martes, 19 de mayo de 2015

SALVAJES AL VOLANTE



Fue en el año 1979 cuando los espectadores de todo el mundo tuvimos la oportunidad de conocer al inefable Max Rockatansky. El australiano George Miller debutaba en la dirección de largometrajes con “Mad Max. Salvajes de autopista”, película que nos hablaba de un futuro distópico más o menos cercano y que nos presentaba al anti-héroe con el que el también australiano Mel Gibson se daría a conocer en el mundo entero. El film contó con un presupuesto más bien ridículo, 350.000 dólares, y recaudó la friolera de 100 millones de dólares en todo el mundo. Con una inevitable factura de serie B debida a sus limitaciones presupuestarias, la película de George Miller destacaba por su crudo y descarnado tratamiento de la violencia, directo, seco y completamente alejado de las estilizaciones comunes en cine americano de los 80. El argumento giraba en torno a una sociedad dominada por el caos en la que un grupo de policías trata de hacer valer su autoridad. Uno de esos policías es Max Rockatansky, el cual, impelido por una serie de circunstancias que acabarán con la vida de su mujer y su hijo, se sumirá en una creciente espiral de violencia movido por la sed de venganza, lo que le llevará en última instancia a abandonar su servidumbre a la ley para abrazar el caos y la ley del más fuerte. George Miller supo hacer entonces de sus carencias virtud, rodando en los paisajes desérticos naturales de Australia, lo que supuso un considerable ahorro en costes a la vez que otorgó al film su característico look polvoriento.

Max antes de volverse Mad

El éxito de esta primera entrega propició el rodaje de una secuela, “Mad Max. El guerrero de la carretera”, que se estrenaría en 1981. Si el primer film de Miller gozaba de un look más bien contemporáneo y rehuía explicar el momentos histórico en el que se ambientaba (lo mismo podría ser un futuro cercano que el momento actual), en esta ocasión un presupuesto más holgado permitió a su director contextualizar de una manera más gráfica la saga del antihéroe Mad Max. En esta ocasión el look contemporáneo del primer film es sustituido por una estética post-punk y claramente post-apocalíptica: peinados mohawk, estética leather, coches tuneados y una extravagante descripción de sus personajes se van a convertir ya en la marca de fábrica de la saga. George Miller nos habla, ahora sí, de la barbarie del caos, y nos presenta un mundo futuro regido por el fin de la civilización y las instituciones, donde impera la ley del más fuerte y el elemento más escaso y más preciado es la gasolina. Ni rastro del cuerpo policial del film presente, ni rastro de cualquier tipo de autoridad. Lo único que existe es un desgobierno salvaje en el que los humanos tratan de organizarse en grupos por su propia supervivencia. Ahora el loco Max es un solitario preocupado únicamente llegar al día de mañana entero, y  en el cual apenas queda rastro de humanidad. El trabajar con un presupuesto más holgado permite a George Miller trabajar con más medios y por lo tanto ofrecer una puesta en escena más cuidada, aunque hubo quién le acusó de haber traicionado sus orígenes por apostar en esta ocasión por un tratamiento de la violencia más estilizado. Sin duda alguna uno de los mayores méritos del film es que el trabajo en post-producción fue más bien escaso, contó con muy pocos efectos especiales y la mayoría de secuencias se resolvieron durante el rodaje gracias a un ejemplar trabajo de los especialistas del film.

El loco Max

En 1985 llegaría la tercera entrega de la saga, “Mad Max. Más allá de la cúpula del trueno”, la más cara de todas hasta la fecha, la menos violenta y la que hace una apuesta más evidente por el género fantástico. Miller tiró la casa por la ventana y además de un imaginativo diseño de producción y vestuario, contó con Maurice Jarre en la banda sonora (que compuso un score enérgico, vibrante y francamente imaginativo) y con ni más ni menos que Tina Turner en uno de los papeles principales,  Aunty Entity (Tía Ama en su versión española), luciendo un extravagante peinado y un vestuario  metálico que a buen seguro hubiese firmado el mismísimo Paco Rabanne. La tercera entrega es la más barroca en cuento a su puesta en escena y su diseño de producción, pero también es la que tiene vocación de llegar a un público más amplio. Sin ser ni mucho menos un film de carácter familiar, las escenas de acción se reducen a lo estrictamente necesario, y la violencia trata de resultar menos evidente. Por otro lado el film nos presenta a un grupo de niños que tratan de organizarse al margen del caos imperante. El retrato que nos ofrece Miller de esos niños está mucho más próximo al “Peter Pan” de James L. Barrie que no a “El señor de las moscas” de William Golding.

