jueves, 7 de noviembre de 2013

SUPER-CINE (1ª Parte)


En estos últimos años hemos visto como las películas que adaptaban cómics de superhéroes han proliferado en la gran pantalla. “Thor. El mundo oscuro” es tan solo el último ejemplo, pero recientemente hemos visto también los trailers de “Capitán América. El soldado del invierno” o “X-Men. Días del futuro pasado”, y no pasará mucho tiempo antes de que veamos los de “Guardians of Galaxy”, “Ant-Man”, “Batman vs. Superman” o “Avengers. Age of Ultron”. Es evidente que la proliferación de este tipo de películas viene dada por su buen rendimiento en taquilla, y la abundancia de títulos hace que ya podamos hablar de todo un sub-género dentro del fantástico: el cine de superhéroes. ¿Pero en qué momento podemos decir que se inicia este género como tal y cuáles podríamos decir que son sus características inherentes?

“Superman. The movie”, dirigida (magistralmente, añadiría yo) por Richard Donner no es la primera adaptación de un comic de superhéroes a la gran pantalla, pero sí es la primera que adquiere carta de nobleza. Era obvio que esta primera incursión superhéroica en el cine en clave de blockbuster debía tomar como protagonista al superhéroe por antonomasia: El Hombre de Acero. No solo por ser el más popular fuera del fandom habitual de los lectores de cómics (¿quién no conoce a Superman?), sino fundamentalmente por ser el más arquetípico de todos ellos. En mi opinión el Superman de Donner continúa siendo la mejor adaptación cinematográfica de un cómic de superhéroes realizada hasta la fecha, y lo es por dos motivos esenciales. El primero porque es uno de esos films donde todos sus componentes brillan cuando son analizados por separado, pero adquieren ya visos de maestría cuando se integran en el film de una manera perfecta y difícilmente superable: la elegante y clásica puesta en escena de Richard Donner; sus efectivos efectos especiales (que hoy podrán parecer arcaicos, pero no olvidemos que la película se estrenó en 1978), el modélico guión que combina de manera perfectamente equilibrada aventura, humor, romance, drama y fantasía, y en el que colaboraron entre otros plumas del prestigio de Robert Benton o Mario Puzo; la soberbia partitura de John Williams, que da un nuevo significado a la expresión sense of wonder; el brillante trabajo de iluminación de Geoffrey Unsworth; y, como no, un ajustadísimo casting en estado de gracia: desde un hilarante Gene Hackman, pasando por una dinámica Margot Kidder, el siempre imponente Marlon Brando, el magnético Terence Stamp, la sexy Valerie Perrine, un emotivo Glenn Ford, y muy especialmente el llorado Christopher Reeve, insuperable en su doble papel de Superman/Clark Kent. Pero más allá de la brillantez de su plasmación en la gran pantalla, lo que hace de este film la quintaesencia del cine superheroico es el hecho de ser el primero y el único que ha abordado el género desde su perspectiva más mítica.


 Y es que no podemos obviar el hecho de que Superman es la plasmación del héroe solar para el siglo XX. El arquetipo del héroe solar se repite en muchas culturas y mitologías: es el Heracles/Hércules de la mitología grecorromana, el Balder nórdico, el Osiris Egipcio, el Slaine de los Celtas, el Mitra mesopotámico… y evidentemente el Jesucristo de la mitología judeo-cristiana. El arquetipo del héroe solar representa al enviado de los dioses para, mediante el acto del sacrificio, redimir o salvar a la humanidad… más o menos. En este sentido las similitudes entre Superman y Jesucristo son más que evidentes: ambos son enviados por su padre (representante de un estatus superior) para ayudar a la humanidad, y ambos lo lograrán mediante un acto de sacrificio del que saldrán reforzados en su condición divina. Jor-el envía a su hijo, Kal-el, a la Tierra y lo hace con una doble intención: salvarle la vida pero también ayudar a la humanidad a la que estudia desde hace tiempo desde su remoto planeta, ayudarla a alcanzar un estatus evolutivo superior basado en la rectitud moral (acto paternalista de quién, cual Dios supremo, está por encima de los ‘hijos’ a los que observa). Jor-el es el máximo representante de una raza superior en intelecto y moralidad a la humana (un trasunto de Dios en cierto modo); Kal-el será enviado a la Tierra para ser criado por una pareja de condición humilde, los Kent, que lo tomarán como hijo adoptivo (mamá Kent no puede concebir, pero tendrá un hijo enviado desde los cielos en una suerte de ‘inmaculada concepción’); como Clark Kent, el futuro Superman perderá a su padre, y siendo consciente de la fragilidad de la humanidad, adoptará la tarea de ayudarles: en cierta forma Superman adoptará pues la misión de enseñarles, cual Jesucristo moderno, los valores de la justicia, la rectitud y el amor al prójimo; la condición cuasi-divina de Superman quedará de manifiesto cuando para salvar a Lois Lane hace retroceder el tiempo para, en un acto milagroso cual resurrección de Lázaro, rescatarla de la muerte; ya en su secuela, “Superman II”, filmada inicialmente por el propio Donner al mismo tiempo que el film que nos ocupa, Superman renunciará a sus poderes (a su condición divina), se volverá humano (víctima de una crisis de fe que le hace dudar de su papel en la Tierra), y sufrirá el Calvario del dolor al ser atacado por unos delincuentes; pero superará esa prueba de fe definitiva, recuperará sus poderes, y por tanto su condición divina, y vestirá de nuevo el manto de Superman para continuar su labor redentora de la humanidad. Parece ser que fue el propio Mario Puzo quién saco a relucir el aspecto mesiánico del personaje en numerosos apuntes del guión, y haciéndolo estaba incidiendo precisamente en la raíz mítica del mismo y por lo tanto en la raíz mítica del género superheroico, porque en el fondo todos estos superhéroes surgidos de las páginas de un cómic no son más que la plasmación moderna de un arquetípico panteón de seres divinos, y por lo tanto los fundamentos de una religión moderna, por muy prosaica, naif y esquemática que sea. Por todo ello “Superman. The movie” es la quintaesencia del superhéroico como género cinematográfico, y por todo ello aún la mejor película de dicho género filmada hasta la fecha.

