jueves, 19 de junio de 2014

AL FILO DE LA MEDIANOCHE


Los vampiros han estado presentes en la gran pantalla prácticamente desde el nacimiento del 7º arte. Tenemos que remontarnos a 1922 y al “Nosferatu” de F.W. Murnau, obra maestra absoluta del cine expresionista que en realidad era una adaptación apócrifa del célebre “Drácula” de Bram Stoker, pero que por aquello de los problemas de derechos de autor, el protagonista, interpretado por un misterioso Max Schreck, pasó a llamarse Conde Orlok. Y lo de misterioso viene a cuento porque de la vida del tal Schreck, que prácticamente debutaba en el cine con este film, poco se sabe, circunstancia que fue inteligentemente aprovechada por  el director Elias Merhige para especular sobre la posibilidad de que realidad Schreck fuese un verdadero vampiro, anécdota ficticia que quedó recogida en el film “La sombra del vampiro” (2000). Max Schreck y el film “Nosferatu” serían homenajeados por Tim Burton en su “Batman Vuelve” (1992), donde el villano interpretado por Christopher Walken tomaba prestado el nombre el actor berlinés.

El film de Murnau, además de un prodigio estético, con imágenes tan bellas como inquietantes y cargadas de simbolismo (maravillosa la escena en que la sombra de la mano de Orlok se cierra sobre el corazón de su víctima provocándole la muerte), es moderadamente fiel a la novela de Stoker que, no lo olvidemos, era un escritor de muy devotas convicciones católicas. En la novela Drácula es retratado como un monstruo, y el hecho de que esté escrita en forma epistolar y que siempre ‘veamos’ al monstruo a través de los ojos de los protagonistas, nos obliga a mantener cierta distancia con él y evita que el lector pueda simpatizar con el vampiro, menos aún sentirse identificado con él, incrementándose de esta forma la imagen de criatura del averno. Esa característica ‘monstruosa’ del vampiro Murnau la hace aún más explícita gracias al grotesco maquillaje que luce Schreck en el film: calvo, rasgos muy marcados, ojos hundidos, orejas puntiagudas, prominentes incisivos afilados y larguísimas uñas en forma de garra.


En 1931 se estrena el “Drácula” de Tod Browning, una de las versiones más populares y recordadas del personaje, interpretada por el mítico Bela Lugosi. Lugosi, actor de origen húngaro y con un fuerte acento magiar del que no se libró nunca, interpretó el personaje recitando sus textos de memoria, pues su dificultad con el inglés le impedían cualquier tipo de interpretación. Pese a la popularidad del film y del trabajo de Lugosi, siempre me han parecido ambos algo sobrevalorados. La película no carece de hallazgos visuales, pero está lejos de los mejores films de Browning como “Garras humanas” (1927) o muy especialmente la magistral “La parada de los monstruos” (“Freaks”, 1932); en detrimento del  director conviene recordar que su “Drácula” no es una adaptación directa de la obra de Bram Stoker, sino de la obra teatral inspirada en la misma, lo que quizás contribuyó a un cierto acartonamiento en la puesta en escena. Y acartonamiento es lo que se puede percibir en la interpretación de Bela Lugosi, excesivamente envarado. Lugosi aportaba prestancia al personaje, al que decidió interpretar como un aristócrata en decadencia (aspecto que sí aparece en cierta forma recogido en la novela original), pero su desconocimiento del inglés  no impide que transmita cierta falta de naturalidad. En 1935 Browning repetiría con Lugosi en “La marca del vampiro”, donde el conde pasa a llamarse Conde Mora, y que muchos estudiosos aseguran que es muy superior a su afamada “Drácula”. Lugosi, según cuenta la leyenda, acabaría obsesionado con el personaje que le dio la fama, y los últimos días de su carrera fuero recogidos por Tim Burton (again) en un sentido y maravilloso homenaje en forma de largometraje: “Ed Wood” (1994).


En 1932 Carl T. Dreyer filmaría su particular acercamiento al mito vampírico con “Vampyr”, posiblemente una obra maestra que yo, desgraciadamente, no he visto.


