Ya comienza hablarse de “Boyhood”, el último film de Richard Linklater, como una de las mejore películas del año, y yo me pregunto hasta qué punto es una reacción un tanto exagerada. No quiero llamara equívoco, “Boyhood” es una gran película, pero al margen de que en esta recta final del 2014 aún podremos encontrarnos con algunas muy gratas sorpresas (los esperados estrenos de “Fury”, “Gone girl”, “Interestelar”, “Big eyes”, “The imitation game”, “Inherent vice”, “The theory of everything”…), algunas reacciones de cierto sector de la crítica tachando este film de ‘revolucionario’ me resultan un tanto desproporcionadas.
A fin de cuentas “Boyhood” no inventa nada, y la presunta novedad que presenta el film por el hecho de haber sido rodado a lo largo de 12 años, filmando de esta manera la evolución de los personajes a lo largo de un dilatado periodo de tiempo, es algo que ya probó el propio Linklater con su trilogía de ‘antes del…’, cuyas tres entregas se han estrenado separadas por un periodo de casi 20 años (“Antes del amanecer” en 1995, “Antes del atardecer” en 2004 y “Antes del anochecer” recientemente en el 2013); y antes que Richard Linklater, François Truffaut concibió retratar el periplo existencial del personaje de Antoine Doinel (interpretado por Jean-Pierre Léaud) en una serie de films que se iniciarían con la mítica “Los 400 golpes” (1959) y continuarían con “Antoine y Colette” (1962), “El amor a los 20 años” (1962), “Besos robados” (1968), “Domicilio conyugal” (1970) y “El amor en fuga” (1979)
A diferencia de las anteriores propuestas de Truffaut o el propio Linklater, la novedad en esta ocasión reside en el hecho de que el paso del tiempo no es mostrado en diferentes entregas cinematográficas sino en un único film, que imagino ha sido realizado siguiendo un elaborado plan de producción que permitiese rodar la evolución de los actores que en él participan a lo largo de 12 años de sus vidas. En este sentido el film es un ejercicio de honestidad que respira autenticidad por los 4 costados. Lo que estamos viendo en pantalla es simplemente un fragmento de vida, y de este modo asistimos a la evolución de una serie de personajes que bien podrían ser amigos o vecinos nuestros. Pero ese mismo tono pseudo-documental que le aporta al film un tamiz de verdad, juega a veces en su contra, ya que esa misma autenticidad le resta emoción. En el fondo la vida de la mayoría de las personas que nos rodean (amigos, vecinos, compañeros de trabajo…) están desprovistas de verdadero drama y se mueven en el terreno de lo que podríamos denominar ‘la más absoluta normalidad’, con sus buenos y malos momentos, con sus rutinas del día a día, sus miserias cotidianas, sus alegrías y sus penas… y es precisamente todo eso lo que retrata el film y quizás por eso asistimos a su visionado con cierta actitud de indiferencia. A fin de cuentas, ¿qué me importan a mí las vidas de la mayoría de mis conocidos menos allegados del mismo modo que qué me importa a mí los devanemos de un Mason Jr. (el protagonista del film) con el que no me une ningún lazo emocional y con quién no tengo nada en común?
Del mismo modo, la construcción formal del film, el hecho mismo de haber sido rodado a lo largo de 12 años, hace que planee por la vida de sus protagonistas a base de pinceladas breves, jugando (de manera muy inteligente, todo hay que decirlo) con la elipsis y el sobreentendido. No se pueden resumir 12 años de una vida en tan solo 165 minutos si no es a través de retazos, de anécdotas, de datos sutiles, obligando al espectador a llenar los huecos y por lo tanto a construir el relato completo de esa vida que nos muestra la pantalla. “Boyhood” no es en absoluto un film superficial ni críptico, pero tampoco encierra (en mi opinión) la carga filosófica que algunos han querido ver. No creo tampoco que su director y guionista pretendiese ofrecer una reflexión sobre el paso del tiempo, pero sí creo que pretendía mostrar ese paso del tiempo a través de los rasgos de sus protagonistas, a través de sus arrugas, sus canas, sus cambios de peso, de moda, de corte de pelo… Yo no veo “Boyhood” como una reflexión filosófica sobre el paso del tiempo y su efecto en las vidas humanas, pero sí como un documento que muestra de una manera clara, honesta y veraz esa misma incidencia temporal.
