lunes, 19 de enero de 2015

PÁJAROS EN LA CABEZA



Al director mexicano Alejandro González Iñárritu se le conoce sobre todo por su, a veces, malsana insistencia en recrearse en la desgracia humana. Esto es fácilmente constatable en su trayectoria desde “Amores Perros” (1999), película nominada al Oscar al mejor film de habla no inglesa y que supuso su primera colaboración con el guionista Guillermo Arriaga. Hay un cierto sadismo en la visión que Iñárritu y Arriaga ofrecen sobre sus personajes, a los cuales ponen siempre en situaciones extremas, alcanzando a veces tal intensidad dramática hasta el punto de que el sufrimiento que vemos en pantalla puede resultar difícilmente soportable para algunos espectadores. Esa misma visión desencantada y trágica de la vida se repetirá en sus dos siguientes largometrajes, también el colaboración con Arriaga, y ya con producción norteamericana: “21 gramos” (2003), que intenta explorar donde están los límites del sufrimiento humano y la capacidad de sacrificio, y “Babel” (2005), que nos habla sobre todo de la dificultad para comunicarnos de los seres humanos. “Babel” obtuvo 7 candidaturas a los premios Oscar de la Academia, entre ellas la primera para Iñárritu en calidad de director, llevándose al final el Oscar a la mejor partitura original para Gustavo Santaolalla. Tras “Babel” Iñárritu rompe su colaboración con Arriaga debido a ‘diferencias creativas’, y escribe junto a Armando Bo el guion de la producción española ‘Biutiful’, interpretada por Javier Bardem y por la cual el actor español obtendrá una nominación al Oscar a la mejor interpretación masculina.

El cambio de guionista parece no sentar, de entrada, demasiado bien a Iñárritu, pues “Biutiful” no es solo su film más flojo sino también el más irritante, en el cual el director mejicano lleva al paroxismo su tendencia  a recrearse en el sufrimiento extremo de sus personajes. Al menos en sus films con Arriaga había una más elaborada construcción formal de sus guiones, por mucho que era una fórmula que comenzaba a estar un tanto sobreexplotada: historias corales de personajes aparentemente inconexos cuyas trayectorias vitales se entrecruzan debido a causas totalmente fortuitas. "Biitufil”, en cambio, se vertebra sobre una  estructura totalmente lineal para centrarse en un personajes principal (el interpretado por Bardem) que actúa como elemento conductor de la historia.

Da lo mismo que lo quieras revestir de ‘poética visual’: la miseria es miseria, y nunca es bella. Y el sufrimiento es sufrimiento, y no siempre es plato de buen gusto para todos los espectadores. Iñárritu se había ganado a pulso su etiqueta de ‘retratista de la miseria humana’ y la jugada que tan buenos resultados le dio con ‘Amores perros’ amenazaba con agotarse por repetición y sobreexposición. Supongo que consciente del peligro de encasillarse y terminar por aburrir al espectador, Iñárritu ha decidido dar un inesperado giro a su carrera y filmar una comedia.

¡Ojo! Afirmar que ‘Birdman’ es una comedia puede dar lugar a equívoco. Algo de comedia tiene, sí, pero de comedia negra, negrísima. Iñárritu, colaborando de nuevo con Armando Bo en la escritura del guion, no escatima dosis de vitriolo en sus diálogos y arremete contra todo lo que puede. Arremete contra el estar system hollywoodienese y se ríe de las ínfulas actorales de las estrellas, arremete contra los críticos para denunciar su partidismo y falta de honestidad, pero arremete sobre todo contra una forma de hacer cine entendido no como arte sino como mero entretenimiento. Critica sin disimulo el mercantilismo del cine americano como fábrica de blockbusters, y en muchas de las frases puestas en boca de sus protagonistas deja entrever su absoluto desprecio hacia el sub-género de los super-héroes cinematográficos, tan en boga actualmente y que amenaza con saturar nuestras pantallas hasta la extenuación.

Naturalmente Iñárritu es libre de opinar lo que quiera y exponer su crítica en la forma que más le plazca, pero es de agradecer que lo haya hecho con un film que, aun no compartiendo la postura del director mexicano, yo solo puedo calificar de brillante. Parece que Iñárritu se haya propuesto marcarse un duelo personal con su colega Alfonso Cuarón y haya querido superar la filigrana estética que aquel ya utilizó en “Gravity”, pues este “Birdman”, con contra de lo que aconsejan los manuales de ‘como filmar una comedia’, está rodada en un único (y falso) plano secuencia, lo cual obligó a todo el elenco a preparar arduas sesiones de ensayos a fin de lograr que los largos y malintencionados diálogos del film fluyesen de la manera más natural posible. Es resultado, en este sentido, es apabullante, y la sabiduría fílmica que exhibe Iñárritu detrás de las cámaras, es incuestionable, apoyándose, justo es reconocerlo, en el excepcional (como de costumbre) trabajo de iluminación de Emmanuel Lubezki.

Pero “Birdman” encierra por encima de todo una ácida reflexión sobre el estrellato y sobre la servidumbre de la fama. La película nos muestra a una celebridad que antaño gozó de la fama y el reconocimiento popular interpretando a un super-héroe en una serié de películas que fueron éxitos de taquilla. Tras negarse a continuar la saga, cansado ya del personaje, su popularidad se diluyó y su persona cayó en el olvido. Ahora trata de rehacer su carrera y su vida escribiendo, dirigiendo e interpretando una adaptación de una obra de Raymond Carver, concretamente una de sus compilaciones de cuentos más famosa: “De qué hablamos cuando hablamos de amor”.

