martes, 9 de junio de 2015

EL MUNDO DEL MAÑANA



Recientemente, en el programa de Radio Cornellá “Cinema des del galliner”, en el que colaboro todos los sábados por la tarde, surgió un interesante debate a raíz de la discusión sobre el último film de George Miller, “Mad Max. Fury Road”. Como yo mismo comentaba en mi post sobre la película (que podéis leer aquí), si en algo se desmarcaba esta película respecto a otros blockbusters de estreno reciente, era por su marcada fisicidad, no únicamente en su adrenalínica puesta en escena, sino también en su hasta cierto punto arriesgada apuesta por hacer un uso de los stunts (especialistas), decorados naturales o efectos especiales mecánicos mayor de lo que es habitual en el cine habitual.

Yo comparaba este film con otro de reciente estreno, “Los Vengadores. La era de Ultrón”, en el cual se hace un uso intensivo del croma y los efectos digitales, y lo hacía para remarcar el hecho de que si bien este último es un film francamente entretenido, carece de la capacidad para emocionar que posee la película de George Miller. ¿Es ello debido a que Miller haya decidido reducir el uso de CGI en post-producción a lo mínimo indispensable para conseguir la espectacularidad deseada? No necesariamente. Yo en el programa defendía que el uso de la infografía no tiene por qué ir necesariamente en detrimento de la emoción de la película, y que en última instancia lo que debemos valorar es el resultado final. Es cierto que la utilización de especialistas es algo que el espectador percibe con facilidad, y por lo tanto le va a resultar mucho más fácil empatizar con un personaje real que está arriesgando su vida en una secuencia de acción, que no con un elfo saltimbanqui recreado por ordenador y que realiza acrobacias imposibles rayanas a veces en el ridículo de puro exageradas. No hace mucho Jason Statman, actor conocido por interpretar habitualmente él mismo las escenas de acción más arriesgadas (cosa que le ha valido alguna lesión en más de una ocasión) vertía en la red unas controvertidas declaraciones en las que decía que ‘los films Marvel los podría interpretar su abuela’. Hombre, algo de razón no le falta. A fin de cuentas el uso de cromas, pantallas verdes y CGI permite no solo sustituir ya a los propios actores, sino a los mismos especialistas. Eso provoca que muchas veces a los responsables de la animación infográfica se dejen llevar y coloquen a sus creaciones digitales en situaciones virtualmente imposibles, lo cual es indefectiblemente percibido por el espectador como una exageración, restando pues verosimilitud a la escena, y provocando como consecuencia el desapego por la historia que se nos está contando.

Aunque yo trataba de argumenta que hemos de trata de valorar siempre el resultado final y tratar de no dejarnos llevar por ningún tipo de prejuicios en cuanto al uso de imágenes digitales, no deja de resultar curioso el hecho de que durante el programa surgieron no pocos ejemplos que precisamente parecen dar la razón a aquellos que argumentan que el uso de las imágenes digitales da como resultado un film más frío, más calculado, en la que la emoción muchas veces está ausente. Si pensamos en E.T., el Gizmo de “Gremlins” o el Fujur de “La historia interminable”, nos daremos cuenta que nos despiertan más sentimientos que la mayoría de las criaturas digitales que pueblan muchos de los films actuales; cualquier aficionado defenderá que el Yoda animatrónico de “El imperio contraataca” es infinitamente más entrañable que su contrapartida digital de “La batalla de los clones”; y similares argumentos se podrían utilizar para defender las marionetas de “Cristal Oscuro” (dirigida por Frank Oz y Jim Henson en 1982) o incluso el demodé stop-motion marca Ray Harryhausen de “Furia de titanes” versión 1981 (dirigida por Desmond Davis) por encima de su insulso y vergonzante remake del 2010. Y ya si nos pasamos al terreno de la animación, obviando la supremacía técnica de Pixar en el terreno de la animación digital, podremos concluir que films como “Wall.e” o “Up” atesoran más capacidad emotiva en cualquiera de sus fotogramas que la mayoría de las últimas películas de la llamada ‘animación tradicional’ producidas por la Disney. Claro que habrá quien, no sin razón, quiera llevar la contraria y recalcar la incuestionable empatía que algunas creaciones digitales son capaces de despertar en el espectador, y bastaría citar para ello al Gollum de “El señor de los anillos” o “El Hobbit”, al Dobby de “Harry Potter” o al César de “El amanecer el planeta de los simios”. ¡Ahí le han dado!

En última instancia, como decía más arriba, que una película o un personaje emocione o no, no depende del mayor o menor uso que se haga de los efectos digitales o las imágenes generadas por ordenador, sino de lo bien escrito que esté el guion y de la capacidad que tenga la historia para enganchar al espectador.

