sábado, 18 de octubre de 2014

PONER LOS CUERNOS


Si algo hay que reconocerle a Daniel Radcliffe es el esfuerzo que está poniendo en quitarse de encima el personaje de Harry Potter. Será mejor o peor actor, pero no cabe duda de que hasta ahora está dirigiendo su carrera con inteligencia y evitando el encasillamiento.

Ya antes de concluir la saga del aprendiz de mago creado por la escritor J. K. Rowling, Dadcliffe aceptó interpretar el personaje de Alan Strang de "Equus" en la escena londinense, controvertida obra de Peter Shaffer que fué llevada a la pantalla grande por Sidney Lummet 1977, y que tiene una escena que obliga al actor a presentarse en el escenario como Dios le trajo al mundo, cosa que en su dia despertó las iras de los seguidores de la saga de Harry Potter por considerarlo 'inadecuado' y que podría herir en cierto modo las sensibilidades de los niños que acudían al cine a ver las hazañas de su mago favorito.

Nada más concluir su participación en la saga aceptó el rol protagonista de un film de terror gótico, "La mujer de negro" (James Watkins, 2012), y después aceptaría intervenir en la serie televisiva "A young doctor's notebook", basada en la obra de Mijail Bulgakov, y en la que interpreta a un joven e inexperto doctor adicto a la morfina que ejerce en un pequeño pueblo durante la época de la Revolución Rusa. Poco después se metería en la piel nada más y nada menos que del poeta de la beat generation Allen Ginsberg en el film "Kill your darlings" (John Krokidas, 2013, que ya comenté en BEAT YOUR DARLINGS), donde no solo interpretaba a un personaje homosexual, sino que además no se cortaba a la hora de interpretar algunas escenas subidas de tono.

Nos llega ahora (o nos llegará cuando se estrene aquí) su última incursión en el género fantástico, "Horns", rodada por Alexandre Aja en el 2013, en la que Radcliffe tiene la ocasión de mostrar un imagen desaliña e interpretar a un personaje con ciertas connotaciones siniestras, algo bastante alejado de lo que debería ser un alumno de Hogwarts. Alexandre Aja es un director que ha mostrado buena mano con la puesta al día de algunos clásicos del género como "Las colinas tienen ojos" (2006), remake del clásico de Wes Craven de 1977, más salvaje y grandgignolesca si cabe que el film original, o "Piraña 3D" (2010), divertida por excesiva puesta al día del clásico (again) rodado por Joe Dante en 1978.

Aja se ha olvidado esta vez de los clásicos del cine de terror setentero y ha tomado como base para su última película una novela de Joe Hill ("Cuernos" en su tradicción al castellano), que parte de una originial premisa: un tipo (Daniel Radcliffe) es acusado (al parecer injustamente) del asesinato de su novia pero sin poder ser inculpado del mismo, lo que no evita que todos los habitantes del pueblo donde habita den por hecho su culpabilidad y lo vean como un demonio; un buen día se despierta y le han crecido cuernos en la cabeza, sin embargo todo el mundo que le ve, lejos de reaccionar con estupor, extrañeza o miedo, empiezan a mostrarle su personalidad más oscura. Aquí es donde el film podría establecer una disquisición sobre la naturaleza del mal, sobre como algunos individuos son percibidos como diabólicos por ciertos sectores de la sociedad, mientras que los miembros de esa masa acusadora, aparentemente inocente, justa y pacífica, esconden sentimientos oscuros, violentos y de naturaleza muchas veces sordida. Pero lamentablemente este planteamiento está asuente en el film de Aja, y lo que podría ser un interesante discurso acerca del mal y como éste transforma a los individuos acaba quedándose en unas buenas intenciones que nunca llegan a encontrar el desarrollo adecuado. En el momento que le nacen los cuernos el personaje que interpreta Dadcliffe en el film, este es capaz de provocar y sacar a la luz la parte más oscura y siniestra de la gente que le rodea, al mismo tiempo que a pesar de su  demoniaco aspecto él insiste en defender su inocencia y exhibir un caracter más pacífico y conciliador. Pero algunas de las escenas en que dicho personaje, de nombre Iggy, extrae la parte oculta de sus vecinos y familiares no pueden evitar caer en un sonrojante ridículo (como aquella escena en que hace que unos periodistas se enfrenten entre sí, o cuando provoca que una pareja de policías muestren su lado más 'romántico').

El film arranca de una forma interesante, y tiene un par de buenos momento cuando Iggy descubre los verdaderos sentimientos de sus padres hacia él, pero no sabe explotar las capacidades que exhibe el personaje y el tono malsano que destilan las escenas iniciales se pierde en momentos de sal gruesa o en metáforas visuales carentes de sutileza (las serpientes, el tridente...) y que acaban perjudicando el conjunto del film. Al final todo queda reducido a un simple thriller fantástico donde la trama se reduce a tratar de descubrir quén es el verdadero asesino de la novia del protagonista, todo ello rematado con un final absurdo, un tontorrón festival de efectos especiales que malogra por completo los pocos aciertos que tiene la película en la primera mitad de su metraje. De hecho en la trama podríamos descubrir un cierto aspecto irónico en el hecho de que al personaje de Iggy le 'salgan cuernos', algo a lo que un guión más ingenioso podría haber sacado partido, pero ni el guionista parece estar por la labor ni sé si quiera si existe dicha referencia en la novela original. Al menos, pese a que Alexandre Aja maneja un material con excasa entidad, no se puede negar que tiene buena mano para el manejo de la cámara.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La dirección de Aja. ¿Lo peor? Una buena idea completamente desperdiciada en un guión simplista y vacío de contenido.

