lunes, 2 de diciembre de 2013

QUEER OR NOT QUEER...



TO BE OR NOT TO BE (GAY)…

Aunque pueda parecer que hoy en día proliferan las películas que tratan abiertamente el tema de la homosexualidad y que incluso éstas acceden a los circuitos de distribución mayoritarios (la más reciente: “La vida de Adele” de Abdellatif Keniche, 2013) la presencia de gays y lesbianas en el cine se remonta a mucho tiempo atrás. Hacer un recorrido por la historia del cine y de cómo la comunidad homosexual ha sido retratada en él es algo que excede a mi capacidad y que superaría con creces la longitud de este artículo. Hay mucha literatura al respecto y también muchos documentales igualmente interesantes que han tratado de aproximarse al tema desde muy diversas perspectivas, así que yo voy a limitarme a hacer un pequeño anecdotario sobre el mismo.

Gays y lesbianas están presentes en el cine desde mucho antes del cine hablado, pero quizás es en los años 50-60 cuando se empieza a abordar su existencia en las películas desde una óptica más profunda. Su presencia deja de ser anecdótica para convertirse en el detonante del drama. Y conviene recalcar que en aquella época las tramas que tenían algún componente de carácter homosexual eran básicamente dramáticas, pues en los años 50 la homosexualidad, la masculina y aún menos la femenina, no solo no estaban bien vistas sino que se consideraban comportamientos antisociales o aberrantes, e incluso se consideraba el comportamiento homosexual como una enfermedad. De ahí que comúnmente los gays o lesbianas eran protagonistas de argumentos generalmente dramáticos cuando no decididamente trágicos. Ejemplos los hay a patadas: desde las adaptaciones de las obras de Tennessee Williams como “La gata sobre el tejado de zinc” (Richard Brooks, 1958), “Un tranvía llamado Deseo” (Elia Kazan, 1951) o “De repente, el último verano (Joseph L. Manckiewicz, 1959), hasta films como “La calumnia” (William Wyler, 1961) o “Reflejos de un ojo dorado” (John Houston, 1967). Si en algo coinciden todos esos films es en presentar la homosexualidad como un hecho trágico, algo completamente alejado de la normalidad (más o menos) con la que la vivimos hoy en día. La situación ha ido cambiando, mejorando diría yo, con los años y hoy en día es fácil ver en las salas comerciales películas que abordan en el tema desde una perspectiva no solo menos dramatizada, sino más natural y más abierta. E incluso algunos de esos films obtienen reconocimiento en festivales generalistas o premios de la academia, tal es el caso de “Brokeback Mountain” (Ang Lee, 2005) o la citada “La vida de Ádele”. Es cierto que los protagonistas de estos films viven situaciones trágicas, pero el drama que viven no se deriva del hecho de ser homosexual, es decir: no es algo intrínseco a su orientación sexual, no es visto como una enfermedad, sino que la tragedia que viven surge a partir de sus propias vivencias emocionales, experiencias que en mucho casos resultan comunes a cualquier romance heterosexual (el encuentro amoroso, el desamor, la traición, los celos…). Es cierto que aún hoy día hay homosexuales que según el entorno en el que viven lo tienen difícil para aceptarse y ser aceptados, e incluso hay países en que vergonzosa y lamentablemente la homosexualidad está perseguida e incluso penada por la ley. Sin ir más lejos tenemos el insidioso y vergonzante caso de Rusia, país supuestamente evolucionado, donde se promueven leyes intolerantes que buscan reprimir cualquier manifestación de carácter homosexual. Pero en los países que podríamos considerar civilizados la homosexualidad es mayoritaria aceptada como un hecho normal, pese a que siempre existen facciones más retrógradas y conservadoras que tratan de legislar leyes que solo contribuyen al separatismo y la discriminación más o menos encubierta y revestida de ‘conciencia religiosa o moral’.