Tina y Mel, extraña pareja

La carrera de George Miller parecía apuntar entonces hacia el género fantástico, cosa que se confirmaría en 1987 cuando estrena “Las brujas de Eastwick”, a partir de la novela homónima de John Updike. El film destaca por su reparto de campanillas (unas muy atractivas Cher, Susan Sarandon y Michelle Pfeiffer, secundadas por un descontrolado Jack Nicholson, amén de la siempre eficiente Veronica Cartwright) y por la evocadora y maravillosa partitura de John Williams, pero sin embargo falla en su intento de trasladar el sarcasmo y la fina ironía de la prosa de Updike. La obra, que en realidad es un ácido retrato de la guerra de sexos, se acaba convirtiendo en su traslación cinematográfica en un film desigual, con algunos inspirados momentos de humor negro, pero también con otros que suponen un ridículo festival de efectos especiales.

La mala recepción crítica y de taquilla de “Las brujas de Eastwick” propiciaran un cierto alejamiento de George Miller de las pantallas cinematográficas. En 1992 se desmarca con un film de corte realista, “El aceite de la vida”; en 1995 ejercerá de productor y guionista de “Babe, el cerdito valiente”, de la cual aceptará dirigir una secuela en 1998; más tarde se sumirá en la dirección de un film de animación, la simpática “Happy feet” en el 2006, de la cual también dirigirá una más discreta secuela en el 2011. Parecía pues que la carrera de George Miller cambiaba de rumbo para orientarse hacia un cine de vocación claramente familiar.

Habrá que agracederle al señor Miller que se haya replanteado su carrera y haya vuelto de nuevo a lo que mejor se le da, el cine de acción, y al personaje de Mad Max. Porque la reciente “Mad Max. Fury Road” es desde ya el mejor film de acción de lo que llevamos de año. Olvidémonos de Vengadores,  de Terminators, de velociraptores y demás zarandajas. Este film confirma lo que ya sabíamos: que el loco Max Rockatansky es un héroe de acción a la altura de la teniente Ripley, John McClane o Sarah Connor, Inefables personajes que forman parte de lo más destacado de las action movies de los 80.


