jueves, 19 de junio de 2014

AL FILO DE LA MEDIANOCHE


Los vampiros han estado presentes en la gran pantalla prácticamente desde el nacimiento del 7º arte. Tenemos que remontarnos a 1922 y al “Nosferatu” de F.W. Murnau, obra maestra absoluta del cine expresionista que en realidad era una adaptación apócrifa del célebre “Drácula” de Bram Stoker, pero que por aquello de los problemas de derechos de autor, el protagonista, interpretado por un misterioso Max Schreck, pasó a llamarse Conde Orlok. Y lo de misterioso viene a cuento porque de la vida del tal Schreck, que prácticamente debutaba en el cine con este film, poco se sabe, circunstancia que fue inteligentemente aprovechada por  el director Elias Merhige para especular sobre la posibilidad de que realidad Schreck fuese un verdadero vampiro, anécdota ficticia que quedó recogida en el film “La sombra del vampiro” (2000). Max Schreck y el film “Nosferatu” serían homenajeados por Tim Burton en su “Batman Vuelve” (1992), donde el villano interpretado por Christopher Walken tomaba prestado el nombre el actor berlinés.

El film de Murnau, además de un prodigio estético, con imágenes tan bellas como inquietantes y cargadas de simbolismo (maravillosa la escena en que la sombra de la mano de Orlok se cierra sobre el corazón de su víctima provocándole la muerte), es moderadamente fiel a la novela de Stoker que, no lo olvidemos, era un escritor de muy devotas convicciones católicas. En la novela Drácula es retratado como un monstruo, y el hecho de que esté escrita en forma epistolar y que siempre ‘veamos’ al monstruo a través de los ojos de los protagonistas, nos obliga a mantener cierta distancia con él y evita que el lector pueda simpatizar con el vampiro, menos aún sentirse identificado con él, incrementándose de esta forma la imagen de criatura del averno. Esa característica ‘monstruosa’ del vampiro Murnau la hace aún más explícita gracias al grotesco maquillaje que luce Schreck en el film: calvo, rasgos muy marcados, ojos hundidos, orejas puntiagudas, prominentes incisivos afilados y larguísimas uñas en forma de garra.


En 1931 se estrena el “Drácula” de Tod Browning, una de las versiones más populares y recordadas del personaje, interpretada por el mítico Bela Lugosi. Lugosi, actor de origen húngaro y con un fuerte acento magiar del que no se libró nunca, interpretó el personaje recitando sus textos de memoria, pues su dificultad con el inglés le impedían cualquier tipo de interpretación. Pese a la popularidad del film y del trabajo de Lugosi, siempre me han parecido ambos algo sobrevalorados. La película no carece de hallazgos visuales, pero está lejos de los mejores films de Browning como “Garras humanas” (1927) o muy especialmente la magistral “La parada de los monstruos” (“Freaks”, 1932); en detrimento del  director conviene recordar que su “Drácula” no es una adaptación directa de la obra de Bram Stoker, sino de la obra teatral inspirada en la misma, lo que quizás contribuyó a un cierto acartonamiento en la puesta en escena. Y acartonamiento es lo que se puede percibir en la interpretación de Bela Lugosi, excesivamente envarado. Lugosi aportaba prestancia al personaje, al que decidió interpretar como un aristócrata en decadencia (aspecto que sí aparece en cierta forma recogido en la novela original), pero su desconocimiento del inglés  no impide que transmita cierta falta de naturalidad. En 1935 Browning repetiría con Lugosi en “La marca del vampiro”, donde el conde pasa a llamarse Conde Mora, y que muchos estudiosos aseguran que es muy superior a su afamada “Drácula”. Lugosi, según cuenta la leyenda, acabaría obsesionado con el personaje que le dio la fama, y los últimos días de su carrera fuero recogidos por Tim Burton (again) en un sentido y maravilloso homenaje en forma de largometraje: “Ed Wood” (1994).


En 1932 Carl T. Dreyer filmaría su particular acercamiento al mito vampírico con “Vampyr”, posiblemente una obra maestra que yo, desgraciadamente, no he visto.


En los años 50 la productora inglesa Hammer Films, propiedad del visionario Michael Carreras, compra los derechos de los monstruos clásicos de la Universal con el fin de producir nuevas versiones de los mismos. El objetivo era actualizar los mitos de terror clásicos, dándole un nuevo enfoque, más atrevido y arriesgado, lo que significaba en muchos casos más sangre, más violencia y más sexo (la censura en los 50 en Inglaterra era más relajada que la que se vivía en los 30 en los Estados Unidos). Uno de los principales valores del proyecto sin duda el director Terence Fisher y el primero de los proyectos que acometió fue la puesta al día del mito del Prometeo moderno ideado por Mary W. Shelley con el título de “La maldición de Frankenstein” (1957), y contó para la ocasión con 2 aliados de excepción: Peter Cushing en la piel del doctor y Christopher Lee dando vida a la criatura.
Cushing y Lee se convertirían así en una de las parejas emblemáticas en los films de la Hammer, colaborando en varios de los films de terror producidos por la productora inglesa como “La momia” (1959) o “El perro de Baskerville” (1959), pero sin duda el más famoso de todos fue “Drácula”, dirigido por Terrence Fisher en 1959 en el que Lee interpretaba al infame conde vampiro y Cushing hacía lo propio con el doctor Van Helsing.

Lo digo desde ya: el “Drácula” de Terence Fisher es el mejor Drácula de todos los tiempos. Si bien es cierto que su fidelidad a la novela es harto discutible, conserva buena parte de la esencia de la misma, particularmente en lo que se refiere al retrato del vampiro como monstruo. Pero Fisher va mucho más allá, prescindiendo de la iconografía religiosa presente en el relato de Stoker, e incorporando muchos elementos del folklore rumano que no existen en la novela. Pero sobretodo Fisher incorporó una relectura en clave erótica del mito totalmente desprovista de sutilezas: la capacidad hipnótica del vampiro, que seduce (viola) a sus víctimas en contra de su voluntad; los colmillos erectos como símbolo fálico; el acto en sí mismo de la mordedura como metáfora de la penetración; la sangre como símbolo de la perdida de la virginidad; el éxtasis orgásmico en el que caen las víctimas tras ser mordidas (violadas); el carácter bisexual del vampiro, que prefiere víctimas del sexo femenino pero que no hace ascos a morder a un hombre llegado el caso…

Además de unos actores en estado de gracia Terrence Fisher se buscó un grupo de aliados cuyo buen hacer contribuyó tanto al éxito comercial del film como a su condición de obra maestra del cine de terror: el incisivo y atrevido guion de Jimmy Sangster, la música vehemente de James Bernard, que subraya la acción de forma precisa, o la violentamente contrastada fotografía de Jack Asher, que hizo que la sangre luciese más (incómodamente) roja que nunca en la pantalla. El trabajo de Peter Cushing como Van Helsing es memorable, pero merece la pena detenerse a evaluar la interpretación de Christopher Lee en el papel de Conde Drácula.

Shreck se acercó al personaje del vampiro de forma misteriosa, distante, esquiva, de ahí que Murnau optase en muchos momentos por filmar su sombra y no al actor. Lugosi en cambio le aporta materialidad, pero lo hace de una forma rígida y envarada; Lugosi nos ofrece el retrato de un aristócrata venido a menos, de ahí que sus movimientos sean siempre lentos, estudiados, elegantes. Lee en cambio aporta una fisicidad animal. Desde su primera irrupción en pantalla en el film sus movimientos son ágiles, nerviosos, rápidos, como si se tratase de un animal enjaulado. Lee es un actor de alta estatura, porte elegante y aristocrático atractivo, y de forma muy inteligente Fisher utilizó todo ello para erotizar más al personaje, convirtiéndolo contra todo pronóstico en un mito erótico de su época. ¿Qué mujer (y qué hombre) no se dejaría morder por un vampiro con los rasgos de Sir Christopher Lee?

