¿Se puede hacer una película en que su único protagonista se pase todo el metraje de la misma conduciendo un coche y manteniendo conversaciones a través del manos libres sin llegar a aburrir ni exasperar al espectador? La respuesta es “Locke”.
Aparentemente Steven Knight ha querido llevar su última incursión tras las cámaras a un terreno rayano en lo que podríamos llamar ‘cine experimental’. Pero lejos de ofrecer un producto sesudo o de difícil digestión, y pese a la radicalidad de su propuesta formal, el resultado es una película tremendamente fluida que logra mantener el interés del espectador a lo largo de todo su ajustado metraje (85 minutos), y todo ello gracias por un lado a un espléndido guion escrito por el propio director, y por otro gracias al trabajo de tres colaboradores excepcionales: Tom Hardy, que realiza un trabajo actoral excepcional, Haris Zambarloukos, que aporta las luces y sobretodo las sobras de un impresionante trabajo de cinematografía, y Justine Wright, que completa y redondea el film con un montaje preciosista y dinámico.
Y aunque la magnética presencia de Tom Hardy podría resultar el aspecto más reseñable de este film en virtud de una interpretación contenida, mesurada, pero que destila emoción por todos sus poros, es justo reconocer el enorme partido que el director logra sacar de unos actores ausentes y que solo prestan su voz al film a través de las llamadas telefónicas que hace y recibe su protagonista, actores que dan la réplica a Hardy de una manera perfecta y que gracias a unos diálogos brillantes y perfectamente matizados logran que se produzca una interacción absolutamente compacta entre el conductor del vehículo y los personajes al otro lado del teléfono. Hardy emociona con su mirada, con su entonación, con sus gestos, con sus palabras, con sus lágrimas… Pero Steven Knight logra que la voz de la esposa, del compañero de trabajo, del jefe o de la amante que no es amante destilen y transmitan emoción sincera al espectador.
“Locke” es un auténtico tour de force en todos los sentidos; lo es en el aspecto actoral, obligando a su protagonista a permanecer durante todo el metraje delante detrás de un volante, mientras que resto de los actores lo hacen detrás de un teléfono; lo es en el aspecto técnico, al estar filmada en tiempo real y casi íntegramente en el interior de un vehículo, salpicando el metraje con ocasionales escapadas visuales para filmar la carretera por la que transita; y lo es también en el aspecto argumental, convirtiendo lo que podría ser una mera anécdota en una historia que oscila entre el suspense y el drama psicológico.
Porque al margen de la historia sobre un desliz y sus consecuencias, “Locke” nos ofrece también un estudio sobre la redención y el fracaso, y lo hace despojándolo de cualquier lectura moralizante y sin tratar de juzgar o condenar a su protagonista. Éste, Ivan Locke, ha cometido un error, y este error acarrea consecuencias. El tomar consciencia de dichas consecuencias le llevará a tomar una decisión, la menos dolorosa para todas las partes implicadas, a sabiendas de que será inevitable que haga daño a unas personas u otras. En cierto aspecto el film nos habla de responsabilidad, de la necesidad de afrontar las consecuencias de nuestros actos, y redimirnos de nuestros errores precisamente haciéndoles frente.
Una propuesta formal y estilística tan arriesgada como ésta podría provocar el rechazo de buena parte de la platea, pero su director logra un perfecto equilibro entre forma y contenido, logrando mantener el suspense a lo largo su casi hora y media de metraje (¿Llegará a tiempo el protagonista? ¿Qué decisiones tomarán la gente con la que conversa a través del teléfono? ¿Conseguirá completar el trabajo que ha dejado en manos de un subordinado?) al tiempo que consigue implicar al espectador en el drama personal que está viviendo en pantalla el conductor del vehículo. Que un film de estas características interese, emocione y entretenga al mismo tiempo es simplemente un prodigio.
“Locke” es el 2º largometraje de Steven Knight tras “Redención ” (interpretado por Jason Statham) y tras haber participado en calidad de guionista en films como “Dirty Pretty Things” (2002), “Amazing Grace” (2006) o “Promesas del este” (2007). Knight apunta buenas maneras como director, y tras un film tan deslumbrante y prodigioso como éste solo pueden esperarse cosas buenas de él.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El tour de force interpretativo de Tom Hardy, la estilizada puesta en escena de Steven Knight, la contrastada fotografía de Haris Zambarloukos y el modélico montaje de Justine Wright. ¿Lo peor? Nada.
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