lunes, 13 de octubre de 2014

DISTOPIAS ACOLESCENTES



Aunque el género fantástico se rige por una serie de premisas que son las que le otorgan una identidad propia, no es menos cierto que es un género cinematográfico en el que tienen cabida muchas acepciones: la ciencia-ficción, el terror, etc. E incluso dentro de esos géneros con el tiempo se han ido estableciendo nuevas definiciones que han dado cabida a diversos sub-géneros: el terror psicológico, el slasher, el giallo italiano, a space opera, la fantasía mitológica, el realismo mágico, el ciberpunk, la ci-fi futurista… En cine de superhéroes (del cual ya hablé largo y tendido en un post anterior) podría ser uno de esos subgéneros de nueva hornada. Otro podría ser lo que yo denomino ‘distopias adolescentes’.

Bien cierto es que el cine fantástico en general ha gozado siempre de una amplia aceptación entre el público adolescente, de ahí que con el tiempo hayan comenzado a producirse películas orientadas de una manera muy descarada a ese sector de la población, películas que en la mayoría de los casos adaptan o se inspiran en obras literarias que ya han gozado precisamente de un éxito masivo entre el público juvenil. La productoras cinematográficas han visto un filón comercial en esta tendencia, de ahí que se hayan lanzado de forma desesperada a buscar libros que adaptar a la gran pantalla.

Los éxitos de super-producciones como “El señor de los anillos” o la saga de Harry Potter han hecho que toda productora que se precie quiera contar con su propia franquicia fantástica. Sin embargo pocas de ellas han gozado inicialmente de éxito en taquilla y la mayoría más bien se han saldado con sonoros fracasos comerciales. Así ocurrió con “Un puente a Terabithia” (obra de Catherine Paterson adaptada a la pantalla grande por Gabor Csupo), la saga de “Corazón de tinta” (escrita por Cornelia Funke y de los cuales solo se ha adaptado el primer libro con dirección de Iain Softley), la saga de "Eragon" (escrita por Christopher Paolini y que solo tuvo una primera entrega dirigida por Estephen Fangmeier con escasa fortuna), los "Libros de Terramar" de Ursula K. Le Guin (que solo cuentan con una irregular adaptación animada producida por el Estudio Ghibli del maestro Miyzaki), la saga de “La materia oscura” de Phillip Pullman (solo el primer libro, “La brújula dorada”, ha sido torpemente adaptado a la pantalla por Chris Weitz), la saga “Percy Jackson y los dioses del Olimpo” (escrita por Rick Riordan, con dos adaptaciones cinematográficas de desigual acogida comercial, la primera dirigida por Chris Columbus)…. La excepción a esta lista de fracasos comerciales vendrían a ser “Las crónicas de Narnia” de C. S. Lewis, de los cuales se han adaptado ya tres libros, y además el primero, “El león, la bruja y el armario”, dirigido por Andrew Adamson, con un considerable éxito comercial) y , como no, la saga “Crepúsculo” escrita por Stephenie Meyer.

Conviene reseñar que en el terreno literario casi todos los títulos que he citado anteriormente fueron escritos inicialmente dirigidos a un público juvenil pero sin desdeñar en absoluto su acceso a lectores más maduros, y en algunos casos (como “El señor de los anillos” de Tolkien o especialmente “La materia oscura” de Pullman), estaban más bien dirigidos a un lector adulto. La clara excepción en este caso sería la saga “Crepúsculo”, que de una manera muy obvia está orientada a un público esencialmente adolescente y mayormente femenino. Y de hecho ha sido dentro de ese mismo sector de la población donde el film ha obtenido un mayor éxito. Así pues las productoras se han puesto de nuevo manos a la obra para comprar los derechos de sagas cinematográficas de temática fantástica y protagonizadas por adolescentes a partir de las cuales pudiesen construir rentables franquicias cinematográficas. Los primeros intentos se saldaron con tibias acogidas por parte del público, como son los casos de “Ciudad de huesos”, adaptación de la saga de “Cazadores de sombras” escrita por Cassandra Clare, y que de momento solo cuenta con una primera película dirigida por Harald Zwart; o “Hermosas criaturas”, dirigida por Richard LaGravanese (curiosamente el guionista de "Los puentes de Madison" de Clint Eastwood) a partir de la “La saga de las 16 lunas” creada por Kami Garcia y Margaret Stohl. 

Como ya hizo en su día “Crepúsculo”, será otro título el que romperá con la maldición que parece rodear a este tipo de películas y que incialmente no parecen encontrar el lugar en la taquilla. Me estoy refiriendo naturalmente a la trilogía “Los juegos del hambre” escrita por Suzanne Collins, cuyas dos primeras partes ya conocen una exitosa adaptación cinematográfica en manos de Gary Ross, y a la que muy pronto se unirán dos películas más que cierran la ‘trilogía’ (también se ha convertido en costumbre el partir el último libro de una saga en dos films, por aquello de aprovechar más el tirón comercial: lo hicieron con “Harry Potter”, con “Crepúsculo” y ahora lo volverán a hacer con “Los juegos del hambre. Sinsajo”). 