Max Schreck representa al monstruo elusivo, el mal en su esencia más pura; Lugosi al aristócrata decadente aferrado a las glorias de un pasado perdido; Lee es el animal erótico, la bestia insaciable, pero Lee tiene demasiado porte (y Fisher y Sangster eran lo suficientemente inteligentes) como para reducir al conde a un simple monstruo asesino. El Drácula de Lee/Fisher es igualmente elegante, seductor, aristocrático, mucho más allá de la aportación de Bela Lugosi (Christopher Lee, inglés hasta la médula, descendía de aristócratas italianos); Lee había estudiado danza y mimo y eso le permite jugar con su expresión corporal para lograr que su vampiro transmita peligrosidad sin perder la elegancia; pero no podemos olvidar que Drácula en esencia es un ser diabólico, un monstruo, y Fisher no se olvida de poner de manifiesto ese aspecto a través de la caracterización que luce Christopher Lee en algunos momentos del film: el rostro pálido de cadáver, los colmillos prominente, los ojos inyectados en sangre…

Christopher Lee interpretaría al conde Drácula en 9 ocasiones más: “Drácula, príncipe de las tinieblas” (1966), “Drácula vuelve de la tumba” (1968), “El conde Drácula” (1970, a las órdenes del español  Jesús Franco), “El poder de la sangre de Drácula” (1970), “Las cicatrices de Drácula” (1970), “Drácula 73” (1972), “Los ritos satánicos de Drácula” (1972) y “Drácula padre e hijo” (1976, una extraña comedia de Édouard Molinaro). Pese a todo, y pese a la popularidad que alcanzó Sir Christopher Lee interpretándolo, él siempre ha rechazado que se le vincule únicamente con su interpretación el conde, al contrario que Bela Lugosi, que acabó obsesionándose con él. De hecho el tercer film de Terence Fisher sobre vampiros realizado para la Hammer Films, “Drácula, príncipe de las tinieblas”, (después de “Drácula” realizó “Las novias de Drácula” en 1960, film en el que pese a su título no aparecía el personaje de la novela de Bram Stoker, sino un ambiguo vampiro de sexualidad equívoca llamado Barón Meinster) volvió a reunir al director con Christopher Lee, pero éste hastiado por la idea de volver a repetir el mismo rol, se negó a recitar una sola línea de diálogo. Fisher encontró no obstante una solución que en buena parte benefició al film, pues le dijo a Lee que se limitase a gruñir, acrecentando así la animalidad del personaje y desproveyéndolo de todo rasgo de humanidad. El conde así perdía su condición aristocrática y quedaba reducido a un animal acorralado, un monstruo en definitiva.


Pese a la más o menos habitual presencia del personaje de Drácula en las producciones inglesas hasta comienzos de los 70, no será hasta finales de dicha década que un nuevo film tratará de devolverle al podio de los mitos de terror cinematográfico de todos los tiempos. El film, “Drácula”, estrenado en 1979, vendrá firmado por John Badham (recién salido del éxito de ”Fiebre del sábado noche”, 1977) e interpretado por Frank Langella en el papel del conde y nada menos que Sir Laurence Olivier como Abraham Van Helsing, y contará con las aportaciones de John Williams, que compondrá una partitura esencialmente romántica (en el sentido musical del término)  y Gilbert Taylor en las labores de iluminación, efectos psicodélico.

El de Badham es un film a reivindicar, no ni mucho menos un film redondo, pero sí superior a la película a la que más frecuentemente se le asocia: “Juegos de guerra” (1983). Hay cierta estética ‘setentera’ que chirria en el film, quizás influenciada por la anterior película de Badham (la citada “Fiebre del sábado noche”), y que se pone especialmente de manifiesto en las escenas pseudo-románticas en las que el vampiro seduce a sus víctimas, escenas en las que se abusa de los efectos de iluminación psicodélicos y de un trasnochado erotismo light; igualmente estridente es la imagen un punto hortera que luce el conde en este film. Pero también hay otros aspectos ciertamente destacables en el film, particularmente la atmósfera malsana y enrarecida que transmiten las escenas en el manicomio donde transcurre buena parte del film.

En esta ocasión Langella se alejará un poco de la imagen del vampiro interpretada por Christopher Lee y se acercará más a la de Bela Lugosi. Su erotismo no es tan evidente como el de Lee y su fisicidad es menos intensa; por otro lado Langella recuperará el aspecto decadente de Lugosi pero haciéndolo menos rígido, menos envarado. El retrato del personaje que ofrece Langella posee un cierto hálito romántico, aspecto que queda subrayado por la música de John Williams.
Todas estas películas recogerán elementos de la novela de Bram Stoker pero se tomarán ciertas licencias con respecto al argumento, cambiando algunos personajes, algunos paisajes, etc. Pero sobretodo se mantendrán decididamente infieles a la esencia original de la obra, que está embebida de un profundo sentimiento religioso: Drácula representa el mal en su estado primigenio, es el mismo Diablo, y Van Helsing, Jonathan Harker o Mina Murray se enfrentan a él haciendo uso de un arma: su fe inquebrantable en Dios. Ese sentimiento un tanto beato de la obra original fue obviado por completo en la mayoría de las adaptaciones cinematográficas.


En 1992 Francis Ford Coppola acomete la tarea de llevar a la gran pantalla la adaptación más fiel posible de la obra original, y lo hace con el rimbombante título de “Drácula de Bram Stoker”. En realidad el título que mejor le encaja a este film sería el de “Drácula de Francis Ford Coppolla”, porque la película traiciona (de nuevo) la esencia original del libro, transformándolo en una suerte de relato gótico romántico. No obstante es un film bellísimo, repleto de imágenes para el recuerdo, en el que Coppolla vierte toda su sabiduría escénica a la hora en encuadrar o mover la cámara. Particularmente memorables son las imágenes al inicio del film en que vemos a un envejecido y cuasi-repulsivo Conde Drácula moverse por las ruinosas estancias de su castillo, imágenes que homenajean en muchos planos al “Nosferatur” de Murnau, pero a las que Coppola busca conferir un aspecto aún más onírico y surreal. A la belleza plástica del film contribuyen muy particularmente el fastuoso diseño de vestuario de Eiko Ishioka, la contrastada fotografia del operador Michael Balhauss, la dirección artística de Andrew Pretch o el efectista trabajo de maquillaje de Greg Cannom.

En esta ocasión Gary Oldman toma el relevo a los actores que le han precedido en la interpretación del conde, mientras que Anthony Hopkins hará las veces de Van Helsing, el cazador de vampiros. El guion del film de Coppola va por derroteros muy diferentes a los de los films anteriormente citados. Toma la novela de Stoker como referente, pero la conecta con la leyenda del emperador rumano Vlad Tepes, apodado “Dracul” (que significa dragón, y por lo tanto hijo del diablo) por su extrema crueldad con los invasores otomanos.  Vlad Tepes es considerado un héroe por los rumanos, pese a que la historia lo retrata como un gobernante sanguinario. La leyenda incluso le atribuye el hecho de que le gustaba beber la sangre de sus víctimas después de haberlas empalado. En cualquier caso el propio Stoker se inspiró en leyendas el flokore rumano para escribir su obra más afamada, y ahora Coppola hace el camino inverso, devolviendo la invención (el libro) a su origen (la historia, el floclore), y lo hace de manera admirablemente coherente.

El “Drácula” de Coppola es un film hermoso, pero se aparta por completo de los parámetros habituales del cine de terror (por mucho vampiro y licántropo que aparezca en escena) para ofrecer un retrato desaforadamente romántico del mito vampírico. “He navegado océanos de tiempo hasta encontrarte” dice en un determinado momento el protagonista, y es una frase cuya esencia muy bien define la de la propia película. El film parte de un enfoque esencialmente romántico: un ser (Vlad) que ha perdido a su amada y la busca desesperadamente a través de la eternidad; pero en esa búsqueda ha perdido su alma, por lo que cuando finalmente se reencuentra con la que cree la re-encarnación de su amada, ésta última deberá decidir entre sacrificar su fe y su alma inmortal, o entregarla a un desconocido que ha irrumpido en su existencia cómoda y puritana para ponerla patas arriba y liberarla sexualmente. El obvio simbolismo erótico del film de Fisher no está presente en la película de Coppola, que opta por un enfoque más naive, que afortunadamente sortea el peligro de caer en la cursilería gracias al ambientación gótica y la tensa atmosfera que respira todo el film, atmosfera que se pone de manifiesto en una de las mejores secuencias del film: la del sacrificio de Lucy, la amiga de Mina.

Gary Oldman no tiene ni la prestancia ni el atractivo ni la altura de Christopher Lee. Su persona no es ni mucho menos tan imponente y de entrada cabría preguntarse si iba a estar a la altura de dar vida al más famoso vampiro de todos los tiempos. Evidentemente en el film de Fisher hubiese desentonado, pero Oldman sabe suplir su falta de presencia física con sus grandes dotes actorales, y dónde más brilla Oldman en el film es al principio, cuando le vemos avejentado y decrépito, lo que le permite sacar a relucir sus dotes histriónicas y le permite hacer una soberbia composición de personaje. En cualquier caso el actor sabe sacar partido de las cambiantes (y espectaculares) caracterizaciones que luce su personaje a lo largo del film, lo que le permite experimentar diversos registros interpretativos.

El de Coppola en el fondo es un Drácula mutante, elusivo, enfermizamente romántico, elegántemente gótico y, a ratos, deliciosamente histriónico.


Pero en el cine de vampiros Drácula no es el único ejemplar que merece la pena ser reseñados, y el mito vampírico ha sido explorado en la pantalla grande desde prismas muy diferentes.

En 1987 la directora Near Dark (1987) Kathryn Bigelow estrena "Near Dark", una estimable road-movie vampírica de estética intencionadamente feista que tiene el interés de presentarnos a los vampiros como ejemplares desprovistos de glamour, carectes de todo tipo de sofisticación, y po lo tanto alejados del esterotipo de 'monstruo seductor'. Los de "Near Dark" no son más que depredadores que solo buscan alimentarse y, por encima de todo, sobrevivir.


