lunes, 13 de abril de 2015

ORGULLO SIN PREJUICIOS



A principios de los años 80, durante el mandato de Margaret Thatcher, se produjo en el Reino Unido una de las más sonadas huelgas de la historia reciente del país, una huelga masiva de los mineros británicos que paralizó en gran medida la industria del carbón en Inglaterra entre 1984 y 1985. Fue un momento decisivo en el desarrollo posterior de las relaciones laborales en Gran Bretaña, pues la derrota final de los huelguistas supuso un debilitamiento significativo del movimiento sindical británico, así como una importante victoria política del gobierno conservador de Thatcher. La huelga a su vez se convirtió en una lucha simbólica entre fuerzas largamente enfrentadas, ya que el Sindicato Nacional de Mineros era uno de los más poderosos del país y que había conseguido, entre otros, derribar al gobierno conservador de Edward Heath durante la huelga de 1974.

La huelga comenzó en noviembre de 1984 y tuvo un seguimiento por todo el país de aproximadamente el 73%, destacando zonas como el sur de Gales, que llegó a tener al 99% de sus mineros en huelga. Ésta finalizaría en de marzo de 1985, cuando todavía se mantenían en huelga el 60% de los mineros. El fin de la huelga y la derrota minera permitió al gobierno de Thatcher consolidar y poner en práctica todo su programa conservador y neoliberal, mientras que el poder del Sindicato Minero se debilitó gravemente.

El film “Pride”, escrito por Stephen Beresford y dirigido por Matthew Warchus, se basa en hechos reales ocurridos durante la huelga, cuando un grupo de activistas LGTB, bajo el lema de Lesbians and Gays Support the Miners, crearon un movimiento de soporte a los mineros que llegó a recaudar importantes sumas de dinero para ayudar a las familias afectadas por la huelga. Inicialmente el Sindicato Nacional de Mineros se mostró reacio a aceptar el apoyo del grupo preocupado por cómo podría afectar a las relaciones públicas del sindicato al ser asociado con un grupo abiertamente gay. Pese a todo los activistas persistieron en su empeño y decidieron llevar sus donaciones directamente a un pequeño pueblo minero del sur de Gales, dando como resultado una alianza exitosa entre ambas dos comunidades.

La película se proyectó como parte de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes el pasado 2014, en el que ganó el galardón Queer Palm, que reconoce los méritos de las películas orientadas a temáticas LGTB.

Estamos ya acostumbrados a que el cine británico nos ofrezca  películas que gracias a la sencillez de su propuesta, su sentido del humor, sus buenos sentimientos y cierta carga de tímida reivindicación política, se conviertan en éxitos casi inmediatos en las taquillas europeas y españolas. Fue el caso, en su momento, de “The Full monty” (Peter Cattaneo, 1997) o “Billy Elliot” (Stephen Daldry, 2000), por citar solo un par de ejemplos sobradamente conocidos. Este “Pride” bien podría adscribirse a la misma corriente cinematográfica, pues comparte con ambos films similares características: el retrato social de una comunidad más o menos marginal (los mineros, los desempleados…), el tratamiento humorístico de la historia pese a que refleja situaciones de crisis, el cuidado desarrollo de personajes, los buenos  sentimientos, siempre ‘blancos’ y sin fisuras, la crítica más o menos velada a las políticas conservadoras del gobierno británico, la voluntad expresa de erigirse en entretenimiento para los espectadores… Pero “Pride” también comparte con aquellas la falta de matices en el desarrollo de la trama. Es evidente que no estamos ante un film de Ken Loach o Mike Leigh, de ahí que su intención política es mucho menos evidente y termina por quedar en un segundo plano. La ironía o el sarcasmo ceden aquí ante un humor más blando, más ‘blanco’, del mismo modo que cualquier intención de crítica sociopolítica se ve superada por su condición de mero entretenimiento y los buenos sentimientos que atesora el film.