Hay una clara diferencia entre la saga “Crepúsculo” y la de “Los juegos del hambre”. Aunque ambas van dirigidas a un público adolescente y ambas se vertebran sobre una protagonista femenina, la primera utiliza el elemento fantástico (en este caso la presencia de vampiros y hombres lobo) como mera excusa para desarrollar una historia de corte romántico (bastante cursi en mi opinión) dirigida fundamentalmente al público femenino, mientras que la segunda construye una trama de desarrollo fantástico en la cual los adolescentes son los protagonistas, y buscan contentar tanto al público femenino como masculino. Así pues vamos a encontrar en la adaptación cinematográfica de la saga escrita por  Suzanne Collins suficientes elementos de romance, acción, sexo y violencia  (mesurados estos últimos), como para contentar a todo tipo de públicos. Pero en “Los juegos del hambre” nos encontramos también con un sustrato argumental más interesante y más complejo como para permitir un tímido discurso socio-político sobre la lucha de clases y la opresión política, discurso quizás un tanto superficial, pero no perdamos de vista que estamos ante una novela (y una película) de entretenimiento y dirigida a un público mayoritariamente juvenil.

“Los juegos del hambre” suponen en cierto sentido el inicio de un nuevo sub-género dentro del fantástico cinematográfico al que ya aludía más arriba: lo que yo denomino ‘distopias adolescentes’. La novela y la película nos presentan un futuro post-apocalíptico, en el cual se sus adolescentes protagonistas deberán enfrentarse a fuerzas opresoras para derrocar un gobierno totalitario y tratar de establecer un sistema social más equitativo y justo. También se hace en ella una lectura crítica de la utilización de las formas de entretenimiento por parte de los poderes políticos como medio para controlar la masa ciudadana, o visto de otra manera: el panem et circenses romano.

Aunque el sustrato socio-político que subyace este tipo de películas puede resultar bastante simplista, al menos es de agradecer que se intente introducir un discurso que invite a los adolescentes a la reflexión. Otro título reciente que juega bazas similares es “Divergente”, que adapta el primer título de una trilogía escrita por Veronica Roth, y que ha sido dirigido por Neil Burger. También aquí se habla de la lucha de castas desde un óptica similar a como lo hace la saga de Suzanne Collins. El éxito de esta película no ha sido ni mucho menos tan masivo como en el caso de “Los juegos del hambre” pero todo hace presagiar que pronto veremos una continuación de la saga en la gran pantalla.

Ahora llega a nuestras pantallas el último ejemplo cinematográfico en ‘distopias adolescentes’, con el título de “El corredor del laberinto”, dirigida por Wes Ball a partir de la saga escrita por James Dashner. El argumento gira en esta ocasión en torno a un grupo de adolescentes que permanecen encerrados en un gigantesco laberinto como víctimas de un aparente test científico que desarrolla en un futuro desértico y post-apocalíptico en el cual la Tierra ha sido prácticamente arrasada por el sol.

Nos encontramos sin embargo con notables diferencias con respecto a los films anteriormente comentados. Para empezar ninguno de los personajes del film tiene el carisma que exhiben Jennifer Lawrence dando vida a la Katniss Everdeen de “Los juegos del hambre” o la Shailene Woodley y el Theo James de “Divergente”. De hecho todo el reparto de este film resulta francamente anodino e insulso, con la excepción de una brevísima Patricia Clarkson que el tiempo dirá si está a la altura de los ilustres villanos interpretados por Donald Sutherland o Kate Winslet en las sagas anteriormente citadas (talento no le falta, otra cosa es que le escriban un papel a su medida).

La película tiene un par de secuencias de acción que es justo reconocer que están bien rodadas, pero al margen de eso su argumento no da al espectador suficientes puntos de anclaje para despertar su interés y engancharse a la trama. ¿Por qué están encerrados todos estos muchachos en el laberinto? ¿Quién lo ha hecho? ¿Con qué propósito? ¿Por qué han sido encerrados dos de sus protagonistas, Thomas y Teresa, con este grupo? Demasiadas preguntas que no obtienen ninguna respuesta a lo largo de todo el metraje, con lo cual más que despertar interés lo que consiguen es cierta desafección por parte del espectador. ¿Qué les espera a estos protagonistas? A mí, la verdad, me interesa más bien poco. La trama acumula demasiados tópicos (el novato que tiene que encontrar su lugar en el grupo, el buen líder que le ayuda, el rival que le pondrá obstáculos… ) y desaprovecha muchas de sus posibilidades: todos los encerrados en el laberinto son chicos, supuestamente con la hormonas revolucionadas por el hecho de estar encerrados sin –suponemos- sexo (aspecto que obvian completamente por aquello de no suscitar respuestas presuntamente homoeróticas), y la llegada de una chica, la primera y única, ¿no despierta ningún tipo de respuesta?????  Eso no hay quién se lo crea. 

La comparación con el clásico del William Golding “El señor de las moscas”, como he leído en algún sitio, le viene grande, muy grande, a este corredor del laberinto. La novela de Golding nos habla de un grupo de niños que sobreviven en una isla desierta como únicos supervivientes de un accidente aéreo, lo que les obliga a buscar un modelo social que les permita sobrevivir en un entorno hostil. Pero el único referente que tienen es el de los adultos presentes únicamente en sus recuerdos de infáncia, lo que en ausencia de madurez y de la guía de un adulto más experimentado y sabio les lleva a construir un modelo jerárquico basado en la búsqueda de poder. Así pues la novela nos plantea dos temas básicos: la perdida de la inocencia y la lucha entre civilización y barbarie.