Afortunadamente, como digo, no en todos los países la situación es tan cruda y eso ha permitido que los homosexuales sean aceptados (más o menos) socialmente y por lo tanto que se vean reflejados en el cine de una manera más natural. Ahora gays y lesbianas podemos protagonizar comedias, dramas, películas de aventuras… Nuestra presencia en el cine ha dejado de ser anecdótica (pongamos el ejemplo de “La boda de mi mejor amigo” de P.J. Hogan 1997, y el muy tópico papel interpretado por Rupert Everet) para pasar a ser protagonista. Pero aun así, ¿realmente podemos hablar de una normalización de nuestra presencia en el cine mainstream más allá de las películas independientes que se distribuyen en circuitos minoritarios? Está claro que los homosexuales somos cada vez más visibles en el cine, pero ¿lo somos de una manera equiparable a los personajes heterosexuales?
Me viene esta pregunta a la cabeza a raíz de un diálogo que mantiene uno de los protagonistas de la película “Weekend” (Andrew Haigh, 2011) que volvía a revisar recientemente. En ese diálogo el personaje interpretado por Chris New se queja de que en cualquier manifestación artística (que yo hago extensible a cualquier manifestación cinematográfica), el público que acude a ella no tiene ningún problema si se representa el sexo heterosexual, pero se incomoda o lo rechaza si lo que se representa es sexo homosexual. Las manifestaciones artísticas que tienen un enfoque abiertamente homosexual son rechazadas de plano por una amplia mayoría heterosexual que tolera y acepta a gays y lesbianas pero no quiere ser consciente de lo que hacen de puertas adentro. ¿Es eso cierto? Creo que hay algo de verdad en la reflexión que hace dicho personaje.

TO KISS OR NOT TO KISS…

Antes hablaba de que en los años 50 y 60 se empieza a hablar de la homosexualidad en el cine de una manera más abierta aunque inequívocamente trágica. El infame código de censura Hays de la época era muy estricto respecto a qué temas se podían mostrar en una película, de ahí que el tratamiento de la homosexualidad era enfocado de una manera más bien sesgada, más o menos sutil, aunque a veces inequívoca. La palabra gay, homosexual, lesbiana o similar no se mencionaba, pero no hacía falta ser muy perspicaz para adivinar ese tipo de comportamiento en las alusiones que se hacen en “La calumnia” o en las adaptaciones de las obras del Tennessee Williams. Curiosamente en la versión teatral de “La gata sobre el tejado de zinc” se alude de una manera abierta a la homosexualidad latente del personaje de Brick, pero en su versión cinematográfica Richard Brooks suavizó las alusiones para evitar las iras de los censores y trató de explicar su comportamiento como una suerte de fijación infantil por su compañero de juegos de la infancia, una regresión psicológica a su adolescencia que se manifestaba en su capacidad para madurar y por lo tanto satisfacer sexualmente a su esposa, Maggie “la gata”. El propio Tennessee Williams admitiría la brillantez de este nuevo enfoque por parte del director y guionista de la película, pero aun así bajo esa fijación infantil es evidente que late una nada disimulada pasión homoerótica. La homosexualidad es un tema inherente en casi todo la obra de Williams (el dramaturgo era gay, y no le debió resultar fácil vivir con su condición en el viejo y conservador sur de los Estados Unidos del dual provenía) y pese a los esfuerzos de Richard Brooks por disimularla esa pulsión está en el film y en el personaje de Brick interpretado (brillantemente, añado yo) por Paul Newman. Ok, se habla implícitamente de homosexualidad en la película… pero no se muestra. La censura no lo hubiese permitido, evidentemente, pero de haberse mostrado de una manera más explícita, ¿cómo hubiese reaccionado el público de la época? Aún hoy en día hay un amplio sector de la población que se violenta cuando le muestran las escenas de sexo explícito de “La vida de Ádele”. ¿Ese mismo público se hubiese incomodado igual si esas escenas hubiesen estado protagonizadas por un hombre y una mujer? No recuerdo que las reacciones fuesen tan agrias cuando Catherine Breillat estrenó en 1999 su también sexualmente explícita “Romance X”, más allá de la presencia anecdótica del actor porno Rocco Siffredi. Esa es, de hecho, la polémica a la que aludía uno de los protagonistas de “Weekend”.
En los años 50 y 60 el código Hays ejercía un fuerte control censor, de ahí que muchos guionistas y directores tuviesen que agudizar su ingenio para mostrar aquello y hablar de aquello en lo que tenían un particular interés pero que no hubiese sido bien recibido por la sociedad biempensante de la época. Ese control censor afectaba, evidentemente, a todo aquello que tenía que ver con un tema tabú como el sexo, no necesariamente homosexual sino también el heterosexual. Un beso, por ejemplo, no podía tenar más que una (breve) duración determinada; no se podía mostrar que un matrimonio durmiese en la misma cama; de la representación de desnudos, masculinos o femeninos, ya ni hablemos. Precisamente uno de los pocos aspectos positivos que se derivan de la aplicación de dicho código censor es que contribuyó a hacer más fértil e ingeniosa la imaginación de escritores y realizadores, y el resultado fueron escenas míticas que hoy en día podrán parecer ingenuas, pero que en su momento levantaron pasiones en la platea. ¿Quién no recuerda el larguísimo beso encadenado entre Ingrid Bergman y Cary Grant en “Notorious” (1946) de Alfred Hitchcock o el tórrido beso en la playa entre Burt Lancaster y la no tan casta Deborah Kerr en “De aquí a la eternidad” (1953) de Fred Zinnemann? Sin embargo en ese tipo de pasiones estaban reservadas a las parejas heterosexuales; no vamos a ver ningún comportamiento escandaloso entre los personajes interpretados por Audrey Hepburn y Shirley McLane de “La calumnia” o en el Britt Pollit de “La gata sobre el tejado de zinc”. Aunque en este último caso, teniendo en la película a Paul Newman y Elisabeth Taylor, ¿quién querría ver otra cosa que no fuesen las chispas que saltan de la pantalla cuando discuten en el film? Cada una de las escenas en que están juntos supuran sexo por los cuatro costados. En cualquier caso homosexuales y lesbianas tendrán su cuota de pantalla… siempre que su comportamiento no escandalice al espectador.

