sábado, 26 de abril de 2014

VOLAR... TAL VEZ SOÑAR...


Si preguntamos a cualquier persona, aficionado al cine o no, por el nombre de un genio de la animación, con toda probabilidad es casi seguro que el primer nombre que le vendrá a la cabeza es el de Walt Disney. Pero si hay un talento capaz de hacerle sombra al genio de Burbank ese es, también si duda, el del japonés Hayao Miyazaki.

A estas alturas no vamos a negar la aportación y la influencia de Disney en el género de la animación, aunque conviene recordar que Disney no ejerció nunca de director en ninguno de los largometrajes que produjo, siendo el primero de ellos "Blancanieves y los 7 enanitos", estrenado en 1937. Disney, sin embargo, ejerció un férreo control en todos los títulos que salieron de su factoría, un total de más de 650 títulos entre cortos y largometrajes, incluyendo no pocos rodados en imagen real, acumulando además un total de 22 premios Oscar de la academia en diferentes categorías. A lo largo de su trayectoría ha quedado patente que Disney concebía el cine de animación como un sofisticado medio de expresión artística, equiparable por completo al cine de imagen real, y nunca escatimó medios en lo referente a la innovación técnologica en el médio, siendo por ejemplo "Blancanieves" una de las primeras películas en utilizar la técnica del rostoscopio, técnica que permite calcar los dibujos de un fotograma de animación sobre otro rodado en imagen real, consiguiendo así un mayor realismo y naturalidad en el movimiento animado. Disney alcanzó cotas de perfección con "La bella durmiente", estrenado en 1959, el primer largometrage realizado en formato panorámico y sin duda uno de los más bellos de la factoría californiana.

Que Hayao Miyazaki siempre ha sentido admiración por Disney es algo que queda pantente desde los primeros trabajos en los que participó como diseñador y animador, "Heidi" y "Marco", que cosecharon un enorme éxito popular en su emisión televisiva en España. Si bien Miyazaki ha manifestado desde el inicio una ideología que marca cierta distancia con su homónimo americano. Allí donde Disney siempre expuso sus valores conservadores y su defensa a ultranza del american way of life, Miyazaki siempre ha puesto en relieve un talante humanista más universal, cuyos valores, siempre positivos, pueden facilmente ser asimilados por cualquier cultura. Hay en su obra un fuerte arraigo a la tradición y una defensa de la familia, pero no en el sentido más conservador de la ideología juedo-cristina, sino desde una perspectiva más abierta y liberal. Por otro lado en casi toda su obra se percibe una aferrada defensa de los valores ecológicos y del antimilitarismo, por bien que, de una manera un tanto contradictoria, Miyazaki pone de relieve a veces su fascinación por los aviones y por la maquinaria bélica de la 2ª guerra mundial. También es posible apreciar una defensa a ultranza del individuo por encima de su adhesión a cualquier colectivo social o político, y un tratamiento de la infancia completamente alejado del esquema paternalista y sobreprotector que se encuentra en los films de la Diseny. En los films de Miyazaki los niños son valientes, inteligentes, capaces de sobreponerse a las adversidades y por lo tanto de madurar y crecer. Si el algunos films de Disney se defiende la idea de "seguir siendo niño" como algo positivo (en "Peter Pan" por ejemplo), en las películas de Miyazaki, por el contrario, se pone incapié en la necesidad de madurar y alcanzar la edad adulta como paso inevitable para que el individuo alcance su completitud (en "El viaje de Chihiro" o en "El castillo ambulante de Howl"). Eso sí, hay una serie de constantes que se repiten en todas sus películas: su gusto exquisito por el detalle, su cuidada ambientación, el cariño que pone en la descripción de los personajes, el tratamiento luminoso del color, el apabullante perfeccionismo técnico de la animación, y muy especialmente el hecho de que sin importar el tema que trate, Miyazaki no tiene nunca la intención de hacer films para niños, sino películas que puedan ser apreciadas por públicos de todas las edades y condiciones.