Cualquier intención alegórica y cualquier interpretación en clave sociopolítica está asenté el “El corredor del laberinto” (en la película al menos, pues no he leído la novela), lo cual dilapida cualquier posibilidad de construir un relato más complejo, que se pierde al final en secuencias de acción más o menos logradas pero reiterativas. La presencia de la única chica en la historia resulta incluso forzada y más parece encaminada únicamente a cumplir la necesaria cuota de personajes femeninos. Es de agradecer que no se haya utilizado para forzar una subtrama romántica que la película no necesita, pero el hecho de no explorar más profundamente las consecuencias de su presencia en el grupo de chicos, hace que su presencia termine resultando redundante.

Al final todo intento de construir una trama dramática con un mínimo de interés fracasa por culpa de que un guion que es incapaz de sacarle un mínimo partido a algunas premisas argumentales que podrían dar más de sí, y lo único destacable acaba siendo una dirección artística en la que, a pesar de todo, se desaprovecha el atractivo diseño que se ofrece del leaberinto en algunas secuencias. 

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El diseño de producción no carece de atractivos... por decir algo. ¿Lo peor? Los actores (insultos), la dirección (plana), el guion (torpe), la historia (carente por completo de interés)… ¿sigo?

sábado, 11 de octubre de 2014

PECADOS Y POLÍTICOS



Frank Miller es por derecho propio uno de los grandes nombres de la industria del cómic de las últimas décadas. Miller se dio a conocer como dibujante y guionista en la serie “Daredevil” para Marvel Comics, siendo uno de los primeros autores en ejercer de autor completo en un comic de superhéroes. Tomó un personaje y una colección que estaban en horas bajas, tanto a nivel creativo como en cifras de ventas, y lo remodeló por completo, inaugurando una nueva etapa en los comics de superhéroes que buscaba redefinir este tipo de personajes a partir de un enfoque más realista e incluso oscuro en algunos casos. Frank Miller enfocó su trabajo en dos vías esenciales: por un lado una más compleja exploración psicológica, e incluso psicoanalítica, de los personajes, y por otro una relectura en clave sociopolítica de los mismos.

Pero al mismo tiempo que Miller revolucionaba el tratamiento argumental de los comics de superhéroes, también hacía lo propio en el terreno gráfico. Y no porque su grafismo destacase por un innovador tratamiento estilístico (como mero ilustrador, no nos engañemos, Miller es bastante limitado) sino porque abría nuevos caminos en la narrativa gráfica. Sus limitaciones en cuanto al dibujo anatómico o la tosquedad de su trazo, las suplía con creces con un rompedor diseño de viñeta y página, y con una cinética narrativa fluida y dinámica que bebía mucho de influencias cinematográficas.

Tras abrir nuevas vías estilísticas y argumentales en “Daredevil”, a principios de los 80 Miller se lanzará de lleno a la experimentación gráfica con “Ronin”, una obra que aúna misticismo zen, tradición oriental, romanticismo post-punk y ciencia-ficción apocalíptica, y que le va a convertir en uno de los talentos más osados de la industria del cómic de los años 80. En esa obra Miller trabajaría por primera vez con la que se convertiría en su colorista habitual y futura mujer: Lynn Varley.


Poco después volverá con a Daredevil para guionizar la obra que algunos consideran definitoria del personaje, “Born Again”, esta vez dejando el trabajo de los lápices en manos de David Mazzuchelli, y usando la iconografía católica como metáfora para contar la caída y posterior redención del personaje. En su trayectoria personal Daredevil se ha ‘envilecido’ y por ese motivo Miller lo somete a un encadenado de situaciones límite, le hace caer lo más bajo posible para después renacer completamente purificado.


“Ronin” gozó de una buena acogida tanto crítica como comercial, lo que facilitó que a DC Comics no le temblase el pulso a la hora de encargar a Frank Miller uno de sus personajes más icónicos: Batman. El resultado fue “The Dark Knight Returns” (“El regreso del señor de la noche” en su primera traducción española). Hablar a estas alturas de una obra mítica que ha hecho correr ríos de tínta, me parece hasta cierto punto redundante. Solo comentaré que al margen de su innovación estilística en la que Miller continúa investigando sobre el diseño de paneles y su distribución en la página, el aspecto más destacable de “The Dark Knight” es la revisión a la que somete a un personaje sobradamente conocido, que en manos de Frank Miller se convierte en un oscuro vigilante de ética más que cuestionable. Miller ofrece una re-lectura política del personaje rayana en lo reaccionario. El argumento se puede resumir de manera bien: tras la retirada de Batman del escenario superheroico, la ciudad de Gotham se ha convertido en un nido de corrupción donde políticos de moralidad sospechosa y policías sin escrúpulos campan a sus anchas sin rendir cuentas a ninguna estancia superior. El crimen y la corrupción han alcanzado límites intolerables sin que nadie pueda o quiera hacer algo para remediarlo, dejando completamente indefenso al ciudadano de a pie, que ya no puede confiar ni en la ley ni en la justicia. En medio de ese ambiente de caos, Batman planea su regreso, y lo hace erigiéndose en juez, jurado y verdugo. Sus intenciones nos nobles y su sentido de la justicia (¿divina?) es incuestionable, pero no así sus métodos, expeditivos y violentos. ¿El fin justifica los medios? ¿Qué poder superior otorga a Batman la licencia para tomarse la justicia por su mano? ¿Acaso su moralidad reaccionaria no es en cierto modo equiparable a la falta de moralidad de los corruptos que dice combatir? Estas y otras preguntas son las que plantea Frank Miller en su comic, y aunque no oculta sus simpatías con el personaje, al mismo tiempo opta por mantener una cierta distancia moral con el mismo lo que le permite exponer una crítica al carácter parafascista del vigilante. A pesar de todo tras la lectura del cómic es inevitable plantearse algunas preguntas acerca de su autor: ¿es un progresista o un reaccionario? ¿Su obra esconde cierta simpatía hacia una postura que no puede calificarse sino como reaccionaria, o por el contrario esa aparente simpatía en el fondo esconde una crítica ácida en clave de ironía? No es nada fácil responderlas.