Tendrán que pasar unos cuantos años para ver a dos hombres o dos mujeres retozar juntos en una pantalla de cine. Antes vendrán cineastas como el siempre atrevido Ken Russell, que no dudará en desnudar por completo a Alan Bates y Oliver Reed y hacerlos pelear en una escena de clarísimas connotaciones homoeróticas (pese a la total ausencia de sexo explícito) en “Mujeres enamoradas” (1969);  después “Deliverance” (John Boorman, 1972) nos mostrará de manera explícita una violación masculina;  y “Tarde de perros” (Sidney Lumet, 1975) nos explicará cómo un individuo asalta un banco y mantiene un grupo de rehenes para conseguir dinero para la operación de su amante masculino. Pero como “Deliverance” o “Tarde de perros” las primeras muestras que veremos en el cine de un comportamiento abiertamente homosexual no son precisamente caritativas con la comunidad que quieren retratar. Así pues en 1980 William Friedkin estrenará “A la caza” envuelta en un agria polémica al ofrecer un retrato sórdido y decididamente oscuro de los clubes de sexo gay de San Francisco. Todas estas películas no serán sino las primeras de muchas que mostrarán a los homosexuales como individuos polémicos, retorcidos e incluso abiertamente criminales, como por ejemplo el asesino Buffalo Bill de “El silencio de los corderos” (Jonathan Demme, 1991), y una buena parte de la comunidad homosexual se sentirá furiosamente molesta por el retrato que este tipo de films ofrecen de ellos. Visto hoy en día quizás no sea para tanto, pues si lo que buscamos es vernos representados de una manera completamente normalizada en las pantallas de cine, debemos admitir que hay tanto personajes positivos como negativos dentro de nuestra comunidad, y que si bien hay ciertos elementos que son claramente festivos y coloristas, también hay otros que son inequívocamente oscuros y sórdidos; en muchos casos lo son para buena parte de los que formamos parte de dicha comunidad, por lo que resultarán aún menos comprensibles para el público heterosexual.

Pero si hay una vertiente cinematográfica que retrata la comunidad homosexual de una manera digamos poco positiva (en aras de un pretendido realismo), también hay otra que incide en el tópico más colorista, y por lo tanto apuesta por la comedia. Y ahí entran films más o menos graciosos como “In & Out”, “La jaula de las locas”, “Pedale Douce” y un larguísimo etc. Así pues pasamos de un tópico a otro: del gay atormentado a la marica alegre o al my-best-gay-friend. No estamos aún en el buen camino si lo que buscamos es ver a gays y lesbianas que viven y se comportan en pantalla de la misma forma que lo haría cualquier vecino heterosexual nuestro, pero aun así  su presencia aumenta en el cine mainstream, aunque sea solo como personaje secundario.


