lunes, 28 de diciembre de 2015

TODO TIEMPO PASADO


Pese a su juventud, Paolo Sorrentino es un director que ya comienza a hacerse un nombre en la industria del cine europeo. Debutó en el año 2001 con la película “L’uomo in più”, que le granjearía el aplauso de la crítica. En el año 2004 consigue los premios David di Donatello al mejor director, mejor película y mejor guion por “Las consecuencias del amor”. De nuevo en el 2008 consigue la atención de la crítica con “Il divo”. Pero la consagración definitiva le llegaría en el año 2013 con “La gran belleza”, ganadora además del Oscar a la mejor película extranjera de ese año.

Cuando hago un análisis de una película me gustar ponerla en contexto, analizarla en relación al resto de la filmografía del autor, tratar de adivinar cuáles son sus constantes, sus filias, sus fobias… No he visto ninguno de los anteriores films de Sorrentino antes de “La Giovinezza” (o “Youth”, “Juventud”, como se ha titulado en la mayoría de países, pues ha sido rodada originalmente en inglés), así que no puedo contextualizarlas como me gustaría. Pero lo que sí puedo decir es que este último film suyo, que llega ahora a nuestras pantallas, no solo me parece extraordinario, sino que además me ha despertado las ganas de acercarme a las anteriores películas del director napolitano.

No resulta fácil hablar de “La giovinezza”, pues es un film que ofrece muchas interpretaciones y que da pie a muchas lecturas. La historia podría parecer muy simple, inocua incluso, pero no lo es en absoluto. Un viejo compositor y director de orquesta, ya jubilado, pasa sus vacaciones en un hotel-balneario de los Alpes Suizos, donde coincide con un viejo amigo, director y guionista de cine, que aprovecha su retiro vacacional para escribir el guion del que espera sea su testamento cinematográfico. Los dos viejos amigos aprovecharán para mantener largas conversaciones acerca del pasado vivido y del futuro incierto. En dicho retiro el compositor recibirá la visita de su hija, a la que su marido acaba de dejar por otra mujer, marido que para más señas es hijo del director de cine. También intercambiarán encuentros con otros curiosos personajes: un joven actor que se prepara para interpretar un papel de especial complejidad, un maduro entrenador de alpinistas que trabaja para el hotel, el grupo de jóvenes guionista que colaboran con el director, una joven masajista, una prostituta…

No son pocos los elementos que hacen de éste un film verdaderamente especial y que merece ser estudiado con detenimiento. El más obvio, sin duda, el trabajo actoral. Michael Caine, en la piel del director de orquesta retirado, está simplemente INMENSO, capaz de transmitir todo un rango de emociones con el más mínimo gesto, haciendo uso de un absoluto control gestual que lejos de trasmitir frialdad o contención, en el fondo lo que hace es esconder una turbia fragilidad. No menos extraordinaria resulta Rachel Weisz en el papel de su hija, en una interpretación cargada de emotividad. Hay un par de momentos absolutamente prodigiosos en el film: el primero se inicia con una conversación en el balneario del hotel, con un tímido intento del compositor de acercarse a su hija, al cual ella responde con un largo discurso cargado de dolor y reproche; Weisz aguanta un largo plano fijo en el que habla sin mirar directamente a la cámara, la vista perdida en el techo, y en el que suela un largo monólogo en el que le reprocha a su padre que nunca fue capaz de ejercer como tal, y recita el diálogo conteniendo el gesto pero incapaz de impedir que una única lágrima escape de sus ojos. ¡Extraordinaria! Poco más tarde será ella la que, quizás movida por el remordimiento, trate de iniciar un acercamiento hacia su padre, pero en esta ocasión será el quién frene el acercamiento de ella, y no por rabia o rencor, sino desde la más absoluta lucidez y una irreprochable sinceridad. Es ahí donde Michael Caine hace uso de toda su clase británica para mantener su placidez, su meditada e intencionada contención, logrando así la empatía del espectador sin que éste pueda hacer reproche alguno a su gesto. Simplemente magistral. Pero no sería justo olvidar a un fantástico Harvey Keitel en un personaje que destila humanidad, e incluso a un comedido Paul Dano en la piel de un afectado actor, papel que podría haber bordeado el amaneramiento pero que Dano sortea hábilmente. Y como guinda, una inesperada Jean Fonda, en un rol que es casi una caricatura y que tiene mucho de irónico si pensamos que está interpretado con absoluta convicción por una actriz que fue durante mucho tiempo una anti-diva.