En los años 50 la productora inglesa Hammer Films, propiedad del visionario Michael Carreras, compra los derechos de los monstruos clásicos de la Universal con el fin de producir nuevas versiones de los mismos. El objetivo era actualizar los mitos de terror clásicos, dándole un nuevo enfoque, más atrevido y arriesgado, lo que significaba en muchos casos más sangre, más violencia y más sexo (la censura en los 50 en Inglaterra era más relajada que la que se vivía en los 30 en los Estados Unidos). Uno de los principales valores del proyecto sin duda el director Terence Fisher y el primero de los proyectos que acometió fue la puesta al día del mito del Prometeo moderno ideado por Mary W. Shelley con el título de “La maldición de Frankenstein” (1957), y contó para la ocasión con 2 aliados de excepción: Peter Cushing en la piel del doctor y Christopher Lee dando vida a la criatura.
Cushing y Lee se convertirían así en una de las parejas emblemáticas en los films de la Hammer, colaborando en varios de los films de terror producidos por la productora inglesa como “La momia” (1959) o “El perro de Baskerville” (1959), pero sin duda el más famoso de todos fue “Drácula”, dirigido por Terrence Fisher en 1959 en el que Lee interpretaba al infame conde vampiro y Cushing hacía lo propio con el doctor Van Helsing.

Lo digo desde ya: el “Drácula” de Terence Fisher es el mejor Drácula de todos los tiempos. Si bien es cierto que su fidelidad a la novela es harto discutible, conserva buena parte de la esencia de la misma, particularmente en lo que se refiere al retrato del vampiro como monstruo. Pero Fisher va mucho más allá, prescindiendo de la iconografía religiosa presente en el relato de Stoker, e incorporando muchos elementos del folklore rumano que no existen en la novela. Pero sobretodo Fisher incorporó una relectura en clave erótica del mito totalmente desprovista de sutilezas: la capacidad hipnótica del vampiro, que seduce (viola) a sus víctimas en contra de su voluntad; los colmillos erectos como símbolo fálico; el acto en sí mismo de la mordedura como metáfora de la penetración; la sangre como símbolo de la perdida de la virginidad; el éxtasis orgásmico en el que caen las víctimas tras ser mordidas (violadas); el carácter bisexual del vampiro, que prefiere víctimas del sexo femenino pero que no hace ascos a morder a un hombre llegado el caso…

Además de unos actores en estado de gracia Terrence Fisher se buscó un grupo de aliados cuyo buen hacer contribuyó tanto al éxito comercial del film como a su condición de obra maestra del cine de terror: el incisivo y atrevido guion de Jimmy Sangster, la música vehemente de James Bernard, que subraya la acción de forma precisa, o la violentamente contrastada fotografía de Jack Asher, que hizo que la sangre luciese más (incómodamente) roja que nunca en la pantalla. El trabajo de Peter Cushing como Van Helsing es memorable, pero merece la pena detenerse a evaluar la interpretación de Christopher Lee en el papel de Conde Drácula.

Shreck se acercó al personaje del vampiro de forma misteriosa, distante, esquiva, de ahí que Murnau optase en muchos momentos por filmar su sombra y no al actor. Lugosi en cambio le aporta materialidad, pero lo hace de una forma rígida y envarada; Lugosi nos ofrece el retrato de un aristócrata venido a menos, de ahí que sus movimientos sean siempre lentos, estudiados, elegantes. Lee en cambio aporta una fisicidad animal. Desde su primera irrupción en pantalla en el film sus movimientos son ágiles, nerviosos, rápidos, como si se tratase de un animal enjaulado. Lee es un actor de alta estatura, porte elegante y aristocrático atractivo, y de forma muy inteligente Fisher utilizó todo ello para erotizar más al personaje, convirtiéndolo contra todo pronóstico en un mito erótico de su época. ¿Qué mujer (y qué hombre) no se dejaría morder por un vampiro con los rasgos de Sir Christopher Lee?