Lo primero que hay que destacar de este film es la labor de Miller detrás de la cámara. No solo no ha perdido el pulso que le caracterizaba a principios de los 80, sino que a sus 70 años demuestra estar en mucha mejor forma que muchos de los directores más jóvenes que hoy inundan las pantallas con productos intrascendentes montados a ritmo de video-clip (¿alguien ha mencionado la saga “Fast & Furious”?), y le pasa la mano por la cara a advenedizos como Roland Emerich o Michael Bay, por citar solo dos ejemplos de directores incomprensiblemente consagrados pese a que necesitarían volver a pasar por una academia de cine. Es obvio que Miller ha contado en esta ocasión con un presupuesto holgado, y también resulta evidente que la película ha contado con un complejo y elaborado trabajo de post-producción. Pero en cada fotograma del film también se respira ese espíritu transgresor y gamberro que caracterizaba las primeras películas de Miller y que le levan, por un lado, a rodar siempre que puede en escenarios naturales, y por otro, a trabajar de forma muy estrecha con los especialistas y evitar en la mayor medida posible los efectos digitales. A diferencia de “Los Vengadores. La era de Últrón” (por citar un film reciente), en la que los efectos especiales y la infografía tienen un peso específico, hasta el punto de sustituir a los actores en muchas secuencias, en esta última entrega de la saga de Mad Max los especialistas se erigen en un elemento determinante para construir algunas de las secuencias de acción más espectaculares que se  han visto en una pantalla de cine en mucho tiempo. Miller arriesga, y lo hacer contando con un equipo de especialistas y acróbatas de primer orden y tirando de una elaboradísima planificación sin la cual hubiese sido imposible filmar muchas de las secuencias que vemos en el film. Recupera algunos de los elementos que ya estaban en los films precedentes (la descripción de personajes extravagantes, los escenarios barrocos, la combinación de fantasía y escenografía post-apocalíptica) para llevarlos un paso más allá de lo que lo había hecho en dichos films. Afortunadamente Miller demuestra manejarse mejor con las reglas del exceso que cineastas como Zack Snyder, Guillermo Del Toro o (sobretodo) Peter Jackson, a los cuales el ‘más difícil todavía’ les lleva a cometer excesos no siempre bien traídos (el abuso de ralentís por parte de Snyder, la acumulación de referentes por parte de Del Toro o la manía de alargar innecesariamente las subtramas en el caso de Jackson). George Miller también es excesivo a veces, pero lo hace desde una perspectiva inequívocamente irreverente, llegando al límite pero sin traspasarlo, caminando sobre el filo de la navaja, lo cual hace que el espectador acepte de buen grado su juego sin sentirse estafado o abrumado. Y todo ello gracias a la garra que el director australiano exhibe en las secuencias de acción, vibrantes, dinámicas, absolutamente locas. Ese punto de locura es el que el cine de acción llevaba tiempo demandando y George Miller nos lo ofrece en bandeja para disfrute de los espectadores. Recordemos que el título del primer film nace de un juego de palabras con el diminutivo del nombre del protagonista, Max, de manera que puede interpretarse como ‘el loco Max’ o ‘máxima locura’.

Este “Mad Max. Fury Road” está concebida como una especie de secuela de los films anteriores, pero mantiene su propia personalidad y se erige con un film independiente, de manera que no es necesario haber visto ninguno de las películas anteriores para disfrutar de ésta. Más arriba hablaba de la locura exhibida por Miller en su puesta en escena, pero también hay que señalar la complicidad de los actores del film para ser también partícipes de esa locura, algo que es particularmente evidente en el trabajo de Charlize Theron y Nicholas Hoult. DeTom Hardy también hay mucho que hablar. No negaré que siento debilidad por él. Me parece uno de los actores más capaces de la actualidad. Hardy interpreta con la mirada, con el gesto, con la pose, con el cuerpo, con el silencio… Es un actor de una fisicidad extrema, de tal forma que aun cuando no abre la boca (y en este film hay veces que gruñe más que habla), transmite algo. La suya es una presencia poderosa, como ya demostró en “La entrega” o “Locke”, y en este film lo vuelve a poner de relieve, logrando hacernos olvidar la interpretación de Mel Gibson (del que también confesaré que me parece un actor muy sobrevalorado, de registro limitado y gesto en exceso artificial). Hardy está en las antípodas de un Benedict Cumberbach o un Tom Hildeston, grandísimos actores pero mucho más intelectuales, más ‘verbales’, y es precisamente esa fisicidad que aporta lo que le hace idóneo para un papel como éste, que empieza interpretando como si de un animal se tratase para poco a poco y de forma muy sutil ofrecernos matices que revelan su humanidad interior.

