Este blog empezó siendo una especie de diario personal. Luego empecé a hablar comics, de teatro, de literatura fantástica, y sobretodo de cine, mucho cine. Al final se ha acabo convirtiendo en un compendio de reseñas y "estudios" de temas diversos, casi siempre relacionados con el 7º ARTE
viernes, 4 de julio de 2014
BAJO LA PIEL
Jonathan Glazer pertenece a esa categoría de directores que se prodigan poco en la pantalla grande, si bien cada nuevo estreno suyo no genera tantas expectativas como los de un, por ejemplo, sobrevalorado Terrence Malick, pese a que el cine de Glazer no carece en absoluto de interés.
El penúltimo estreno suyo que vimos en una pantalla de cine fue “Reencarnación” (“Birth”), allá por el 2004, un film tan extraño como sugestivo y que, todo hay que reconocerlo, no era apto para todos los paladares. Glazer no suele ponérselo fácil al espectador y en algunos momentos da la impresión de que trata de poner a prueba la paciencia o la resistencia del mismo. Muchos recordarán una de las secuencias más memorables de “Reencarnación”, precisamente la que abría el film, un largo travelling de 4 minutos que sigue a un individuo que hace footing por Central Park, observándolo de espaldas a la cámara, hasta que dicho individuo se mete en un túnel a oscuras y… desaparece. La inquietante música de Alexandre Desplat subrayaba la extrañeza del momento y servía para situar al espectador en la antesala de un misterio que nunca llegará a resolverse del todo. En otra secuencia igualmente memorable del film, Glazer situaba la cámara en un (de nuevo) largo plano fijo sobre el rostro de Nicole Kidman en el palco de butacas de un teatro en el que se representa un ópera: su rostro comienza impasible hasta que al final se quiebra y rompe a llorar mientras escucha la música, demostrando de paso que la actriz, antes de someterse a operaciones de estética que parecen haber congelado su rostro en el tiempo, era capaz de expresar todo un amplio rango de emociones con el mínimo uso de recursos expresivos. El film cautivó a algunos (entre los que me encuentro) y dejó indiferente a la mayoría, pasando con más pena que gloria por taquilla.
Han tenido que pasar 10 años para que Jonathan Glazer vuelva a estrenar un nuevo film en salas comerciales. Con el título de “Under the skin” (“Bajo la piel”, si los distribuidores patrios no apuestan por una traducción desafortunada antes de que es estrene en nuestro país), su nuevo film llega precedido por una campaña publicitaria a la que presumo que su director es del todo ajeno, y que insiste en poner de relieve el desnudo integral frontal que su protagonista, Scarlett Johansson, exhibe en un momento de la película.
“Under the skin” no es un film fácil, y si antes comentaba que en “Birth” su director parecía poner a veces a prueba la capacidad de resistencia de sus espectadores, en este nuevo film parecer intentar ir aún más lejos en dicho propósito. Tengo que decir que he visto el film en versión original y sin subtítulos, y si mi dominio del inglés no es todo lo bueno que me gustaría, el hecho de estar rodado en tierras escocesas y que es prácticamente imposible entender lo que dicen sus protagonistas (Scarlett Johansson aparte) con su cerrado acento escocés puede hacer llegar a más de uno a la conclusión de que no me enterado de nada. Sin embargo los diálogos, muy escasos, del film no son más que conversación triviales que en el fondo no dejan de ser irrelevantes. La mayor dificultad a la hora de apreciar un film como “Under the skin” es que su director da realmente muy poca información al espectador y le obliga a construir la historia en base a su interpretación personal de la imágenes que muestra. ¿Quién o qué es el personaje que interpreta Scarlett Johansson? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su naturaleza y su verdadero propósito? ¿Qué busca? ¿Qué relación mantiene con otro de los personajes, un motorista, que a veces parece ayudarla? ¿Cuáles son los mecanismos que le llevan a actuar como lo hace? Estas y muchas otras son algunas de las preguntas que un espectador podría (podríamos) plantearnos durante el visionado del film, pero Glazer no da respuesta a ninguna de ellas. La suya es una propuesta esencialmente visual, explicada a través de las imágenes, pero tratada en todo momento con una visceralidad que no siempre va a ser apreciada por muchos de los espectadores. Glazer construye su film haciendo uso de una puesta en escena estilizadísima pero desprovista por completo de cualquier tipo de preciosismo formal. Su ambientación y su fotografía son marcadamente realistas, lo que le confiere al film un aspecto cuasi documental; pero por el contrario su puesta en escena adopta un tono marcadamente onírico, intencionadamente extraño e incluso en algunos momentos casi mágico.