Max Schreck representa al monstruo elusivo, el mal en su esencia más pura; Lugosi al aristócrata decadente aferrado a las glorias de un pasado perdido; Lee es el animal erótico, la bestia insaciable, pero Lee tiene demasiado porte (y Fisher y Sangster eran lo suficientemente inteligentes) como para reducir al conde a un simple monstruo asesino. El Drácula de Lee/Fisher es igualmente elegante, seductor, aristocrático, mucho más allá de la aportación de Bela Lugosi (Christopher Lee, inglés hasta la médula, descendía de aristócratas italianos); Lee había estudiado danza y mimo y eso le permite jugar con su expresión corporal para lograr que su vampiro transmita peligrosidad sin perder la elegancia; pero no podemos olvidar que Drácula en esencia es un ser diabólico, un monstruo, y Fisher no se olvida de poner de manifiesto ese aspecto a través de la caracterización que luce Christopher Lee en algunos momentos del film: el rostro pálido de cadáver, los colmillos prominente, los ojos inyectados en sangre…

Christopher Lee interpretaría al conde Drácula en 9 ocasiones más: “Drácula, príncipe de las tinieblas” (1966), “Drácula vuelve de la tumba” (1968), “El conde Drácula” (1970, a las órdenes del español  Jesús Franco), “El poder de la sangre de Drácula” (1970), “Las cicatrices de Drácula” (1970), “Drácula 73” (1972), “Los ritos satánicos de Drácula” (1972) y “Drácula padre e hijo” (1976, una extraña comedia de Édouard Molinaro). Pese a todo, y pese a la popularidad que alcanzó Sir Christopher Lee interpretándolo, él siempre ha rechazado que se le vincule únicamente con su interpretación el conde, al contrario que Bela Lugosi, que acabó obsesionándose con él. De hecho el tercer film de Terence Fisher sobre vampiros realizado para la Hammer Films, “Drácula, príncipe de las tinieblas”, (después de “Drácula” realizó “Las novias de Drácula” en 1960, film en el que pese a su título no aparecía el personaje de la novela de Bram Stoker, sino un ambiguo vampiro de sexualidad equívoca llamado Barón Meinster) volvió a reunir al director con Christopher Lee, pero éste hastiado por la idea de volver a repetir el mismo rol, se negó a recitar una sola línea de diálogo. Fisher encontró no obstante una solución que en buena parte benefició al film, pues le dijo a Lee que se limitase a gruñir, acrecentando así la animalidad del personaje y desproveyéndolo de todo rasgo de humanidad. El conde así perdía su condición aristocrática y quedaba reducido a un animal acorralado, un monstruo en definitiva.


Pese a la más o menos habitual presencia del personaje de Drácula en las producciones inglesas hasta comienzos de los 70, no será hasta finales de dicha década que un nuevo film tratará de devolverle al podio de los mitos de terror cinematográfico de todos los tiempos. El film, “Drácula”, estrenado en 1979, vendrá firmado por John Badham (recién salido del éxito de ”Fiebre del sábado noche”, 1977) e interpretado por Frank Langella en el papel del conde y nada menos que Sir Laurence Olivier como Abraham Van Helsing, y contará con las aportaciones de John Williams, que compondrá una partitura esencialmente romántica (en el sentido musical del término)  y Gilbert Taylor en las labores de iluminación, efectos psicodélico.

El de Badham es un film a reivindicar, no ni mucho menos un film redondo, pero sí superior a la película a la que más frecuentemente se le asocia: “Juegos de guerra” (1983). Hay cierta estética ‘setentera’ que chirria en el film, quizás influenciada por la anterior película de Badham (la citada “Fiebre del sábado noche”), y que se pone especialmente de manifiesto en las escenas pseudo-románticas en las que el vampiro seduce a sus víctimas, escenas en las que se abusa de los efectos de iluminación psicodélicos y de un trasnochado erotismo light; igualmente estridente es la imagen un punto hortera que luce el conde en este film. Pero también hay otros aspectos ciertamente destacables en el film, particularmente la atmósfera malsana y enrarecida que transmiten las escenas en el manicomio donde transcurre buena parte del film.

En esta ocasión Langella se alejará un poco de la imagen del vampiro interpretada por Christopher Lee y se acercará más a la de Bela Lugosi. Su erotismo no es tan evidente como el de Lee y su fisicidad es menos intensa; por otro lado Langella recuperará el aspecto decadente de Lugosi pero haciéndolo menos rígido, menos envarado. El retrato del personaje que ofrece Langella posee un cierto hálito romántico, aspecto que queda subrayado por la música de John Williams.
Todas estas películas recogerán elementos de la novela de Bram Stoker pero se tomarán ciertas licencias con respecto al argumento, cambiando algunos personajes, algunos paisajes, etc. Pero sobretodo se mantendrán decididamente infieles a la esencia original de la obra, que está embebida de un profundo sentimiento religioso: Drácula representa el mal en su estado primigenio, es el mismo Diablo, y Van Helsing, Jonathan Harker o Mina Murray se enfrentan a él haciendo uso de un arma: su fe inquebrantable en Dios. Ese sentimiento un tanto beato de la obra original fue obviado por completo en la mayoría de las adaptaciones cinematográficas.


