lunes, 22 de agosto de 2016

HASTA EL INFINITO

Con las películas de Star Trek me pasa algo parecido que con las de James Bond: no soy fan de la saga original, pero me gustan las recientes reformulaciones de la saga cinematográfica. En más de una ocasión he comentado que los films de la saga del agente 007 me parecen infantiles, pero que el “Casino Royale” dirigido por Martin Campbell en el 2006 no solo reavivó mi interés en la saga (que había perdido por completo desde mi adolescencia con la etapa protagonizada por Roger Moore), sino que me parece el mejor film de toda la historia de la saga Bond. Muchos fans acusaron ese reboot del personaje como una traición a las esencias clásicas del mismo, por estar influenciado en exceso por otra saga de espías mucho más reciente, la de Jason Bourne. Yo personalmente aprecié los intentos (para mí logrados) de reformular el personaje y su entorno, dotándolo de mayor crudeza y verosimilitud, alejándolo de la imagen de ‘super-espía’ y prescindiendo de los clichés y tópicos más evidentes de la serie: el Q entrañable, la Moneypenny florero, los gadgets ridículos, los villanos de opereta…. Por ese motivo me parece errado el camino emprendido por Sam Mendes en las últimas películas interpretadas (y muy bien) por Daniel Craig, intentando recuperar el sabor añejo de la serie, pues provoca por un lado una sensación de dejá vu, a la vez que tira por tierra algunos de los avances e innovaciones introducidos por Campbell.

En el caso de Star Trek mis sentimientos no son exactamente iguales, pero mi postura es similar. Aprecio, y mucho, el enfoque humanista que Gene Roddenberry quiso imprimirle a la serie de televisión, pero me repelen un tanto su ingenuidad y su punto de vista naif. Su tratamiento de los personajes es tan entrañable como plano, sin fisuras ni escalas de grises, y por lo tanto aburrido. De la primera adaptación cinematográfica de la saga dirigida por Robert Wise en el año 1979, un tanto a rebufo del éxito de “Star Wars”, conservo el recuerdo de los espectaculares efectos especiales de los genios Douglas Trumbull y John Dykstra, y de la majestuosa partitura musical del maestro Jerry Goldsmith. La siguiente entrega, “La ira de Khan”, está considerada por muchos como el mejor film de la saga, pero confieso que guardo de ella un recuerdo confuso, pues no la he vuelto a ver des de mi niñez, así como algunos de los films posteriores, incluidos los de la nueva generación.

Cuando J. J. Abrams aterriza en la saga para hacerse cargo de la dirección, lo primero que propuso es hacerle un ‘lavado de cara’ a la serie, algo que sentó mal a los fans más veteranos, pues consideraron (quizás con razón) que traicionaba la esencia de la misma y los ideales originales de Rodenberry. Abrams decidió ‘rejuvenecer’ a los protagonistas y potenciar el tono más aventurero de la saga, redundando en espectaculares escenas de acción y en un copioso despliegue de efectos especiales que, no obstante, estaban al servicio de la historia. Podría decirse que Abrams acercó Star Trek más al espíritu de otras sagas cinematográficas espaciales como Star Wars. No deja de resultar curioso que la jugada que tan bien le funciono con la saga trekie, no le haya dado iguales resultados en “El despertar de la fuerza”. Abrams se aproximó al universo trekie con un espíritu totalmente desprejuiciado, tratando de hacer suya la serie y los personajes. En este aspecto, el retrato de los personajes que hizo Abrams casi hace olvidar a los clásicos integrantes del Enterprise: dotó de humor y espíritu canalla a un James T. Kirk al que Chris Pine le otorga un atractivo que no posee el muy mediocre William Shatner; Zachary Quinto sale bien parado de la papeleta de dar vida a un Spock que, no obstante, no posee el carisma y la flema que aportaba el llorado Leonard Nimoy; Zoe Saldana hace más aguerrida y atractiva la Uhura interpretada por una Michelle Nichols de limitadas capacidades interpretativas; Anton Yelchin resulta mucho más entrañable en la piel de Chekov que Walter Koening; pero sobretodo donde la versión cinematográfica gana por goleada es con la presencia de Karl Urban y Simon Pegg, infinitamente más carismáticos (y divertidos) en sus respectivos papeles de McCoy y Scotty que DeForrest Kelley y James Doohan; respecto al personaje de Sulu hay que admitir que John Cho resulta bastante más soso que el entrañable George Takey.

