domingo, 10 de noviembre de 2013

SUPER-CINE (3ª parte)



No deja de ser curioso que cuando Sam Raimi decide llevar al cine el personaje de Spiderman, el modelo que tomó como referente para narrar el periplo aventurero de Peter Parker fuese el “Superman” de Richard Donner, ya que si bien ambos films comparten su vocación de entretenimiento cinematográfico y ambos personajes tienen rasgos comunes (perdieron a una figura paterna siendo muy jóvenes, trabajan como periodistas…), no dejan de ser dos superhéroes opuestos en muchos aspectos. Superman es la quintaesencia del superhéroe y por lo tanto un personaje de carácter cuasi-divino, mientras que Spiderman es un personaje esencialmente mundano. Superman es, como mencionaba anteriormente, el representante para el siglo XX del arquetipo del héroe solar, y por eso mismo la identidad de Superman, o Kal-el, es la identidad real del personaje, mientras que su alter ego humano, Clark Kent, no es más que una fachada bajo la que oculta la condición de semi-dios, un disfraz burdo y torpe que protege su identidad y al mismo tiempo le permite identificarse con los humanos que son sus inferiores. En el caso de Spiderman la verdadera identidad del personaje es por el contrario la del muy humano Peter Parker, un atribulado adolescente que tiene que lidiar con los problemas propios de su edad (el trabajo, los estudios, las novias….) pero que accidentalmente adquiere un gran poder y la gran responsabilidad que ello conlleva, por lo que se disfraza para poder ejercer de superhéroe a tiempo parcial. La tarea autoimpuesta de Superman es la de redimir a la humanidad de sus pecados, mientras que Peter Parker asume el manto de Spiderman para redimirse de los suyos propios, pues no olvidemos que fue su negativa inicial a asumir la responsabilidad del héroe lo que provocó la muerte de su tío Ben.

Pero pese a las diferencias en cuanto a las motivaciones que les impulsan y los roles que asumen, el periplo que ambos personajes recorren en la gran pantalla será muy similar: ambos verán morir a un ser querido (el padre de Clark, el tío de Peter) y será la muerte de ese ser cercano la que les incite a asumir el manto del (super)héroe; ambos trabajarán en un periódico a las órdenes de un despótico redactor (Clark en el Daily Plantet bajo las órdenes de Perry White, Peter en el Daily Buggle con el simpar J.J. Jameson como jefe); ambos tendrán como ‘compañera de fatigas’ a una mujer enérgica, perspicaz y me atrevería a decir que más ‘lista’ (Lois Lane, Mary Jane Watson)… Sam Raimi, con su nervio habitual, nos regala un film divertido, dinámico, que es puro entretenimiento, y que no pretende en ningún momento analizar al héroe desde dentro o desde fuera, ni en cuanto a su psicología ni en cuanto a su influencia en el entorno o el papel que desempeña en el mismo. Raimi se superará si cabe en una secuela más redonda aún gracias a una muy acertada caracterización del villano antagonista (estupendo Alfred Molina en la piel del Doctor Octopus), pero perderá brío en una tercera entrega rodada con evidente desgana por culpa de las influencias de los productores (Raimi nunca quiso a Veneno en el film, pero la productora se lo impuso dada la creciente popularidad de dicho personaje).


El escaso éxito comercial y crítico de esa tercera entrega propiciaría un reboot en toda regla dirigido por Marc Webb con el título de “El asombroso Spiderman”, film simplemente correcto pero en el que Andrew Garfield demuestra haber nacido para interpretar a Peter Parker.

En cierta forma el Spiderman de Raimi viene a demostrar que no es necesario enfocar el género desde una óptica más intelectual como habían tratado de hacer Ang Lee o Bryan Singer, que se puede realizar una simple película de aventuras fantásticas con un superhéroe de protagonista y que esta sea al mismo tiempo un gran film. Pero no todos los directores tienen el talento de Raimi. El éxito de los films de superhéroes ha propiciado que éstos proliferen como setas, y que las productoras se preocupen por sacar cuantos más productos cinematográficos posibles. ¿El resultado? Desde los muy infantiles y tontorrones “Los 4 Fantásticos” de Tim Story o el “Green Lantern” de Martin Campell, a film anodinos como el “Daredevil” de Mark Steven Johnson (con uno de los castings más equivocados en un film de este género), por no mencionar banalidades como la “Elektra” de Rob Bowman o “El motorista fantasma” (de nuevo con Mark Steven Johnson tras la cámara).

Pero en medio de toda esta vorágine superhéroica se colaría un muy inspirado Christopher Nolan, y aquí ya hablamos de palabras mayores.

A finales de los 80 se empieza a concretar una nueva corriente en los cómics de superhéroes que vendrá a poner de manifiesto el aspecto más oscuro o moralmente cuestionable de esos personajes. Con el tiempo esa corriente pasaría a llamarse “dark & grimm”, aunque en aquella época aún no se había acuñado dicho término. Y los principales promotores de dicho giro hacia el ‘lado oscuro de la fuerza’ fueron autores que nos ofrecerían obras seminales del género. Naturalmente estamos hablando de Alan Moore y Frank Miller, las plumas responsables de “La cosa del pantano”,”Watchmen”, “La broma asesina”, “El regreso del señor de la noche” o “Born Again”, a los que no tardarían en unirse Neal Gaiman (“Sandman”, “Orquídea negra”) o Grant Morrison (“Animal-Man”, “Arkham Asylum”). Precisamente Moore, Miller y Morrison coincidirían en ofrecer su particular visión de Batman (Gaiman vio frustrado su proyecto de “Night Circus” sobre el personaje que debía ilustrar Simon Bisley), un personaje que adquiriría una notable popularidad entre finales de los 80 y principios de los 90 y que daría pie a un sinfín de constantes reinpretaciones del mismo que tenían en común poner de manifiesto los aspectos más oscuros del llamado ‘caballero oscuro’.