No es fácil resumir el argumento de esta película: Scarlett Johansson da vida a un ser (un alíen, un vampiro, un demonio… bien podría ser cualquiera de esas cosas… o algo completamente distinto) que se dedica a ir a la caza de seres humanos. ¿Con qué propósito? ¿Alimentarse de ellos? ¿Extraerles la energía vital? ¿Seducirlos hasta la extenuación como si se tratase de un súcubo? Poco importa. Precisamente las escenas en que la Johansson mata/seduce/se alimenta de seres humanos (que son invariablemente del sexo masculino) están provistas de un marcado carácter erótico, que sin embargo es más sugerido que evidente: depredador y presa se introducen en una habitación, cuyo interior no alberga más que un espacio infinito, vacío y oscuro, sin luz, en el que solo están presentes los cuerpos de ambos individuos; el depredador femenino se aleja y se va desnudando; la presa masculina le sigue y también se desnuda, y mientras lo hace vemos como poco a poco se va hundiendo en el suelo líquido cuya negra superficie no refleja nada, y mientras se hunde hasta desaparecer del todo tenemos un breve atisbo de su sexo erecto; cuando se ha hundido por completo, la depredadora se detiene, desanda sus pasos, recoge su ropa y se marcha. La secuencia es extraña, inquietante, inexplicable, y por todo ello tremendamente sugestiva. En una segunda secuencia similar Glazer nos muestra qué es lo que les ocurre a las víctimas bajo el suelo líquido, y es una escena bizarra, incluso desagradable, pero al mismo tiempo extrañamente hermosa, que incluso está formalmente planteada como si se tratase de un ballet macabro.
El film nos muestra el errático recorrido de esta bella mantis religiosa en busca de victimas a las que seducir/asesinar y llega a su punto culminante cuando la depredadora a la que da vida Scarlett Johansson se encuentra con una potencial víctima cuyo rostro está horriblemente deformado (el film nunca explica el origen de dicha deformidad, si es accidental o de nacimiento, pero eso es algo que carece de importancia); en este punto Jonathan Glazer se las ingenia para ofrecernos una lúcida e inesperada reflexión sobre la monstruosidad y el prejuicio, pero de nuevo no lo hace de una manera discursiva o demagógica, sino ofreciendo al espectador la oportunidad de elaborar sus propias teorías a partir de las ideas insinuadas, sugeridas, que nos regala el film a través de sus imágenes. Conviene resaltar que este peronaje 'deforme' no es un actor maquillado, sino una persona real aquejada de neurofibromatosis, Adam Pearson, lo que da a la secuencia una mayor dimensión y hace que su discurso resulte si cabe más poderoso. El momento que el personaje interpretado por la actriz no repara en el rostro deformado de su víctima y dice que tiene unas manos muy hermosas es en definitiva toda una declaración de principios.
La sequedad de la puesta en escena (exceptuando los momentos francamente estilizados en los que la predadora consume a sus víctimas), la fría iluminación, la escasez de diálogos, la música atonal y carente de melodía… todos ellos son elementos de los que se sirve su director para construir un film que exige al espectador elaborar su propia interpretación de lo que está viendo en pantalla. Hay films, por ejemplo “Memento” (Christopher Nolan, 2000) que ofrecen mucha información de tal manera que el espectador tiene que hacer el esfuerzo de ordenarla para dar sentido a la trama; “Under the skin” sigue un camino diametralmente opuesto: da muy poca información, de manera que es el espectador el que tiene que llenar todos esos espacios vacíos para construir la historia. Muchos espectadores encontrarán que es un film críptico, incomprensible, pesado o incluso aburrido o irritante; yo lo encuentro un espectáculo sensorial fascinante. Y recalco lo de sensorial más que visual porque precisamente las imágenes están desprovistas de cualquier tipo de florituras estéticas; no nos encontramos ante las veleidades esteticistas de un Zack Snyder, el virtuosismo técnico de un David Fincher o el preciosismo formal de un Wes Anderson. Visualmente el último film de Jonathan Glazer es seco, duro, frío, marmóreo. Pero es esa combinación de feísmo estético, de música atonal y de argumento críptico la que contribuye a crear un producto hipnótico por su propia extrañeza, que seduce precisamente porque no es fácil de entender y nos obliga a tratar de ir más allá de lo que muestran las imágenes. ¿El resultado? Que cada espectador que sea capaz de dejarse arrastrar por el juego que nos propone Glazer será capaz de crearse su propia película, y que muy posiblemente ésta poco tendrá que ver con la que yo o cualquier otro hayamos visto en una misma sala de cine. Y en este sentido el título del film, “Bajo la piel”, ofrece muchas lecturas: algo que no es humano se oculta bajo la piel del personaje que interpreta Scarlett Johansson; algo que no sabemos exactamente qué es se esconde bajo la piel de sus víctimas; bajo la ‘piel’ del film que es “Under the skin” se oculta también otra película, o muchas otras, que son las que el espectador tiene que buscar, encontrar y sacar a la superficie.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El experimento sensorial e intelectual que nos propone Glazer: que cada espectador se cree su propia versión del film en su cabeza. ¿Lo peor? Que muchos espectadores incapaces de adentrase el dicho juego despacharán el film tachándolo de aburrido o irritante.
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