Abrams dirigió las 2 primeras entregas de este reboot, con algún ligero tropiezo en su segunda aportación a la saga, “Into the Darkens”, que se beneficia de la presencia actoral de un Benedict Cumberbach que es infinitamente mejor actor que Ricardo Montalbán, pero cuyo Khan no posee la fuerza, sobre el guion, que el interpretado por el actor de origen mexicano.

Cuando surgió la propuesta de continuar la saga en un tercer film, Abrams le cedió la batuta en la dirección a Justin Lin, para trasladarse él mismo a otra saga tanto o más icónica, la de Star Wars. No deja de resultar irónico que su aporte en la saga ideada por Geroge Lucas haya resultado una de las más criticadas e insatisfactorias, ya que, al margen de decisiones argumentales controvertidas (matar al personaje de Han Solo), Abbrams se enfrentó a dicha saga con un exceso de reverencia y respeto que han terminado perjudicando el resultado, cuando en realidad le hubiese resultado más rentable hacer uso de la misma falta de prejuicios con los que afrontó su acercamiento a Star Trek.

El firmante de este “Beyond”, Justin Lin, que viene de la saga cinematográfica de “Fast & Furious” aporta mucho más nervio que su predecesor. Quizás demasiado, lo que provoca que algunas secuencias de acción acaben resultando demasiado confusas. Lin aporta un cierto espíritu macarra y ‘molón’ a la saga, lo cual estaría bien si no se hubiese olvidado de en qué serie está. También es cierto que Abrams le dejó a Lin los ‘deberes hechos’ y éste último no tiene por qué esforzarse demasiado en el retrato de personajes, perfectamente definidos en las dos entregas previas, e interpretados por un grupo de actores más que solventes. Quizás la mayor debilidad de la película la muestra precisamente en el retrato que ofrece del villano de turno, Krall, un personaje que comparte con sus predecesores en el papel el estar interpretado por grandes actores (Eric Bana en el papel de Nero, Benedict Cumberbach como Kahn y ahora Idris Elba dando vida a Krall) pero estar al mismo tiempo dibujado de manera un tanto esquemática esquemática.

Lo que no se puede negar de este “Star Trek. Beyond” es que entretiene, y que como blockbuster veraniego cumple con creces. Incluso se agradece que sus efectos especiales, sin duda una de las bazas fuertes del film, están al servicio de la película y no al contrario, como ocurre con otras propuestas recientes como el despropósito de “Escuadrón Suicida”. Se nota que Justin Lin, firmante, no lo olvidemos, de 3 de las entregas de “Fast and Furious”, prefiere rendirse al trabajo de los especialistas de acción que no al del departamento de efectos especiales.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Simon Pegg, siempre genial, y Karl Urban; lástima que no tengan secuencias juntos. ¿Lo peor? Por un lado, que se hayan olvidado de los valores humanistas que Gene Roddenberry imprimió a la serie de TV; por otro, el exceso de ‘molonismo’ de algunos momentos, como aquel en que detienen la invasión extraterrestre utilizando música punk-rock de los Beasty Boys, momento más propio de ‘Fast & Furious’ que no de Star Trek.

miércoles, 10 de agosto de 2016

LOS VILLANOS SON LOS HÉROES

En algún sitio he leído que comparaban este "Escuadrón suicida" de David Ayer con los "Doce del patíbulo"(1967) de Robert Aldrich, y en mi opinión esa comparación le viene grande al film de Ayer, porque si por algo destaca esta película es por el caos resultante en su montaje final, torpe, burdo y falto de un enfoque claro, en las antípodas de la concreción y la agilidad narrativa de la película de Aldrich.

La idea de convertir los villanos en héroes no carece de atractivo. Tomemos un puñado de villanos y crimianles de la peor calaña, sin intención de redención; atemoslos bien corto, controlemoslos a partir de sus debilidades o secretos inconfesables, o dicho de otra manera: 'los agarramos por los huevos'; finalmente lo que tenemos es un grupo carente de escrúpulos dispuesto a mancharse las manos en misiones 'sucias' que los héroes de toda la vida no serían capaces de llevar a cabo. Eso es lo que és, en ensencia, el Escuadrón Suicida.

