Al director mexicano Alejandro González Iñárritu se le
conoce sobre todo por su, a veces, malsana insistencia en recrearse en la
desgracia humana. Esto es fácilmente constatable en su trayectoria desde “Amores
Perros” (1999), película nominada al Oscar al mejor film de habla no inglesa y
que supuso su primera colaboración con el guionista Guillermo Arriaga. Hay un
cierto sadismo en la visión que Iñárritu y Arriaga ofrecen sobre sus
personajes, a los cuales ponen siempre en situaciones extremas, alcanzando a
veces tal intensidad dramática hasta el punto de que el sufrimiento que vemos
en pantalla puede resultar difícilmente soportable para algunos espectadores.
Esa misma visión desencantada y trágica de la vida se repetirá en sus dos
siguientes largometrajes, también el colaboración con Arriaga, y ya con
producción norteamericana: “21 gramos” (2003), que intenta explorar donde están
los límites del sufrimiento humano y la capacidad de sacrificio, y “Babel”
(2005), que nos habla sobre todo de la dificultad para comunicarnos de los
seres humanos. “Babel” obtuvo 7 candidaturas a los premios Oscar de la
Academia, entre ellas la primera para Iñárritu en calidad de director,
llevándose al final el Oscar a la mejor partitura original para Gustavo
Santaolalla. Tras “Babel” Iñárritu rompe su colaboración con Arriaga debido a ‘diferencias
creativas’, y escribe junto a Armando Bo el guion de la producción española ‘Biutiful’,
interpretada por Javier Bardem y por la cual el actor español obtendrá una
nominación al Oscar a la mejor interpretación masculina.
El cambio de guionista parece no sentar, de entrada,
demasiado bien a Iñárritu, pues “Biutiful” no es solo su film más flojo sino
también el más irritante, en el cual el director mejicano lleva al paroxismo su
tendencia a recrearse en el sufrimiento
extremo de sus personajes. Al menos en sus films con Arriaga había una más
elaborada construcción formal de sus guiones, por mucho que era una fórmula que
comenzaba a estar un tanto sobreexplotada: historias corales de personajes
aparentemente inconexos cuyas trayectorias vitales se entrecruzan debido a
causas totalmente fortuitas. "Biitufil”, en cambio, se vertebra sobre una estructura totalmente lineal para centrarse en
un personajes principal (el interpretado por Bardem) que actúa como elemento
conductor de la historia.
Da lo mismo que lo quieras revestir de ‘poética visual’: la
miseria es miseria, y nunca es bella. Y el sufrimiento es sufrimiento, y no
siempre es plato de buen gusto para todos los espectadores. Iñárritu se había
ganado a pulso su etiqueta de ‘retratista de la miseria humana’ y la jugada que
tan buenos resultados le dio con ‘Amores perros’ amenazaba con agotarse por
repetición y sobreexposición. Supongo que consciente del peligro de
encasillarse y terminar por aburrir al espectador, Iñárritu ha decidido dar un
inesperado giro a su carrera y filmar una comedia.
¡Ojo! Afirmar que ‘Birdman’ es una comedia puede dar lugar a
equívoco. Algo de comedia tiene, sí, pero de comedia negra, negrísima. Iñárritu,
colaborando de nuevo con Armando Bo en la escritura del guion, no escatima
dosis de vitriolo en sus diálogos y arremete contra todo lo que puede. Arremete
contra el estar system hollywoodienese y se ríe de las ínfulas actorales de las
estrellas, arremete contra los críticos para denunciar su partidismo y falta de
honestidad, pero arremete sobre todo contra una forma de hacer cine entendido
no como arte sino como mero entretenimiento. Critica sin disimulo el
mercantilismo del cine americano como fábrica de blockbusters, y en muchas de las frases puestas en boca de sus
protagonistas deja entrever su absoluto desprecio hacia el sub-género de los
super-héroes cinematográficos, tan en boga actualmente y que amenaza con
saturar nuestras pantallas hasta la extenuación.
Naturalmente Iñárritu es libre de opinar lo que quiera y
exponer su crítica en la forma que más le plazca, pero es de agradecer que lo
haya hecho con un film que, aun no compartiendo la postura del director
mexicano, yo solo puedo calificar de brillante. Parece que Iñárritu se haya
propuesto marcarse un duelo personal con su colega Alfonso Cuarón y haya
querido superar la filigrana estética que aquel ya utilizó en “Gravity”, pues
este “Birdman”, con contra de lo que aconsejan los manuales de ‘como filmar una
comedia’, está rodada en un único (y falso) plano secuencia, lo cual obligó a
todo el elenco a preparar arduas sesiones de ensayos a fin de lograr que los
largos y malintencionados diálogos del film fluyesen de la manera más natural
posible. Es resultado, en este sentido, es apabullante, y la sabiduría fílmica
que exhibe Iñárritu detrás de las cámaras, es incuestionable, apoyándose, justo
es reconocerlo, en el excepcional (como de costumbre) trabajo de iluminación de
Emmanuel Lubezki.
Pero “Birdman” encierra por encima de todo una ácida reflexión
sobre el estrellato y sobre la servidumbre de la fama. La película nos muestra
a una celebridad que antaño gozó de la fama y el reconocimiento popular
interpretando a un super-héroe en una serié de películas que fueron éxitos de
taquilla. Tras negarse a continuar la saga, cansado ya del personaje, su
popularidad se diluyó y su persona cayó en el olvido. Ahora trata de rehacer su
carrera y su vida escribiendo, dirigiendo e interpretando una adaptación de una
obra de Raymond Carver, concretamente una de sus compilaciones de cuentos más
famosa: “De qué hablamos cuando hablamos de amor”.
No es casual que Iñárritu y Bo citen a Carver en este film.