Su último film, "El viento se levanta", se entrena precedido de cierta polémica. Polémica, en mi opinión, tan absurda como injusta. Por un lado se le acusa de no haber hecho un film familiar, sino un film para adultos, pero ya hay precedentes en su obra, como pueden ser "La princesa Mononoke" (quizás el más crudo y violento de su filmografía, pese a ser al mismo tiempo el que pone más el acento en los valores ecológicos) o incluso "Porco Rosso", aunque este último tenga un tono más amable. También se le ha acusado desde diferentes frentes de la ambigüedad de su posicionamiento idelógico. Desde occidente se le ha acusado de glorificar la construcción de una maquinaria bélica, mientras que en su própio país se le ha acusado de tratar de disculpar la participación del Japón en la 2ª guerra mundial. Críticas ambas decididamente estúpidas por cuanto el film no ofrece en ningún momento ningún posicionamiento moral, político o ideológico, sino que ofrece una visión objetiva de unos hechos históricos. Lo que se glorifica en el film de Miyazaki no es la construcción de un avión de guerra sino la postura de defender y perseguir un sueño hasta su consecución. "Los aviones son sueños" se dice en más de un momento del film, y también se expresa en boca de más de un personaje la tristeza y la decepción porque éstos sean utilizados para la guerra. Jiro, el protagonista del film, el ingeniero que concibió el famoso caza Zero japonés, en ningún momento expresa una postura concreta sobre el conflico bélico, al que el film alude por otro lado de forma un tanto tangencial, sino que lo único que quiere es "construir aviones hermosos". Ese es su sueño, por el cual luchará con todas sus fuerzas hasta lograr materializarlo. Los momentos de mayor realismo y crudeza no los invierte Miyazaki para mostrar los horrores de la guerra, sino para ilustrar el terremoto que asoló Tokyo en 1923 y que sumió al país en una fuerte crisis económica. Todo ello le sirve a Miyazaki para contextualizar la historia y situar a su personaje en un muy determinado marco histórico y socio-político, pero no para hacer una reflexión ideológica, sino para establecer un marco adecuado que le permite hacer una reflexión sobre la condición del creador, postura con la que Miyazaki se siente por completo identificado. En este sentido el personaje de Jiro no difiere tanto del Howard Roark interpretado por Gary Cooper en "El manantial", el (maravilloso) film de King Vidor de 1949.

No obstante hay ciertos reproches que se le podrían hacer a esta película: si bien por un lado es en las escenas oníricas en que Jiro se encuentra con el ingeniero italiano Caproni (con quién comparte un sueño, EL sueño de crear aviones hermosos) donde el film muestra sus mejores bazas, o es en las escenas del terremoto donde mejor pone de manifiesto todo su poderío visual, en los momentos en que la película trata de explicar la relación entre Jiro y Naoko es donde el ritmo titubea y dónde el interés decae. Estas secuencias pseudo-románticas resultan un tanto forzadas y están expuestas de forma algo fría y distante, pero acaso sirven para poner de relieve que para Jiro, el protagonista, por encima de todo está su apego a su sueño personal de crear aviones hermosos.

Miyazaki ha manifestado su retirada como director después de este film, que supone así su testamento cinematográfico, un bello canto del cisne que cierra una filmografía ejemplar y fascinante. Es imposible no manifestar cierta tristeza por su decisión. Nos quedarán no obstante obras imprescindibles como "Nausicaa", "Mi vecino Totoro", "Porco Rosso", "La princesa Mononoke", "El viaje de Chihiro", "El castillo ambulante de Howl", "Ponyo en el acantilado" o esta "El viento se levanta". Si además en calidad de productor y alma matter del estudio Ghibli todavía es capaz de ofrecernos obras del calibre de "Susurros del corazón" o "Arrietty y el mundo de los diminutos", podemos entonces respirar tranquilos.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Su derrolle de imaginación, tanto escénico como narrativo, y su innegable capacidad de fascinación. ¿Lo peor? Carece de la carga emocional de las mejores obras de Miyazaki, como "La princesa Mononoke" o "El viaje de Chihiro".

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