También en 1987 Joel Schumacher nos ofrecía una esteticista versión teen del mito, que en el fondo escondía una perversa relectura del relato clásico de Peter Pan.


En 1994 Neil Jordan estrena la que debía ser solo la primera de las adaptaciones de las "Crónicas vampíricas" de Anne Rice: "Entrevista con el vampiro". Jordan es extremadamente fiel a la letra y al espíritu del libro, que nos presenta a los vampiros como criaturas angustiadas, frágiles y poderosas al mismo tiempo. El libro, y también la películas, expresa la crisis existencial de 2 vampiros: Lestat y Louis; el primero asume con gozo su condición de criatura de la noche y la explota de forma hedonista, pero al mismo tiempo se muestra incapaz de soportar el paso del tiempo y ver como todo cambia y evoluciona a su alrededor mientras él permanece inalterable, lo cual le obliga a buscar un apoyo, un compañero que le ayude a sobrellevar el maelstrom en constante cambio del mundo a su alrededor; Louis por el contrario tiene el espíritu adecuado para viajar con el tiempo, pero por otro lado se ve atormentado por su condicioón predadora y se niega a beber la santre de seres inocentes. Jordan, con muy buen tino, aprovecha los pasajes más mórbosos del libro, nos presenta una inquietante vampira con mentalidad adulta atrapada en un cuerpo infantil (el debut cinematográfico de Kirsten Dunst), y juega sutilmente con el latente sentimiento homoerótico en la relación que se establece entre el despiadado y cruel Lestat y el sensible Louis, o cuando aparece el inquietante Armand en busca de la complicidad del mismo Louis.

Cuando se anunció que Tom Cruise interpretaría a Lestat, legiones de fans del libro, la autora incluida, pusieron del grito en el cielo ante un decisión que consideraban incomprensible e inaceptable. Pero Cruise les dió a todos con un canto en los dientes interpretando a Lestat de manejar magistral: irónico, ambiguo, ligeramente amanerado, deliciosamente cruel, perversamente hedonista, llegando a brillar en muchas secuencias por encima de sus compañeros de reparto. Al margen de su refinada puesta en escena y su cuidadísima ambientación (particularmente en lo que se refiere a su vestuario y dirección artística), el mayor atractivo del film consiste precisamente en humanizar a los vampiros como ningún otro film lo había hecho hasta ahora, mostrándolos como seres frágiles y atribulados.


En 1998, fiel a su espiritu iconoclasta, John Carpenter firmaba su propia versión del mito: "Vampiros", film marcado por un muy refrescante sentido del humor negro, y donde su director despojaba al mito de cualquier posible rasgo de humanidad, dejándo a los vampiros reducidos a meras alimañas que había que exterminar.


En 2007 David Slade adaptaba el cómic "30 dias de oscuridad" a la gran pantalla. La historia partía de una atractiva previsa: en un alejado pueblo de Alaska durante 30 días seguidos no sale el sol, circunstancia aprovechada por una tribu nómada de vampiros para campar a sus anchas para desespero de sus desprevenidas víctima humanas. En esta ocasión los vampiros son mostrados como la peor faceta de la humanidad, exhibiendo un comportamiento cruel hasta el extremo.


Y llegó el año 2008 y el estreno de la primera entrega de la saga "Crepúsculo" en las salas comerciales de todo el mundo. No hablaré aquí de las virtudes (alguna tiene) ni de los defectos (aquí encontraremos muchos más) de la saga de películas inspiradas en las novelas de Stephenie Meyer. Lo que quiero dejar claro es que el tipo de personajes que nos presenta no son vampiros, son... otra cosa. Meyer, que conviene recordar que es mormona, se declara ella misma como puritana. Y sus fuertes convicciones religiosas conservadores están presentes en su saga de novelas, saga que va dirigida a un público muy concreto: adolescente y femenino, entre el cual las novelas han tenida una aceptación masiva. Así que tampoco vayamos rasgarnos las vestiduras criticando estas películas.

A Meyer hay que reconocerle su atrevimiento, pues ha despojado a los vampiros de su esencia, es decir: de sus colmillos. En el sentido literal y metafórico. Y al quitarle los colmillos les ha extirpado también su sexualidad. Sus 'seres de la noche', guapos, adolescentes, vestidos a la moda y románticos en el sentido más cursi del termino, son asexuados, puritanos y por ende aburridos. Su palidez no es la consecuencia de su aversión a la luz del sol (estos vampiros solo brillán como luciernagas cuando reflejan la luz diurna), sino que es una mera pose estética, un rasgo distintivo como llevar tupé si eres rocker o cresta mohawk si eres punk. Sus presuntas tribulaciones son las propias de un adolescente de instituto, y por lo tanto insustanciales y carentes de interes.


Afortunadamente en el 2008 no todo serían películas pseuo-góticas para adolescentes con hormonas revolucionadas, y ese mismo año la HBO estrenaba la serie "True Blood" que curiosamente también adaptaba una de novelas vampíricas de otra escritora sureña, Charlaine Harris.

La novedad en esta ocasión consistía en presentar todo un rico entramado social en el que los vampiros, que han descubierto como sobrevivir consumiendo sangre artificial sin necesidad de servirse de ningún humano, luchan por hacer valer sus derechos en un sociedad que mayormete les rechaza. Eso da pie a una curiosa reinterpretación de la xenofobia y el racismo institucionalizado, pues curiosamente las victimas perseguidas en este caso, los vampiros, no son la parte débil del conflicto. Todo lo contrario: son poderosos y son inmortales... aunque están en minoria. En este caso la serie nos presenta una versión hasta cierto punto politizada el mito vampírico y se sirve de esa imagen para hacer toda una reflexión sociopolítica de las minorias y el papel que desempeñan en la sociedad actual. Y si bien esta premisa podría parecer presuntuosa, el responsable y creador de la serie Alan Ball (guionisa de "American Beauty" y creador de la excelente "Six Feet Under" también para la HBO), se la arregla para trufarla con buenas dosis de humor y mucho sexo. Entre el elenco de vampiros que presenta la serie encontramos un poco de todo: desde el chulesco Erik Northman, al melancolico Bill Compton, pasando por la sarcastica Pam de Beaufort o el mezquino Russell Edgington

A punto de estrenar su 7ª y última temporada el declive de la serie empezó a partir de la 3ª, aunque es justo reseñar las excelencias y la originalidad de sus dos primeras temporadas.


El arranque de la serie fué bueno, pero a partir de su tercera temporada se ha dejado arrastrar por la trivialización y el absurdo. Afortunadamente en el 2008 se estrenó otro film que vendría a suponer una nueva vuelta de tuerca sobre el mito vampiríco: esta vez tan sugerente como morbosa. Me refiero a "Déjame entrar" del danés Tomas Alfredson (obviaré por completo el inneceario y aburrido remake prepetrado por Matt Reeves en 2010).

En esta ocasión nos encontramos con una representación del vampiro bastante inusual, pues se trata de una niña que ha creado un estraño vínculo de dependencia con un hombre mayor que la proteje y oculta y le proporciona el alimento que necesita. Esta niña vampiro establecerá un vinculo afectivo con un niño humano, y este no solo descubrirá su naturaleza sobrehumana, sino también su verdadero sexo, pues en realidad nuestro vampiro es un chico de edad indeterminada (presumiblemente muy longevo) que fué castrado antes de llegar a la adolescencia. Nos encontramos así con un film emotivo y cruel, más complejo de lo que aparenta, que nos habla de vinculos afectivos inusuales, de buying, de familias desestructuradas... El film busca situar el vampiro en un contexto familiar pero sin llegar a proponer una formula deseable, es decir: evitando cualquier tipo de adoctrinamiento del espectador. En cierta forma la situación de los protagonistas es utilizada como una suerte de metáfora para concluir que la familia se construye en función de las necesidades de sus miembros, y por lo tanto cualquier fórmula es simpre válida.

 
Ejemplos de series y películas de vampiros podría citar muchísimos más, como para llenar 2 o 3 artículos más de la exténsión de éste. Pero me voy a detener en la última propuesta que ha llegado a nuestra pantallas: "Solo los amantes sobreviven" de Jim Jarmusch.