Estoy hablado de género superhéroico, pero dicha expresión aún no se había acuñado en 1978, año del estreno de “Superman”, que se vendería como película de fantasía o ciencia-ficción (a fin de cuentas Kal-el no deja de ser un extraterrestre). Tampoco se hablaría aún de cine de superhéroes en 1989 cuando Tim Burton estrenaría su muy personal versión de “Batman”. Por aquel entonces Batman era un personaje muy en boga. Se acababan de publicar obras seminales como “The Dark Knight” de Frank Miller o “La broma asesina” de Alan Moore y Brian Bolland, y precisamente esta última serviría como base para el guión del film de Burton. Batman representaba todo lo opuesto a Supeman: si aquel era un personaje de rectitud y moralidad intachable y que en cierto modo era un exponente blanco y puro de la versión más ingenua del american way of life (madre, patria y pastel de manzana), Batman es un personaje de ética cuestionable, que opera al margen de la ley y que tiende a erigirse con frecuencia en juez, jurado y verdugo. Los cómics de Batman estaban experimentando a finales de los 80 un giro hacia posicionamientos más oscuros y se permitían el lujo de insinuar con mayor o menor arrojo su violencia gratuita, su carácter parafascista, su desequilibrio mental o incluso su homosexualidad latente. Había allí bastante material para ofrecer una versión adulta del personaje y llevarlo más allá de lo que otros guionistas lo habían hecho hasta la fecha. Pero los productores del film tenían claro que “Batman” tenía que ser un blockbuster con vocación familiar, y en cualquier caso Tim Burton, haciendo uso de sus filias particulares, tampoco tenía intención de filmar un película clasificada R. Si la aproximación de Donner a Superman era en clave mítica, la de Burton a Batman sería meramente estética. Porque en el fondo, la dualidad entre Batman y el Joker, entre el héroe y el villano como caras opuestas de una misma moneda (que es la idea sobre la que se asienta el guión del film) es expresada por Tim Burton simplemente mediante un juego de luces y sombras. El Joker socarrón interpretado por Jack Nicholson en el film es en manos de Burton más bien un personaje propio de un slapstick de Chuck Jones (aspecto que queda en evidencia en momentos como cuando se saca una pistola de cañón quilométrico de los pantalones, o cuando su silueta queda recortada contra el asfalto al caer de lo alto de un campanario al final del film), definido por su perenne sonrisa y su colorista vestuario de clown, mientras que Batman es un personaje pétreo, de una pieza, que incluso en su fachada de Breuce Wayne viste siempre con discretos tonos apagados. El cine de Burton rehúye siempre el realismo, incluso dentro de la verosimilitud forzada propia de un film fantástico, y opta siempre que puede por lo grotesco y lo bizarro. Ese aspecto se pondrá aún más de manifiesto en la secuela del film, “Batman vuelve”, donde Tim Burton limitará aún más el cromatismo del film a una paleta de blancos, negros y grises (apenas vemos el rojo sangre de los labios de Catwoman, mientras que el color es un elemento por completo ausente en el personaje del Pingüino), potenciando de esta manera aún más el aspecto expresionista de la película, que se convertirá en una suerte de catálogo de guiños a las filias propias de director, entre la que encontraremos el “Nosferatu” de Murnau, el “Frankestein” de James Whale, “La parada de los monstruos” de Tod Browing, el fantasma de la opera interpretado por el mítico Lon Chaney, los films de terror clásicos de la Universal, y un sinfín más de referencias aún más rebuscadas. Es evidente que a Burton, pese a partir de una material tan interesante y complejo como es “La broma asesina”, no le interesa tanto hacer un retrato psicológico del personaje (como los llevados a cabo por Alan Moore o Grant Morrison), ni una aproximación sociopolítica en la definición del (super)héroe (como las escritas por Frank Miller), sino un mero divertimento que juega con las posibilidades estéticas del relato tomando como modelo el expresionismo alemán. 



Batman contaría con dos nuevas continuaciones, ambas dirigidas por Joel Schumacher, que si bien se aproximaría al personaje con una sensibilidad distinta, lo haría al igual que Tim Burton desde un punto de vista meramente estético, sustituyendo el monocromatismo expresionista de aquel por una estética colorista, kitsch y decididamente hortera, tratando de sexualizar al personaje de una manera vulgar y superficial a base de guiños filogays que terminarían por irritar a buena parte de la platea.
Será ya partir del año 2000, a raíz del estreno de “X-Men” de Bryan Singer, cuando ya podremos hablar de cine superheroico como género propiamente dicho. Previamente los estudios habían barajado la posibilidad de adaptaciones de personajes como Spiderman, Hulk o Wonderwoman, de mayor arraigo entre los profanos, e incluso de un regreso de Superman a la gran pantalla, pero finalmente fueron los mutantes de la Marvel los que inaugurarían oficialmente el género como tal. Y si la aproximación al mismo por parte de Donner fue la mítica, mientras que la de Burton fue la estética, Bryan Singer lo haría desde una nueva perspectiva: la sociopolítica.

(continuará…)

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