Saco todo esto a colación precisamente para hablar del último film de Brad Bird, “Tomorrowland”, producido por Disney e interpretado entre otros por George Clooney, Hugh Laurie y la debutante Britt Robertson.

Brad Bird se dio a conocer con una obra cumbre de la animación, “El gigante de hierro” (1999), aunque ya había trabajado como guionista o animador en films para Disney o en la serie de TV “Los Simpson”. “El gigante de hierro” no solo destacaba por su prodigiosa animación bidimensional, con un acertado diseño de personajes y una brillante paleta de colores, sino que por encima de todo deslumbraba con una historia extraordinariamente bien escrita, que hacía un uso modélico de la emotividad (muy en la línea de algunos de los films de los 80, con Steven Spielberg como referente principal), pero que al mismo tiempo no escatimaba riesgos al ofrecernos una segunda lectura en clave socio-política que encerraba una ácida crítica al macarthismo norteamericano de los años 50. El talento de Brad Bird tanto para la escritura como para la animación no pasó desapercibido para los responsables de Pixar, que le contrataron para escribir y dirigir un proyecto con ellos. El resultado fue “Los increíbles” (2004), film prodigioso que bebía sin disimulo de los comics de superhéroes de la Marvel, y muy particularmente de “Los 4 Fantásticos” de Stan Lee y Jack Kirby, pero que al mismo tiempo hacía una simpática relectura del estamento familiar y de los problemas para conciliar la vida laboral (o superheroica) con la familiar. Bird se superaría si cabe con “Ratatouille” (2007), en la que de nuevo Pixar demostraba que no tenía rival en el terreno de la animación.

En el año 2011 Brad Bird abandona el terreno de la animación y acepta el encargo de dirigir “Misión imposible: protocolo fantasma”, su primer film en acción real. No es posible esaquivar las siempre odiosas comparaciones con el trabajo llevado a cabo por sus predecesores en la saga cinematográfica del agente Etan Hunt, Brian de Palma en el primer film y John Woo en el segundo, dos auténticos estetas del cine de acción, especialmente el 2º, que logró deslumbrar con sus estilizadas coreografías de luchas y persecuciones.  Quizás no fuese éste el proyecto más adecuado para Bird y el resultado es más bien algo irregular. Si bien algunas escenas de acción están resueltas con oficio, al conjunto le falta convicción. El resultado es correcto, sin más, y da la impresión de no ser más que un proyecto de encargo llevado a cabo por un artesano aplicado pero por completo falto de un estilo original.

Su trabajo en la tercera entrega de “Misión Imposible” parecía confirmar que lo de Brad Bird es la animación y no la imagen real, visto que en en el terreno de los dibujos animados lograba con facilidad alcanzar ese grado de emoción que estaba completamente ausente en sus intentos de trabajar con actores de carne y hueso. Ahora Bird vuelve a intentarlo de nuevo con “Tomorrowland”, su nueva incursión en el cine de acción real. ¿El resultado? En mi modesta opinión es el mismo: Bird se maneja mucho mejor con personajes animados que con actores de carne y hueso, así que mejor que vuelva a lo que se le da realmente bien: el cine de animación. Analicemos el porqué.

Son muchos los aspectos que en mi opinión hacen de “Tomorroland” un film fallido. Uno de ellos  es el hecho de depender en exceso de los efectos especiales, hasta el punto de que muchas secuencias parecen precisamente estar planificadas para el lucimiento de dichos efectos, cuando en realidad éstos deberían estar al servicio de la historia. Incluso alguna escena que podría resultar simpática, como la que ocurre en la Torre Eiffel, está resuelta de manera un tanto aparatosa. Me remito de nuevo a la larga introducción con la que comenzaba este post: no es tanto si se utilizan mucho o poco los efectos digitales, sino cómo se utilizan, y en “Tomorrowland” a veces se hace abuso de ellos de forma injustificada (la citada escena parisina, por ejemplo, hubiese tenido mayor encanto en incluso resultado más creíble de haber utilizado efectos mecánicos). Pese a todo el mayor problema del film no radica en sus efectos especiales (que por otro lado están muy bien resueltos técnicamente), sino en la historia misma, o más bien en cómo está estructurada.

La premisa de partida no carece de atractivo: una adolescente recibe un pin que le da acceso a un mundo paralelo, presumiblemente un mundo futuro, en el cual una facción de la humanidad se está preparando para prevenir el fin de la raza humana y asegurar su supervivencia y la de los mejores dones que puede aportar: la ciencia, el arte, la cultura… Sin embargo el supuesto mensaje socio-ecológico del film al final acaba resultando tan superficial como pretencioso, y los guionistas no han sido capaces de dotarlo de mayor fuerza, diluyéndolo en una trama humorístico-aventurera que por ratos acaba resultando empalagosa.

