miércoles, 10 de agosto de 2016

LA LEYENDA DE TARZAN

Muchas personas de mi generación crecimos viendo las películas de Tarzán en televisión. Aquellos viejos films en blanco y negro, interpretados por el otrora campeón olímpico Johnny Weismuler y Maureen O’Sullivan, que se emitían en las sesiones de sobremesa de los sábados por la tarde. Vistas hoy en día son películas que si por algo destacan es por su ingenuidad más que por sus valores cinematográficos intrínsecos. Poco tienen que ver con el original literario de Edgard Rice Bourroughs y los valores morales que exponen, claramente machistas cuando no levemente racistas, son harto discutibles. De hecho, el rol que se le reserva a la mujer (Jane) es bastante denigrante, supeditada siempre al macho, ejecutando habitualmente labores del hogar (Tarzán y Jane viven en una cabaña en los árboles con una serie de comodidades que para sí quisieran los Picapiedra), mientras que el macho, o sea: Tarzán, conserva su ‘pureza’ desde el inicio, sin ni siquiera rebajarse a dejarse tentar por la fémina; recordemos que la relación entre Tarzán  Jane en dichos films era siempre casta y pura, y que el famoso ‘hijo de Tarzán’ era el resultado de una ‘adopción’, pues Jane nunca llega a quedarse embarazada. Todo muy blanco, muy blando y muy apto para todos los públicos.
Así pues, en aquellos films las virtudes del ‘buen salvaje’ que, desde un punto de vista antropológico tratarían de explorar films como “El pequeño salvaje’ de Truffaut o “El enigma de Kaspar Hauser’ de Werner Herzog, son obviadas en beneficio de un tratamiento propio de film familiar.
No será hasta 1984, que nos encontraremos con un nuevo tratamiento cinematográfico del mito del ‘hombre mono’ digno de recuerdo, y sería con el fim “Greystoke. La leyenda de Tarzán” de Hugh Hudson. Sin embargo, también en esta película el director británico optará por ignorar las raíces pulp del personaje de Edgar Rice Borroughs, para regalarnos un film estéticamente bello, pero no carente de ciertas ambiciones antropológicas que a la postre acaban resultando banales por su tratamiento superficial. Cabe decir que la película se benefició de la habitual inexpresividad de su protagonista, el debutante Christophe Lambert, que luce palmito y resulta perfectamente creíble como salvaje, pero que no evita cierto ridículo cuando hace de ‘hombre mono’ o se limita a poner ‘cara de palo’ cuando trata de ejercer de lord inglés.
El último film del realizador británico David Yates, “La leyenda de Tarzán”, viene a sumarse al conjunto de films que han tratado de adaptar a la gran pantalla las aventuras del personaje creado por Rice Borroughs, y adolece de los mismos defectos que encontramos en las últimas entregas de la saga de Harry Potter dirigidas por este director, es decir: un montaje torpe y atropellado y una falta de concreción en el tono que debe adoptar el film. Viendo este nuevo Tarzán, al igual que ocurría con los últimos films del niño mago, uno tiene la impresión de que muchas escenas o bien quedaron en la sala de montaje o bien el director no sabía cómo concluirlas, restando fluidez a la narración y provocando en el espectador la sensación de que ‘algo falta’.
Alexander Skarsgard, da el tipo como héroe pulp, aunque es evidente que (supongo que forma intencionada) se ha buscado rehuir el realismo para ofrecer una imagen del hombre mono bastante más cercana al ideal ario, y por lo tanto al arquetipo del super-héroe. Si el Tarzán interpretado por Christophe Lambert era moreno, rudo, sucio y cuya fibra daba la impresión de haber sido atemperada por la vida salvaje, el de Alexander Skarsgard es rubio, limpio y con un cuerpo cincelado que más bien parece haber sido cultivado en un gimnasio moderno. Posiblemente esta versión de David Yates sea la más cercana al original literario y al noto pulp del mismo, pero fidelidad no implica necesariamente excelencia, y este nuevo Tarzán es no pase de ser un film entretenido, con momentos espectaculares, bonitos planos de evidente carga estética, pero torpe y burdo tanto en su realización como en su acabado final.
Por un lado, el abuso de los efectos digitales y la animación infográfica crea una sensación de falsedad en el producto final (algo tristemente habitual en muchos films actuales, como los recientes “Dioses de Egipto” o “Warcraft”). Por otro lado, el director se recrea a veces en exceso en planos de un esteticismo tan rebuscado como vacuo, queriendo buscar la belleza formal a la hora de contar una historia en imágenes, pero descuidando los efectos dramáticos de ese mismo esteticismo, que en este film son nulos y que solo obedecen a un intento de tratar de epatar al espectador.
Christophe Waltz comienza a encasillarse en su papel de villano vodevilesco, y su interpretación en este film no difiere mucho de las que nos habría ofrecido en “Malditos bastardos”, “Spectre” o incluso “Big Eyes”. A la postre acaba resultando un villano arquetípico, totalmente plano y falto de matices. Por otro lado, Margot Robbie es quizás quien ofrezca el mejor trabajo interpretativo, aunque también hay que reconocer que su limitado papel, a medio camino entre la damisela en apuros y la heroína aguerrida, ofrece pocas oportunidades para el lucimiento. Alexander Skarsgard es quién lo tiene más fácil: la suya es una interpretación meramente física que lo único que le exige es lucir palmito y abdominales en las escenas de acción, cosa que el actor sueco hace estupendamente, por mucho que al final acabe dando la impresión de estar viendo un anuncio de Calvin Klein
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Lo bonitos que lucen los paisajes selváticos africanos ¿Lo peor? Christopher Waltz, rozando involuntariamente el tono autoparódico, y el torpe montaje final del film.

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