En 1992 Francis Ford Coppola acomete la tarea de llevar a la gran pantalla la adaptación más fiel posible de la obra original, y lo hace con el rimbombante título de “Drácula de Bram Stoker”. En realidad el título que mejor le encaja a este film sería el de “Drácula de Francis Ford Coppolla”, porque la película traiciona (de nuevo) la esencia original del libro, transformándolo en una suerte de relato gótico romántico. No obstante es un film bellísimo, repleto de imágenes para el recuerdo, en el que Coppolla vierte toda su sabiduría escénica a la hora en encuadrar o mover la cámara. Particularmente memorables son las imágenes al inicio del film en que vemos a un envejecido y cuasi-repulsivo Conde Drácula moverse por las ruinosas estancias de su castillo, imágenes que homenajean en muchos planos al “Nosferatur” de Murnau, pero a las que Coppola busca conferir un aspecto aún más onírico y surreal. A la belleza plástica del film contribuyen muy particularmente el fastuoso diseño de vestuario de Eiko Ishioka, la contrastada fotografia del operador Michael Balhauss, la dirección artística de Andrew Pretch o el efectista trabajo de maquillaje de Greg Cannom.

En esta ocasión Gary Oldman toma el relevo a los actores que le han precedido en la interpretación del conde, mientras que Anthony Hopkins hará las veces de Van Helsing, el cazador de vampiros. El guion del film de Coppola va por derroteros muy diferentes a los de los films anteriormente citados. Toma la novela de Stoker como referente, pero la conecta con la leyenda del emperador rumano Vlad Tepes, apodado “Dracul” (que significa dragón, y por lo tanto hijo del diablo) por su extrema crueldad con los invasores otomanos.  Vlad Tepes es considerado un héroe por los rumanos, pese a que la historia lo retrata como un gobernante sanguinario. La leyenda incluso le atribuye el hecho de que le gustaba beber la sangre de sus víctimas después de haberlas empalado. En cualquier caso el propio Stoker se inspiró en leyendas el flokore rumano para escribir su obra más afamada, y ahora Coppola hace el camino inverso, devolviendo la invención (el libro) a su origen (la historia, el floclore), y lo hace de manera admirablemente coherente.

El “Drácula” de Coppola es un film hermoso, pero se aparta por completo de los parámetros habituales del cine de terror (por mucho vampiro y licántropo que aparezca en escena) para ofrecer un retrato desaforadamente romántico del mito vampírico. “He navegado océanos de tiempo hasta encontrarte” dice en un determinado momento el protagonista, y es una frase cuya esencia muy bien define la de la propia película. El film parte de un enfoque esencialmente romántico: un ser (Vlad) que ha perdido a su amada y la busca desesperadamente a través de la eternidad; pero en esa búsqueda ha perdido su alma, por lo que cuando finalmente se reencuentra con la que cree la re-encarnación de su amada, ésta última deberá decidir entre sacrificar su fe y su alma inmortal, o entregarla a un desconocido que ha irrumpido en su existencia cómoda y puritana para ponerla patas arriba y liberarla sexualmente. El obvio simbolismo erótico del film de Fisher no está presente en la película de Coppola, que opta por un enfoque más naive, que afortunadamente sortea el peligro de caer en la cursilería gracias al ambientación gótica y la tensa atmosfera que respira todo el film, atmosfera que se pone de manifiesto en una de las mejores secuencias del film: la del sacrificio de Lucy, la amiga de Mina.

Gary Oldman no tiene ni la prestancia ni el atractivo ni la altura de Christopher Lee. Su persona no es ni mucho menos tan imponente y de entrada cabría preguntarse si iba a estar a la altura de dar vida al más famoso vampiro de todos los tiempos. Evidentemente en el film de Fisher hubiese desentonado, pero Oldman sabe suplir su falta de presencia física con sus grandes dotes actorales, y dónde más brilla Oldman en el film es al principio, cuando le vemos avejentado y decrépito, lo que le permite sacar a relucir sus dotes histriónicas y le permite hacer una soberbia composición de personaje. En cualquier caso el actor sabe sacar partido de las cambiantes (y espectaculares) caracterizaciones que luce su personaje a lo largo del film, lo que le permite experimentar diversos registros interpretativos.