Tras el enorme éxito masivo de “The Dark Knight” (de nuevo tanto en ventas como en críticas), Miller se mantendrá durante un tiempo en la industria mainstream (o dicho de otra manera: Marvel y DC), que le permitirán la suficiente libertad de movimientos como para continuar experimentando en el análisis y la definición del super-héroe. Aunque Miller abandonará temporalmente los lápices para centrarse en su trabajo como guionista y aliarse con otros dibujantes con los que va a lograr (en algunos casos) una asombrosa sintonía.

Así pues revisitará junto a David Mazzuchelli los orígenes de Batman en “Batman: Año Uno”, una obra en clave de film noir que muchos consideran incluso superior a “The Dark Knight” y en la que Miller centrará su análisis en las motivaciones que llevan a un individuo aparentemente normal (aunque no son pocas las cicatrices que Bruce Wayne, alter-ego de Batman, lleva en su alma) a convertirse en vigilante. 


Más tarde vendrán sus míticas colaboraciones con un Bill Sienkiewickz en plena eclosión de su talento gráfico. Primero en “Daredevil: Amor y Guerra”, después en la mítica “Elektra: Asesina”, donde Miller retomará algunos de sus argumentos más queridos (el misticismo oriental, la tragedia griega, la política-ficción…) para realizar una obra no exenta de sátira política (no podemos dejar de pasar por alto que el principal ‘villano’ de esta obra es un candidato a la presidencia de los Estados Unidos, poseído por el ¿diablo? y con un sospechoso parecido a John F. Kennedy, mientras que su principal rival es una grotesca y ridícula caricatura de Richard Nixon).


Miller retomaría de nuevo los lápices en “Elektra Lives Again”, posiblemente su trabajo gráfico más estilizado y preciosista, donde acusa una clara influencia de la línea clara y la narrativa del cómic europeo, que contó a su vez con un exquisito trabajo en el color por parte de su mujer, Lynn Varley. Miller había concebido esta obra como su particular adiós al personaje de Daredevil y más especialmente de Elektra, personaje de su entera creación, con el convencimiento de que Marvel nunca lo volvería a usar sin su consentimiento. Marvel nunca respetaría el acuerdo, pero antes de falta a su palabra, Miller volvería a reencontrarse con el personaje de Daredevil (y de manera tangencial también el de Elektra) en la miniserie “Man without fear”, ilustrada por John Romita Jr. en el que es su mejor trabajo como dibujante (según palabras del propio ilustrador) y en clave de revisión de los orígenes del personaje, como ya hiciese con Batman en “Año Uno”, aunque haciendo gala de un tono bastante menos oscuro.


Desencantado con el tratamiento recibido por parte de las majors de la industria del cómic, a mediados de los 90 Frank Miller desembarca en la editorial independiente Dark Horse, para la cual realizará dos obras no exentas de polémica. La primera “Hard Boiled”, una sátira ilustrada por el hiperdetallista Geoff Darrow, que mezclaba la tradición del género negro con la ciencia-ficción y que recibió cartas de protesta debido al contenido hiperviolento de la misma. La otra obra sería “Marta Washington: Give Me Liberty”, en colaboración con Dave Gibbons (ilustrador de la seminal “Watchmen” de Alan Moore), miniserie con una fuerte carga de sátira política (a nadie se le escapa que el personaje tiene el apellido del primer presidente norteamericano, pero es mujer y además afroamericana), ambientada en un violento futuro apocalíptico. Miller y Gibbons repetirán colaboración en cinco relatos más con el personaje de Marta Washington a lo largo de la segunda mitad de los años 90.


Es difícil dilucidar cuál es el verdadero posicionamiento político de Frank Miller a partir de estas obras, ya que si bien todas coinciden en sus elevadas dosis de violencia y en la presencia de personajes que ejercen de ‘justicieros’ por los que Miller no oculta su simpatía, lo que podrían llevar a acusarlo de reaccionario, al mismo tiempo están impregnadas de elevadas dosis de sátira encubierta que bien podrían llevarnos a sospechar que Miller en el fondo es más liberal y progresista de lo que aparenta.

