No deja de ser curioso que cuando Sam Raimi decide llevar al
cine el personaje de Spiderman, el modelo que tomó como referente para narrar
el periplo aventurero de Peter Parker fuese el “Superman” de Richard Donner, ya
que si bien ambos films comparten su vocación de entretenimiento cinematográfico
y ambos personajes tienen rasgos comunes (perdieron a una figura paterna siendo
muy jóvenes, trabajan como periodistas…), no dejan de ser dos superhéroes
opuestos en muchos aspectos. Superman es la quintaesencia del superhéroe y por
lo tanto un personaje de carácter cuasi-divino, mientras que Spiderman es un
personaje esencialmente mundano. Superman es, como mencionaba anteriormente, el
representante para el siglo XX del arquetipo del héroe solar, y por eso mismo
la identidad de Superman, o Kal-el, es la identidad real del personaje,
mientras que su alter ego humano, Clark Kent, no es más que una fachada bajo la
que oculta la condición de semi-dios, un disfraz burdo y torpe que protege su
identidad y al mismo tiempo le permite identificarse con los humanos que son
sus inferiores. En el caso de Spiderman la verdadera identidad del personaje es
por el contrario la del muy humano Peter Parker, un atribulado adolescente que
tiene que lidiar con los problemas propios de su edad (el trabajo, los
estudios, las novias….) pero que accidentalmente adquiere un gran poder y la
gran responsabilidad que ello conlleva, por lo que se disfraza para poder
ejercer de superhéroe a tiempo parcial. La tarea autoimpuesta de Superman es la
de redimir a la humanidad de sus pecados, mientras que Peter Parker asume el
manto de Spiderman para redimirse de los suyos propios, pues no olvidemos que
fue su negativa inicial a asumir la responsabilidad del héroe lo que provocó la
muerte de su tío Ben.
Pero pese a las diferencias en cuanto a las motivaciones que
les impulsan y los roles que asumen, el periplo que ambos personajes recorren
en la gran pantalla será muy similar: ambos verán morir a un ser querido (el
padre de Clark, el tío de Peter) y será la muerte de ese ser cercano la que les
incite a asumir el manto del (super)héroe; ambos trabajarán en un periódico a
las órdenes de un despótico redactor (Clark en el Daily Plantet bajo las
órdenes de Perry White, Peter en el Daily Buggle con el simpar J.J. Jameson
como jefe); ambos tendrán como ‘compañera de fatigas’ a una mujer enérgica,
perspicaz y me atrevería a decir que más ‘lista’ (Lois Lane, Mary Jane Watson)…
Sam Raimi, con su nervio habitual, nos regala un film divertido, dinámico, que
es puro entretenimiento, y que no pretende en ningún momento analizar al héroe desde
dentro o desde fuera, ni en cuanto a su psicología ni en cuanto a su influencia
en el entorno o el papel que desempeña en el mismo. Raimi se superará si cabe
en una secuela más redonda aún gracias a una muy acertada caracterización del
villano antagonista (estupendo Alfred Molina en la piel del Doctor Octopus),
pero perderá brío en una tercera entrega rodada con evidente desgana por culpa
de las influencias de los productores (Raimi nunca quiso a Veneno en el film,
pero la productora se lo impuso dada la creciente popularidad de dicho
personaje).
El escaso éxito comercial y crítico de esa tercera entrega
propiciaría un reboot en toda regla dirigido por Marc Webb con el título de “El
asombroso Spiderman”, film simplemente correcto pero en el que Andrew Garfield
demuestra haber nacido para interpretar a Peter Parker.
En cierta forma el Spiderman de Raimi viene a demostrar que
no es necesario enfocar el género desde una óptica más intelectual como habían
tratado de hacer Ang Lee o Bryan Singer, que se puede realizar una simple
película de aventuras fantásticas con un superhéroe de protagonista y que esta
sea al mismo tiempo un gran film. Pero no todos los directores tienen el
talento de Raimi. El éxito de los films de superhéroes ha propiciado que éstos
proliferen como setas, y que las productoras se preocupen por sacar cuantos más
productos cinematográficos posibles. ¿El resultado? Desde los muy infantiles y
tontorrones “Los 4 Fantásticos” de Tim Story o el “Green Lantern” de Martin
Campell, a film anodinos como el “Daredevil” de Mark Steven Johnson (con uno de
los castings más equivocados en un film de este género), por no mencionar banalidades
como la “Elektra” de Rob Bowman o “El motorista fantasma” (de nuevo con Mark
Steven Johnson tras la cámara).
Pero en medio de toda esta vorágine superhéroica se colaría
un muy inspirado Christopher Nolan, y aquí ya hablamos de palabras mayores.
A finales de los 80 se empieza a concretar una nueva
corriente en los cómics de superhéroes que vendrá a poner de manifiesto el
aspecto más oscuro o moralmente cuestionable de esos personajes. Con el tiempo
esa corriente pasaría a llamarse “dark & grimm”, aunque en aquella época
aún no se había acuñado dicho término. Y los principales promotores de dicho
giro hacia el ‘lado oscuro de la fuerza’ fueron autores que nos ofrecerían
obras seminales del género. Naturalmente estamos hablando de Alan Moore y Frank
Miller, las plumas responsables de “La cosa del pantano”,”Watchmen”, “La broma
asesina”, “El regreso del señor de la noche” o “Born Again”, a los que no tardarían
en unirse Neal Gaiman (“Sandman”, “Orquídea negra”) o Grant Morrison (“Animal-Man”,
“Arkham Asylum”). Precisamente Moore, Miller y Morrison coincidirían en ofrecer
su particular visión de Batman (Gaiman vio frustrado su proyecto de “Night
Circus” sobre el personaje que debía ilustrar Simon Bisley), un personaje que
adquiriría una notable popularidad entre finales de los 80 y principios de los
90 y que daría pie a un sinfín de constantes reinpretaciones del mismo que
tenían en común poner de manifiesto los aspectos más oscuros del llamado ‘caballero
oscuro’.
