Resulta curioso observar la evolución del cine de animación que nos llega de los Estados Unidos. Es evidente que durante mucho tiempo, antes de la irrupción de Pixar o Dreamworks, dicho panorama estuvo dominado por las producciones de la factoría Disney, que bebía de las influencias más diversas aunque el grueso de su producción se inspiraba en los cuentos de hadas de los hermanos Grimm o en los relatos de Perrault, Lewis Carroll, Frank Baum o Rudyard Kipling. Tras muchos años de éxitos continuados durante la década de los 80 sus éxitos decayeron y fueron más bien discretos, pero el estreno de “La sirenita” (inspirada en el relato de Hans Christian Andersen) en 1989 supuso todo un alivio para la arcas de la compañía y renovó el interés del público familiar por los cuentos de hadas. A “La sirenita” le siguieron otros films de éxito mayor si cabe como “La bella y la bestia” (1991), “Aladdin” (1992) o “El jorobado de Notre-Dame” (1996). Todos estos films tienen en común no solo que están hechos a la vieja usanza, sino que siguen una concepción tradicional del cuento de hadas. Dicho panorama sería puesto patas arriba con la irrupción de Pixar.
Pixar
irrumpe en el medio con un film distinto, “Toy Story” (1995). Distinto porque
relega la animación tradicional y apuesta abiertamente por la infografía, pero
también distinto porque se decanta por un tipo de historias diferentes,
historias no exentas de elementos de fantasía pero con un tratamiento más
contemporáneo. No son ni mucho menos cuentos de hadas con una princesa en
apuros y un príncipe dispuesto a rescatarla, y de hecho las historias que nos
ofrece Pixar podrían encajar mejor en el concepto de buddy movies o películas de colegas (“Toy Story”, “Bichos”, “Cars”,
“Buscando a Nemo”…). Los valores que nos muestra Pixar son igualmente
tradicionales, pero no tan rancios como los que nos venía ofreciendo Disney
hasta la fecha. Así pues con Pixar, Dreaworks, o la división de animación de la
Fox, los cuentos de hadas dejan de tener cabida en esta nueva era del cine de
animación. El último intento de Disney de recuperar la tradición de dichas
historias y de la animación tradicional, “Tiana y el sapo” (2010), se saldó con
un éxito discreto pese al innegable encanto de la cinta (John Lasseter,
presidente de “Pixar” contribuyó en buena manera a favorecer un tratamiento más
moderno de la historia y más asequible a nuevas generaciones). Tan solo “Enredados”
(2011) y “Frozen” (2013) suponen una excepción a dicha tendencia en la que se
tratan de recuperar las viejas historias de cuentos de hadas. Son muchos los factores
que han contribuido al éxito de estos dos films: primero la apuesta por la
infografía, relegando ya la animación tradicional al olvido; segundo el
tratamiento moderno y humorístico de los personajes, especialmente los
femeninos, que dejan de ser princesitas en apuros para convertirse en mujeres
valientes, con carácter e incluso francamente divertidas; la incorporación de
elementos de humor; y por último evitar cualquier referencia directa a los
cuentos de hadas en el título, esquivando así cualquier posible rechazo inicial
de un público que no está ya para historias a la vieja usanza; así “Rapunzel”
se convierte en “Enredados” y “La reina de las nieves” de Andersen en “Frozen”.
Sin embargo,
al mismo tiempo que se intenta recuperar los cuentos de hadas para el público
familiar y el cine de animación, una tendencia distinta comienza a instalarse
en el cine de imagen real. Posiblemente ni Tim Burton se esperaba el enorme
éxito cosechado por su “Alicia en el país de las maravillas” estrenada en 2010.
Dejando a un lado la falta de encanto que exhibe Burton a la hora de trasladar
el nonsense carrolliano a la gran
pantalla, no su incuestionable poderío visual, a su “Alicia” hay que atribuirle
el mérito de iniciar toda una nueva corriente cinematográfica dispuesta a
ofrecernos la puesta al día de los antiguos cuentos de hadas desde una
perspectiva más adulta. A la “Alicia” de Burton le seguirán las Blancanieves de
Rupert Sanders o de Tarsem Singh (“Blancanieves y la leyenda del cazador” y “Mirror.
Mirror" respectivamente), la precuela del mago de OZ de Sam Raimi (“OZ.
The great and the powerful”) o en breve
una nueva Cenicienta dirigida por Kenneth Branagh o un nuevo Peter Pan (de título simplemente “Pan”)
de Joe Wright. Antes de estas últimas llega a nuestras pantalla una puesta al
día del cuento de la Bella Durmiente bajo el título de “Maléfica” y dirigida
por Robert Stromberg.
Maléfica es
sin duda alguna una de las creaciones más celebradas de la factoría Disney. Si
bien la mayoría de los villanos Disney tienen rasgos caricaturescos y exhiben
comportamientos extravagantes (con referentes tan ilustres como el Capitán
Garfio, la simpar Cruella de Ville, la memorable Medusa de “Los rescatadores”,
el Jaffar de “Aladin” o el Scar de “El rey león”), la Maléfica de “La bella
durmiente” disneyana es de las pocas villanas que rompen dicha tendencia (junto
a la madrastra de Blancanieves) y se presenta como un personaje elegante,
embebido de una fría belleza y una aterradora malignidad.