Después vendrán otros trabajos más bien alimenticios y no aportan nada reseñable a su currículum como “RoboCop Vs. The Terminator”, “Batman/Spawn” o “Bad boy”, y una nueva colaboración con Geoff Darrow que es un claro y divertido homenaje al kaiju japonés, “Big Guy and Rusty the Boy Robot”, más destacable por el trabajo gráfico de Darrow que por el argumento de Miller. Pero si un trabajo merece ser destacado en dicha época es su aproximación al pulp y al género negro: “Sin City”. Miller retoma en esta ocasión la figura del justiciero, pero desprovisto de artificio (ni lleva capa ni tiene superpoderes) y de nobles principios: sus motivaciones no son la sed de justicia sino, curiosamente, el amor. En “Sin City” su protagonista, de nombre Marv, llevará a cabo una sangrienta cruzada vengativa contra aquellos que han asesinado a la única mujer que le ha mostrado (fingido) afecto. Hay en Sin City un estilizando tratamiento de la violencia gráfica, merced a un innovador tratamiento estilístico deudor del expresionismo cinematográfico y en el que Miller abandona la línea para centrarse en los contrastes de luz y sombra utilizando manchas de tinta. Frank Miller continúa experimentando con la narrativa y el grafismo y consigue la que es posiblemente su obra más atmosférica. Su posicionamiento político se diluye a favor de un tratamiento que apuesta por una suerte de romanticismo fatalista, de fuerte carga dramática y con un matizado trazo psicológico de los personajes.


Frank Miller le cogerá el gusto a los personajes que pueblan Sin City y volverá sobre ellos en cinco nuevas obras en formato miniserie y varias historias cortas que serían recopiladas en posteriores volúmenes.

A finales de los noventa Miller sorprende con una nueva obra de temática histórica, “300”, que relata la célebre batalla de las Termópilas desde el punto de vista de los espartanos. Sin Miller en “Sin City” había abandonado el uso del color, utilizando el blanco y negro para reforzar la atmósfera de film noire, en “300” volverá a hacer uso del espléndido dolor de Lynn Varley. Si bien la mayor novedad estilística introducida en la obra es su uso de un formato apaisado, potenciando de esta manera la cualidad cinematográfica de su narrativa. En esta obra Frank Miller se tomará ciertas licencias con la verdad histórica, revistiendo a los espartanos con características propias del (super)héroe, pero al mismo tiempo dotándoles de un carácter violento y reaccionario que en muchos aspectos contradice su elevado sentido de la justica. El Leónidas de Frank Miller no está tan alejado del Batman que  el mismo autor presentó en “The Dark Knight”, y quizás en esta obra sí que deja entrever un cierto giro político hacia la derecha, si bien Miller continúa rechazando cualquier forma de política institucionalizada por considerarla corrupta y envilecida. “300” evidencia una fuerte defensa del individualismo, mayor si cabe que la el Miller había expuesto en sus trabajos para Daredevil o Batman, y de nuevo su definición del héroe para por tomarse la justicia por su mano, lo que desde cualquier punto de vista ético o moral es harto reprobable.


A principios del 2002 Frank Miller volvería a colaborar con DC Comics, quién sabe si motivado más bien por el suculento cheque que DC debía haberle prometido por retomar la largamente anunciada secuela de “The Dark Knight”. Y de esta manera estrenará la controvertida “The Dark Knight Strikes Again” (“El caballero oscuro contraataca”). Controvertida porque rompe tanto estilística como argumentalmente con los logros de la obra precedente. Miller opta en esta ocasión por un tratamiento gráfico cuasi caricaturesco, con un trazo desganado, al que acompaña un tratamiento psicodélico del color por parte de (de nuevo) Lynn Varley. Pero si este giro gráfico disgustó a mucho más fans, más lo hizo su tratamiento argumental en el que Miller ofrece una visión desmitificadora, a ratos grotesca, y decididamente irónico de todo el plantel de personajes superhéroicos de la DC Comics.


Esta falta de sutileza se volverá a repetir de nuevo en el comic “All Star: Batman & Robin” concebido para mayor lucimiento del dibujante coreano Jim Lee, una obra que aparentemente es una continuación de su célebre “Batman: Año Uno”, pero que abandona su tono de novela negra para convertirse en un retrato cínico del personaje, ahondando más si cabe en su carácter reaccionario (no hay más que ver la forma expeditiva en como Batman salda su encuentro con su supuesto colega superheroico Green Lantern).

Con el tiempo Frank Miller empezará a sentirse tentado por el medio cinematográfico, con el que ya había tenido una primera toma de contacto en clave de guionista en las dos secuelas de “Robocop” a principios de los 90, trabajos de los que Miller quedó profundamente insatisfecho al ver coartada su libertad creativa. 

No obstante volverá al cine, y esta vez por la puerta grande, cuando Robert Rodriguez le propondrá adaptar y codirigir “Sin City” en el 2007, película de episodios en la que Miller adaptará tres de sus relatos de la ciudad del pecado: “El duro adiós”, “Ese bastardo amarillo” y “La gran masacre”. En mi opinión “Sin city” como adaptación es modélica, pero como film es cuanto menos discutible. Muchos espectadores y críticos se dejaron deslumbrar por su rompedor tratamiento gráfico absolutamente fiel a las viñetas del cómic, en los que se utiliza el blanco y negro de una forma como no se había visto en el cine. Pero lo que en el comic resulta atmosférico y sirve para intensificar la sensación dramática, en el cine resulta completamente artificioso. Robert Rodriguez y Frank Miller se olvidan de dotar de coherencia lo que están contando y se pierden de juegos estilísticos que nunca están al servicio de la historia y que solo buscan el protagonismo por sí mismos. Esa exceso de fidelidad al comic original acaba redundando en prejuicio de la película, pues Rodriguez persigue el abosoluto mimetismo con la viñeta dibujada sin tener en cuenta que el ritmo que exige un film es necesariamente distinto al de un comic. El resultado muchas veces da la impresión de un montaje torpe y atropellado.


