En estos últimos años hemos visto como las películas que
adaptaban cómics de superhéroes han proliferado en la gran pantalla. “Thor.
El mundo oscuro” es tan solo el último ejemplo, pero recientemente hemos visto
también los trailers de “Capitán América. El soldado del invierno” o “X-Men. Días
del futuro pasado”, y no pasará mucho tiempo antes de que veamos los de “Guardians
of Galaxy”, “Ant-Man”, “Batman vs. Superman” o “Avengers. Age of Ultron”. Es
evidente que la proliferación de este tipo de películas viene dada por su buen
rendimiento en taquilla, y la abundancia de títulos hace que ya podamos hablar
de todo un sub-género dentro del fantástico: el cine de superhéroes. ¿Pero en
qué momento podemos decir que se inicia este género como tal y cuáles podríamos
decir que son sus características inherentes?
“Superman. The movie”, dirigida (magistralmente, añadiría
yo) por Richard Donner no es la primera adaptación de un comic de superhéroes a
la gran pantalla, pero sí es la primera que adquiere carta de nobleza. Era
obvio que esta primera incursión superhéroica en el cine en clave de
blockbuster debía tomar como protagonista al superhéroe por antonomasia: El
Hombre de Acero. No solo por ser el más popular fuera del fandom habitual de
los lectores de cómics (¿quién no conoce a Superman?), sino fundamentalmente
por ser el más arquetípico de todos ellos. En mi opinión el Superman de Donner
continúa siendo la mejor adaptación cinematográfica de un cómic de superhéroes
realizada hasta la fecha, y lo es por dos motivos esenciales. El primero porque
es uno de esos films donde todos sus componentes brillan cuando son analizados
por separado, pero adquieren ya visos de maestría cuando se integran en el film
de una manera perfecta y difícilmente superable: la elegante y clásica puesta
en escena de Richard Donner; sus efectivos efectos especiales (que hoy podrán
parecer arcaicos, pero no olvidemos que la película se estrenó en 1978), el
modélico guión que combina de manera perfectamente equilibrada aventura, humor,
romance, drama y fantasía, y en el que colaboraron entre otros plumas del
prestigio de Robert Benton o Mario Puzo; la soberbia partitura de John
Williams, que da un nuevo significado a la expresión sense of wonder; el brillante trabajo de iluminación de Geoffrey
Unsworth; y, como no, un ajustadísimo casting en estado de gracia: desde un
hilarante Gene Hackman, pasando por una dinámica Margot Kidder, el siempre
imponente Marlon Brando, el magnético Terence Stamp, la sexy Valerie Perrine, un
emotivo Glenn Ford, y muy especialmente el llorado Christopher Reeve,
insuperable en su doble papel de Superman/Clark Kent. Pero más allá de la
brillantez de su plasmación en la gran pantalla, lo que hace de este film la
quintaesencia del cine superheroico es el hecho de ser el primero y el único
que ha abordado el género desde su perspectiva más mítica.
Y es que no podemos obviar el hecho de que Superman es la
plasmación del héroe solar para el siglo XX. El arquetipo del héroe solar se
repite en muchas culturas y mitologías: es el Heracles/Hércules de la mitología
grecorromana, el Balder nórdico, el Osiris Egipcio, el Slaine de los Celtas, el
Mitra mesopotámico… y evidentemente el Jesucristo de la mitología
judeo-cristiana. El arquetipo del héroe solar representa al enviado de los
dioses para, mediante el acto del sacrificio, redimir o salvar a la humanidad…
más o menos. En este sentido las similitudes entre Superman y Jesucristo son
más que evidentes: ambos son enviados por su padre (representante de un estatus
superior) para ayudar a la humanidad, y ambos lo lograrán mediante un acto de
sacrificio del que saldrán reforzados en su condición divina. Jor-el envía a su
hijo, Kal-el, a la Tierra y lo hace con una doble intención: salvarle la vida
pero también ayudar a la humanidad a la que estudia desde hace tiempo desde su
remoto planeta, ayudarla a alcanzar un estatus evolutivo superior basado en la
rectitud moral (acto paternalista de quién, cual Dios supremo, está por encima
de los ‘hijos’ a los que observa). Jor-el es el máximo representante de una
raza superior en intelecto y moralidad a la humana (un trasunto de Dios en
cierto modo); Kal-el será enviado a la Tierra para ser criado por una pareja de
condición humilde, los Kent, que lo tomarán como hijo adoptivo (mamá Kent no
puede concebir, pero tendrá un hijo enviado desde los cielos en una suerte de ‘inmaculada
concepción’); como Clark Kent, el futuro Superman perderá a su padre, y siendo
consciente de la fragilidad de la humanidad, adoptará la tarea de ayudarles: en
cierta forma Superman adoptará pues la misión de enseñarles, cual Jesucristo
moderno, los valores de la justicia, la rectitud y el amor al prójimo; la condición
cuasi-divina de Superman quedará de manifiesto cuando para salvar a Lois Lane
hace retroceder el tiempo para, en un acto milagroso cual resurrección de
Lázaro, rescatarla de la muerte; ya en su secuela, “Superman II”, filmada
inicialmente por el propio Donner al mismo tiempo que el film que nos ocupa,
Superman renunciará a sus poderes (a su condición divina), se volverá humano (víctima
de una crisis de fe que le hace dudar de su papel en la Tierra), y sufrirá el
Calvario del dolor al ser atacado por unos delincuentes; pero superará esa
prueba de fe definitiva, recuperará sus poderes, y por tanto su condición
divina, y vestirá de nuevo el manto de Superman para continuar su labor
redentora de la humanidad. Parece ser que fue el propio Mario Puzo quién saco a
relucir el aspecto mesiánico del personaje en numerosos apuntes del guión, y
haciéndolo estaba incidiendo precisamente en la raíz mítica del mismo y por lo
tanto en la raíz mítica del género superheroico, porque en el fondo todos estos
superhéroes surgidos de las páginas de un cómic no son más que la plasmación
moderna de un arquetípico panteón de seres divinos, y por lo tanto los
fundamentos de una religión moderna, por muy prosaica, naif y esquemática que
sea. Por todo ello “Superman. The movie” es la quintaesencia del superhéroico
como género cinematográfico, y por todo ello aún la mejor película de dicho
género filmada hasta la fecha.