Existe un cierto distanciamiento entre protagonista y espectador, y eso es debido a que dicho protagonista, Mason Jr., en el fondo es un sujeto esencialmente pasivo que observa como la vida se desarrolla a su alrededor sin tomar decisiones verdaderamente importantes. Él reacciona a lo que ocurre, mientras su madre, su padre, incluso su propia hermana, adoptan una actitud más proactiva. Mason Jr. adopta por el contrario una actitud más contemplativa a lo largo de los 12 años que transcurren en el film, y solo al final, acercándose a la edad adulta, comienza a tomar sus propias decisiones. Es esa misma actitud contemplativa lo que por un lado ayuda al espectador a observar sin ser partícipe el paso del tiempo a lo largo del film, pero al mismo tiempo esa actitud le resta empatía y lo distancia del espectador. Observamos la vida a través de los ojos de Mason Jr., pero de una manera objetiva, neutra, desapasionada, sin hacer nunca una reflexión profunda sobre lo que significa crecer, hacerse mayor y envejecer, porque el propio Mason Jr. no hace esa reflexión, tan solo se deja arrastrar por las circunstancias tratando de adaptase a ellas de la mejor manera posible.
Linkater no es un director que se caracterice precisamente por su puesta en escena. Al margen del ejercicio de construir una película rodando pequeños fragmentos de su argumento a lo largo de 12 años, la puesta en escena de “Boyhood” es formalmente muy clásica, sin estridencias ni florituras de ningún tipo, prestando siempre atención a los rostros y dando protagonismo a los diálogos. Linklater (no es una novedad) trata siempre de que la historia se explique por sí misma, dando peso al contenido y no al continente. Lo que verdaderamente importa es lo que se cuenta, no cómo se cuenta. Así pues nos encontraríamos en las antípodas de un David Fincher, un Paul Thomas Anderson, un Spike Jonze o un Wes Anderson, para entendernos. No lo digo a modo de crítica, pues la suya me parece una apuesta totalmente legítima, sino que lo comento para entender cuáles son las (creo) verdaderas intenciones de su autor, que es dotar de un indeleble poso de veracidad a sus films, a diferencia de un Fincher o un Anderson que buscan simplemente la verosimilitud.
Sin embargo esa misma veracidad que busca y consigue el film a veces juega en su contra, ya que si bien es de agradecer que Linklater haya rehuido de forma elegante caer en el tremendismo o en la dramatización excesiva, esa misma falta de intensidad no evita a veces provocar cierta indiferencia.
En cuanto al trabajo actoral tampoco creo que el trabajo de ninugn. Ni Ethan Hawke ni Patricia Arquette son santo de mi devoción, aunque no puedo negar que en “Boyhood” están correctos y destilan naturalidad. A Ellar Coltrane, por otro lado, aún le queda mucha carrera por delante y tiempo para demostrar si es un actor de verdad en o no. “Boyhood” no hace sino retratar el periplo personal de un adolescente, Mason Jr., al cual Ellar presta voz, rostro y muy posiblemente su propia experiencia vital, hasta tal punto que sospecho que Ellar ni siquiera tiene la necesidad de actuar, tan solo mostrarse tal cual es, recitar sus diálogos y seguir las instrucciones del director.
Queda claro que aun apreciando, y mucho, las virtudes de “Boyhood”, que no son pocas, no comparto en cambio la reacción entusiasta de muchos críticos y espectadores ante la última propuesta de Richard Linklater, que en el fondo es la misma reacción que me provocan casi todos sus film: me gustan pero no me emocionan, los disfruto pero no me llenan.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El poso de autenticidad, de veracidad, de honestidad que deja el film. ¿Lo peor? La falta de emoción pura.