Frank Miller no parece haber aprendido demasiado de esta primera experiencia tras las cámaras, pues cuando en el 2008 si hizo cargo en solitario de las labores de dirección de “The Spirit” el resultado es un film que se pierde más si cabe en juegos estilísticos que más que preciosistas terminan por resultar vulgares. El mayor problemas de “The Spirit” no serán, por el contrario, las ínfulas de auteur de su director y guionista, sino la prostitución ejercida sobre la magna obra de Will Eisner, de quién Frank Miller es confeso admirador, pero a quién hace un flaco favor llevando la obra de Eisner a su propio terreno personal, reinventándolo por completo tanto a nivel estilístico como argumental, prostituyéndolo en definitiva sin mostrar el más mínimo respeto por la obra original.


Otra obra de Frank Miller será adaptada en el 2007, “300”, esta vez bajo la batuta de Zack Snyder. El resultado en esta ocasión es estilizado, excesivo y grandilocuente, como suelen serlo las películas de Snyder. La diferencia es que pese al abuso de ciertas constantes estilísticas (la fotografía muy contrastada, el uso de ralentíes…) Snyder tiene un mejor sentido de la narrativa cinematográfica que Robert Rodriguez o el propio Miller, y el resultado es un film donde la violencia está coreografiada de tal forma que resulta bella aún de una manera excesiva. Por otro lado, aunque Snyder buscó desmarcarse de cualquier lectura política inherente a la obra de Miller, y aun obviando dicho contenido político en beneficio de una lectura sutilmente homoerótica del relato, no pudo evitar que muchos leyesen su película en clave encubiertamente fascistoide.


Con el tiempo Frank Miller se han convertido en algo más que un visionario dentro del mundo del comic, se ha convertido en un personaje controvertido gracias a una serie de declaraciones de marcado tinte político que le han granjeado la antipatía y el rechazo de muchos compañeros de profesión debido a su marcado posicionamiento reaccionario e incluso racista. Alan Moore publicó una dura diatriba contra él, e incluso Klaus Janson, que entintó las páginas de Miller para "Daredevil" y "The Dark Knight", le tildó de fascista. ¿Hasta que punto tienen razón todos aquellos que le tachan de reaccionario?

Presumo que Frank Miller es y ha sido siempre un republicado de pro, firme defensor de la 2ª enmienda de la constitución norteamericana que otorga el derecho a todo ciudadano de los Estados Unidos a poseer y portar armas. Frank Miller no ocultó su desprecio contra  los indignados del movimiento Occupy Wall Street, a los que llego a tachar de antiamericanos y antipatriotas, pero también hay que conocer que Frank Miller fué testigo directo de los antentados del 11-S contra las torres gemelas de Nueva York desde la terraza de su casa en el barrio de Hell's Kitchen de NY, cosa que le marcó y que le ha llevado a radicalizar su postura, hasta tal punto que algunas de sus obras más reciente no ocultan un ataque al integrismo musulman, ataque que aparece de forma velada en algunos títulos ("300") o directamente abierta en otros ("Holly Terror"). No es menos cierto que esa postura radicalizada contra todo lo musulman que exhibe Miller en sus últimas declaraciones  rayan el ridículo, el fanatismo y la intolerancia, y bien pueden ser descritos como inequívocamente racistas, fruto indudablemente de un absoluto desconocimento de lo que es el Islam y el mundo musulman, y que no se reduce únicamente a un grupo de fanáticos asesinos. ¿Basta eso para tachar a Frank Miller de fascista? Yo antes de tacharía de ignorante, porque antes de los tristes acontecimientos del 11-S el propio Miller escribía a un Batman irrumpiendo en una fiesta de los ricos y poderosos de Gotham para amenazarles con quitarles sus privilegios en una memorable escena de "Batman: Año Uno". Ese mismo Batman y probablemente su autor hubiesen apoyado a los indignados de Occupy. 

Lamentablemente la lucided y contención (hablo en el terreno meramente político) que exhibía Frank Miller antaño se ha perdido por el camino y eso da como resultado "Holly Terror", su última obra en formato comic, que no es más que un panfleto propagandístico contra Al Qaeda y el terrorismo islámico. No he leído la obra, y debo reconocer que sabedor de su contenido y sus intenciones me tira para atrás. Por lo que se de ella a través de otros que sí la han leído y cuya valoración me parece del todo fiable, "Holly Terror" repleto de imágenes poderosas, pero realizado con torpeza y con prisas, con el único objetivo de atacar el terrorismo musulman. Según Miller el único terrorista bueno es el terrorista muerto y la única manera de vengar a las víctimas es la venganza.

Es curioso que los primeros protagonistas de este comic iban a ser Batman y Catwoman luchando contra el integrismo islámico, pero DC Comics rechazó de lleno de utilizar dos de sus personajes más icónicos como vehículos propagandísticos, y más de un ideario, el de Frank Miller, cuanto menos controvertido. Miller, sin embargo, encontró la idea de publicarlo siguiendo sus ideas originales, y transformandos a los protagonistas en una pareja de justicieros enmascarados que no ocultan sus indisimulasdas similitudes conlos citados Batman y Catwoman.