Lamentablemente ni los guionistas del film, ni mucho menos los productores del mismo, han sabido entender lo que representa este grupo, cuya primera formación se componía de un conjunto de soldados indisciplinados durante la 2ª Guerra Mundial bajo el comando de Rick Flagg, y que ya en sus segunda encarnación, que debutaría en "Legends" de John Byrne, aparecen ya bajo su encarnación de 'supervillanos reformados' al servicio del gobierno.

Esa primera idea de transformar villanos en héroes pervive en la película de David Ayer, pero todo los demás es un despropósito sin sentido. "Escuadron Suicida" pretendía ser la respuesta de DC Entertaintment al "Deadpool" de Marvel Studios. Si esta última triunfó a pesar de un clasificación R (prohibida a menores de 17 que no vayan acompañados de un adulto) y pese a sus altas dosis de gore y violéncia, ¿porque no iba a hacerlo "Escuadrón Suicida"? Lamentablmente la mala (e injusta) recepción crítica y comercial de "Batman v Superman. El amanecer de la Justicia" amedrentó a los productores del film, que obligaron a rebajar el tono violento y oscuro del film, a rodar nuevas secuencias, a introducir más humor en la película, y a remontarla de nuevo potenciando un tono más jocoso. Al parecer ste segúndo montaje no convenció a la mayoría de espectadores en pases previos, así que el "Escuadrón Suicida" fué víctima de un tercer montaje que trataba que rescatar elementos tanto de la versión más oscura de David Ayer, como de la versión más blanda promovida por los productores. El resultado final es catótico, torpe, carente de enfoque y repleto de agujeros argumentales. Hay personajes que entran y salen de la trama de manera caprichosa, otros cuyo protagonismo ha sido limitado en beneficio de las estrellas principales (o sea: Will Smith), dando pie a personajes desdibujados o tratados de manera superficial. Pero quizás lo peor de todo sea el indigesto festival de efectos especiales en que se convierte el film en todas las escenas protagonizadas por la Encantadora.

La película pierde su sentido coral en el momento que quieres contar con una estrella del calibre de Will Smith, que impone su presencia en casi cada uno de los fotogramas del film. Para colmo de males, la estrella afroamericana no puede rebajarse a interpretar a un mero villano, así que impone su criterio con el objetivo de humanizar al personaje de Deadshot, acompañándolo de una hija que no existe en el cómic original. El problema no reside en que se inventen un personaje, el problema es el intentar dotar a Deadshot de sentimientos y 'motivaciones nobles', cargándose así el sentido original del grupo: los miembros del Escuadron Suicida son villanos curtido, sin escrúpulos; la gracia del grupo reside precisamente en que son auténticos villanos, pero si los dotamos de sentimientos nobles, nos cargamos precisamente la condición irónica de su concepción. A parte de que resulta francamente ridículo ver a lo que se supone es un asesino a sueldo dar clases a su niñita. Curiósamente es el Capitán Boomerang (interpretado por Jay Courtney) el personaje más mezquino, odioso (por su comportamiento cobarde e interesado) y desagradable (por su aspecto desaseado) del grupo, el más próximo al espíritu original de lo que debía ser el Escuadrón Suicida, y al mismo tiempo es uno de los personajes a los que menos atención se le presta en la película, después de una Katana (Karen Fukuhara) meramente anecdótica. Errores similares a los cometidos en el retrato de Deadshot son los que rodean la figura de Diablo (Jay Hernández), al que retratan con un individuo dominado por un fuerte sentimiento de culpabilidad y la neceisad de redención, es decir: más próximo a la definción de un héroe que no la de un villano (redimido o no). Por su parte el de la Encantadora (Cara Delevingne) es un personaje confuso, sin motivaciones claras, al que la actriz y modelo inglesa interpreta como si acabase de tomarse un cocktail de anfetaminas; mientras que Rick Flagg (Joel Kinnaman), que debería ser un lider carismático, acaba siendo un pelele desdibujado.

Solo dos personajes muestran claramente el carisma necesario para formar parte de este Escuadron Suicida: por un lado una expeditiva y contundente Amanda Waller, que gracias a la interpretación de Viola Davis, y también a algunos de los pocos aciertos en la escritura del guión, tiene algunas de las mejores secuencias y diálogos del film; por otro lado una Harley Queen que oscila entre la locura desatada y la inocencia infantil, y a la que una entregada e inspirada Margott Robbie aporta las necesarias dosis de desvergüenza y sex-appeal.