Nolan no podía dejar pasar la oportunidad de subirse al carro del género superheroico de la mano de un personaje tan rico en matices como Batman, pero lo iba a hacer desde su propia óptica personal. Por un lado se alejaría de la trivialización y banalización del género que habían ofrecido títulos como “Daredevil” o “Los 4 fantásticos”, volviendo a la esencia del mito para realizar un análisis profundo del mismo; por otro lado prescindiría (en la medida de lo posible) de los elementos más fantásticos del género para ofrecer una visión más realista y verosímil de los superhéroes. En este sentido Nolan en “Batman Begins” ofrece una ingeniosa reinpretación del pozo de Lázaro y la supuesta ‘inmortalidad’ de R’as al Ghul, mientras que la perenne sonrisa del Joker o su rostro blanquecino es fruto de las cicatrices y el maquillaje facial (todos sabemos que si te caes en un tanque de productos químicos lo más probable es que se te caiga la piel a tiras, no que se vuelva blanca). El trasfondo psicológico que Ang Lee había tratado de impregnar en su “Hulk” lo llevará Nolan a otro terreno: el de la ética, pues a Nolan no le interesa tanto hacer un análisis freudiano de su personaje como comprender las implicaciones éticas y morales de sus acciones. ¿Qué razones puede argumentar un vigilante para justificar su cruzada personal contra el crimen? ¿La inacción o corrupción policial y política son causa suficiente para que un hombre se erija en juez y verdugo al margen de la legalidad? ¿El fin justifica los medios? O lo que es más importante: sabemos que Batman actúa para proteger al débil, al inocente, al ciudadano medio, y sabemos que su lucha es contra el mal, pero ¿debemos permitirle actuar fuera de la ley y facilitarle su trabajo o por el contrario perseguirle y encerrarle porque contraviene las normas y regulaciones que nos atan al resto de ciudadanos? En este aspecto Nolan nos presente una interesante dialéctica entre Batman y su mentor, que no es otro que su antagonista R’as al Ghul: ambos defienden que si la ley está corrompida hay que saltársela para proteger al inocente, pero hay una línea que Batman no cruzará nunca, ya que la pretendidas buenas intenciones de R’as al Ghul en el fondo lo que exigen a cambio es un tributo en forma de pleitesía: Ghul quiere gobernar a la humanidad para salvarla de ella misma, y pretende hacerlo desde la figura del déspota, mientras que Batman quiere salvar a esa misma humanidad pero desde la servidumbre. En el fondo, la moralidad de Batman está fuera de toda duda, no como sus métodos, que son cuestionables.


Aunque desde un punto de vista cinematográfico la segunda incursión de Nolan en el personaje de Batman, “El caballero oscuro”, es decididamente superior (gracias sobretodo al trabajo interpretativo de un inmenso Heath Ledger en la piel del Joker), el maestro payaso del crimen no es un personaje que permita el tipo de interpretaciones éticas a las que da pie un villano como R’as al Ghul. En esta ocasión Nolan recupera el juego de espejos entre héroe y villano como ya hiciese en su día Tim Burton, pero Nolan va mucho más allá de las intenciones del director de “Bitelchús” y no se queda en la mera confrontación estética (el estoicismo y el control de Batman, representado por colores oscuros, como oposición a al descontrol y la locura dionisíaca de Joker, que siempre viste de colores llamativos), sino que recupera en parte el espíritu de “La broma asesina”. Si en su film Burton trataba de justificar la oposición de ambos personajes en base a una premisa bastante simplista (el Joker ‘creo’ a Batman al matar a los padres del joven Bruce Wayne, pero también Batman ‘creo’ al Joker al hacerle caer accidentalmente en un tanque de productos químicos), Nolan juega en “El caballero oscuro” cartas muy distintas: no es una relación de causa-efecto la que une a los personajes, sino un posicionamiento ideológico contrapuesto. Mientras Batman lucha por mantener el orden en la ciudad de Gotham, un personaje nihilista y anárquico como el Joker defiende el caos como forma de existencia.


Christoher Nolan cerraría su trilogía del personaje con “The Dark Knight Rises”, un film brillante en cuanto a su plasmación fílmica pero con más de un giro argumental un tanto forzado. En esta ocasión, manteniendo el tono realista y oscuro de los films precedentes, trata de conferir al antagonista Bane un empaque mayor del que tiene en los cómics, convirtiéndolo en un seguidor ideológico de R’as al Ghul. Bane, en su intento de liberar al ciudadano de Gotham de la corrupción política que infecta la ciudad, derrocará todos los estamentos policiales para dejar el gobierno de Gotham en manos del pueblo, permitiendo que los criminales sean los que asuman dicho control político. Nolan está muy lejos de la defensa del anarquismo que hacía Alan Moore en su celebrada “V de Vendetta”, y quizás en el fondo lo que trata de decirnos es que ningún sistema político es perfecto y todos son cuestionables desde un punto de vista u otro.

Christopher Nolan trató de enfocar su aproximación al género superheroico desde un punto de vista lo más realista posible, pero la suya no es una postura unánimemente compartida y detrás de él vendría Joss Whedon a potenciar el cine de superhéroes como espectáculo fantástico en estado puro.

(continuará...)

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