El considerado padre del ‘realismo sucio’ de la literatura estadounidense,
centró el grueso de su obra en narrar la vida de los obreros y las clases
sociales más desfavorecidas. Así pues el que el personaje de Riggan Thompson
quiera ‘rehacer’ su prestigio y recuperar el favor de la crítica adaptando una
obra de Carver tiene una cierta lectura irónica, no solo por lo que supone el
recurrir a la miseria ajena para alcanza la propia gloria, sino porque parece
un chiste a costa de la etiqueta de ‘cineasta de la miseria’ que con frecuencia
se le otorga a Iñarritu.
No son pocos ni triviales los subtextos que acerca del arte,
el cine, el teatro, la crítica o el star system que encontramos en este ‘Birdman’.
Y esos mismo subtextos se ven enriquecidos por la elección de un ajustadísimo
elenco en el que sobresalen unos francamente inspirados Michael Keaton y Edward
Norton, dispuestos (necesariamente) a reírse
de sí mismos. De nuevo la elección de estos actores no es nada casual, y la
presencia de Keaton refuerza aún más la intención paródica de la película al
establecer un claro paralelismo entre actor y personaje, pues ambos conocieron
la fama dando vida un superhéroe en una saga de films taquilleros (Batman/Birdman), para caer después
prácticamente en el olvido. Y ambos tratan ahora de recuperar el prestigio
perdido por métodos similares: Riggan Thompson trata de hacerlo en Broadway con
una obra de las que podríamos considerar ‘serias’; Michael Keaton lo logra con
un papel hecho justo a su medida, en un film al margen de los convencionalismos
de Hollywood que antaño le elevaron a lo más alto del estrellato.
Edward Norton, por su parte, da vida a un actor de
prestigio, arrogante caprichoso, irritante, genial e intratable, riéndose así
de su (al parecer merecida) fama de actor difícil. Iñárritu establece una
curiosa relación amor/odio entre ambos; Mike Shinner (Norton) es un actor de prestigio
que es contratado como reclamo comercial para la obra que dirige Riggan. Inicialmente
Riggan es consciente de la genialidad de aquel y no disimula su admiración,
pero cuando comienzan a aflorar sus caprichos y excentricidades y Shinner trata
de hacerse con el control de la función, la admiración se torna en hastío e
irritación cuando ve que sus aspiraciones de reconocimiento artísticos se ven
truncadas por la injerencia del caprichoso actor.
El resto del elenco actoral está a la altura de su pareja
protagonista: una sensible Naomi Watts, un ajustado Jack Galifianakis, pero
sobretodo una estupenda Emma Stone que interpreta a la hija de Riggan, una
mujer en proceso de desintoxicación, que ha superado la adolescencia y que
tiene que hacer frente a un padre que no tiene claro qué rumbo tomar en la
vida.
Además de Riggan y Shinner hay un tercer personaje cuya
presencia es constante y decisiva en el film: el propio Birdman. El alter-ego
cinematográfico de Riggan actúa como una segunda consciencia de éste, una voz
de su cabeza a la que Riggan se aferra para sentirse poderoso e imbatible, para
situarse por encima de la miseria y la mediocridad que le rodea. Iñárritu se
permite aquí ligeras salidas de tono, abandonando el realismo que impregna prácticamente
todo el film para introducir leves apuntes fantásticos que, intencionadamente,
se erigen más como elementos surreales que no como ensoñaciones oníricas o
pinceladas de realismo mágico. Todo (se supone) ocurre en la cabeza de Riggan,
y es en su propio mundo interior donde éste se eleva por encima del resto de la
humanidad. Quizás a Iñárritu y Bo se les va un poco la mano al final, cuando
esas ensoñaciones mentales cobran cuerpo físico en la pantalla y vemos a
Birdman tomando cuerpo como una suerte de malicioso e hipervitaminado Pepito
Grillo que busca llevar a Riggan al éxtasis definitivo de la locura.
Los elementos paródicos o irónicos se suceden a lo largo del
film, y merecería la pena destacar, por ejemplo, la secuencia en que una
crítica teatral recrimina a Riggan que éste quiera renegar de su pasado como ‘celebridad’
y ahora busque un reconocimiento que ella cree que no merece. No está exento de
ironía el hecho de que esa misma crítica no reconozca la ‘autenticidad’ en la
interpretación de Riggan hasta que éste decide volarse la nariz en el
escenario. Hay apuntes de comedia en esta nueva película de Alejandro González
Iñárritu, pero no es ni mucho menos comedia amable. Hay mucha mala baba en sus
líneas de diálogo, mucho vitriolo en su propuesta argumental. Iñárritu parece incluso
querer evitar que el espectador pueda llegar a sentir empatía con estos personajes,
pues utilizando la comedia como excusa, se permite ridiculizarlos aún más,
recreandose en su mediocridad y en su falta de humanidad,
Hay un detalle que me gustaría poner de relieve: Iñárritu ha
planificado todo el montaje del film como un largo plano secuencia, a sabiendas
de que ello exige un plan de rodaje tremendamente estricto en el que no hay lugar
para errores. La música original de Antonio Sanchez ofrece pues un curioso
contraste, pues al margen de la existencia de una partitura previa, al ser una
música de carácter orgánico, casi minimalista, que se apoya únicamente en una batería
casi omnipresente, y en la cual el ritmo predomina por encima de la melodía, consigue
dar una sensación de improvisación, de movimiento constante.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Su puesta en escena, una
auténtica filigrana, y todo el reparto. ¿Lo peor? Cierto tufillo intencionado y
autoconsciente a ‘película importante’. Iñárritu no puede (o no quiere o no
sabe) evitar caer a veces en cierta forma de pedantería; que esta vez se trate
de una comedia no lo hace menos irritante.
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