El de Coppola en el fondo es un Drácula mutante, elusivo, enfermizamente romántico, elegántemente gótico y, a ratos, deliciosamente histriónico.


Pero en el cine de vampiros Drácula no es el único ejemplar que merece la pena ser reseñados, y el mito vampírico ha sido explorado en la pantalla grande desde prismas muy diferentes.

En 1987 la directora Near Dark (1987) Kathryn Bigelow estrena "Near Dark", una estimable road-movie vampírica de estética intencionadamente feista que tiene el interés de presentarnos a los vampiros como ejemplares desprovistos de glamour, carectes de todo tipo de sofisticación, y po lo tanto alejados del esterotipo de 'monstruo seductor'. Los de "Near Dark" no son más que depredadores que solo buscan alimentarse y, por encima de todo, sobrevivir.


También en 1987 Joel Schumacher nos ofrecía una esteticista versión teen del mito, que en el fondo escondía una perversa relectura del relato clásico de Peter Pan.


En 1994 Neil Jordan estrena la que debía ser solo la primera de las adaptaciones de las "Crónicas vampíricas" de Anne Rice: "Entrevista con el vampiro". Jordan es extremadamente fiel a la letra y al espíritu del libro, que nos presenta a los vampiros como criaturas angustiadas, frágiles y poderosas al mismo tiempo. El libro, y también la películas, expresa la crisis existencial de 2 vampiros: Lestat y Louis; el primero asume con gozo su condición de criatura de la noche y la explota de forma hedonista, pero al mismo tiempo se muestra incapaz de soportar el paso del tiempo y ver como todo cambia y evoluciona a su alrededor mientras él permanece inalterable, lo cual le obliga a buscar un apoyo, un compañero que le ayude a sobrellevar el maelstrom en constante cambio del mundo a su alrededor; Louis por el contrario tiene el espíritu adecuado para viajar con el tiempo, pero por otro lado se ve atormentado por su condicioón predadora y se niega a beber la santre de seres inocentes. Jordan, con muy buen tino, aprovecha los pasajes más mórbosos del libro, nos presenta una inquietante vampira con mentalidad adulta atrapada en un cuerpo infantil (el debut cinematográfico de Kirsten Dunst), y juega sutilmente con el latente sentimiento homoerótico en la relación que se establece entre el despiadado y cruel Lestat y el sensible Louis, o cuando aparece el inquietante Armand en busca de la complicidad del mismo Louis.

Cuando se anunció que Tom Cruise interpretaría a Lestat, legiones de fans del libro, la autora incluida, pusieron del grito en el cielo ante un decisión que consideraban incomprensible e inaceptable. Pero Cruise les dió a todos con un canto en los dientes interpretando a Lestat de manejar magistral: irónico, ambiguo, ligeramente amanerado, deliciosamente cruel, perversamente hedonista, llegando a brillar en muchas secuencias por encima de sus compañeros de reparto. Al margen de su refinada puesta en escena y su cuidadísima ambientación (particularmente en lo que se refiere a su vestuario y dirección artística), el mayor atractivo del film consiste precisamente en humanizar a los vampiros como ningún otro film lo había hecho hasta ahora, mostrándolos como seres frágiles y atribulados.


En 1998, fiel a su espiritu iconoclasta, John Carpenter firmaba su propia versión del mito: "Vampiros", film marcado por un muy refrescante sentido del humor negro, y donde su director despojaba al mito de cualquier posible rasgo de humanidad, dejándo a los vampiros reducidos a meras alimañas que había que exterminar.


En 2007 David Slade adaptaba el cómic "30 dias de oscuridad" a la gran pantalla. La historia partía de una atractiva previsa: en un alejado pueblo de Alaska durante 30 días seguidos no sale el sol, circunstancia aprovechada por una tribu nómada de vampiros para campar a sus anchas para desespero de sus desprevenidas víctima humanas. En esta ocasión los vampiros son mostrados como la peor faceta de la humanidad, exhibiendo un comportamiento cruel hasta el extremo.