¿Y que podemos decir del El Joker? La versión macarra y embrutecida que se nos vendía en los diferentes trailers del film, acaba ocupando menos metraje del que se nos prometía. Su participación en la trama acaba siendo tangencial y bastante espaciada a lo largo del metraje, para desespero de un entregado Jared Leto que pese a ofrecernos una atractiva composición del personaje, no está a la altura de encarnaciones previas del mismo: ni resulta tan sardónico como Jack Nicholson ni tan inquietante como Heath Ledger.

No deja de ser una lástima que una idea y unos personajes tan atractivos no hayan fructificado en un film más sugerente. Cuando no aburre, "Escuadrón Suicida" irrita. Quizás alguna vez tengamos la  oportunidad de ver el montaje original de David Ayer y juzgar si su apuesta era más acertada que la que finalmente hemos sufrido en las salas de cine.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La selección de canciones de su banda sonora, que no la más convencional música incidental compuesta por Steven Price ¿Lo peor? Su caótica y desordenada puesta en escena y su torpe guion que no acierta con el tono que debería tener el film, frutos ambos del desencuentro entre director y productores.

DESPUES DEL COLAPSO

El director australiano David Michôd se dio a conocer con un muy estimulante largometraje, “Animal Kingdom”, de nuevo de actualidad gracias a la acertada adaptación televisiva producida por el canal TNT, y que traslada los escenarios australianos a los casi miméticos de la costa californiana. “Animal Kingdom” nos relataba el día a día de una curiosa familia disfuncional, un clan matriarcal dedicado al negocio familiar, y además del gran trabajo actoral (con Jacki Weaver a la cabeza) destacaba por la ágil puesta en escena de su director. A modo de inciso comentaré que su adaptación televisiva matiza y enriquece muchos aspectos de la trama ideada por Michôd, si bien es justo resaltar que su puesta en escena es bastante más convencional que la del film en que se inspira.
La siguiente apuesta cinematográfica de Michôd, “The Rover”, con fecha de producción 2014, aún no ha sido estrenada en nuestro país, y pasa a engrosar esa lista de films atractivos y muy estimulantes como el “Under the skin” de Jonathan Glazer, y que por caprichos de la (muchas veces) poco inteligente distribución cinematográfica en nuestro país, no han encontrado aún hueco en las salas exhibidoras de nuestro territorio.
La puesta en escena de este segundo largometraje de Michôd es, si cabe, mucho más potente que su anterior film, aunque su propuesta argumental resulta en esta ocasión bastante más criptica. La película arranca en una época y un lugar indeterminados del desierto australiano, en un momento citado como ‘después del colapso’ al inicio del film, sin aclararnos en ningún momento a qué tipo de colapso se refiere (¿un colapso financiero? ¿un conflicto bélico?), y arranca además con un personaje del cual por no saber no llegaremos ni a conocer nunca su nombre. Este protagonista de nombre desconocido se para en bar de carretera por motivos inciertos y poco después le roban el coche (el ‘Rover’ del título) un grupo de (aparentes) delincuentes que huyen de una situación igualmente desconocida (¿un robo? ¿un atraco? ¿una disputa entre bandas?), dejando atrás a uno de sus compañeros al que creen muerto. A partir de dicho incidente nuestro protagonista iniciará una persecución obsesiva por recuperar su coche, pero en ningún momento se nos van a dar explicación alguna de sus motivaciones o de las razones que le impulsan a querer recuperar su vehículo a cualquier coste.