Estoy hablado de género superhéroico, pero dicha expresión
aún no se había acuñado en 1978, año del estreno de “Superman”, que se vendería
como película de fantasía o ciencia-ficción (a fin de cuentas Kal-el no deja de
ser un extraterrestre). Tampoco se hablaría aún de cine de superhéroes en 1989
cuando Tim Burton estrenaría su muy personal versión de “Batman”. Por aquel
entonces Batman era un personaje muy en boga. Se acababan de publicar obras
seminales como “The Dark Knight” de Frank Miller o “La broma asesina” de Alan
Moore y Brian Bolland, y precisamente esta última serviría como base para el
guión del film de Burton. Batman representaba todo lo opuesto a Supeman: si
aquel era un personaje de rectitud y moralidad intachable y que en cierto modo
era un exponente blanco y puro de la versión más ingenua del american way of life (madre, patria y
pastel de manzana), Batman es un personaje de ética cuestionable, que opera al
margen de la ley y que tiende a erigirse con frecuencia en juez, jurado y
verdugo. Los cómics de Batman estaban experimentando a finales de los 80 un
giro hacia posicionamientos más oscuros y se permitían el lujo de insinuar con
mayor o menor arrojo su violencia gratuita, su carácter parafascista, su desequilibrio
mental o incluso su homosexualidad latente. Había allí bastante material para
ofrecer una versión adulta del personaje y llevarlo más allá de lo que otros
guionistas lo habían hecho hasta la fecha. Pero los productores del film tenían
claro que “Batman” tenía que ser un blockbuster con vocación familiar, y en
cualquier caso Tim Burton, haciendo uso de sus filias particulares, tampoco
tenía intención de filmar un película clasificada R. Si la aproximación de
Donner a Superman era en clave mítica, la de Burton a Batman sería meramente
estética. Porque en el fondo, la dualidad entre Batman y el Joker, entre el
héroe y el villano como caras opuestas de una misma moneda (que es la idea
sobre la que se asienta el guión del film) es expresada por Tim Burton simplemente
mediante un juego de luces y sombras. El Joker socarrón interpretado por Jack
Nicholson en el film es en manos de Burton más bien un personaje propio de un slapstick de Chuck Jones (aspecto que
queda en evidencia en momentos como cuando se saca una pistola de cañón
quilométrico de los pantalones, o cuando su silueta queda recortada contra el
asfalto al caer de lo alto de un campanario al final del film), definido por su
perenne sonrisa y su colorista vestuario de clown, mientras que Batman es un
personaje pétreo, de una pieza, que incluso en su fachada de Breuce Wayne viste
siempre con discretos tonos apagados. El cine de Burton rehúye siempre el
realismo, incluso dentro de la verosimilitud forzada propia de un film
fantástico, y opta siempre que puede por lo grotesco y lo bizarro. Ese aspecto
se pondrá aún más de manifiesto en la secuela del film, “Batman vuelve”, donde
Tim Burton limitará aún más el cromatismo del film a una paleta de blancos,
negros y grises (apenas vemos el rojo sangre de los labios de Catwoman,
mientras que el color es un elemento por completo ausente en el personaje del Pingüino),
potenciando de esta manera aún más el aspecto expresionista de la película, que
se convertirá en una suerte de catálogo de guiños a las filias propias de director,
entre la que encontraremos el “Nosferatu” de Murnau, el “Frankestein” de James
Whale, “La parada de los monstruos” de Tod Browing, el fantasma de la opera interpretado
por el mítico Lon Chaney, los films de terror clásicos de la Universal, y un sinfín
más de referencias aún más rebuscadas. Es evidente que a Burton, pese a partir
de una material tan interesante y complejo como es “La broma asesina”, no le
interesa tanto hacer un retrato psicológico del personaje (como los llevados a
cabo por Alan Moore o Grant Morrison), ni una aproximación sociopolítica en la definición
del (super)héroe (como las escritas por Frank Miller), sino un mero
divertimento que juega con las posibilidades estéticas del relato tomando como
modelo el expresionismo alemán.
Batman contaría con dos nuevas continuaciones, ambas
dirigidas por Joel Schumacher, que si bien se aproximaría al personaje con una
sensibilidad distinta, lo haría al igual que Tim Burton desde un punto de vista
meramente estético, sustituyendo el monocromatismo expresionista de aquel por
una estética colorista, kitsch y decididamente hortera, tratando de sexualizar
al personaje de una manera vulgar y superficial a base de guiños filogays que
terminarían por irritar a buena parte de la platea.
Será ya partir del año 2000, a raíz del estreno de “X-Men”
de Bryan Singer, cuando ya podremos hablar de cine superheroico como género
propiamente dicho. Previamente los estudios habían barajado la posibilidad de
adaptaciones de personajes como Spiderman, Hulk o Wonderwoman, de mayor arraigo
entre los profanos, e incluso de un regreso de Superman a la gran pantalla, pero
finalmente fueron los mutantes de la Marvel los que inaugurarían oficialmente
el género como tal. Y si la aproximación al mismo por parte de Donner fue la
mítica, mientras que la de Burton fue la estética, Bryan Singer lo haría desde
una nueva perspectiva: la sociopolítica.
(continuará…)
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