Y llegó el año 2008 y el estreno de la primera entrega de la saga "Crepúsculo" en las salas comerciales de todo el mundo. No hablaré aquí de las virtudes (alguna tiene) ni de los defectos (aquí encontraremos muchos más) de la saga de películas inspiradas en las novelas de Stephenie Meyer. Lo que quiero dejar claro es que el tipo de personajes que nos presenta no son vampiros, son... otra cosa. Meyer, que conviene recordar que es mormona, se declara ella misma como puritana. Y sus fuertes convicciones religiosas conservadores están presentes en su saga de novelas, saga que va dirigida a un público muy concreto: adolescente y femenino, entre el cual las novelas han tenida una aceptación masiva. Así que tampoco vayamos rasgarnos las vestiduras criticando estas películas.

A Meyer hay que reconocerle su atrevimiento, pues ha despojado a los vampiros de su esencia, es decir: de sus colmillos. En el sentido literal y metafórico. Y al quitarle los colmillos les ha extirpado también su sexualidad. Sus 'seres de la noche', guapos, adolescentes, vestidos a la moda y románticos en el sentido más cursi del termino, son asexuados, puritanos y por ende aburridos. Su palidez no es la consecuencia de su aversión a la luz del sol (estos vampiros solo brillán como luciernagas cuando reflejan la luz diurna), sino que es una mera pose estética, un rasgo distintivo como llevar tupé si eres rocker o cresta mohawk si eres punk. Sus presuntas tribulaciones son las propias de un adolescente de instituto, y por lo tanto insustanciales y carentes de interes.


Afortunadamente en el 2008 no todo serían películas pseuo-góticas para adolescentes con hormonas revolucionadas, y ese mismo año la HBO estrenaba la serie "True Blood" que curiosamente también adaptaba una de novelas vampíricas de otra escritora sureña, Charlaine Harris.

La novedad en esta ocasión consistía en presentar todo un rico entramado social en el que los vampiros, que han descubierto como sobrevivir consumiendo sangre artificial sin necesidad de servirse de ningún humano, luchan por hacer valer sus derechos en un sociedad que mayormete les rechaza. Eso da pie a una curiosa reinterpretación de la xenofobia y el racismo institucionalizado, pues curiosamente las victimas perseguidas en este caso, los vampiros, no son la parte débil del conflicto. Todo lo contrario: son poderosos y son inmortales... aunque están en minoria. En este caso la serie nos presenta una versión hasta cierto punto politizada el mito vampírico y se sirve de esa imagen para hacer toda una reflexión sociopolítica de las minorias y el papel que desempeñan en la sociedad actual. Y si bien esta premisa podría parecer presuntuosa, el responsable y creador de la serie Alan Ball (guionisa de "American Beauty" y creador de la excelente "Six Feet Under" también para la HBO), se la arregla para trufarla con buenas dosis de humor y mucho sexo. Entre el elenco de vampiros que presenta la serie encontramos un poco de todo: desde el chulesco Erik Northman, al melancolico Bill Compton, pasando por la sarcastica Pam de Beaufort o el mezquino Russell Edgington

A punto de estrenar su 7ª y última temporada el declive de la serie empezó a partir de la 3ª, aunque es justo reseñar las excelencias y la originalidad de sus dos primeras temporadas.


El arranque de la serie fué bueno, pero a partir de su tercera temporada se ha dejado arrastrar por la trivialización y el absurdo. Afortunadamente en el 2008 se estrenó otro film que vendría a suponer una nueva vuelta de tuerca sobre el mito vampiríco: esta vez tan sugerente como morbosa. Me refiero a "Déjame entrar" del danés Tomas Alfredson (obviaré por completo el inneceario y aburrido remake prepetrado por Matt Reeves en 2010).

En esta ocasión nos encontramos con una representación del vampiro bastante inusual, pues se trata de una niña que ha creado un estraño vínculo de dependencia con un hombre mayor que la proteje y oculta y le proporciona el alimento que necesita. Esta niña vampiro establecerá un vinculo afectivo con un niño humano, y este no solo descubrirá su naturaleza sobrehumana, sino también su verdadero sexo, pues en realidad nuestro vampiro es un chico de edad indeterminada (presumiblemente muy longevo) que fué castrado antes de llegar a la adolescencia. Nos encontramos así con un film emotivo y cruel, más complejo de lo que aparenta, que nos habla de vinculos afectivos inusuales, de buying, de familias desestructuradas... El film busca situar el vampiro en un contexto familiar pero sin llegar a proponer una formula deseable, es decir: evitando cualquier tipo de adoctrinamiento del espectador. En cierta forma la situación de los protagonistas es utilizada como una suerte de metáfora para concluir que la familia se construye en función de las necesidades de sus miembros, y por lo tanto cualquier fórmula es simpre válida.