La película es, lo digo ya mismo, una maravilla. No soy un seguidor de la carrera de Jarmusch y he visto muy pocas películas suyas, así que no me atrevo a valorarla en el conjunto de su cinematografía, pero si puedo afirmar que éste es un film hipnótico en su forma y sugerente en su contenido. Visualmente Jarmusch hace gala de una puesta en ecena estilizada, y se sirve de una fotografía de tonos apagados, casi sepias, para incrementar el sentimiento de melancolía que rezuma todo el film. Éste nos presente una pareja de vampiros unidos por el AMOR, y lo pongo en mayúsculas para resaltar que es amor en el sentido más clásico del termino, en su acepción más decimonónica, no ese sentimiento barato y trivial que exhiben los protagonistas de "Crepúsculo". Un amor forjado a lo largo de los siglos y que surge de la pasión mútua que ambos protagonistas comparten por el arte, la poesía, la música, la literatura... Adam y Eve son, independientemente de su condición de vampiros, dos individuos únicos, hedonistas, sibaritas, cultos, soñadores... Dos individuos que se elevan por encima de la humanidad a la que denominan irónicamente 'zombis'. Mientras la mas humana se mueve motivada por necesidades triviales (dinero, comida...) y desprovista de pasión y voluntad propia, Adam y Eva defienden firmemente su individualismo, su condición de seres únicos entregados al disfrute personal. Lo curioso es que pese al desprecio que sienten por los humanos/zombis, desprecio motivado por la falta de inquietudes artísticas o culturales que perciben en ellos, su actitud hacia ellos no es ni paternalista ni predadora, sino más bien indiferente. Se sirven de ellos solo para conseguir aquello que no pueden lograr por medios propios, como la sangre. Resulta irónico y divertido que estos vampiros (que en esta ocasión si tienen colmillos, y por lo tanto también tienen sexo) no muerdan nunca por lo consideran "muy del siglo XV" y en cambio prefieran conseguir sangre de la más pura calidad (0 negativo) en el mercado negro, para consumirla después con el más puro deleite bebiendola en delicadas copas de vidrio.

Jarmusch recupera en parte la imagen sofisticada y seductora del mito vampírico, pero la lleva a un nuevo terreno, la contemporiza y al hacerlo permite al espectador empatizar con este nuevo tipo de vampiros. Si con Christopher Lee, Terence Fisher buscaba que todo espectador desease ser mordido por el vampiro, con los seres noctambulos de Jarmusch lo que el director ha conseguido es que todos los espectarores deseemos ser ESOS vampiros. Naturalmente a ello contribuyen la labor de unos magníficos Tilda Swinton y Tom Hiddleston. Ella simplemente arrebatarora, con ese aspecto de medusa moderna, elegante en sus gestos, de mirada magnética, entregada por completo a su pasión hedonista... Él absolutamente seductor en su papel de rockero clásico, decadente, abducido por su inmensa capacidad creativa. Resulta conmovedor como él, pese a su innegable y enorme talento artístico, rechaza cualquier tipo de fama o reconocimiento popular: crea por el placer de crear, compone música con el único fin de far forma a algo bello, algo que no tiene necesidad de compartir con nadie.

"Solo los amantes sobreviven" es un film bello, magnético, para disfrutar viéndolo, escuchándolo y meditándolo, y que tiene además la virtud de devolver al mito del vampiro parte de la dignidad que había perdido en películas como "Crepúsculo" o series como "True Blood".

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Su magnetismo visual y su capacidad de trascender el mito para ofrecer una reflexión sobre el proceso creativo y en consumo de la cultura. ¿Lo peor? Que no se hagan más películas como ésta.


lunes, 9 de junio de 2014

DIAS DEL FUTURO PASADO


La Patrulla X marvelina (los X-Men) hicieron su primera aparición en los quioscos en 1963, y sus creadores, Stan "The Man" Lee y Jack "The King" Kirby, pretendían con estos nuevos personajes reflejar la angustias de los adolescentes en el momento en que, durante la pubertad, abandonan la niñez y entran en la edad adulta. De ahí que los mutantes, sus protagonistas, no adquiriesen sus poderes por culpa de los rayos cósmicos, la picadura de una araña radioactiva o la explosiónde una bomba gamma. Los mutantes nacían ya con una mutación, el gen X, y sus poderes se manifestaban en la pubertad.

Esta interpretación dió lugar a una interesante lectura sociopolítica, ya que los mutantes, 'odiados y perseguidos por una humanidad a la que han jurado proteger', rápidamente se convirtieron en el simbolo de todas aquellas minorias oprimidas perseguidas por las mayorías más conservadoras. La humanidad, la sociedad bienpensante blanca, católica, conservadora y de clase media, teme aquello que no conoce, y aunque inicialmente los integrantes originales de la Patrulla X pertenecía a ese nucleo mayoritario de la sociedad norteamericana, casi de inmediato se convirtieron en una metáfora de la persecución que judios, homosexuales, comunistas, extranjeros o cualquier otro tipo de minoría, había sufrido a lo largo de la historia, especialmente en suelo norteamericano.

Ese caracter simbólico se hizo aún más evidente con la "Segunda Génesis", el primer Giant Size de los X-men publicado en 1975 y que nos presentaba a la nueva formación de la Patrulla-X, la que conocemos actualmente, y en cuyas filas militarían eventualmente, un ex-convicto, un nativo americano, una mujer de raza negra, un granjero ateo de la Rusia comunista, un artista de circo de fuertes convicciones cristianas, una adolescente judia, un homosexual, un ex-militar y ex-agente secreto y otro tipo de individuos que ejemplificarián diferentes credos, razas, religiones, tendencias sexuales, posturas políticas o actitudes vitales, más amplias aún si añadimos al paquete los "Nuevos Mutantes" creados en 1982 a raíz del éxito de sus primos mayores.

El éxito de esta nueva formación mutante fué inesperado y mayúsculo, y hay que atribuirselo primero a Len Wein y Dave Cockrum,  formalmente los creadores del nuevo grupo, luego a Chris Claremont, justamente conocido como el 'patriarca mutante' y sin duda el autor que más y mejor a contribuido a la consagración de la colección, y por último a John Byrne, que junto a Claremont y Terry Austin en la labores de entintado conforman el mejor y más solido equipo creativo que se ha paseado por la colección en toda su historia, pero que además colaboró codo con codo con Claremont en calidad de co-argumentista para perfilar los caracteres de sus protagonistas y definir la líneas maestras por las que debía discurrir la colección.

Sin duda alguna Claremont, Byrne y Austin firmaron la más memorable e inspirada etapa en la historia de los X-men, pero dentro de esa etapa hay dos sagas que marcaron a los lectores de toda una época y que figuran entre lo mejor de la producción de dicho triunvirato artístico: La Saga de Fénix Oscura y Dias del Futuro Pasado.

La Saga de Fénix Oscura fué uno de los argumentos base utilizados por Brett Ratner en su "X-men: La decisión final". Si el director (y los guionistas) leyeron dicha saga no lo demostraron, pues la película, dejando a un lado las inevitables cuando no necesarias diferencias entre un film y la obra que adapta, pervertía por completo el sentido original de la obra. En el cómic  Jean Grey evoluciona hasta adquirir el poder de un Dios, un poder capaz de arrasar mundos y que podría acabar con toda vida. Dicha evolución es interpretada por algunos estudiosos como la liberación sexual de Jean Grey (interpretación facilitada en parte por la indumentaria de clara influencia fetichista que luce cuando se transforma en la Reina Negra), pero dicha liberación lo que hace es despertar el lado más oscuro del personaje. En palabras del propio Xavier Jean se transforma en 'poder sin contención, conocimiento sin sabiduria, edad sin madurez, pasión sin amor'. Cuando Jean Grey se da cuenta de a dónde le lleva esa evolución se inmolará en un acto de sacrificio supremo, salvando así no solo a sus compañeros, no solo a la humanidad, sino salvando también su propia alma. En palabras (memorables) del Vigilante, 'Jean Grey pudo haber vivido para convertirse en una diosa, pero prefirió morir como humana'.

Nada de todo eso fué entendido por el inútil de Brett Ratner, que por aquello de aprovechar el tirón comercial de un ascendente Hugh Jackman (alias "Lobezno"), y dándole un excesivo protagonisto en la cinta, hace que sea el personaje de Lobezno el que mate a Jean cuando el poder de ésta se descontrola. No existe el sacrificio en la cinta de Ratner, y en cambio lo que nos ofrece es una perversión del sentido original de la obra.

La otra gran saga y de gran influencia en la historia de la Patrulla-X es "Dias del futuro pasado". En dicha aventura se nos ofrece un futuro distópico en la que, por primera vez en un cómic Marvel, los villanos (en este caso los Centinelas) habían ganado, se habían hecho con el control de los Estados Unidos, y habían exterminado a la mayoría de superhéroes. En dicho comic vemos cantidad de viñetas en las que nos muestran las tumbas de personajes como Spiderman, los 4 Fantásticos o los Vengadores, algo que no tenía precedentes en la historia Marvel y que suponía toda una novedad argumental. En dicho cómic también asistiríamos a la muerte de algunos de dichos personajes (Lobezno, Tormenta, Coloso...), presentada de forma tan cruda como inequívoca. Visualmente supuso un enorme impacto para la mayoría de los lectores de la época, lo que contribuyó a aumentar el caracter mítico que esta obra ha adquirido con el paso de los años.  En dicha historia lo mutantes del futuro enviarían a uno de sus miembros atrás en el tiempo con la itención de cambiar el pasado y así re-escribir el futuro. La historia concluiría con un final agridulce en el que pese a alterar el presente nos dejaría a todos con la incómoda incertidumbre de saber si dichos actos habían evitado los acontecimientos del negro futuro que nos mostraban al principio.