Hablaba del extraordinario trabajo actoral de este film, pero dicho trabajo no habría sido posible sin un guion sólido, rico y complejo como es el de “La gionivezza”. Y aquí llegamos al 2º punto que merece la pena ser reseñado en esta última película de Paolo Sorrentino: su guion. Estamos ante una obra de tal riqueza que invita a reflexiones de muy distinta índole. ¿De qué va realmente “La giovinezza”? En una primera lectura podríamos argumentar que su título, “La juventud”, está cargado de ironía, pues de lo que nos habla de la vejez, pero eso no solo no es cierto, sino que sería quedarse con una visión muy limitada del film. La película nos habla sobre todo del anhelo de la juventud, pero no únicamente de la juventud entendida como edad, sino de la juventud entendida como sentimiento, como estado de ánimo. El personaje de Michael Caine se lamenta a lo largo del film de la juventud perdida, pero porque con ella ha perdido su capacidad de amar (a su esposa, a su hija…) y también su capacidad de crear. Por ello resultan tan desesperados sus intentos de acercarse sentimentalmente a su hija, y por eso resultan tan patéticos sus intentos de lograr una confesión de su amigo director: busca a toda costa que él le confiese que se acostó con su amor de adolescencia, porque eso justificaría su propio fracaso al no lograr conquistarla. Cuando al final descubra la verdad se dará cuenta que el fracaso es únicamente debido a su propia cobardía, a su propia incapacidad, pero ese mismo reconocimiento es lo que le dará el valor para afrontar el momento más doloroso de su vida y su carrera: cuando su esposa, para la que compuso su obra más célebre, perdió la capacidad de cantar, y por lo tanto él perdió la capacidad de amar. El momento que el Michael Caine confiesa los verdaderos motivos por los cuales se niega a dirigir un concierto sobre sus composiciones más célebres, es sencillamente sublime, pues está cargado de emotividad, pero carece por completo de gestos banales o excesivos. Y es sublime precisamente porque es entonces cuando logra conectar de verdad con su hija, y encontrarse de nuevo como padre e hija.

No obstante, este film, pese a su soterrada carga emocional, no carece de apuntes de sutil ironía. Hay una extraña comunión entre el viejo compositor y el joven director, pues ambos son reconocidos popularmente por sus obras menos valoradas a título personal; hay auténtico vitriolo en el diálogo que mantiene el actor con una miss universo, que desvela que la belleza puede ir acompañada de inteligencia, y que la mordacidad puede esconder frustración; hay también cierta ironía en el acercamiento de la hija del compositor hacia el alpinista, menos agraciado que el esposo que le acaba de abandonar, del mismo modo que este último ha abandonado a su mujer por una vulgar estrella del pop por motivos que acabarán desvelándose como risibles; hay un intencionado sarcasmo en la forma en como es retratada la relación de una pareja madura incapaz de comunicarse: la primera vez que lo hacen en el film ella de propina una sonora bofetada a él en público; la segunda vez ella cede de forma tan sonora como gozosa a los avances sexuales de su marido, ante la divertida mirada de unos pícaros Caine y Keytel. La película atesora diálogos brillantísimos, auténticas perlas de sabiduría que hablan del paso del tiempo y de cómo éste afecta al amor, no solo el amor físico o sentimental, sino el amor en abstracto, entendido también como expresión del arte. Sería demasiado largo citarlos todos en este artículo, pero aparte de las 2 citadas conversaciones entre Caine y Rachel Weisz o la que mantiene Paul Dano con Miss Universo, se me ocurre la respuesta de una jovencísima masajista del hotel ante la pregunta de por qué prefiere comunicarse con las manos: “porque no tiene mucho que decir”.