 
Ejemplos de series y películas de vampiros podría citar muchísimos más, como para llenar 2 o 3 artículos más de la exténsión de éste. Pero me voy a detener en la última propuesta que ha llegado a nuestra pantallas: "Solo los amantes sobreviven" de Jim Jarmusch.

La película es, lo digo ya mismo, una maravilla. No soy un seguidor de la carrera de Jarmusch y he visto muy pocas películas suyas, así que no me atrevo a valorarla en el conjunto de su cinematografía, pero si puedo afirmar que éste es un film hipnótico en su forma y sugerente en su contenido. Visualmente Jarmusch hace gala de una puesta en ecena estilizada, y se sirve de una fotografía de tonos apagados, casi sepias, para incrementar el sentimiento de melancolía que rezuma todo el film. Éste nos presente una pareja de vampiros unidos por el AMOR, y lo pongo en mayúsculas para resaltar que es amor en el sentido más clásico del termino, en su acepción más decimonónica, no ese sentimiento barato y trivial que exhiben los protagonistas de "Crepúsculo". Un amor forjado a lo largo de los siglos y que surge de la pasión mútua que ambos protagonistas comparten por el arte, la poesía, la música, la literatura... Adam y Eve son, independientemente de su condición de vampiros, dos individuos únicos, hedonistas, sibaritas, cultos, soñadores... Dos individuos que se elevan por encima de la humanidad a la que denominan irónicamente 'zombis'. Mientras la mas humana se mueve motivada por necesidades triviales (dinero, comida...) y desprovista de pasión y voluntad propia, Adam y Eva defienden firmemente su individualismo, su condición de seres únicos entregados al disfrute personal. Lo curioso es que pese al desprecio que sienten por los humanos/zombis, desprecio motivado por la falta de inquietudes artísticas o culturales que perciben en ellos, su actitud hacia ellos no es ni paternalista ni predadora, sino más bien indiferente. Se sirven de ellos solo para conseguir aquello que no pueden lograr por medios propios, como la sangre. Resulta irónico y divertido que estos vampiros (que en esta ocasión si tienen colmillos, y por lo tanto también tienen sexo) no muerdan nunca por lo consideran "muy del siglo XV" y en cambio prefieran conseguir sangre de la más pura calidad (0 negativo) en el mercado negro, para consumirla después con el más puro deleite bebiendola en delicadas copas de vidrio.

Jarmusch recupera en parte la imagen sofisticada y seductora del mito vampírico, pero la lleva a un nuevo terreno, la contemporiza y al hacerlo permite al espectador empatizar con este nuevo tipo de vampiros. Si con Christopher Lee, Terence Fisher buscaba que todo espectador desease ser mordido por el vampiro, con los seres noctambulos de Jarmusch lo que el director ha conseguido es que todos los espectarores deseemos ser ESOS vampiros. Naturalmente a ello contribuyen la labor de unos magníficos Tilda Swinton y Tom Hiddleston. Ella simplemente arrebatarora, con ese aspecto de medusa moderna, elegante en sus gestos, de mirada magnética, entregada por completo a su pasión hedonista... Él absolutamente seductor en su papel de rockero clásico, decadente, abducido por su inmensa capacidad creativa. Resulta conmovedor como él, pese a su innegable y enorme talento artístico, rechaza cualquier tipo de fama o reconocimiento popular: crea por el placer de crear, compone música con el único fin de far forma a algo bello, algo que no tiene necesidad de compartir con nadie.

"Solo los amantes sobreviven" es un film bello, magnético, para disfrutar viéndolo, escuchándolo y meditándolo, y que tiene además la virtud de devolver al mito del vampiro parte de la dignidad que había perdido en películas como "Crepúsculo" o series como "True Blood".

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Su magnetismo visual y su capacidad de trascender el mito para ofrecer una reflexión sobre el proceso creativo y en consumo de la cultura. ¿Lo peor? Que no se hagan más películas como ésta.


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