Hay una clara intencionalidad por parte del director de retratar la crudeza del paisaje y como éste se refleja en los rostros de sus protagonistas. Michôd puebla su película de figurantes anónimos de evidente fealdad y de rasgos extraños, rudos. Rasgos que por otro lado están en perfecta consonancia con las actitudes que exhiben los diferentes personajes, siempre frías, dadas al gesto arisco y brusco, cuando no claramente violento. Incluso sus protagonistas principales, los habitualmente apuestos Guy Pierce y Robert Pattinson, son sometidos a un proceso de afeamiento. Así pues, al espectador se le niega cualquier opción de empatizar con ninguno de los personajes que pueblan el film, por lo que no le quedará más opción que ejercer de mero espectador del relato, sin tener suficiente información para juzgar a ninguno de sus protagonistas y tomar partido por ellos. “The Rober”, pues, renuncia expresamente a cualquier opción de ‘intelectualizar’ las historia que nos narra, convirtiéndose así en una película principalmente ‘sensorial’. Como mucho podría considerarse como una observación, que no análisis, del comportamiento humano, un relato ficticio, pero con una intención ‘cuasi-documental’, como si se tratase de uno de esos films de la National Geografic que observan in situ la vida salvaje. No hago esta observación con la intención de restarle valor al film, al contrario, pues es precisamente en su apuesta narrativa y argumental totalmente atípica donde reside uno de los mayores atractivos de esta película.
Michôd ha recurrido mayormente a actores noveles, reservando los papeles protagonistas a un trio de intérpretes solventes que sorprenden en roles bastante atípicos en sus respectivas carreras. A Robert McNairy le reserva un rol más secundario que acomete con eficacia, pero la sorpresa la dan Guy Pearce y Robert Pattison. Este último, en el papel de un personaje al borde de lo que podríamos definir como un ‘débil mental’, nos regala un recital de tics que sortea hábilmente el histrionismo más exasperante y que afortunadamente le sirven para llenar de matices su papel. Frente al festival gestual de Pattison, Pearce exhibe un ccontrolado hieratismo que en ningún momento hay que confundir con inexpresividad, y que estalla al final del film en un gesto contenido pero cuyos ojos vidriosos destilan pura emoción. Si el personaje de Pierce rehúye el contacto humano expresamente (tanto físico como verbal), el de Pattison, al sentirse abandonado por sus compañeros, busca desesperadamente alguien a quien atarse emocionalmente. Pattinson encontrará en Pearce esa suerte de padre-hermano-amigo que necesita, y el hecho de reconocer dicha necesidad llevará a Pearce a adoptar a Pattinson como a modo de ‘mascota’ a la que cuidar y de la que responsabilizarse, teniendo así un motivo que le permite aferrarse a una humanidad que está a punto de perder.
"The Rober" bien podría ser una lectura intelectualizada y en clave minimalista del "Mad Max" de George Miller. En esencia lo que describe es un (presunto) futuro apocalíptico y lo que trata de explicarnos es como se comporta el ser humano cuando ya no tiene absolutamente nada que perder. Sin embargo, lejos de cualquier ejercicio psicoanalítico o alegórico, destaca precisamente por la fisicidad de su puesta en escena (no tan alejada de la manera de hacer de Miller en la saga del 'Loco Max') y por su enfoque nihilista, que en cierto modo la hermana, por sensibilidad y tono, con "The road" (2009) de John Hillcoat, con la que formaría un curioso díptico en cuanto a tratado sobre la desesperación y la decadencia de la civilización moderna.
"The Rober", en parte western, en parte ciencia-ficción, en parte tragedia, no se adscribe a ningún género cinematográfico concreto, y precisamente por ello no es una película de fácil visionado (su feismo intencionado, su narrativa seca, su críptico argumento, que apenas aporta detalles que permitan al espectador comprender, mucho menos empatizar, con sus personajes...), pero no por ello carece de atractivos y su hipnótica puesta engancha durante su visionado.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Si uno se adentra en su argumento sin prejucios y dejándose llevar por lo que ve en pantalla, puede encontrarse con un film fascinante. ¿Lo peor? Quizás exija demasiado del espectador.

