“Whiplash” nos cuenta la historia de un estudiante de música en un prestigioso conservatorio y su enfrentamiento personal con un profesor no exento de genialidad pero cuyos métodos pedagógicos podrían considerarse como ‘cuestionables.
El cine que nos habla de músicos (no el cine musical
entendido como tal), generalmente nos ofrece historias de entrega, sacrificio y
superación, historias de intérpretes/músicos/autores que tratan de hacer
realidad un sueño y alcanzar algún tipo de triunfo, ya sea personal o artístico.
Sin embargo ese no es el enfoque que ofrece este film, el debut en la dirección
de Damien Chazelle. “Whiplash” gira en torno a la relación entre un maestro y un
alumno, pero no está mostrada esta historia como una clásica relación de
aprendizaje, ni siquiera como una historia de rivalidades artísticas, sino que
lo en realidad nos muestra este film es un enfrentamiento psicológico de dos personalidades
entre las cuales se establecen una serie de dinámicas más propias de un campo
de entrenamiento que no de un conservatorio musical.
En cierto aspecto “Whiplash” nos habla de la esclavitud del
arte. El profesor Terence Fletcher (interpretado por J. K. Simmons),
perfeccionista hasta la exasperación busca aquel alumno que pueda convertir en
el próximo Charlie Bird; el alumno Andrew Neyman (Milles Teller)
En el apartado interpretativo el peso de la función lo
llevan Simmons y Teller, y el resto de reparto son meros accesorios que tan
solo sirven de apoyo para comprender determinados rasgos del carácter de ambos.
Y hay que decir que ambos cumplen sobradamente con su comentido. El joven
Milles Teller refleja perfectamente la angustia de Neyman y su obsesión por convertirse
en un genio incontestable de la batería. Y J. K. Simmons aporta auténtica
presencia a un personaje que, se mire como se miré, no deja de ser un cliché. Y
es aquí donde yo pondría la única pega al film, no al trabajo de Simmons, que
es sobervio, sino a la propia descripción de su personaje, que abunda en
tópicos cinematográficos y que nos recuerda irremediablemente al sádico sargento
Hartman de “La chaqueta metálica”. Este Terrence Fletcher no es tan diferente
de aquel: sádico, arrogante, malhablado, violento… Con la diferencia de que el
tipo de violencia física y verbal de la que hace gala resulta creíble en el
contexto de un campamento de entrenamiento militar, pero en cambio resulta
demasiado forzada en el ámbito de lo que se supone es una escuela de arte. Sí,
es cierto que hay músicos y maestros con fama de irascibles e intratables, pero
¿hasta qué punto esos maestros son capaces de alienar a todos sus alumnos hasta
lograr la total sumisión de estos, como da a entender en algún momento el film
de Chazelle? ¿Qué lleva a un alumno a sustituir admiración por miedo de tal
forma que su voluntad o personalidad queda anulada? No es ese el caso del
protagonista del film, pero sí que se nos da a entender que esa conducta es
aplicable al resto de compañeros de Neyman. La película habla sobretodo de la volutad de sacrificarlo todo en nombre del ARTE, y esa es la postura que adopta Neyman (que pone en riesgo su propia integridad física), o incluso Fletcher (que ha dejado al lado su propia humanida), pero ¿que justificación tienen el resto de estudiantes al someterse a las vejaciones a las que les somete su profesor? Dicho en plata: una persona 'normal' lo habría mandado a paseo hace mucho.
Para mí el problema de “Whiplash” es que al llevar al
extremo el personaje de Fletcher, lo que hace es restarle credibilidad. Lo
convierte por completo en un ogro, y al hacerlo, lejos de humanizarlo y así
lograr la comprensión del espectador, lo que logra en realidad es
caricaturizarlo.
Sin embargo, dejando a un lado las pegas al tratamiento de
sus personajes, hay un par de elementos que hacen de este film de Damien
Chazelle un film no solo dignísimo, sino a ratos también brillante. Por un lado
su puesta en escena, directa, seca, pero hilvanada en un montaje realmente
dinámico, sincopado, casi a ritmo de jazz (como no podría ser de otra manera).
En algunas escenas los cambios de plano se suceden rápidamente, yendo de lo
general al detalle, de la sala de ensayos a la gota de sudor sobre la baqueta,
del rostro congestionado de Neyman al gesto de Fletcher parando el ensayo. Pero
Chazelle tiene muy claro el tipo de producto que tiene entre manos: es cine, no
un video-clip, y habla de jazz, no de rock o música pop. El resultado pues es
siempre elegante, pero nunca pausado, y culmina en una escena final con Neyman
tocando la batería y logrando una verdadera comunión artística con Fletcher, el
único momento del film en que maestro y alumno de verdad se encuentran. Un
momento final cargado de tensión, en el que actuación, montaje, fotografía y música se anuman en una simbiosis perfecta, y que justifica por si mismo la existencia del film.
El otro aspecto destacable es el tono general del film, que
no es nunca triunfalista. Ni Fletcher ni Neyman buscan el triunfo por el
triunfo, ninguno de los dos buscan la celebridad o el éxito. Lo que buscan es
la certeza de haber alcanzado una suerte de perfección en la ejecución de su
arte. En un momento del film Fletcher confiesa que siempre empuja a sus alumnos
hasta el límite a la esperar de descubrir un nuevo genio musical que sea capaz
de conmoverle, por eso ansia lograr la perfección absoluta en las ejecuciones
de la orquesta que dirige. Neyman, por su parte, está dispuesto a sacrificarlo
todo, incluso el amor, por lograr el reconocimiento, pero no el reconocimiento
general del público o crítica, pues él no busca el aplauso, sino el
reconocimiento de saberse el MEJOR en lo que hace, reconocimiento que en su
escala de valores solo Fletcher puede certificarle.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El ritmo trepidante, ritmo de jazz, que Chazelle impreime a todo el metraje. ¿Lo peor? Lo maniqueo y tópico que resulta el personaje del profesor al que da vida J. K. Simmons.
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