Si hemos de valorar la evolución idelógica de Frank Miller a lo largo de us obra haríamos bien en fijarnos que el Kingpin de las páginas de "Daredevil", por ejemplo, es un capo mafioso que domina la ciudad de Nueva York desde lo alto de un edificio corporativo que le permite influenciar en los entresijos políticos; que en "Ronin" el gobierno ha sido sustituido por corporaciones tanto o más corruptas; que en "The Dark Knight" aparece una parodia  grotesca de Ronald Reagan y que Superman no es más que una marioneta de un gobierno inútil y corrupto; .que en "Elektra Assesina" el Presidente de los EEUU es un tarado con un sospechoso parecido a Richard Nixon, y su rival opositor un manipulador con maneras de telepredicado televisivo; que la primera miniserie de Martha Washington se llama "Give me Liberty" ("Dame la libertad") y que el gobierno es el principal enemigo de la protagonistaM que en "Sin City" las prostitutas lo son por voluntad propia y controlan su propio negocio sin ser explotadas por chulos ni policías corruptos, mientras que el principal villano de la función es un cardenal de la iglesia católica de retorcidos gustos sexuales; que "300" narra la lucha de una minoría contra una fuerza externa opresora...

Antes de que su idelogía se torciese por culpa de los acontecimientos del 11-S, esta podría calificarse más bien como libertaria, y si a eso le añadimos la influencia del catolicismo durante su infancia, es fácil entender a sus héroes, que sufren, "mueren" y "resucitan", y que se sacrifican, si es necesario, por el bien ajeno.

Ahora Frank Miller vuelve a la palestra cinematográfica con con la esperada (por algunos) secuela de "Sin City", con el subtítulo de "A Dame To Kill For" (que en su día se tradujo en España como "Mataría por ella"), film que ha tenido una nefasta acogida comercial en Estados Unidos y que aún no ha encontrado distribución española.


¿Qué puede esperarse de esta secuela que no estuviese ya en el film precedente? Nada. Incluidos los excesos y errores que ya estaban presentes en aquel, el principal de los cuales vuelve a ser el exceso de mimetismo con respecto al comic original. Rodriguez y Miller parten del comic como si de un storyboard cinematográfico se tratase, hasta tal punto que muchos planos reproducen de manera exacta el contenido de muchas viñetas, lo cual no sería ningún problema si no fuese porque Rodriguez vuelve a insistir en montar y encadenar las secuencias imitando la cadencia del comic y obviando por completo que un film necesita un ritmo propio. En muchos momentos del film uno tiene la sensación de ritmo entrecortado, como a trompicones, dando así la impresión de que algunas secuencias están mal montadas, de forma precipitada. El resultado final carece de fluidez narrativa. La fidelidad a la viñeta impresa no tendría por qué ser un problema, como ya demostró por ejemplo Zack Snyder por su (espléndida) adaptación de ”Watchmen”, que copia miméticamente muchas viñetas del comic, pero dándoles forma netamente cinematográfica, y confiriendo al conjunto un ritmo fluido.

Rodriguez y Miller vuelven a perderse de nuevo en filigranas estilísticas que ya en el primer “Sin City” resultaban vacuas por muy originales que fuesen. Se olvidan por completo de hacer cine y se limitan a hacer un comic filmado, sin rubor alguno en que los personajes se muevan o gesticulen de una manera desnaturalizada y que resulta en muchos momentos cómica de puro inverosímil. Pero todo aquello que podría resultar novedoso en el primer fil, en esta secuela ha perdido ya el efecto sorpresa, así que solo queda esperar que al menos la historia se sostenga. Pero ni eso. Los directores vuelve a jugar de nuevo la baza del exceso, que es esta ocasión termina por producir una cierta sensación de hastío: lo que funciona en una comic no tiene por qué funcionar en una película. La violencia estilizada que ilustra Miller en sus comics, trasladada a un film de forma mimética acaba resultando a ratos ridícula. Del mismo modo la narración introspectiva de los comics originales en el film se convierte en una tediosa voz en off.

Todos esos fallos, todos estos sinsentidos, ya estaban en el film original, y parece ser que sus directores no han sabido (o no han querido) aprender de sus fallos y volver a jugar la misma baza. ¿Qué podemos rescatar entonces de esta secuela? Al igual que en la primera, el trabajo actoral. Sin en aquella actores como Elijah Wood, Nick Stalh, Benicio del Toro, Rutger Hauer, Clive Oven, Bruce Willis y muy especialmente un entonado Mickey Rourke, tenían sus momentos de lucimiento merced a una caracterizaciones exageradas pero notablemente eficaces, en esta ocasión se les unen Ray Liotta y los habitualmente espléndidos Josh Brolin y Joseph Gordon-Lewitt para ampliar el reparto. Posiblemente sea en el reparto femenino donde el film salga ganando en esta ocasión. Y no es que Frank Miller no sepa escribir personajes femeninos fascinantes (ahí están Elektra o Marta Washington para demostrarlo), pero “Sin City” es un comic con una predominante presencia masculina, donde el rol femenino tiene ocasionales destellos de genio y figura. No fue así en la primera adaptación cinematográfica, donde las presencias por otro lado atractivas de Jessica Alba, Jamie King, Rosario Dawson, Brittany Murphy o Carla Gugino acababan resultando más bien anecdóticas. En esta secuela, como no podría ser de otra manera teniendo un título como “A dame to kill for”, el interés se invierte gracias a un personaje tan poderoso como el de la seductora y peligrosa Ava Lord, que se beneficia del rostro (y el cuerpo) de la siempre estimulante Eva Green, muy consciente de que está interpretando un rol a medio camino entre los convencionalismos de la femme fatale del cine negro y la caricatura de comic.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Eva Green. ¿Lo peor? Repite todos y cada uno de los errores del film precedente.