Max e Imperator Furiosa

Pero si bien el film lleva por título “Mad Max”, casi, casi la verdadera protagonista es esa implacable, poderosa, magnética, brutal y fascinante Imperator Furiosa a la que da vida Charlize Theron. Charlize Theron, musa de Dior y que comenzó su carrera como modelo en su Sudáfrica natal antes de meterse a actriz, es una de las mujeres más bellas que existen en la actualidad. En esta ocasión no ha dudado en poner toda la carne en el asador, raparse el pelo y aparecer sucia, desaliñada y mutilada para interpretar a esta Furiosa que desde ya le disputa el puesto a Ripley y Sarah Connor como action woman del cine actual. A priori, viendo los anuncios rodados para el perfume ‘J’adore’, resulta difícil imaginarse a Charlize Theron en un film de estas características, pero no solo convence en su interpretación, sino que además enamora, porque pese a su brutalidad esta Imperator Furiosa no deja de ser humana, y como tal exhibe determinación y dolor. Resulta chocante que algunos movimientos machistas (y yo añadiría retrógrados) de Estados Unidos han llamado al boicot a  este film acusándolo de ‘propaganda feminista encubierta’. Estupideces. Queremos más heroínas de este calibre, queremos más films como éste, donde además de entretener demuestra que las mujeres pueden ser tan controvertidas y poderosas como los hombres. Charlize se quejaba, y con razón, de que a veces se espera que las actrices interpreten a madres o a putas, ¿por qué no aceptar que pueda ser madre y puta al mismo tiempo, y que siéndolo está a la altura de cualquier hombre?

En el aspecto argumental no vayamos a pedirle peras al olmo: estamos ante un film de Mad Max y eso significa acción y entretenimiento. ¡Pero qué entretenimiento! El film no concede respiro al espectador. Arranca con una persecución automovilística y prácticamente va mantener el ritmo hasta el final, sin descanso, apenas ofreciendo el solaz de algún que otro momento dramático que, todo hay que decirlo, está perfectamente integrado en la trama sin que ello contribuya a un bajón de ritmo. No hace mucho en mi comentario sobre “Los Vengadores. La era de Ultrón” argumentaba que el film estaba brillantemente ejecutado pero que resultaba frío en su conjunto, que entretenía pero nunca emocionaba. No ocurre así con este “Mad Max. Fury Road”, pues hay momentos, gracias especialmente al trabajo actoral de Charlize Theron, que la película logra conmover, más de lo que George Miller había conseguido con cualquiera de los films precedentes de la saga.

El resto del reparto tiene apariciones más breves y la presencia de caras más o menos conocidas como las de Zoë Krawitz o Rosie Huntington-Whitelye acaba resultando más anecdótica que otra cosa. Sin embargo no podemos dejar de mencionar a Nicholas Hoult, al que conocimos interpretando al protagonista infantil de “Un niño grande” (Chris Weitz, 2002), y que aquí nos sorprende con su desquiciado personaje, al cual sin embargo logra imprimir notas de fragilidad.

Se podrían decir muchas cosas más de este film, pues en él se habla de la búsqueda de esperanza y la necesidad de redención; se habla también de la necesidad de orden como argumento para superar el caos y la barbarie; se habla de los pecados de la civilización contra la naturaleza, que llevan a ese mismo caos; se habla de la fuerza del individuo frente al grupo, de la fuera del grupo frente al desgobierno. George Miller también se atreve a llevar más lejos algunas de las premisas de los films anteriores, pues aquí no es solo la gasolina uno de los bienes más escaos y por lo tanto más preciados, sino que lo son también cualquier tipo de fluidos, pues el agua, la sangre e incluso la leche materna cobran una importancia capital en ese futuro post-apocalíptico que nos muestra la película. Podríamos hablar también de su portentosa fotografía de John Seale, el inteligente uso del color, de su sofisticado look, que nos muestra el polvo, la sangre, el sudor y el fango pero lo hace de una manera innegablemente bella. Podríamos hablar de la potentísima banda sonora de Junkie XL, que combina rock sinfónico, heavy metal y se atreve incluso a citar el "Dies Irae" de Verdi... Pero por encima de todos sus aciertos "Mad Max. Fury Road" es una película que engancha, que atrapa al espectador en una montaña rusa desquiciada y no lo suelta hasta el final. Y yo, como espectador, contento de dejarme arrastrar por George Miller en esta disfrutable orgia de sudor, polvo y sangre.

Max en apuros

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La enérgica puesta en escena de George Miller y su labor detrás de las cámaras, y la poderosa presencia cinematográfica tanto de Tom Hardy como de una sorprendente Charlize Theron. ¿Lo peor? Se hace corta.

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