TO FUCK OR NOT TO FUCK…

El cine independiente americano ha dado sobradas muestras en las que los homosexuales, hombres y mujeres, son representados de una manera normalizada, y los vemos reír, sufrir, amar y follar del mismo modo que lo harían cualquier pareja heterosexual. El cine europeo también se ha mostrado menos pacato a la hora de mostrar dos hombres o mujeres besándose o haciendo el amor. Hay más ejemplos de los que ahora mismo puedo recordar, pero además de los citados Jarman o Fassbinder, nuestro cine patrio no ha mostrado remilgos a la hora de mostrar escenas de sexo homosexual, y que mejor ejemplo que la icónica “La ley del deseo” (1987) de nuestro muy castizo y muy queer Pedro Almodóvar. El cine made in USA, más conservador en este aspecto y más reacio a mostrar imágenes o comportamientos que puedan herir sensibilidades, ha recorrido un camino distinto, más lento, menos osado, pero igualmente favorable a que los homosexuales sean vistos en las pantallas de cine no como una curiosidad o como algo anecdótico sino como integrantes de pleno derecho de la sociedad que nos rodea. Posiblemente la primera película que contribuyese a dicha normalización haya sido “Brokeback Mountaint”, dirigida por un cineasta de reconocido prestigio (Ang Lee ya había hecho un acercamiento al tema en 1993 con “El banquete de boda”) e interpretada por dos estrellas en alza como Ledger y Gyllenhaal que no dudaron es protagonizar un muy tórrido beso que a bien seguro levantaría pasiones en la platea… tanto homosexuales como heterosexuales. El film fue unánimemente reconocido por público y crítica, ganó 3 oscars (entre ellos el de mejor película) y cosechó un espléndido rendimiento en taquilla. Por primera vez un film que abordaba el tema homosexual desde una perspectiva naturalista y con una óptica valiente obtenía un reconocimiento masivo. Pero no por ello deja de ser un film americano, y por valiente que sea, el tema del sexo no lo va abordar nunca como lo hacen “La vida de Adele”, “Drei” (Tom Tykwer, 2010) o “Primer verano” (Sébastien Lifshitz, 2000), y más teniendo como protagonistas a dos estrellas mediáticas. La representación explícita del sexo siempre resulta incómoda para ciertos grupos de espectadores y aún lo es más cuando son dos hombres o dos mujeres quienes lo practican en pantalla.

Posiblemente las explícitas escenas de sexo protagonizadas por Michael Fassbender en la espléndida “Shame” (Esteve McQueen, 2011) no molesten tanto como el rastro de semen en el vientre de uno de los protagonistas que observamos en una de las imágenes de “Weekend”, del mismo modo que el full frontal de Fassbender en ese mismo film ha levantado más comentarios que en su día el vello púbico de Julianne Moore en “Short Cuts” (Robert Altman, 1993). Y es que curiosamente el desnudo masculino continúa despertando más suspicacias entre el público heterosexual que el femenino. ¿Por qué? Sinceramente, no tengo la respuesta.


 QUEER OR NOT QUEER…

Más arriba comentaba que los homosexuales somos cada vez más visibles en el cine. Y es esa misma presencia aumentada en cuota de pantalla lo que lleva a algunos a acuñar un nuevo género al que se bautiza como gay cinema. ¿Pero realmente existe un tipo de cine gay en cuanto a género? Yo personalmente discrepo. Lo que algunos definen como cine gay no es más que un cajón de sastre en el que tiene cabida de todo, desde comedias estúpidas como “In & Out” a películas de época como “Maurice”. Pero un género cinematográfico se define no solo por la tipología de sus personajes, y de hecho no solo por la temática que aborda, sino también por el estilo, por la perspectiva con que observa la trama y por la forma de acercarse al argumento. Cuando vemos en pantalla una determinada película tenemos muy claro si lo que estamos viendo es un musical, un western, un thriller policiaco o un drama histórico, si bien es cierto que hay films que juegan hábilmente con el mestizaje de géneros. ¿Son “Alien” (Ridley Scott, 1979) o “Blade Runner” (Ridley Scott, 1982) simplemente films de ciencia-ficción? Está claro que el primero usa modos propios del cine de terror mientras que el segundo supone un claro acercamiento al género negro aunque ambientado en un marco futurista. ¿Y a qué genero pertenece un film como “El padrino” (Francis Ford Coppola, 1972)? En alguna reseña lo he visto descrito como cine negro simplemente por el hecho que sus protagonistas son una familia de gangsters, pero en el fondo “El padrino” es un film que está más allá de cualquier definición genérica. Y si habría que buscarle forzosamente una, yo me inclinaría por catalogarla como tragedia shakespeariana. 