“La bella
durmiente” (1959) me parece no solo una de las cumbres del cine de animación de
todos los tiempos, sino también una de las obras maestras indiscutibles que nos
ha ofrecido Disney. Fue el primer film en exhibirse en formato panorámico, lo
que contribuyó a aumentar su espectacularidad y permitió a sus animadores trabajar
aún más en la profundidad de campo; pero también fue el primer film Disney que
rompió con el estilo de la casa, más “suave” y “redondeado”, apostando por una
simplificación del trazo y una estilización de las formas, haciéndolas más “angulosas”
y por lo tanto incrementando el dramatismo de los personajes. En “La bella
durmiente” se trabajó también con una paleta de colores mucho más rica, más
amplia, resultando así en uno de los films de animación más bellos que se han
visto en una pantalla de cine. Pero el tratamiento de la historia también fue un
poco más allá: sin renunciar ni mucho menos a los elementos que configuran los
tradicionales cuentos de hadas (aventura, romance, humor y finales felices),
también se trabajó más en los elementos terroríficos de la trama. Y el
personaje de Maléfica, elegantemente perverso, bellamente malicioso, contribuyó
mucho a ello.
Este nuevo
film de Robert Stromberg recupera la historia de la Bella Durmiente, pero nos
la presenta desde una perspectiva completamente nueva. A sus guionistas no les
interesan tanto la historia de Aurora como la de Maléfica y las motivaciones que
la llevaron a actuar tal como lo hace. Así pues el hada malvada se convierte en
protagonista absoluta de la cinta por obra y gracia de su director y de una
Angelina Jolie que parece haber nacido para interpretar este personaje.
El problema es que al final la Jolie se convierte en el único elemento de interés de la cinta. Esta nueva versión del clásico de la Bella Durmiente tiene más de un elemento en común con la Alicia perpretada por Tim Burton: un diseño de producción espectacular, un predominio de la imagen digital, una quasi nula fidelidad a la obra original y un guión cuya calidad está muy por debajo del presupuesto invertido en la película. Y es que el guión de ambas cintas es de Linda Woolverton, y si en el film de Burton la guionista traicionaba por completo el espíritu extravagante y la celebración del absurdo que propone la obra de Lewis Carroll, construyendo el guión desde una lógica y una coherencia interna que terminaban por prostituir las posibilidades de la historia para hacerla digerible para el gran público, en esta "Maléfica" nos ofrece una bastardización de uno de los más logrados personajes de la Disney, despojandola de su maldad refinada y tratando de humanizar al personaje, con lo cual no hace sino destruirlo.
El film nos presenta al inicio una Maléfica que es el fondo es un espíritu positivo y trata de explicarnos las razones por las que se volvió malvada, aspecto que carece de interés por cuanto originalmente Maléfica es un personaje de naturaleza intrínsecamente diabólica (la guionista no se da cuenta de lo absurdo que resulta llamar "maléfica" a un personaje que es esencialmente bondadoso). Aceptando la progresión incial del personaje, éste gana puntos precisamente cuando se vuelve malvado, lo que permite a Angelina Jolie desplegar todo su potencial actoral ofreciendonos un retrato irónico y refinadamente diabólico del personaje. La mejor escena del film, dónde mejor está la actriz y dónde más bella aparece, es precisamente cuando ésta irrumpe en el bautizo de la princesa Aurora para proferir su maldición. Pero a partir de ese momento, cuando la guionista se empeña en demostrarnos que Maléfica también tiene su corazoncito, es cuando el personaje se diluye y pierde fuerza. Tanto el cuento clásico (cuya versión más popular es la de los hermanos Grimm, que no es sino una simplificación de la versión más elaborada de Charles Perrault) como la película de Disney (que toma elementos tanto de la versión del los Grimm como de Perrault) pueden resultar más convenionales en el tratamiento de la historia y de los personajes (que resultan algo maníqueos), pero también poseen un mayor empaque si entendemos que se trata de un clásico cuento de hadas. Resulta curioso que esta versión moderna acabe resultando mucho más cursi que la versión Disney estrenada en los años 50, y precisamente por culpa del tratamiento que recibe el personaje principal, al que se despoja del rasgo principal y más atractivo de su caracter (su maldad) para convertirlo primero en una suerte de hada benefactora y finalmente en una ridícula super-heroina a medio camino entre Catwoman y Hawkgirl. Del resto de actores poco que decir: Elle Fanning resulta empalagosa, Shartlo Copley interpreta su rol del rey Stephan sin convicción alguna, Sam Riley está completamente desaprovechado en su papel del cuervo Diaval, y las hadas que interpretan las por otro lado habitualmente eficaces Imelda Stauton, Juno Temple y Lesley Manville simplemente están ahí para hacer el tonto y aportar una innecesaria nota cómica. Al margen de eso se podría rescatar su diseño de producción, tan espectacular como poco original (no ofrece nada que no hayamos visto ya en la Alicia de Tim Burton o el OZ de Sam Raimi), la eficaz pero convencional partitura de James Newton Howard y los brillantes efectos especiales. Poco más.
A la postre lo más decepcionante del film es que dilapida por completo las enormes posibilidades que ofrecía el presentar una historia conocida desde el punto de vista del villano. Le falta garra, le falta originalidad, le falta ironía, le falta valentía.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Angelina Jolie desplegando todo su potencial como mala malísima. ¿Lo peor? La historia (cursi) y el guión.
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