No es casual que Iñárritu y Bo citen a Carver en este film. El considerado padre del ‘realismo sucio’ de la literatura estadounidense, centró el grueso de su obra en narrar la vida de los obreros y las clases sociales más desfavorecidas. Así pues el que el personaje de Riggan Thompson quiera ‘rehacer’ su prestigio y recuperar el favor de la crítica adaptando una obra de Carver tiene una cierta lectura irónica, no solo por lo que supone el recurrir a la miseria ajena para alcanza la propia gloria, sino porque parece un chiste a costa de la etiqueta de ‘cineasta de la miseria’ que con frecuencia se le otorga a Iñarritu.

No son pocos ni triviales los subtextos que acerca del arte, el cine, el teatro, la crítica o el star system que encontramos en este ‘Birdman’. Y esos mismo subtextos se ven enriquecidos por la elección de un ajustadísimo elenco en el que sobresalen unos francamente inspirados Michael Keaton y Edward Norton, dispuestos (necesariamente)  a reírse de sí mismos. De nuevo la elección de estos actores no es nada casual, y la presencia de Keaton refuerza aún más la intención paródica de la película al establecer un claro paralelismo entre actor y personaje, pues ambos conocieron la fama dando vida un superhéroe en una saga de films taquilleros  (Batman/Birdman), para caer después prácticamente en el olvido. Y ambos tratan ahora de recuperar el prestigio perdido por métodos similares: Riggan Thompson trata de hacerlo en Broadway con una obra de las que podríamos considerar ‘serias’; Michael Keaton lo logra con un papel hecho justo a su medida, en un film al margen de los convencionalismos de Hollywood que antaño le elevaron a lo más alto del estrellato.

Edward Norton, por su parte, da vida a un actor de prestigio, arrogante caprichoso, irritante, genial e intratable, riéndose así de su (al parecer merecida) fama de actor difícil. Iñárritu establece una curiosa relación amor/odio entre ambos; Mike Shinner (Norton) es un actor de prestigio que es contratado como reclamo comercial para la obra que dirige Riggan. Inicialmente Riggan es consciente de la genialidad de aquel y no disimula su admiración, pero cuando comienzan a aflorar sus caprichos y excentricidades y Shinner trata de hacerse con el control de la función, la admiración se torna en hastío e irritación cuando ve que sus aspiraciones de reconocimiento artísticos se ven truncadas por la injerencia del caprichoso actor.

El resto del elenco actoral está a la altura de su pareja protagonista: una sensible Naomi Watts, un ajustado Jack Galifianakis, pero sobretodo una estupenda Emma Stone que interpreta a la hija de Riggan, una mujer en proceso de desintoxicación, que ha superado la adolescencia y que tiene que hacer frente a un padre que no tiene claro qué rumbo tomar en la vida.

Además de Riggan y Shinner hay un tercer personaje cuya presencia es constante y decisiva en el film: el propio Birdman. El alter-ego cinematográfico de Riggan actúa como una segunda consciencia de éste, una voz de su cabeza a la que Riggan se aferra para sentirse poderoso e imbatible, para situarse por encima de la miseria y la mediocridad que le rodea. Iñárritu se permite aquí ligeras salidas de tono, abandonando el realismo que impregna prácticamente todo el film para introducir leves apuntes fantásticos que, intencionadamente, se erigen más como elementos surreales que no como ensoñaciones oníricas o pinceladas de realismo mágico. Todo (se supone) ocurre en la cabeza de Riggan, y es en su propio mundo interior donde éste se eleva por encima del resto de la humanidad. Quizás a Iñárritu y Bo se les va un poco la mano al final, cuando esas ensoñaciones mentales cobran cuerpo físico en la pantalla y vemos a Birdman tomando cuerpo como una suerte de malicioso e hipervitaminado Pepito Grillo que busca llevar a Riggan al éxtasis definitivo de la locura.

Los elementos paródicos o irónicos se suceden a lo largo del film, y merecería la pena destacar, por ejemplo, la secuencia en que una crítica teatral recrimina a Riggan que éste quiera renegar de su pasado como ‘celebridad’ y ahora busque un reconocimiento que ella cree que no merece. No está exento de ironía el hecho de que esa misma crítica no reconozca la ‘autenticidad’ en la interpretación de Riggan hasta que éste decide volarse la nariz en el escenario. Hay apuntes de comedia en esta nueva película de Alejandro González Iñárritu, pero no es ni mucho menos comedia amable. Hay mucha mala baba en sus líneas de diálogo, mucho vitriolo en su propuesta argumental. Iñárritu parece incluso querer evitar que el espectador pueda llegar a sentir empatía con estos personajes, pues utilizando la comedia como excusa, se permite ridiculizarlos aún más, recreandose en su mediocridad y en su falta de humanidad,

Hay un detalle que me gustaría poner de relieve: Iñárritu ha planificado todo el montaje del film como un largo plano secuencia, a sabiendas de que ello exige un plan de rodaje tremendamente estricto en el que no hay lugar para errores. La música original de Antonio Sanchez ofrece pues un curioso contraste, pues al margen de la existencia de una partitura previa, al ser una música de carácter orgánico, casi minimalista, que se apoya únicamente en una batería casi omnipresente, y en la cual el ritmo predomina por encima de la melodía, consigue dar una sensación de improvisación, de movimiento constante.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Su puesta en escena, una auténtica filigrana, y todo el reparto. ¿Lo peor? Cierto tufillo intencionado y autoconsciente a ‘película importante’. Iñárritu no puede (o no quiere o no sabe) evitar caer a veces en cierta forma de pedantería; que esta vez se trate de una comedia no lo hace menos irritante.

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