El mayor problema de “Tomorrowland” es que el espectador no tiene a veces claro que es lo que el director quiere contarle. Casi tres cuartas partes del film se pierden en tratar de encontrar un mcguffin que justifique toda la trama, y cuando finalmente lo encuentran toda la historia se resuelve de manera precipitada y torpe. No deja de resultar curioso que dada la confesa admiración que siente Brad Bird por Steven Spielberg y por el cine de los años 80 (entiéndase “E.T.”, “Los Goonies”, “Gremlins”, “Regreso al futuro”, “Poltergeist”, “Los cazafantasmas” y similares), y siendo “Tomorrowland” un film pretendidamente deudor de aquel cine y con una vocación claramente familiar, tenga salidas de tono incomprensibles que hacen gala de un enfoque inequívocamente violento, tan inadecuado como molesto. No hay más que ver la forma tan expeditiva en como los robots enviados desde el futuro se encargan de las amenazas humanas del presente: desintegrándolos por completo. Un asesinato en toda regla en un film que será visto por familias con niños. Me resulta incomprensible que los guionistas y el director no hayan optado por una solución menos agresiva y a la par más efectiva: si esos mismos robots se hubiesen limitado a dejar inconscientes a los policías a los que se enfrentan, el resultado hubiese sido el mismo y se hubiese reforzado el componente humorístico de la secuencia.  Ese tipo de secuencias (o aquella otra en que la protagonista aporrea con saña el rostro de un robot con un bate de béisbol) hubiesen sido impensables en el cine que Bard Bird dice admirar y pretende tomar como ejemplo. Resulta contradictorio su vocación familiar y su intencionado ‘buenrollismo’ con el uso de la violencia gratuita.

No son estos los únicos puntos flojos en el guion de “Tomorroland”: el film se abre, por ejemplo, con un prólogo que pretende ser gracioso y en el que ya se nos presenta ya al personaje interpretado por George Clooney, de nombre Frank, restando así fuerza a su posterior aparición en la trama, cuando conoce a ELLA, interpretada por Britt Robertson. Curiosamente esa escena está muy bien filmada: primero vemos los pies de Frank descendiendo por la escalara de un porche, y luego la cámara asciende para que ‘veamos’ su rostro a contraluz, reforzando así su componente misterioso; pero el haber presentado al personaje al principio del film hace que se pierda el factor sorpresa. George Clooney, por su parte, hace lo que mejor sabe hacer: de George Clooney, y echa mano de su habitual socarronería. Casi que uno echa en falta que en algún momento del film recite su ya icónico “What else?”. Lamentablemente Clooney carece de química con su comparsa cómica, una irritante Brit Robertson que pretende ser carismática pero que resulta cargante, cuya rebeldía no es más que una pose ‘progre’ de cara a la galería y cuya condición de ‘mosca cojonera’ provoca más irritación que comicidad. Hugh Laurie, el tercero en discordia, está bastante desubicado todo el metraje. En ningún momento sabemos si su personaje es malo o bueno o todo lo contrario, desaprovechándose así la posibilidad de presentar un villano con algo de carisma.

Todas las buenas ideas que podría tener el film se van al traste por una mala planificación de la historia. Se supone que la verdadera protagonista de la historia es ELLA, que es ella la que debería de actuar como enlace entre la trama y el espectador. Así pues el innecesariamente largo y explicativo prólogo en el que vemos a Frank (Clooney) de niño no solo le resta protagonismo a ella, y de esta forma limita la capacidad del espectador de introducirse en la trama, sino que dilapida por completo el sense of wonder de la película, algo que no ocurría nunca en los films del admirado Spielberg. En dichas secuencias Frank descubre el mundo de Tomorrowland y con él lo hace el espectador. Así pues cuando finalmente o descubre ELLA, la capacidad de maravillarse por parte de los espectadores ya ha sido puesta a prueba, y los éstos no van ya a compartir pues la sensación de sorpresa que está experimentando la protagonista.

Buenas ideas no le faltan a “Tomorrowland”, pero al final no dejan de estar expuesta en un confuso batiburrillo que no sabe a qué tipo de público va dirigido o quién es el verdadero protagonista del film. Añadámosle para rematarlo una omnipresente y abusiva banda sonora de Michael Giacchino, que copia sin rubor alguno a su admirado John Williams, y que no tiene un solo ápice de originalidad.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Para que mi crítica no resulte demasiado sangrante, diré en su defensa que su factura técnica es irreprochable. ¿Lo peor? Su completo fracaso a la hora de intentar emular los clásicos de los 80: no hay más que recordar un film como “Regreso al futuro”, en el que a los 10 minutos de metraje ya se ha dado al espectador toda la información que necesita; a partir de ahí director y guionistas tienen libertad para desarrollar personajes y trama a conveniencia.

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