Nolan no podía dejar pasar la oportunidad de subirse al
carro del género superheroico de la mano de un personaje tan rico en matices
como Batman, pero lo iba a hacer desde su propia óptica personal. Por un lado
se alejaría de la trivialización y banalización del género que habían ofrecido
títulos como “Daredevil” o “Los 4 fantásticos”, volviendo a la esencia del mito
para realizar un análisis profundo del mismo; por otro lado prescindiría (en la
medida de lo posible) de los elementos más fantásticos del género para ofrecer
una visión más realista y verosímil de los superhéroes. En este sentido Nolan
en “Batman Begins” ofrece una ingeniosa reinpretación del pozo de Lázaro y la
supuesta ‘inmortalidad’ de R’as al Ghul, mientras que la perenne sonrisa del
Joker o su rostro blanquecino es fruto de las cicatrices y el maquillaje facial
(todos sabemos que si te caes en un tanque de productos químicos lo más
probable es que se te caiga la piel a tiras, no que se vuelva blanca). El
trasfondo psicológico que Ang Lee había tratado de impregnar en su “Hulk” lo
llevará Nolan a otro terreno: el de la ética, pues a Nolan no le interesa tanto
hacer un análisis freudiano de su personaje como comprender las implicaciones
éticas y morales de sus acciones. ¿Qué razones puede argumentar un vigilante
para justificar su cruzada personal contra el crimen? ¿La inacción o corrupción
policial y política son causa suficiente para que un hombre se erija en juez y
verdugo al margen de la legalidad? ¿El fin justifica los medios? O lo que es
más importante: sabemos que Batman actúa para proteger al débil, al inocente, al
ciudadano medio, y sabemos que su lucha es contra el mal, pero ¿debemos
permitirle actuar fuera de la ley y facilitarle su trabajo o por el contrario
perseguirle y encerrarle porque contraviene las normas y regulaciones que nos
atan al resto de ciudadanos? En este aspecto Nolan nos presente una interesante
dialéctica entre Batman y su mentor, que no es otro que su antagonista R’as al
Ghul: ambos defienden que si la ley está corrompida hay que saltársela para
proteger al inocente, pero hay una línea que Batman no cruzará nunca, ya que la
pretendidas buenas intenciones de R’as al Ghul en el fondo lo que exigen a
cambio es un tributo en forma de pleitesía: Ghul quiere gobernar a la humanidad
para salvarla de ella misma, y pretende hacerlo desde la figura del déspota,
mientras que Batman quiere salvar a esa misma humanidad pero desde la
servidumbre. En el fondo, la moralidad de Batman está fuera de toda duda, no
como sus métodos, que son cuestionables.
Aunque desde un punto de vista cinematográfico la segunda
incursión de Nolan en el personaje de Batman, “El caballero oscuro”, es
decididamente superior (gracias sobretodo al trabajo interpretativo de un
inmenso Heath Ledger en la piel del Joker), el maestro payaso del crimen no es
un personaje que permita el tipo de interpretaciones éticas a las que da pie un
villano como R’as al Ghul. En esta ocasión Nolan recupera el juego de espejos
entre héroe y villano como ya hiciese en su día Tim Burton, pero Nolan va mucho
más allá de las intenciones del director de “Bitelchús” y no se queda en la
mera confrontación estética (el estoicismo y el control de Batman, representado
por colores oscuros, como oposición a al descontrol y la locura dionisíaca de
Joker, que siempre viste de colores llamativos), sino que recupera en parte el
espíritu de “La broma asesina”. Si en su film Burton trataba de justificar la oposición
de ambos personajes en base a una premisa bastante simplista (el Joker ‘creo’ a
Batman al matar a los padres del joven Bruce Wayne, pero también Batman ‘creo’
al Joker al hacerle caer accidentalmente en un tanque de productos químicos),
Nolan juega en “El caballero oscuro” cartas muy distintas: no es una relación
de causa-efecto la que une a los personajes, sino un posicionamiento ideológico
contrapuesto. Mientras Batman lucha por mantener el orden en la ciudad de
Gotham, un personaje nihilista y anárquico como el Joker defiende el caos como
forma de existencia.
Christoher Nolan cerraría su trilogía del personaje con “The
Dark Knight Rises”, un film brillante en cuanto a su plasmación fílmica pero
con más de un giro argumental un tanto forzado. En esta ocasión, manteniendo el
tono realista y oscuro de los films precedentes, trata de conferir al
antagonista Bane un empaque mayor del que tiene en los cómics, convirtiéndolo
en un seguidor ideológico de R’as al Ghul. Bane, en su intento de liberar al
ciudadano de Gotham de la corrupción política que infecta la ciudad, derrocará
todos los estamentos policiales para dejar el gobierno de Gotham en manos del
pueblo, permitiendo que los criminales sean los que asuman dicho control
político. Nolan está muy lejos de la defensa del anarquismo que hacía Alan Moore
en su celebrada “V de Vendetta”, y quizás en el fondo lo que trata de decirnos
es que ningún sistema político es perfecto y todos son cuestionables desde un
punto de vista u otro.
Christopher Nolan trató de enfocar su aproximación al género
superheroico desde un punto de vista lo más realista posible, pero la suya no
es una postura unánimemente compartida y detrás de él vendría Joss Whedon a
potenciar el cine de superhéroes como espectáculo fantástico en estado puro.
(continuará...)
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