No digo nada nuevo si afirmo que Hollywood viene desde hace
ya mucho tiempo sobreexplotando fórmulas de éxito la cuales exprime hasta la
saciedad en aras de su rentabilidad en
taquilla y en detrimento de la calidad de las producciones que se exhiben en salas
cinematográficas. El cine actual que nos llega de USA se nutre principalmente
de secuelas, precuelas, remakes, reboots, franquicias y demás fórmulas elaboradas
en los laboratorios de marketing de los grandes estudios. El cine se inunda así
de remakes innecesarios que no aportan nada nuevo a los conceptos originales,
de enésimas adaptaciones de sagas literarias que se alargan en exceso en
capítulos cinematográficos con el único fin de rentabilizarlas aún más en
taquilla, de reboots agotadores que tratan de reformular ideas caducas cuando éstas
parecen no captar la debida atención del público, de sobrexplotación de géneros
cuando estos se convierten en éxitos de público… Y de esta manera nos
encontramos con mil y un film que en algunos espectadores nos provocan un cierto
sabor de dejá vu y de que la originalidad en el cine actual parece haber pasado
a mejor vida. Son muchos, demasiados, los ejemplos que podríamos citar a
propósitos de estas perniciosas tendencias. Bastaría fijarnos en como los
capítulos finales de sagas literarias como “Harry Potter”, “Crepúsculo” o “Los
juegos del hambre” que se parten en 2 películas; como libros breves como “El Hobbit”
se estiran como chicle a base de rellenar las historia con mucha paja; como los
superhéroes invaden la pantallas
cinematográficas hasta provocar el hastío; como un personaje Spider-man
sufre no uno sino 2 reboots; como la saga Star Trek ser reformula para atraer a
las nuevas generaciones; como otras sagas mediocres como “Fast & Furious” o
“Saw” alcanzan incomprensiblemente 6 o 7 entregas cinematográficas; como
algunos clásicos de terror y ciencia ficción de los años 80, como “Desafío
Total”, “Robocop” o “Poltergeist”, son víctimas de remakes tan torpes como
innecesarios; como clásicos de animación de la Disney como “Blancanieves”,
“Cenicienta”, “La bella durmiente”, “Dumbo” o “El libro de la selva” se
re-adaptan de nuevo ahora en imagen real (incluso de quieren atrever con el
fragmento ‘Noche en el monte pelado’ de “Fantasia”); como se vuelven a adaptar
clásicos de la literatura que no necesitan una nueva rescritura
cinematográfica, como “Lejos del mundanal ruido”; o como se reformulan otros libros
por enésima vez, como el “Drácula” de Bram Stoker o el “Frankenstein” de Mery
Sherlley. Y para colmo de males hay quien se atreve con remakes de clásicos incontestables
de la historia del cine como “Psicosis” o “Ultimátum a la Tierra”.
Todo ello no generaría tanta controversia si al menos esos
remakes, reboots o reescrituras fuesen capaces de arrojar una visión novedosa
de las historias originales, si fuesen capaces de ofrecer una reescritura que
aportase una nueva lectura a dichos argumentos. Lamentablemente, y salvo
contadas y honrosas excepciones, en la mayoría de los casos lo que nos
encontramos no es sino una torpe transcripción de las historias originales,
adaptadas muchas veces al mucho menos exigente público actual (no olvidemos que
sobretodo en EEUU la franja demográfica más numerosa de los asistentes a salas
comerciales es el público adolescente) y poniendo el énfasis en el mayor
sentido del espectáculo, el mayor protagonismo de los efectos especiales por
encima de los personajes y la presencia de las estrellas de moda del momento.
Esta semana se estrenaba “Jurassic World”, nueva secuela de
la saga iniciada por Steven Spielberg a partir de la novela de Michael Crichton.
Spielberg repite como productor ejecutivo y cede la batuta de director a Colin
Trevorrow. Trevorrow debutó en el mundo del largometraje en 2012 con un film de
ciencia ficción de bajo presupuesto pero que obtuvo un considerable
reconocimiento de la crítica, “Seguridad no garantizada”. Tras el éxito de
“Jurassic World” se pondrá de nuevo detrás de las cámaras para dirigir una
nueva versión (again) de “El vuelo del navegante”, film de 1986 producido por la
Disney Company.
Poco de novedoso nos ofrece este “Jurassic World” que no
estuviese ya en el “Jurassic Park” de Steven Spielberg, y de hecho Trevorrow hace
uso de muchas de las constantes temáticas presentes en el cine del Spielberg
más familiar: el sentido del humor blanco, el protagonismo del núcleo familiar,
el sense of wonder… Sin embargo en
muchos de esos aspectos Trevorrow se muestra menos hábil que su maestro, y al
final lo que se nos ofrece con este film es en última instancia una película de
productor, donde Trevorrow no tiene espacio (o talento) para ofrecer una visión
personal de la historia y queda por completo supeditado a la influencia del
productor ejecutivo de la franquicia.
Steven Spielberg es un director al que se le podrán criticar
muchas cosas, y normalmente se le acusa, por un lado, de defender en exceso los
valores de la familia tradicional, y por otro de manipular de manera descarada
las emociones del espectador. En cualquier caso como manipulador también es
justo reconocer que Spielberg es tan hábil como ingenioso, y tiene la virtud de
no insultar nunca la inteligencia de dicho espectador. Y si alguien lo pone en
duda no tiene más que revisar films como “Tiburón”, “Encuentros en la 3ª fase”,
“E.T.”, “El imperio del sol” o “Caballo de batalla”, donde el factor emocional
está tratado sin trampa, de una forma tan evidente como habilidosa, hasta tal
punto que el espectador se rinde complacido a dicha manipulación emocional.
