viernes, 12 de septiembre de 2014

¿DOS DE CAL O DOS DE ARENA?

LIBRANOS DEL MAL


A algunos críticos o analistas de cine les gusta mucho eso de jugar a las ecuaciones, de analizar una película como resultado de la suma de otras. Si nos ponemos a jugar al mismo juego, ¿Qué sale de juntar “El Exorcista” y “Seven”? “Líbranos del mal”. Y es que el último film de Scott Derrickson no es precisamente un dechado de originalidad.

La última propuesta del director de “El exorcismo de Emily Rose”, aquella desfachatez titulada “Sinister” o el torpe e innecesario remake de “Ultimátum a la Tierra es un cúmulo de tópicos y lugares comunes que abusa de los golpes de efectos y que intenta (sin lograrlo) crear una atmosfera a base de imágenes más o menos angustiosas (un gato muerto crucificado, un cadáver putrefacto repleto de moscas…) e irritantes efectos sonoros, a los que un elenco solvente de actores no logra dotar de un mínimo de interés a la trama.

Eric Bana es a mi parecer un buen actor que necesita desesperadamente un cambio de agente que sea capaz de conseguirle papeles más interesantes y a la altura de su capacidad actoral, y que en este film muestra una más que evidente desgana. Edgar Ramírez es otro gran actor (no hay más que verlo en “Carlos” (2010) de Olivier Assayas) que en esta ocasión da la impresión de haber aceptado un papel poco verosímil solo con el objetivo de abrirse camino en el cine comercial americano. Se salva de la quema un entregado Sean Harris, actor británico abonado por lo general a papeles secundarios pero que no solo es capaz de robar escenas a sus compañeros protagonistas (como en esta misma “Líbranos del mal” o en el “Prometheus” e Ridley Scott) sino que cuando le dan la oportunidad demuestra que es capaz de llevar el peso de todo un film o toda una serie, como puso de manifiesto en la espléndida miniserie “Southcliffe” producida en el 2013 por el Channel 4 británico.

Como comentaba más arriba “Líbranos del mal” no es más que un film que abunda en lugares comunes sin ofrecer nada realmente novedoso. Las imágenes de crímenes más o menos sórdidos, de escenarios sucios y desagradables, bien podrían ser descartes del “Seven” de David Fincher, mientras que la pareja de policías compuesta por Eric Bana y Joel McHale presenta todos los tópicos que uno podría encontrar en una buddy movie al uso. Más inverosímil resulta el personaje del cura “progre” y moderno que interpreta Edgar Ramirez, al que el espectador nunca llega a creer… y posiblemente ni el propio actor llegue a creerse su papel. Al menos la presencia siempre inquietante de Sean Harris logra salvar un poco la función, y es que por excesivo que resulte su personaje en algún momento, las considerables dosis de ‘malrollismo’ que le aporta el actor británico, logran despertar un mínimo de interés.

Pero si la película hace uso y abuso de todos los hallazgos ya presentes en “Seven” durante buena parte de su metraje, su argumento no puede evitar caer en el ridículo cuando al final nos propone un giro argumental a la manera del “Exorcista” (clásico imperecedero de William Friedkin) a base , de irritantes golpes de efecto tanto visuales como sonoros. Exorcismo que dura 10 minutos; el film dice estar basado en hechos reales, pero cualquiera que haya investigado un poco sabrá que los exorcismos reales que están documentados suelen durar horas cuando no días. La torpeza con la que está escrito el guion hace que desaproveche muchas buenas ocasiones como el momento final en el que el personajes interpretado por Sean Harris secuestra a la esposa y la hija del protagonista, momento que podría haberse utilizando para añadir las notas de tensión dramática que le faltan al film, pero que es resuelto de manera harto precipitada; del mismo modo todo lo relativo a las inscripciones supuestamente satánicas que dicho personaje va dejando por ahí acaba quedando en algo meramente anecdótico, cuando en realidad es uno de los apuntes más inquietantes del film y podría haber dado pie a la creación de una atmosfera mucho más enfermiza y malsana.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La entrega de Sean Harris en la piel de personaje demoníaco. ¿Lo peor? La falta de originalidad del conjunto y el exceso de subrayado visual y sonoro, particularmente en lo que se refiere a una muy obvia, vulgar e irritante partitura del otrora eficaz Christopher Young.

LUCY


Reconozco que si hago un repaso de la filmografía de Luc Besson, no logro encontrar ningún film salvable. “El gran azul”, film con el que se dio a conocer y que algunos encuentran bonito y poético, a mí me parece pretencioso y aburrido; “El 5º elemento” no es más que un torpe intento de ci-fi con supuesto sello de autoría; “Nikita” o “El profesional” son burdos ejercicios de thriller pretendidamente originales; “Juana de Arco” no es más que un vehículo para el lucimiento de su entonces pareja Mila Jovovich; “Malavita” es un ejemplo de cómo desaprovechar la química de juntos derrochan dos grandes actores como Robert de Niro y Michelle Pfeiffer; y su última propuesta cinematográfica, “Lucy”, de nuevo un film a mayor gloria de su actriz protagonista, reincide en muchos de los defectos que abundan en la filmografía de Besson: pretenciosidad argumental, falta de ritmo, humor pueril y carencia por completo de originalidad.