Comentaba antes que, en mi opinión, el gran tema de esta película es el paso del tiempo y como ésta afecta al Amor y la Arte. En este sentido el personaje de Michael Caine es un viejo compositor retirado que recuerda con añoranzas las frustraciones de su juventud; el director que interpreta Harvey Keitel contempla su pasado y mira al futuro con la intención de legar un último testamento cinematográfico que redima su figura creadora; la vieja diva que interpreta Jean Fonda se aferra artificiosamente a una juventud que se le escapa para reivindicar su papel de ‘mujer hecha a si misma’; la vieja estrella del futbol interpretada por Roly Serrano, un suerte de caricatura/remedo de Maradona, al que el paso del tiempo le ha robado su vigor y su salud, y que sobrevive ligado a un balón de oxígeno y la ayuda permanente de su esposa y asistentes; el actor al que da vida Paul Dano… El exmarido del personaje de Rachel Weisz, quizás aquejado de un incipiente complejo de Peter Pan, abandona a su mujer con una emergente diva pop que le permita reverdecer laureles; por el contario su mujer, al verse abandonada, se lanza finalmente a los brazos de un hombre más maduro, que le pueda aportar la seguridad que necesita para afrontar su futuro con el vigor de una juventud renovada (bastante ilustrativa es la romántica escena en que vemos a ambos colgados de un precipicio con cuerdas de escalar). Y entre otros personajes que deambulan por el hotel tenemos a una jovencísima prostituta, a la que su madre acompaña a trabajar, que se dedica a dar placer a unos ancianos que han visto tiempos mejores; a una exultante Miss Universo que ilustra de manera bastante obvia la exuberancia de la juventud; a una maduro matrimonio, incapaces de comunicarse verbalmente en un entorno socialmente aceptable y de acuerdo a su posición, pero que son capaces de encontrar su verdadero yo cuando se abandonan a su lado más salvaje…

Todo esto nos lleva a fijarnos en el tercer aspecto del film que quiero destacar: su puesta en escena. Sorrentino es consciente de que maneja un pequeño grupo de protagonistas (el compositor, que sobrelleva el peso principal del film, su amigo/¿amante? y su hija), pero también un elenco de secundarios más o menos episódico pero que aportan su peso específico a la historia: el actor, la miss universo, la masajista, la prostituta, el escalador, el exmarido, la diva, el grupo de guionistas, la estrella pop, el matrimonio que no se comunica, la vieja estrella del futbol... Todos esos personajes entran y salen de escena en el momento preciso, para ampliar y enriquecer el discurso del film. En este sentido la puesta en escena de Sorrentino puede parecer muy sobria, pero es extremadamente calculada. Sorrentino saca un gran partido del paisaje de los Alpes Suizos, captando su belleza pero sin apabullar al espectador con las consabidas ‘tarjetas postales’. Al mismo tiempo rehúye el verismo para adoptar un discurso formal en muchos momentos próximo al realismo mágico. En este aspecto tienen una singular y excéntrica belleza algunas de las imágenes del film, como aquella en que Michael Caine dirige un ‘concierto pastoral’ de vacas con sus cencerros, o aquella otra en que el monje budista alojado en el hotel consigue levitar, don que el propio Caine se niega a atribuirle, pero que el monje exhibe en privado, alejado de la vista de otros, pues es un momento íntimo, de trascendental belleza, que no necesita ser compartido. Asimismo, todo el film está salpicado de escenas de carácter costumbrista que describen la vida de los huéspedes del balneario, tanto la parte que exhiben públicamente (en las piscinas del hotel, camino del balneario, tomando el sol…) como la que ocultan y mantienen en secreto (la masajista ensayando bailes ante un televisor, el marido despidiendo a la prostituta con la que acaba de acostarse…). Son flashes breves, bellamente encuadrados e iluminados, que vienen a mostrarnos las interioridades de ese hotel-balneario en el que discurre la película como si se tratase del mecanismo interior de un reloj, que funciona con absoluta precisión suiza. De hecho, como queriendo potencias el aspecto mecánico de esas imágenes, Sorrentino las filma en muchas ocasiones con planos estáticos o a cámara lenta y mostrando movimientos repetitivos.

Hay humor, ternura, ironía, melancolía, emoción y tristeza en este film. También hay belleza, y mucha. Y sobre todo una invitación a reflexionar sobre el paso del tiempo, sobre el amor, sobre el arte, sobre el compromiso ante todas esas cosas. Habrá quien, ante el éxito de crítica de “La gran belleza”, tratará de ver en esta una obra mejor. No he visto aquella y no puedo decir si ésta es mejor o peor película. Solo puedo decir que es una obra extraordinaria y una de las mejores que he visto este año.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Su poética visual y su riqueza argumental. ¿Lo peor? Que habrá un público que no sabrá valorarla como merece.

No hay comentarios:

Publicar un comentario