su propio negocio sin ser explotadas por chulos ni policías corruptos, mientras que el principal villano de la función es un cardenal de la iglesia católica de retorcidos gustos sexuales; que "300" narra la lucha de una minoría contra una fuerza externa opresora...
Antes de que su idelogía se torciese por culpa de los acontecimientos del 11-S, esta podría calificarse más bien como libertaria, y si a eso le añadimos la influencia del catolicismo durante su infancia, es fácil entender a sus héroes, que sufren, "mueren" y "resucitan", y que se sacrifican, si es necesario, por el bien ajeno.
Ahora Frank Miller vuelve a la palestra cinematográfica con con la esperada (por algunos) secuela de "Sin City", con el subtítulo de "A Dame To Kill For" (que en su día se tradujo en España como "Mataría por ella"), film que ha tenido una nefasta acogida comercial en Estados Unidos y que aún no ha encontrado distribución española.
¿Qué puede
esperarse de esta secuela que no estuviese ya en el film precedente? Nada.
Incluidos los excesos y errores que ya estaban presentes en aquel, el principal
de los cuales vuelve a ser el exceso de mimetismo con respecto al comic
original. Rodriguez y Miller parten del comic como si de un storyboard
cinematográfico se tratase, hasta tal punto que muchos planos reproducen de
manera exacta el contenido de muchas viñetas, lo cual no sería ningún problema
si no fuese porque Rodriguez vuelve a insistir en montar y encadenar las
secuencias imitando la cadencia del comic y obviando por completo que un film
necesita un ritmo propio. En muchos momentos del film uno tiene la sensación de
ritmo entrecortado, como a trompicones, dando así la impresión de que algunas
secuencias están mal montadas, de forma precipitada. El resultado final carece
de fluidez narrativa. La fidelidad a la viñeta impresa no tendría por qué ser
un problema, como ya demostró por ejemplo Zack Snyder por su (espléndida)
adaptación de ”Watchmen”, que copia miméticamente muchas viñetas del comic,
pero dándoles forma netamente cinematográfica, y confiriendo al conjunto un
ritmo fluido.
Rodriguez y
Miller vuelven a perderse de nuevo en filigranas estilísticas que ya en el
primer “Sin City” resultaban vacuas por muy originales que fuesen. Se olvidan
por completo de hacer cine y se limitan a hacer un comic filmado, sin rubor
alguno en que los personajes se muevan o gesticulen de una manera
desnaturalizada y que resulta en muchos momentos cómica de puro inverosímil.
Pero todo aquello que podría resultar novedoso en el primer fil, en esta secuela
ha perdido ya el efecto sorpresa, así que solo queda esperar que al menos la
historia se sostenga. Pero ni eso. Los directores vuelve a jugar de nuevo la
baza del exceso, que es esta ocasión termina por producir una cierta sensación
de hastío: lo que funciona en una comic no tiene por qué funcionar en una
película. La violencia estilizada que ilustra Miller en sus comics, trasladada
a un film de forma mimética acaba resultando a ratos ridícula. Del mismo modo
la narración introspectiva de los comics originales en el film se convierte en
una tediosa voz en off.
Todos esos
fallos, todos estos sinsentidos, ya estaban en el film original, y parece ser
que sus directores no han sabido (o no han querido) aprender de sus fallos y
volver a jugar la misma baza. ¿Qué podemos rescatar entonces de esta secuela?
Al igual que en la primera, el trabajo actoral. Sin en aquella actores como
Elijah Wood, Nick Stalh, Benicio del Toro, Rutger Hauer, Clive Oven, Bruce
Willis y muy especialmente un entonado Mickey Rourke, tenían sus momentos de
lucimiento merced a una caracterizaciones exageradas pero notablemente
eficaces, en esta ocasión se les unen Ray Liotta y los habitualmente espléndidos
Josh Brolin y Joseph Gordon-Lewitt para ampliar el reparto. Posiblemente sea en
el reparto femenino donde el film salga ganando en esta ocasión. Y no es que
Frank Miller no sepa escribir personajes femeninos fascinantes (ahí están
Elektra o Marta Washington para demostrarlo), pero “Sin City” es un comic con
una predominante presencia masculina, donde el rol femenino tiene ocasionales
destellos de genio y figura. No fue así en la primera adaptación
cinematográfica, donde las presencias por otro lado atractivas de Jessica Alba,
Jamie King, Rosario Dawson, Brittany Murphy o Carla Gugino acababan resultando
más bien anecdóticas. En esta secuela, como no podría ser de otra manera
teniendo un título como “A dame to kill for”, el interés se invierte gracias a
un personaje tan poderoso como el de la seductora y peligrosa Ava Lord, que se
beneficia del rostro (y el cuerpo) de la siempre estimulante Eva Green, muy
consciente de que está interpretando un rol a medio camino entre los
convencionalismos de la femme fatale
del cine negro y la caricatura de comic.


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