“Lucy” arranca con una secuencia que ya nos pone como aviso y en la que se nos presenta a uno de los primeros homínidos conocidos por la ciencia: un australopitecus femenino conocido precisamente con el nombre de Lucy y que data del 3.400.000 antes de Cristo. Acto seguido asistimos a la discusión que mantiene la protagonista, también llamada Lucy e interpretada por Scarlett Johanson, con un individuo que intenta convencerla de que entregue un maletín de contenido desconocido. ¿Intento acaso de emparentar este film con la mítica “2001. Odisea del espacio”? Si es así, el intento resulta tan torpe como vulgar.

Acto seguido asistiremos a la personal odisea de su protagonista, atrapada en algún tipo de entramado mafioso que pretende utilizarla a la fuerza como ‘mula’ para transportar un cargamento de una nueva droga experimental. Por aquello de ‘ilustrar’ a sus espectadores, Luc Besson inserta alguno planos que hablan de la evolución de la especie humana y del uso que hace de su capacidad cerebral, y para que ningún dato (pseudo) científico se pierda, intercala secuencias en que el personaje de un erudito en la materia da una conferencia sobre dichas materias, personaje al que da vida Morgan Freeman con el piloto automático haciendo lo que mejor sabe hacer: hacer de Morgan Freeman.

Al menos Scarlett Johanson, consciente de su papel protagonista y de que este puede contribuir a mantenerla en el altar de actrices en papeles de acción (sumémosle su rol como ‘Viuda Negra’ en la franquicia de os Vengadores de la Marvel), se entrega en cuerpo más que en alma a su interpretación. Pese a todo no puede evitar caer a veces en el ridículo, y no porque haga un mal trabajo actoral, sino porque el guion, que desaprovecha una premisa inicial que podría resultar interesante, acaba convirtiendo la Lucy del título de la película en una suerte de guerrera vengativa dada a los excesos superheroicos. Un personaje, vamos, que no desentonaría en cualquier entrega de “Bola de dragón” (“Bola de drac” para el público catalán).

La premisa argumental, como comentaba, no carece de interés: teniendo en cuenta que el ser humano utiliza apenas un 10% de su capacidad cerebral, ¿qué ocurriría si fuésemos capaces de acceder al 20%? ¿O al 50%? ¿Qué nuevas percepciones podríamos desarrollar? ¿Qué nuevas capacidades físicas o intelectuales aparecerían? Esa es la pregunta que el film plantea y que podría haber dado pie a un film mucho más atractivo. Lamentablemente Luc Besson dilapida cualquier posibilidad de desarrollar un argumento más complejo, redujendo a la protagonista a una suerte de vulgar superheroína que domina la materia, el espacio y el tiempo.

La evolución de la especie humana ha sido tratada de manera magistral y desde muy diferentes puntos de vista por no pocos maestros de la ciencia-ficción, como Arthur C. Clark (“2001”), Theodore Sturgeon (“Más que humano”), Olaf Stapledon (“Hacedor de estrellas”)… y quizás Besson debería haberse inspirando más en esos ilustres precedentes que no tratar de elaborar una teoría propia que tiene mucho de cómic Marvel y que a la postre acaba resultando pueril y ridícula. Pero aun dejando aparte cualquier enfoque pseudo-científico y alegando haciendo gala de una cierta suspensión de la credibilidad, el film acaba resultando infantil y aburrido lo cojas por donde lo cojas. Un arranque prometedor es echado por tierra a partir del momento en que la protagonista comienza a exhibir capacidades excesivas. Vale que empiece a tomar consciencia de su fisiología y muestre superiores capacidades físicas, vale que comience a desarrollar dones mentales inauditos (memoria fotográfica, telepatía…), pero de ahí a que muestre un completo dominio de la materia, el tiempo, etc. es poner a prueba la paciencia y la credulidad de algunos espectadores. El problema, desde mi punto de vista, es que esa evolución física del personaje hacia nuevos estadios de conciencia y dominio del entorno, se sucede en el film de manera demasiado rápida, sin dar nunca tiempo a que el espectador asimile los cambios que sufre la protagonista y por lo tanto los haga creíbles dentro del contexto ya de por sí fantástico en que se desarrolla el film. En última instancia, más que desarrollar una trama más o menos interesante y ofrecer el retrato de un personaje más o menos atractivo (el de Lucy, pues el resto de personajes del film son meros comparsas retratados de manera totalmente plana y unidimensional), Besson parece preocupado únicamente de encadenar escenas de acción una detrás de otra, escenas que para más inri están filmadas con la falta de gusto y de sutileza habituales de su director.

Con los ingredientes que maneja Besson al menos cabría esperar un film para pasar el rato una tarde de domingo, pero ni eso. Se ve, se consume como las palomitas en un cine de barrio, y se olvida.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La entrega, que no la interpretación, de Scarlett Johanson. ¿Lo peor? Una trama infantil y carente de interés y una puesta en escena vulgar y efectista.

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