LA LEYENDA DE TARZAN

Muchas personas de mi generación crecimos viendo las películas de Tarzán en televisión. Aquellos viejos films en blanco y negro, interpretados por el otrora campeón olímpico Johnny Weismuler y Maureen O’Sullivan, que se emitían en las sesiones de sobremesa de los sábados por la tarde. Vistas hoy en día son películas que si por algo destacan es por su ingenuidad más que por sus valores cinematográficos intrínsecos. Poco tienen que ver con el original literario de Edgard Rice Bourroughs y los valores morales que exponen, claramente machistas cuando no levemente racistas, son harto discutibles. De hecho, el rol que se le reserva a la mujer (Jane) es bastante denigrante, supeditada siempre al macho, ejecutando habitualmente labores del hogar (Tarzán y Jane viven en una cabaña en los árboles con una serie de comodidades que para sí quisieran los Picapiedra), mientras que el macho, o sea: Tarzán, conserva su ‘pureza’ desde el inicio, sin ni siquiera rebajarse a dejarse tentar por la fémina; recordemos que la relación entre Tarzán  Jane en dichos films era siempre casta y pura, y que el famoso ‘hijo de Tarzán’ era el resultado de una ‘adopción’, pues Jane nunca llega a quedarse embarazada. Todo muy blanco, muy blando y muy apto para todos los públicos.
Así pues, en aquellos films las virtudes del ‘buen salvaje’ que, desde un punto de vista antropológico tratarían de explorar films como “El pequeño salvaje’ de Truffaut o “El enigma de Kaspar Hauser’ de Werner Herzog, son obviadas en beneficio de un tratamiento propio de film familiar.
No será hasta 1984, que nos encontraremos con un nuevo tratamiento cinematográfico del mito del ‘hombre mono’ digno de recuerdo, y sería con el fim “Greystoke. La leyenda de Tarzán” de Hugh Hudson. Sin embargo, también en esta película el director británico optará por ignorar las raíces pulp del personaje de Edgar Rice Borroughs, para regalarnos un film estéticamente bello, pero no carente de ciertas ambiciones antropológicas que a la postre acaban resultando banales por su tratamiento superficial. Cabe decir que la película se benefició de la habitual inexpresividad de su protagonista, el debutante Christophe Lambert, que luce palmito y resulta perfectamente creíble como salvaje, pero que no evita cierto ridículo cuando hace de ‘hombre mono’ o se limita a poner ‘cara de palo’ cuando trata de ejercer de lord inglés.
El último film del realizador británico David Yates, “La leyenda de Tarzán”, viene a sumarse al conjunto de films que han tratado de adaptar a la gran pantalla las aventuras del personaje creado por Rice Borroughs, y adolece de los mismos defectos que encontramos en las últimas entregas de la saga de Harry Potter dirigidas por este director, es decir: un montaje torpe y atropellado y una falta de concreción en el tono que debe adoptar el film. Viendo este nuevo Tarzán, al igual que ocurría con los últimos films del niño mago, uno tiene la impresión de que muchas escenas o bien quedaron en la sala de montaje o bien el director no sabía cómo concluirlas, restando fluidez a la narración y provocando en el espectador la sensación de que ‘algo falta’.
Alexander Skarsgard, da el tipo como héroe pulp, aunque es evidente que (supongo que forma intencionada) se ha buscado rehuir el realismo para ofrecer una imagen del hombre mono bastante más cercana al ideal ario, y por lo tanto al arquetipo del super-héroe. Si el Tarzán interpretado por Christophe Lambert era moreno, rudo, sucio y cuya fibra daba la impresión de haber sido atemperada por la vida salvaje, el de Alexander Skarsgard es rubio, limpio y con un cuerpo cincelado que más bien parece haber sido cultivado en un gimnasio moderno. Posiblemente esta versión de David Yates sea la más cercana al original literario y al noto pulp del mismo, pero fidelidad no implica necesariamente excelencia, y este nuevo Tarzán es no pase de ser un film entretenido, con momentos espectaculares, bonitos planos de evidente carga estética, pero torpe y burdo tanto en su realización como en su acabado final.
Por un lado, el abuso de los efectos digitales y la animación infográfica crea una sensación de falsedad en el producto final (algo tristemente habitual en muchos films actuales, como los recientes “Dioses de Egipto” o “Warcraft”). Por otro lado, el director se recrea a veces en exceso en planos de un esteticismo tan rebuscado como vacuo, queriendo buscar la belleza formal a la hora de contar una historia en imágenes, pero descuidando los efectos dramáticos de ese mismo esteticismo, que en este film son nulos y que solo obedecen a un intento de tratar de epatar al espectador.
Christophe Waltz comienza a encasillarse en su papel de villano vodevilesco, y su interpretación en este film no difiere mucho de las que nos habría ofrecido en “Malditos bastardos”, “Spectre” o incluso “Big Eyes”. A la postre acaba resultando un villano arquetípico, totalmente plano y falto de matices. Por otro lado, Margot Robbie es quizás quien ofrezca el mejor trabajo interpretativo, aunque también hay que reconocer que su limitado papel, a medio camino entre la damisela en apuros y la heroína aguerrida, ofrece pocas oportunidades para el lucimiento. Alexander Skarsgard es quién lo tiene más fácil: la suya es una interpretación meramente física que lo único que le exige es lucir palmito y abdominales en las escenas de acción, cosa que el actor sueco hace estupendamente, por mucho que al final acabe dando la impresión de estar viendo un anuncio de Calvin Klein
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Lo bonitos que lucen los paisajes selváticos africanos ¿Lo peor? Christopher Waltz, rozando involuntariamente el tono autoparódico, y el torpe montaje final del film.