Una historia original, novedosa, impactante, que jugaba hábilmente con las paradojas temporales y que, desgraciadamente, abriría la caja de los truenos de Pandora al utilizarse como argumento recurente en muchos cómics Marvel para re-escribir constantemente la continuidad en un claro menosprecio a los lectores. En cualquier caso es dicha historia la que ha sido utilizada como base argumental por Bryan Singer para regresar a la franquicia mutante cinematográfica después de haber dirigido las 2 primeras enregas de la saga.

Evidentemente, e inevitablemente, hay muchas diferencias con respecto al cómic original, diferencias necesarias para poder ligar de forma coherente la historia que nos presenta este film con todas las películas precedentes. Vaya por adelantado que dicha tarea no se ha logrado. ¿Itentamos poner todas la películas en orden cronológico? Más o menos quedaría así:

1ª : "X-men: primera generación" (Matthew Vaughn)
2ª : "X-men Origenes: Lobezno" (Gavin Hood)
3ª : "X-men" (Bryan Singer)
4ª : "X-men 2" (Bryan Singer)
5ª : "X-men 3: La decisión final" (Brett Ratner)
6ª : "Lobezno inmortal" (James Mangold)
7ª : "X-men: Dias del futuro pasado" (Bryan Singer)

Siguiendo esta cronología es evidente que encontramos muchas incoherencias, inconsistencias y fallos de continuidad en la saga, pero no voy a comentarlos porque, a fin de cuentas, salvo para los puristas, no considero que tenga tanta importancia. ¿Funciona "X-men: Dias del futuro pasado" como film aislado? Es lo que voy a tratar de responder ahora.

No pocas voces se han apresurado a destacar esta nueva entrega de la franquicia mutante como el mejor film de superhéroes jamas filmado. Algo similar leí cuando se estrenó "Los vengadores" de Josh Wedon. Bueno, lo dije en su día y lo repetiré ahora: el mejor film de superhéroes jamas filmado es y sigue siendo el "Superman" de Richard Donner (1978). Y por detrás, a bastante distancia, pondría el "Caballero Oscuro" de Christopher Nolan y el "Spiderman 2" de Sam Raimi. Ya dije en su dia que los Vengadores de Wedon me parecían muy entretenidos pero no dejaban de ser un aparatoso y muy ruidoso castillo de juegos artificiales, con un ritmo endiablado y un sentido del humor bastante pueril. Esta nueva entrega de los "X-men" cinematográficos tienen una mayor carga dramática que aquellos Vengadores, pero Singer no es un director que se caracterice precisamente por su sentido del ritmo. No es Wedon y, mucho menos, Raimi, y en este sentido la película tiene muchos altibajos. El film peca también de demasiado ambicioso. El deseo de presentar a muchos personajes (pasados y futuros) hace que muchos queden un tanto diluidos en la trama. Muchos de ellos solo son presentados como (innecesario) guiño a los seguidores más incondicionales (Kaos, El Sapo...), otros como mero alivio dramático (Mercurio, que protagoniza una de las escenas más brillantes y técnicamente mejor resueltas del film... pero también de las más irrelevantes), muchos para el mero lucimiento del departamento de efectos especiales (Blink, Mancha Solar, Coloso, Iceman...). Toda la trama que ilustra el futuro distópico es visualmente arrebatarora pero dramáticamente desaprovechada, necesaria como contrapunto a los acontecimientos situados en los años 70 y como juego de contrastes entre los personajes futuros y sus contrapartidas del pasado, pero falta de climax. El villano del film, Bolivar Trask, al que da vida el excelente Peter Dinklage (Tiryon en "Juego de Tronos"), podría dar mucho más de sí, pero es presentado como villano tipo, sin explicarnos nunca sus motivaciones, el porque de su odio/miedo hacia los mutantes, lo cual hace que el espectador no lo vea nunca como una amenaza a tomar en serio; en el comic tanto Bolivar Trask como más tarde Steven Lang o el reverendo Stryker de la canónica "Dios ama, el hombre mata", los más emblemáticos promotores de las campañas anti-mutante, eran presentados como individuos con un claro objetivo pero también con una fuerte motivación, y de esta manera la amenaza que representan es más real y al mismo tiempo más ominosa.

Quién mejor sale parado de esta necesidad de exponer todo el catálogo de mutantes Marvel es James McAvoy, pues curiosamente su personaje, el profesor Xavier 'versión años 70', acaba siendo el más rico y mejor definido de toda la trama. Singer se ha permito añadir algunos curiosos e interesantes matices al mismo, por un lado a través de la relación que mantiene con Hank McCoy (alias "Bestia"), una relación que remite inequívocamente a la relación maestro-pupilo en la grecia clásica... con la consiquiente lectura homosexual; y por otro lado con la lucha interna que mantiene el personaje con su condición de tullido: para recuperar el uso de su piernas tiene que tomar una droga que anula sus poderes telepáticos, droga que se vuelve adictiva y a la que no quiere o puede renunciar. Si el guión enriquece el personaje de Xavier con matices isospechados, McAvoy lo aprovecha para ofrecer un trabajo actoral que le permite destacar por encima de pesos pesados como Ian Mckellen, Michael Fassbender o Patrick Stewart.

En cuanto al resto del reparto hay que decir que la película pone mucho el acento en Lobezno y Mistica, interpretados respectivamente por los muy mediáticos Hugh Jackman y Jenifer Lawrence, algo que se ya se advierte en la posición destacada que ostentan ambos en el poster promocional. Por otro lado Ian Mckellen aportar prestancia, pero su presencia acaba siendo meramente testimonial, mientras que Michael Fassbender está, como es habitual en él, muy bien, por mucho que su personaje en esta ocasión haya perdido fuelle con respecto a "X-men: primera generación", donde tenía más protagonismo y estaba mejor retratado.

La película es espectacular, tiene momentos brillántemente rodados y a buén seguro hará las delicias de todos los cazadores de 'guiños cinéfilo/comiqueros", pero en conjunto resulta fría y desrprovista de emoción, algo que queda patente cuando en el climax final OJO SPOILER! asistimos al destino final de algunos de los protagonistas del segmento futuro más bien con cierta indiferencia. Y conviene resaltar el epílogo del film en el que OJO SPOILER! Singer rescata a Pícara (que perdió sus poderes en "X-men 3: La decisión final"), Cíclope y Jean Grey (que murieron en dicho film); por un lado como cameo simpático de antiguos integrantes de la franquicia, resulta aceptable; como bofetada simbólica a Ratner por haberlos matado, tiene un punto incluso delicioso; pero al mismo tiempo resulta preocupante que, al igual que en los cómics Marvel, se pueda así abrir la veda a cualquier posible resurección gratutita.

Por cierto; ¿nadie va a molestarse en explicar porque el profesor Xavier, que murió en el film de Ratner, vuelve a estar vivo y coleando?

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La sentido del espectáculo mayúsculo que ofrece el film y el trabajo de James McAvoy. ¿Lo peor? La trama original ofrece muchas e interesantes lecturas, pero todas acaban por diluirse en beneficio de un espectáculo multireferencial que esencialmente busca contentar a los fans de la saga.

SOÑAR O NO SOÑAR...

Ver un Tennessee Williams en teatro siempre es una experiencia estimulante, y más tratándose de una obra como "El zoo de cristal". Escrita en 1944 está considerada como la primera gran obra de su autor, sin duda uno de los mayores dramaturgos que ha dado la escena norteamericana de todos los tiempos junto a Arthur Miller, Eugene O'Neil y David Mamet.

En una entrada anterior, a propósito de la representación de "La rosa tatuada" en el TNC, ya hice un muy somero repaso de la trayectoria artística de Tennessee Williams, así que no me extenderé de nuevo en ese tema (puedes leer mi comentario en http://tonidelgadojustme.blogspot.com.es/2014/01/de-amor-rosas-y-deseo.html).

Muchos estudiosos de la obra de Williams considerar "El zoo de cristal" como la obra de su autor que contiene más apuntes autobiográficos. Tennessee tenía una relación muy estrecha con su hermana Rose, una muchacha bella pero frágil que pasó la mayor parte de su vida adulta en hostipates mentales. Los padres de Tennessee autorizaron en 1943 una lobotomía prefrontal (argumento que recuperaría más tarde en otra de sus obras  más emblemáticas, "De repente, el último verano"). Pero la operación no salió bién y dejó a Rose incapacitada para el resto de su vida. La operación fracasada sumió a Tennessee en una fuerte depresión, generó un fuerte resentimiento del autor hacia sus progenitores, a los que siempre culpó por haber permitido la operación, y muy posiblemente fué el origen de su alcoholismo. Paradógicamente también dió pie a una de sus obras más sentidas, y a la vez una de las más tristes. La tristeza, la fuerte melancolia que rezuma esta obra contrasta con el espiritu vitalista de, precisamente, "La rosa tatuada", la anterior obra de Williams que he visto en teatro.