La película no puede (o no quiere) rehuir ciertos tópicos bienintencionados. Es obvio que dentro de la comunidad gay en cualquier parte del mundo hay todo tipo de personas y todo tipo de historias, pero “Pride” opta por mostrar el lado más amable de dicha comunidad, la de los activistas gays y lesbianas concienciados con la lucha social, que a su vez haciendo uso de su simpatía y su humor se ganan el afecto de aquellos que a priori podrían sentir algún tipo de prejuicio. En este sentido el film abunda en tópicos: la de los mineros ‘machitos’ que se hacen amigos de ‘la loca de turno’ para que le enseñe a bailar y así poder ligar más, esa misma ‘loca’ ganándose la simpatía y el afecto de las mujeres al mostrarse más desinhibido que sus propios maridos, el joven inexperto y virgen que se enfrenta al rechazo de sus propios padres, la lesbiana ‘dura’ pero de gran corazón, la abuelita septuagenaria que se encariña con el grupo de lesbianas movida por la curiosidad, el sexagenario que ‘descubre’ su inclinación, las mujeres del pueblo minero visitando todos los ‘antros’ gays de Londres, el chico de pueblo que se marchó a la ciudad para vivir su condición sin miedo al rechazo, el gay que recibe la paliza de un retrógrado estrecho de miras, el seropositivo que mantiene su humor y su optimismo pese a las adversidades…  Aunque el film está basado en hechos reales uno no puede preguntarse si estos se sucedieron tal como se muestran en pantalla, pues cabría esperar mayor rechazo inicial ante una comunidad tan conservadora y de fuertes convicciones religiosas como la de los mineros de los pueblos de Gales. En este sentido el film se mueve no ya sin la ausencia de grises, sino que prácticamente todos sus personajes son ‘blancos’. Tan solo una de las mujeres miembro del comité sindical del pueblo y sus dos hijos, muestran un rechazo frontal al grupo de activistas gais, en inclusos los hijos de ésta poco a poco se irán abriendo a un sentimiento de aceptación. Tan solo los miembros de los cuerpos policiales que participaron en la represión de las huelgas son mostrados con connotaciones claramente negativas (insultando o burlándose tanto de los activistas como de los mineros que les dan soporte), adoptando pues el film una posición claramente partidista.

Como comentaba más arriba, la exposición de una muy concreta realidad social y/o política no es en este caso más que una excusa de la que se sirve el film para desarrollar una trama entretenida y que haga pasar al espectador un buen rato, colándole de paso algún de otro apunte crítico que invite a una reflexión más profunda. Es evidente que no es la intención del director hacer un análisis sociopolítico, pero tampoco hay nada que objetar en ello. ¿Entretiene el film? Sí, y mucho. ¿Emociona? También. ¿Arranca alguna sonrisa cómplice en el espectador? Más de una. Y eso es mucho para los tiempos que corren. Cuando comprobamos que se invierten millones de dólares en films que son capaces de aburrir hasta las piedras (¿Alguien dijo “El destino de Júpiter”?), “Pride” tiene la virtud de ser un film sencillo, repleto de buenos sentimientos y cargado de buenas intenciones, que a buen seguro lograra tocar la fibra sensible de muchos espectadores.  No faltan ni los momentos de humor francamente simpáticos (la viuda septuagenaria preguntando si todas las lesbianas son vegetarianas, otra de las mujeres preguntando a una pareja de chicos quién de los dos hace las tareas del hogar, los dos ‘machitos’ bailando en un club gay… ) ni otros emotivos que logran poner ‘la piel de gallina’ (cuando las mujeres del pueblo minero arrancan a cantar una balada tradicional en el club social, el final del film, cuando todos los sindicatos mineros se unen en masa para dar soporte a los activistas durante la marcha del Orgullo Gay en Londres en 1985… ). Ni unos ni otros escapan al tópico, pero no por ello resultan menos efectivos.

Dejando de lado la simpatía de su propuesta, poco más hay que añadir a este film. El guion de Stephen Beresford resulta tan eficaz como falto de riesgo (constantemente evita mostrar las aristas del choque entre los sindicalistas y los activistas LGTB), y el trabajo tras la cámara de Matthew Warchus es tan anodino como correcto, cediendo por completo el protagonismo a los actores. Y es aquí donde desde un punto de vista estrictamente cinematográfico el film nos ofrece su mejor cara. Si cuentas con un reparto en el que juntas a actores de la talla de Bill Nighy, Imelda Staunton, Dominic West, Paddy Considine o Andrew Scott, nada malo puede salir. Todos están francamente bien, aunque merece la pena destacar a una muy divertida Staunton que parece que haya nacido en Gales (la actriz es británica aunque de ascendencia irlandesa, pero el acento galés lo borda).

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Es tan divertida como inocua. ¿Lo peor? Es tan divertida como inocua; un poco más de arrojo no le habría perjudicado.

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