También hay que reconocerle a Spielberg el esfuerzo que viene haciendo desde
hace algún tiempo en adentrarse en temáticas y argumentos más arriesgados, en películas
en las que no hace tan claras concesiones a la galería, como podrían ser los
casos de las interesantísimas “Munich” o “Atrápame si puedes”, condición que
posiblemente se repita este año con la inminente “El puente de los espías”. Steven
Spielberg es además un director con una puesta en escena tan clásica como
efectiva: sabe encuadrar, sabe mover la cámara, sabe cómo montar una escena, y
además lo hace esquivando hábilmente el uso de efectismos de cualquier tipo.
Colin Trevorrow, al menos por lo que podemos ver en este
film, es por el contrario un director que aún tiene mucho por demostrar. No hay
más que comparar cualquier momento supuestamente emotivo de su último film con
la escena en que Sam Neill y Laura Dern ven por primera vez un braquiosaurio en
“Jurassic Park”, ejemplarmente montada y con una ajustadísima partitura musical
de John Williams, escena en la cual Spielberg logra que el espectador se
sorprenda y comparta con los protagonistas ese ‘sentido de la maravilla’ tan
característico de su manera de hacer cine. Trevorrow ya puede recurrir a
panorámicas enfáticas y Michael Giacchino ya puede fusilar a gusto el tema
principal compuesto por John Willimas, que en ningún momento logran transmitir
ese mismo sentimiento al espectador y cautivarle. Algo parecido le ocurría a Brad
Bird en “Tomorroland”, de la que ya hablé aquí.
Tampoco vamos a ser injustos con “Jurassic World”. No es un
mal film, y de hecho creo que es mejor que cualquier de las 2 secuelas previas
(la primera, excesivamente retórica, dirigida también por Spielberg; la segunda
con el anodino Joe Johnston detrás de las cámaras). Este film de Colin Trevorrow
no sorprende pero entretiene de una manera inocua. Su mayor debilidad reside en
un guion simple y sin garra, con unos personajes descritos de manera
superficial, y con una trama tan poco original como a ratos poco verosímil: la
idea de un ‘domador’ de dinosaurios, el personaje encarnado por Chris Pratt,
más bien provoca sonrojo. Poco que decir en cuanto al reparto: Vincent D’Onoffrio
lidia con un personaje bastante desdibujado que pretende erigirse en villano de
la función; Bryce Dallas Howard aporta algún que otro apunte humorístico; y un
simpático Chris Pratt, que saltó a la palestra interpretando al Star-lord de “Los
guardianes de la galaxia” y que ahora se postula como posible nuevo Indiana
Jones, se erige como el heredero de Harrison Ford en su papel de héroe
simpático y un punto canalla. Ty Simpkins y Nick Robinson están ahí solo para
cubrir la necesaria cuota infantil/adolescente que Spielberg siempre impone en
sus películas más familiares, del mismo modo que el francés Omar Sy, cada
más presente en producciones americanas,
aparece para cumplir esa irritante (por
innecesaria) cuota de actores de color en todos los blockbusters que surgen de los grandes estudios. La trama, como no
podría ser de otro modo, no deja escapar la posibilidad de recordarnos la
importancia de los lazos familiares, una de las constantes den buena parte de
la filmografía de Spielberg. Trevorrow demuestra corrección que no brillantez
den las secuencias de acción, resueltas con oficio pero sin garra. Y Michael
Giacchino de nuevo nos ofrece una partitura excesivamente enfática, demostrando
no saber cuándo es mejor hacer uso del silencio que subrayar una escena con
acordes prestados (o copiados) de su admirado John Williams.
No nos engañemos: los verdaderos protagonistas del film son
los dinosaurios, extraordinariamente recreados por ordenador. Particularmente
un ‘Indomitus Rex’ inventado para el film y los velociraptores que doma el
personaje interpretado por Pratt. El Tyranosaurus Rex, estrella incuestionable
de los primeros films, también hará su aparición estelar al final del film para
recordarnos que él es la verdadera estrella de la saga, pese a quién pese.
Resulta curioso que un film que habla de devolver la vida a
animales del pasado, lo que nos está ofreciendo en realidad no es sino un fósil
convenientemente maquillado para las nuevas generaciones de espectadores. Así
pues este “Jurassic World” se suma a esa labor de ‘paleontología cinéfila’ que parece
ser la nota dominante en el cine americano actual, y que no consiste más que en
rescatar viejos fósiles de la historia del cine más o menos reciente y tratar
de venderlos al espectador como algo nuevo. No deja de ser triste que un género
a priori tan fértil y creativo como debería ser el cine fantástico, se recree
en exceso en conceptos que de tan trillados no provocan más que un sonoro
bostezo.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Los dinosaurios del film,
las auténticas estrellas de la función. ¿Lo peor? La constatación de que el
cine americano actual vive de las rentas que le ofrece la sobreexplotación de fórmulas
trilladas que el público, lamentablemente, acepta de buen grado y sin sentido
crítico.

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