Muchas personas de mi generación
crecimos viendo las películas de Tarzán en televisión. Aquellos viejos films en
blanco y negro, interpretados por el otrora campeón olímpico Johnny Weismuler y
Maureen O’Sullivan, que se emitían en las sesiones de sobremesa de los sábados
por la tarde. Vistas hoy en día son películas que si por algo destacan es por
su ingenuidad más que por sus valores cinematográficos intrínsecos. Poco tienen
que ver con el original literario de Edgard Rice Bourroughs y los valores
morales que exponen, claramente machistas cuando no levemente racistas, son
harto discutibles. De hecho, el rol que se le reserva a la mujer (Jane) es
bastante denigrante, supeditada siempre al macho, ejecutando habitualmente
labores del hogar (Tarzán y Jane viven en una cabaña en los árboles con una
serie de comodidades que para sí quisieran los Picapiedra), mientras que el
macho, o sea: Tarzán, conserva su ‘pureza’ desde el inicio, sin ni siquiera
rebajarse a dejarse tentar por la fémina; recordemos que la relación entre
Tarzán Jane en dichos films era siempre
casta y pura, y que el famoso ‘hijo de Tarzán’ era el resultado de una
‘adopción’, pues Jane nunca llega a quedarse embarazada. Todo muy blanco, muy
blando y muy apto para todos los públicos.
Así pues, en aquellos films las
virtudes del ‘buen salvaje’ que, desde un punto de vista antropológico
tratarían de explorar films como “El pequeño salvaje’ de Truffaut o “El enigma
de Kaspar Hauser’ de Werner Herzog, son obviadas en beneficio de un tratamiento
propio de film familiar.
No será hasta 1984, que nos
encontraremos con un nuevo tratamiento cinematográfico del mito del ‘hombre
mono’ digno de recuerdo, y sería con el fim “Greystoke. La leyenda de Tarzán”
de Hugh Hudson. Sin embargo, también en esta película el director británico
optará por ignorar las raíces pulp del personaje de Edgar Rice Borroughs, para
regalarnos un film estéticamente bello, pero no carente de ciertas ambiciones
antropológicas que a la postre acaban resultando banales por su tratamiento
superficial. Cabe decir que la película se benefició de la habitual
inexpresividad de su protagonista, el debutante Christophe Lambert, que luce
palmito y resulta perfectamente creíble como salvaje, pero que no evita cierto
ridículo cuando hace de ‘hombre mono’ o se limita a poner ‘cara de palo’ cuando
trata de ejercer de lord inglés.
El último film del realizador británico
David Yates, “La leyenda de Tarzán”, viene a sumarse al conjunto de films que
han tratado de adaptar a la gran pantalla las aventuras del personaje creado
por Rice Borroughs, y adolece de los mismos defectos que encontramos en las últimas
entregas de la saga de Harry Potter dirigidas por este director, es decir: un
montaje torpe y atropellado y una falta de concreción en el tono que debe
adoptar el film. Viendo este nuevo Tarzán, al igual que ocurría con los últimos
films del niño mago, uno tiene la impresión de que muchas escenas o bien
quedaron en la sala de montaje o bien el director no sabía cómo concluirlas,
restando fluidez a la narración y provocando en el espectador la sensación de
que ‘algo falta’.
Alexander Skarsgard, da el tipo como
héroe pulp, aunque es evidente que (supongo que forma intencionada) se ha
buscado rehuir el realismo para ofrecer una imagen del hombre mono bastante más
cercana al ideal ario, y por lo tanto al arquetipo del super-héroe. Si el Tarzán
interpretado por Christophe Lambert era moreno, rudo, sucio y cuya fibra daba
la impresión de haber sido atemperada por la vida salvaje, el de Alexander
Skarsgard es rubio, limpio y con un cuerpo cincelado que más bien parece haber
sido cultivado en un gimnasio moderno. Posiblemente esta versión de David Yates
sea la más cercana al original literario y al noto pulp del mismo, pero
fidelidad no implica necesariamente excelencia, y este nuevo Tarzán es no pase
de ser un film entretenido, con momentos espectaculares, bonitos planos de
evidente carga estética, pero torpe y burdo tanto en su realización como en su
acabado final.
Por un lado, el abuso de los efectos
digitales y la animación infográfica crea una sensación de falsedad en el
producto final (algo tristemente habitual en muchos films actuales, como los
recientes “Dioses de Egipto” o “Warcraft”). Por otro lado, el director se
recrea a veces en exceso en planos de un esteticismo tan rebuscado como vacuo, queriendo
buscar la belleza formal a la hora de contar una historia en imágenes, pero
descuidando los efectos dramáticos de ese mismo esteticismo, que en este film
son nulos y que solo obedecen a un intento de tratar de epatar al espectador.
Christophe Waltz comienza a
encasillarse en su papel de villano vodevilesco, y su interpretación en este
film no difiere mucho de las que nos habría ofrecido en “Malditos bastardos”, “Spectre”
o incluso “Big Eyes”. A la postre acaba resultando un villano arquetípico,
totalmente plano y falto de matices. Por otro lado, Margot Robbie es quizás
quien ofrezca el mejor trabajo interpretativo, aunque también hay que reconocer
que su limitado papel, a medio camino entre la damisela en apuros y la heroína aguerrida,
ofrece pocas oportunidades para el lucimiento. Alexander Skarsgard es quién lo
tiene más fácil: la suya es una interpretación meramente física que lo único
que le exige es lucir palmito y abdominales en las escenas de acción, cosa que
el actor sueco hace estupendamente, por mucho que al final acabe dando la
impresión de estar viendo un anuncio de Calvin Klein
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Lo bonitos
que lucen los paisajes selváticos africanos ¿Lo peor? Christopher Waltz, rozando
involuntariamente el tono autoparódico, y el torpe montaje final del film.

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