La historia, situada en una ciudad norteamericana durante los años 30 nos presente a 4 personajes: Amanda Wingfield, la matriarca, una dama sureña anclada en un pasado glorioso que intenta reverdecer, obsesionada con salir de la pobreza y eternamente resentida con un marido que la abandonó para vivir otras aventuras; Laura, su hija, frágil, extremadamente tímida, aquejada de una cojera que le provoca un fuerte sentimiento de inferioridad; Tom, su hijo, escritor frustrado que trabaja como contable en un almacen; y por último, Jim, amigo y compañero de trabajo de Tom. Amanda, mujer autoritaria pero incapaza de aprehender la realidad que le rodea, vuelca sus frustraciones en sus hijos y a través de ellos intenta recuperar las mieles de su pasado adolescente en el viejo sur. Su hija Laura, al verse incapaz de satisfacer los deseos de su madre, se evade de la realidad cuidando una colección de figuritas de cristal, el zoo del título, que simbólicamente representan la incapacidad de los personajes de aceptar la realidad que les rodea, lo que les lleva a refugiarse en un mundo de fantasía, una falsa realidad cómoda y anestesiada que les impida sentir dolor o frustración. Tom, el otro hijo, es aparentemente el único capaz de ver esa realidad, pero se muestra incapaz de enfrentarse a ella y por eso se evade constantemente al cine, para vivir a través de las películas las aventuras que no puede vivir en la realidad. Cuando hace patente su deseo de marcharse de casa, su madre le convencerá de que no lo haga antes de haber encontrado un pretendiente adecuado para su hermana, alguien que pueda mantenerlas a ambas, madre e hija, cuando Tom se haya marchado. Y ahí entra en escena Jim, el compañero de trabajo de Tom. Lamentablemente Jim resultará no ser el pretendiente deseado, lo que no impedirá que Tom marche de casa abandonando a su madre y hermana a una suerte incierta, y siendo perseguido por el resto de su vida por un indeleble sentimiento de culpabilidad.

La versión estrenada estos dias en el teatro Goya cuenta con la dirección escénica de Josep Maria Pou, y hay que decir que el trabajo del el actor/director es irreprochable y saca el máximo partido de su excelente cuarteto protagonista. Su dirección escénica es sobria, pero Pou se permite una par de arranques en clave de realismo mágico francamente hermosos. Es bellísima la forma en como el personaje de Laura aparece en el escenario al pricipio de la obra, y como desaparece del mismo al final: a través del sofá. E igualmente hermoso son los momentos en que dicho personaje se recrea en la contemplación de su zoo de cristal, que permiten a los espectadores sumergirse en el mundo cuasi-onírico de Laura. Pou convierte el zoo del título en un personaje más de la obra, explicitándolo mediante la presencia de un unicornio de cristal, ominipresente en toda la representación, y que viene a ilustrar de manera ejemplar la forma en como los tres protagonistas rehuyen la realidad y se aferran a su mundo ilusorio. En una escena crucial el cuerno de dicho animal mitológico se rompe, quedando reducido a un mero caballo de cristal, y lo hace cuando irrumpe el cuarto protagonista, ajeno a la familia, y por lo tanto real. La irrupción del mundo real quiebra la ilusión creada y obliga a los protagonistas a enfrentarse a la verdad, les guste o no.

De los cuatro protagonistas solo puedo decir una cosa: están todos soberbios. Peter Vives afronta el papel de Jim, el pretendiente, de forma absolutamente vitalista. Meritxell Calvo es una auténtica sopresa, componiendo una Laura frágil, patética, triste... el trabajo actoral de la joven actriz, que se expresa sobretodo de forma física, interpretándolo con todo su cuerpo, es realmente conmovedor. Dafnis Balduz utiliza un registro distinto, y me pregunto hasta que punto es idea del propio director que el personaje de Laura se manifieste mayormete a través de la expresión corporal, mientras que el de su hermano Tom lo hace sobretodo a traves de la voz, jugando con la entonación y con la expresión verbal. En cualquier caso Dafnis sale triunfante de su reto interpretativo. Pero la parte el león se la lleva una impresionante Míriam Iscla, en parte debido al personaje que le toca interpretar, Amanda, un personaje en la línea de los grandes personajes femeninos de fuerte personalidad que aparecen en las obras de Tennessee Williams, pero muy especialmente por la sopresa que produce ver una actriz a la que yo acostumbraba a vincular a papeles de comedia, en un rol eminentemente dramático, pero sobretodo un personaje rico, complejo y lleno de matices a los que Míriam enriquece con todo un recital interpretativo de primer orden.

Nunca hay que perderse una obra de Tennessee Williams, y ésta en concreto sería un pecado hacerlo.



jueves, 5 de junio de 2014

AMOR Y GUERRA


Hace ya bastante tiempo que venimos constatando que las producciones que nos ofrece la televisión americana son tanto y más interesantes que sus producciones para la gran pantalla. Productoras como AMC, Showtime, Netflix o muy especialmente HBO nos regalan series y miniseries capaces de competir en calidad como muchas películas que acceden a salas comerciales, y no solo disfrutan de presupuestos cada vez más holgados que les permiten acometer empresas cada vez más ambiciosas (ahí están los ejemplos de “Hermanos de sangre”, “Roma” o “Juego de tronos”), sino que gozan de una libertad que ya quisieran para sí muchos films que acceden a los circuitos comerciales. Libertad en cuanto a presentar enfoques más arriesgados, libertad a la hora de tratar temáticas poco habituales o incluso más incómodas, aspectos muchas veces que solo están permitidos en el cine más independiente, menos constreñido por las exigencias de taquilla o las normas censoras.

Uno de esos temas que a según quién les resulta incómodos es el SIDA. El SIDA y por asociación el mundo homosexual. Poco a poco vemos como en televisión el sexo no solo se presenta de una forma más natural, sino que además no hay tanto miedo a mostrarlo en toda su diversidad, por chocante que a veces pueda parecer. El sexo es un elemento presente en series como “True Blood”, “Juego de tronos”, “True detective”, “2 metros bajo tierra”, “Vikings”, “Los Borgia”, “House of cards”, “Sons of anarchy”… aunque no sea el motor conductor en ninguna de estas series. Cuando se convierte en el elemento detonador de la trama es presentado si cabe con mayor crudeza, de forma más explícita. Y si hay una serie bastante clarificadora en este aspecto esa es  “Queer as folk”, tanto en su versión inglesa como en la americana (esta última una producción de la Showtime). Aunque se podría acusar (con razón) a “Queer as folk” de abusar de los tópicos que rodean el mundo homosexual, y de explotar sin descaro el melodrama más edulcorado y el exhibicionismo homoerótico, no se le puede negar cierta valentía a la hora presentar el ambiente gay con cierto grado de normalidad. Este año la HBO presentó su propia respuesta con la seria “Looking” en la que se nos narra los encuentros y desencuentros de un grupo de amigos (gays) que han superado la treintena y se acercan a los 40. Lo mejor de esta serie es que se aleja del exhibicionismo gratuito, de los cuerpos danone y sonrisas profident, y apuesta por un tono más naturalista. A diferencia de los arquetípicos personajes de “Queer as folk”, los de “Looking” resultan más verosímiles, más creíbles, más fácil reconocerse en ellos o ver en ellos a nuestro amigo, nuestro hermano o nuestro vecino del quinto.

A la hora de enfocar la temática homosexual se puede optar por los más variados enfoques, desde la comedia al drama, pasando incluso por el cine de terror (Bruce Labruce se ha atrevido incluso a hacer una película de zombis gays), pero es evidente que si vamos a hablar del SIDA es imposible no ponerse serio. El cine lo ha hecho mayormente desde cierta prudencial distancia, con ejemplos como “Longtime companion”, “It’s my party” o “Philadelphia”, film este último que siempre me ha parecido un tanto cobarde. El último ejemplo lo hemos visto recientemente en “Dallas Buyers Club” (Jean-Marc Vallée, 2013), por el cual Matthew McConaughey recibió un merecido oscar a la mejor interpretación masculina. Y si bien este film no era enteramente fiel a los hechos históricos (el protagonista en realidad era bisexual reconocido, mientras que en la película es presentado como heterosexual y homófobo, supongo que con la intención de llevar el drama por distintos derroteros) lo que lo hacía particularmente interesante es que no ponía tanto el foco en el drama personal del protagonista como en la lucha llevada a cabo por el mismo contra el principal organismo de control de salud pública de los EEUU a fin de conseguir una cura fiable y efectiva contra la enfermedad.