¿Existe pues un género como el cine gay? Quizás sí, pero si hay un género catalogado como gay no lo es por la presencia de comedias tontorronas como “Mucho más que amigos” (Nicholas Hytner, 1998) o dramas al estilo de “Muerte en Venecia” (Luchino Visconti, 1971) o “Philadelphia” (Jonathan Demme, 1993), ni siquiera por films independientes como “Weekend” o “Keep the lights on” (Ira Shachs, 2012). Si asumimos que un género se define no solo por su temática sino también por su estilo, entonces cine gay es el que hacen directores como Derek Jarman, Rainer Werner Fassbinder o incluso algunos films de Todd Haynes y Gus Van Sant.  Y podemos hablar de cine gay en este caso porque no importa el tema que traten, lo hacen siempre desde una postura militante y una estilización claramente homoerótica. Si queremos hablar de cine gay entonces tenemos que hablar de films como “Sebastian” (Derek Jarman, 1976)), “Mi Idaho privado” (Gus Van Sant, 1991), “Querelle” (R. W. Fassbinder, 1982) o “Poison” (Todd Haynes, 1991), por citar algunos ejemplos. El “Moulin Rouge” (2001) de Baz Luhrmann es mucho más gay que el “Maurice” (1987) de James Ivory, y por muchos arrumacos que se den Heath Ledger y Jake Gyllenhaal en “Brokeback Mountain” para mí no deja de ser un (espléndido, lo admito) drama rural y no una ‘película gay’. Ni siquiera directores como el neoyorkino afincado en Israel Eytan Fox ("Yossi & Jagger", 2002) o Ferzan Ofpetek ("El hada ignorante", 2001), de origen turco pero que ha desarrollado su carrera en Italia, los adscribiría a un presunto cine de género gay, pese a que en la práctica totalidad de su filmografía la homosexualidad es un elemento determinante. A fin de cuentas lo que ellos hacen son simplemente dramas o comedias con gays como protagonistas. Es de agradecer, eso sí, el esfuerzo que ambos han hecho por presentarlos como individuos 'normales' y en absoluto diferenciados del resto de personajes heterosexuales que les rodean.

Eso sí, como comentaba uno de los protagonistas de “Weekend” en su diatriba sobre la representación homosexual en el arte, basta con que le pongas una etiqueta a un producto para que todos los gays acudan en masa a la espera de ver tíos desnudos. Y es que en el fondo la etiqueta de ‘cine gay’ en cuanto a género no responde sino a astutos criterios comerciales, a darle un muy particular envoltorio a un producto con la esperanza de que sea consumido de forma masiva por un determinado sector de la población.

Sea como fuere cabe esperar que la presencia de gays y lesbianas sea vista a partir de ahora como algo normal en las pantallas de cine, y que nadie se extrañe o escandalice por verlos follar de la misma manera que los vemos comer, conversar, caminar o dormir. La última película que he visto de esta temática es “Freier Fall” de Stephan Lacant, película de nacionalidad alemana estrenada este año y que pretenden vendernos como la respuesta europea a “Brokeback Mountain”. Un film modesto, sencillo, escasamente original y que nos narra la relación entre dos miembros del cuerpo de policía, uno de los cuales está casado. Sin ser nada del otro mundo, lo que se nos explica es un drama interpretado con convicción pero narrado de forma harto convencional.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Su ausencia de efectismos dramáticos. ¿Lo peor? Su factura televisiva. ¿Es un film de género? Es un drama. Si alguien quiere colocarle la etiqueta de cine gay, que lo haga.

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