La televisión americana también ha tratado del tema del SIDA, y si cabe con mayor arrojo que el cine comercial. Posiblemente una de los mejores, más ricos y más complejos trabajos en este sentido sea la miniserie de “Angels in America”, producida por la HBO a partir de la obra de Tony Kushner, ganadora del premio Pulitzer en 1992, y adaptada para la televisión por Mike Nichols y con la colaboración en la escritura del guion del propio autor. “Angels in America” nos presenta varias historias entrecruzadas en las cuales diversos protagonistas tratar de lidiar con su condición homosexual: algunos la tienen asumida y se enfrentan a las inevitables crisis amorosas, otros la están descubriendo y algunos se niegan a reconocerla. Pero en medio de todas esas opciones surge la amenaza del SIDA y la obra analizar como la irrupción de esa plaga fatal afectó a la sociedad americana a través de las reacciones de sus protagonistas. Hay diálogos memorables de “Angels in America”, interpretaciones antológicas a cargo de Meryl Streep, Al Pacino, Emma Thompson, Patrick Wilson, James Cronwell, Mary-Louise Parker o Jeffrey Wright, una puesta en escena sobria y elegante a cargo de Mike Nichols y una partitura de Thomas Newman para el recuerdo. Pero sobretodo hay un guion rico en interpretaciones, que permite leer entre líneas y que emociona de principio a fin.

Se podría decir que la HBO ha repetido la jugada con “The normal heart”, una de sus últimas propuestas en forma de telefilm y dirigida por Ryan Murphy (creador de series como “Nip/Tuck” o  “Glee”) a partir de la obra teatral de Larry Kramer, que ha realizado también el guion de esta adaptación televisiva. Llamarlo telefilm no le hace justicia, porque es un producto netamente cinematográfico, con una cuidadísima puesta en escena y un elaborado montaje. El film se sitúa a principios de los años 80, en pleno descubrimiento e irrupción del SIDA, que al principio era llamado de forma despectiva ‘cancer gay’, y de forma  similar a como hacía “Dallas Buyers Club”, nos narra la lucha enconada de un individuo, escritor para más señas, para que la alcaldía de Nueva York reconozca la existencia de la plaga y ponga los medios necesarios para combatirla. El film comienza de manera intencionadamente equívoca, en una fiesta gay en la playa, con exhibición de cuerpos apolíneos, pero casi de inmediato deja claro cuáles van a ser los derroteros que va a seguir cuando uno de los asistentes a dicha fiesta lúdica cae enfermo. A partir de ese momento la película pone el foco en los efectos que la aparición dentro de la comunidad gay de esta nueva enfermedad, que inicialmente fue asociada únicamente a las prácticas homosexuales y por lo tanto utilizada por grupos conservadores para atacar a dicha comunidad. La negación, el rechazo, la aceptación, el miedo y la lucha contra la enfermedad son algunas de las fases por las que pasan algunos de los protagonistas del film a la hora de enfrentarse a dicha plaga, y hay que decir que la película expone todas esas opciones de manera ejemplar, ayudada, todo hay que decirlo, por unos diálogos espléndidos y un trabajo actoral de primer orden. Es justo destacar a Julia Roberts metida en la piel en una combativa doctora aquejada de polio, y a Matt Bomer en su sentido papel de enfermo terminal de SIDA, pero también al siempre esplendido Alfred Molina, a un insospechadamente emotivo Taylor Kitsch, a un Jim Parsons (alias Sheldon Cooper en “The Big Bang Theory”) alejado de sus habituales papeles de comedia o un también sufrido Joe Mantello. Pero por encima de todos ellos está un entregadísimo Mark Rufallo que lleva toda la película sobre sus espaldas, en un papel francamente difícil que despierta no pocas antipatías por su carácter vehemente y su ocasional falta de empatía, pero que pese a todo despierta la afección incondicional del espectador.

Este “The normal heart” tiene muchos puntos en común con aquella “Angels in america”, pero también no pocas diferencias. Para empezar ambas son dos obras espléndidas, llenas de diálogos maravillosos, y ambas han sido trasladadas al formato televisivo de mamera tremendamente eficaz. Ambas están ambientadas a principios de los 80, en plena era Reagan y en el momento en que aparece la epidemia del SIDA. Pero “Angels in America” utiliza una estructura narrativa más alambicada y recorre con frecuencia al realismo mágico para exponer muchas de sus ideas en clave simbólica o metafórica, mientras que la narración de “The normal heart”, completamente lineal, es más seca y directa, y adopta un tono más realista. “Angels in America” hace una lectura de la aparición del SIDA en la sociedad norteamericana en clave más emocional y psicológica, al centrarse más en un reducido grupo de personajes y la forma en cómo éstos afrontar la aparición de esta nueva epidemia, epidemia por su particular forma de propagarse y el colectivo mayormente afectado (masculino y homosexual) fue interpretada por muchos grupos reaccionarios en clave bíblica, lo que da pie a su autor a realizar numerosas lecturas del drama de la enfermedad desde una perspectiva religiosa, psicológica o puramente sexual. Por el contrario “The normal hearth” prefiere aproximarse al drama en clave de film denuncia, para poner en evidencia la falta de sensibilidad y  de interés de la administración norteamericana al inicio del descubrimiento de la nueva epidemia.

Hoy en día nadie pone en duda las terribles consecuencias que acarrea el SIDA y prácticamente todo el mundo conoce las formas como se transmite y obra en consecuencia, pero por todo ello resulta curioso constatar cómo reaccionó inicialmente la comunidad gay norteamericana. Primero con la negación: las recomendaciones iniciales ante el desconocimiento de las formas de transmisión abogaban por la abstinencia, lo cual supuso un duro golpe para una comunidad que utilizaba el sexo como una seña de identidad y la más importante expresión de su libertad. Pero una vez tomaron conciencia real de la enfermedad la reacción paso de la negación al miedo, y en este sentido es particularmente ilustrativo el monólogo del personaje que interpreta Joe Montello en el film, lleno de rabia y frustración y en el que expone algo así como “si nos quitan lo único que realmente nos hace libres, ¿Qué nos queda?”. Muchos grupos conservadores y religiosos utilizaron la enfermedad como argumento para atacar a la comunidad gay, y muchos estamentos gubernamentales hicieron oídos sordos a las peticiones de auxilio de dicha comunidad. Fue necesario evidenciar que el SIDA podía afectar a cualquier persona, hombre o mujer, gay o heterosexual, para que la administración reaccionase y tomase las medidas oportunas para paliar los efectos de esta nueva epidemia del siglo XX.

“The normal heart” es un film cargado de emoción. Es triste, doloroso, a ratos incluso desesperanzado; tengamos en cuenta que muestra los momentos iniciales de la aparición de la enfermedad, cuando apenas se conocía la forma en como funcionaba el virus, y no se vislumbraba aún un método para paliar sus devastarores efectos, menos aún una posible cura. Por eso mismo imagino que en aquella época mucha gente que vivió el drama en primera persona viendo como se llevaba la vida de amigos y familiares debió de vivirlo con inevitable fatalismo. Parte de ese fatalismo se refleja en el film, pero también la lucha contra la adversidad de un hombre con una meta, un hombre dispuesto a darlo todo para que la sociedad tomase conciencia de la gravedad de la situación y reacionase pidiendo a sus políticos la busqueda de soluciones.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El espléndido trabajo actoral y la ausencia de efectismos dramáticos en la forma en como está contando la historia. ¿Lo peor? Pensar que todavía sigue siendo necesario contar este tipo de historias, porque el SIDA sigue siendo un plaga para la cual todavía no existe cura, porque corremos el riesgo de pensar que lo hemos erradicado de nuestras vidas cuando aún sigue estando presente.

domingo, 1 de junio de 2014

CUENTAME UN CUENTO...


Resulta curioso observar la evolución del cine de animación que nos llega de los Estados Unidos. Es evidente que durante mucho tiempo, antes de la irrupción de Pixar o Dreamworks, dicho panorama estuvo dominado por las producciones de la factoría Disney, que bebía de las influencias más diversas aunque el grueso de su producción se inspiraba en los cuentos de hadas de los hermanos Grimm o en los relatos de Perrault, Lewis Carroll, Frank Baum o Rudyard Kipling. Tras muchos años de éxitos continuados durante la década de los 80 sus éxitos decayeron y fueron más bien discretos, pero el estreno de “La sirenita” (inspirada en el relato de Hans Christian Andersen) en 1989 supuso todo un alivio para la arcas de la compañía y renovó el interés del público familiar por los cuentos de hadas. A “La sirenita” le siguieron otros films de éxito mayor si cabe como “La bella y la bestia” (1991), “Aladdin” (1992) o “El jorobado de Notre-Dame” (1996). Todos estos films tienen en común no solo que están hechos a la vieja usanza, sino que siguen una concepción tradicional del cuento de hadas. Dicho panorama sería puesto patas arriba con la irrupción de Pixar.

Pixar irrumpe en el medio con un film distinto, “Toy Story” (1995). Distinto porque relega la animación tradicional y apuesta abiertamente por la infografía, pero también distinto porque se decanta por un tipo de historias diferentes, historias no exentas de elementos de fantasía pero con un tratamiento más contemporáneo. No son ni mucho menos cuentos de hadas con una princesa en apuros y un príncipe dispuesto a rescatarla, y de hecho las historias que nos ofrece Pixar podrían encajar mejor en el concepto de buddy movies o películas de colegas (“Toy Story”, “Bichos”, “Cars”, “Buscando a Nemo”…). Los valores que nos muestra Pixar son igualmente tradicionales, pero no tan rancios como los que nos venía ofreciendo Disney hasta la fecha. Así pues con Pixar, Dreaworks, o la división de animación de la Fox, los cuentos de hadas dejan de tener cabida en esta nueva era del cine de animación. El último intento de Disney de recuperar la tradición de dichas historias y de la animación tradicional, “Tiana y el sapo” (2010), se saldó con un éxito discreto pese al innegable encanto de la cinta (John Lasseter, presidente de “Pixar” contribuyó en buena manera a favorecer un tratamiento más moderno de la historia y más asequible a nuevas generaciones). Tan solo “Enredados” (2011) y “Frozen” (2013) suponen una excepción a dicha tendencia en la que se tratan de recuperar las viejas historias de cuentos de hadas. Son muchos los factores que han contribuido al éxito de estos dos films: primero la apuesta por la infografía, relegando ya la animación tradicional al olvido; segundo el tratamiento moderno y humorístico de los personajes, especialmente los femeninos, que dejan de ser princesitas en apuros para convertirse en mujeres valientes, con carácter e incluso francamente divertidas; la incorporación de elementos de humor; y por último evitar cualquier referencia directa a los cuentos de hadas en el título, esquivando así cualquier posible rechazo inicial de un público que no está ya para historias a la vieja usanza; así “Rapunzel” se convierte en “Enredados” y “La reina de las nieves” de Andersen en “Frozen”.

Sin embargo, al mismo tiempo que se intenta recuperar los cuentos de hadas para el público familiar y el cine de animación, una tendencia distinta comienza a instalarse en el cine de imagen real. Posiblemente ni Tim Burton se esperaba el enorme éxito cosechado por su “Alicia en el país de las maravillas” estrenada en 2010. Dejando a un lado la falta de encanto que exhibe Burton a la hora de trasladar el nonsense carrolliano a la gran pantalla, no su incuestionable poderío visual, a su “Alicia” hay que atribuirle el mérito de iniciar toda una nueva corriente cinematográfica dispuesta a ofrecernos la puesta al día de los antiguos cuentos de hadas desde una perspectiva más adulta. A la “Alicia” de Burton le seguirán las Blancanieves de Rupert Sanders o de Tarsem Singh (“Blancanieves y la leyenda del cazador” y “Mirror. Mirror" respectivamente), la precuela del mago de OZ de Sam Raimi (“OZ. The great and the powerful”) o en  breve una nueva Cenicienta dirigida por Kenneth Branagh o  un nuevo Peter Pan (de título simplemente “Pan”) de Joe Wright. Antes de estas últimas llega a nuestras pantalla una puesta al día del cuento de la Bella Durmiente bajo el título de “Maléfica” y dirigida por Robert Stromberg.

Maléfica es sin duda alguna una de las creaciones más celebradas de la factoría Disney. Si bien la mayoría de los villanos Disney tienen rasgos caricaturescos y exhiben comportamientos extravagantes (con referentes tan ilustres como el Capitán Garfio, la simpar Cruella de Ville, la memorable Medusa de “Los rescatadores”, el Jaffar de “Aladin” o el Scar de “El rey león”), la Maléfica de “La bella durmiente” disneyana es de las pocas villanas que rompen dicha tendencia (junto a la madrastra de Blancanieves) y se presenta como un personaje elegante, embebido de una fría belleza y una aterradora malignidad.

“La bella durmiente” (1959) me parece no solo una de las cumbres del cine de animación de todos los tiempos, sino también una de las obras maestras indiscutibles que nos ha ofrecido Disney. Fue el primer film en exhibirse en formato panorámico, lo que contribuyó a aumentar su espectacularidad y permitió a sus animadores trabajar aún más en la profundidad de campo; pero también fue el primer film Disney que rompió con el estilo de la casa, más “suave” y “redondeado”, apostando por una simplificación del trazo y una estilización de las formas, haciéndolas más “angulosas” y por lo tanto incrementando el dramatismo de los personajes. En “La bella durmiente” se trabajó también con una paleta de colores mucho más rica, más amplia, resultando así en uno de los films de animación más bellos que se han visto en una pantalla de cine. Pero el tratamiento de la historia también fue un poco más allá: sin renunciar ni mucho menos a los elementos que configuran los tradicionales cuentos de hadas (aventura, romance, humor y finales felices), también se trabajó más en los elementos terroríficos de la trama. Y el personaje de Maléfica, elegantemente perverso, bellamente malicioso, contribuyó mucho a ello.

Este nuevo film de Robert Stromberg recupera la historia de la Bella Durmiente, pero nos la presenta desde una perspectiva completamente nueva. A sus guionistas no les interesan tanto la historia de Aurora como la de Maléfica y las motivaciones que la llevaron a actuar tal como lo hace. Así pues el hada malvada se convierte en protagonista absoluta de la cinta por obra y gracia de su director y de una Angelina Jolie que parece haber nacido para interpretar este personaje.

El problema es que al final la Jolie se convierte en el único elemento de interés de la cinta. Esta nueva versión del clásico de la Bella Durmiente tiene más de un elemento en común con la Alicia perpretada por Tim Burton: un diseño de producción espectacular, un predominio de la imagen digital, una quasi nula fidelidad a la obra original y un guión cuya calidad está muy por debajo del presupuesto invertido en la película. Y es que el guión de ambas cintas es de Linda Woolverton, y si en el film de Burton la guionista traicionaba por completo el espíritu extravagante y la celebración del absurdo que propone la obra de Lewis Carroll, construyendo el guión desde una lógica y una coherencia interna que terminaban por prostituir las posibilidades de la historia para hacerla digerible para el gran público, en esta "Maléfica" nos ofrece una bastardización de uno de los más logrados personajes de la Disney, despojandola de su maldad refinada y tratando de humanizar al personaje, con lo cual no hace sino destruirlo.

El film nos presenta al inicio una Maléfica que es el fondo es un espíritu positivo y trata de explicarnos las razones por las que se volvió malvada, aspecto que carece de interés por cuanto originalmente Maléfica es un personaje de naturaleza intrínsecamente diabólica (la guionista no se da cuenta de lo absurdo que resulta llamar "maléfica" a un personaje que es esencialmente bondadoso). Aceptando la progresión incial del personaje, éste gana puntos precisamente cuando se vuelve malvado, lo que permite a Angelina Jolie desplegar todo su potencial actoral ofreciendonos un retrato irónico y refinadamente diabólico del personaje. La mejor escena del film, dónde mejor está la actriz y dónde más bella aparece, es precisamente cuando ésta irrumpe en el bautizo de la princesa Aurora para proferir su maldición. Pero a partir de ese momento, cuando la guionista se empeña en demostrarnos que Maléfica también tiene su corazoncito, es cuando el personaje se diluye y pierde fuerza. Tanto el cuento clásico (cuya versión más popular es la de los hermanos Grimm, que no es sino una simplificación de la versión más elaborada de Charles Perrault) como la película de Disney (que toma elementos tanto de la versión del los Grimm como de Perrault) pueden resultar más convenionales en el tratamiento de la historia y de los personajes (que resultan algo maníqueos), pero también poseen un mayor empaque si entendemos que se trata de un clásico cuento de hadas. Resulta curioso que esta versión moderna acabe resultando mucho más cursi que la versión Disney estrenada en los años 50, y precisamente por culpa del tratamiento que recibe el personaje principal, al que se despoja del rasgo principal y más atractivo de su caracter (su maldad) para convertirlo primero en una suerte de hada benefactora y finalmente en una ridícula super-heroina a medio camino entre Catwoman y Hawkgirl. Del resto de actores poco que decir: Elle Fanning resulta empalagosa, Shartlo Copley interpreta su rol del rey Stephan sin convicción alguna, Sam Riley está completamente desaprovechado en su papel del cuervo Diaval, y las hadas que interpretan las por otro lado habitualmente eficaces Imelda Stauton, Juno Temple y Lesley Manville simplemente están ahí para hacer el tonto y aportar una innecesaria nota cómica. Al margen de eso se podría rescatar su diseño de producción, tan espectacular como poco original (no ofrece nada que no hayamos visto ya en la Alicia de Tim Burton o el OZ de Sam Raimi), la eficaz pero convencional partitura de James Newton Howard y los brillantes efectos especiales. Poco más.

A la postre lo más decepcionante del film es que dilapida por completo las enormes posibilidades que ofrecía el presentar una historia conocida desde el punto de vista del villano. Le falta garra, le falta originalidad, le falta ironía, le falta valentía.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Angelina Jolie desplegando todo su potencial como mala malísima. ¿Lo peor? La historia (cursi) y el guión.