domingo, 20 de septiembre de 2015

SENTIMIENTOS A SOTTOVOCE

Es obvio que una de las grandes herramientas de expresión con las que cuenta el teatro es, sin duda, la palabra. Y por eso mismo una de las mayores herramientas con las que cuentan los actores para transmitir al espectador todas las ideas, historias y sentimientos que encierra una obra es, precisamente, la voz. ¿Pero que ocurre cuando a un actor le quitas la voz? Éste tiene que recurrir a otros elementos de expresión y como podemos comprobar en la larga historia del cine mudo los más importantes son el rostro y el gesto. ¿Pero y si al actor le privas del gesto? En el teatro Noh japonés los actores actuan detrás de máscaras, por lo que la posibilidad de comunicar a través de la expresión facial les está vedada. Así pues lo que hacen es suplir esa falta con la modulación de la voz y la expresión corporal. Cuando eliminas un elemento de comunicación en el trabajo actoral, estos se ven obligados a suplirlo con otro tipo de herramientas de expresión. ¿Qué ocurre entonces cuando no es un elemento del que les obligas a prescindir, sino más de uno? ¿Qué pasa cuando a un actor le quitas la voz y además el gesto, cuando le obligas a actuar detrás de una máscara y además le vetas la palabra? Podría parecer que la capacidad de comunicar, de llegar al espectador, se ve considerablemente mermada, pero los actores de la compañía de teatro Kulunka, fundada en el 2010 en Euskadi, nos demuestran justo lo contrario.

Estos dias se pueden ven en Barcelona las últimas representaciones de la obra "André y Dorine" en el teatro Poliorama, obra que pa pasado por teatros de Nueva York, Londres, Buenos Aires, Estambul o Shangai con un indiscutible éxito de crítica y público. Resulta curioso que paises tan diferentes, con lenguas y culturas tan distintas, hayan comprendido y acogido la obra de igual manera. Hay dos elementos escénicos que caracterizan la obra de "André y Dorine": el primero que los actores actúan detrás de máscaras, máscaras con un aspecto entre caricaturesco y grotesco; el segundo que la obra es muda, no se pronuncia una sola palabra, y el espacio sonoro es cubierto por la música, que cede el protagonismo al silencio en los momentos precisos y en la proporción justa. Privados de la voz y la gestualidad facial a los actores no les queda más remedio que hacer uso de la expresión corporal, y lo hacen de una forma portentosa. Durante la representación a la que yo asistí, a mí, como al resto del público. lograron arrancarle/arrancarnos tantas carcajadas como lágrimas, y al final el público acabó/acabamos regalando una sonora y merecida ovación a los actores.

"André y Dorine" nos presenta a una singular y entrañable pareja de ancianos, él escritor y ella violoncecista, que han vivido una vida feliz y plena y han tenido un hijo, ya adulto, del cual reciben visitas ocasionales. En una de esas visitas Dorine, la anciana, sufre un lapsus de memoria y ello incita a su hijo a llevar a su madre a visitar a un médico. El diagnóstico es claro: ella sufre la enfermedad de Alzheimer. Es entonces cuando irrumpe el drama en la historia. André al principio se negará a reconocer la enfermedad de su mujer o darle importancia, pero poco a poco, a medida que la enfermedad avance y se hagan más graves y evidentes los lapsus de memoria de Dorine, André dará paso primero a la frustración, pero depués a la comprensión y al cariño. Todo eso, todos esos sentimientos de dolor, frustación o ternura, y muchos más, logran transmitirlos los actores con una capacidad pasmosa para llegar al espectador. No se menciona una sola palabra en los 80 o 90 minutos que dura la función, pero en todo momento el espectador sabe perfectamente lo que está ocurriendo.

Andre y Dorine son evidentemente los protagonistas de la historia, en la  cual también su hijo tiene un papel destacado, pero también otros personajes episódicos y más secundarios harán irrupción en el relato, y todos ellos son interpretados por el mismo conjunto de tres actores, Jose Dault, Garbiñe Insausti (fundadores de Kulunka Teatro) y Edu Cárcamo, que hacen un titánico esfuerzo en escena e incluso llegan a intercambiarse algunos roles sin que el espectador llegue a detectar fallo alguno de continuidad.

El tema del Alzheimer es un tema doloroso, algo realmente serio, y la obra en ningún momento rehuye el drama, pero logra atemperarlo introduciendo elementos de humor. De esta forma el espectador pasa de la lágrima a la carcajada de forma imprevista, pero natural, nunca forzada. En la primera escena en que se nos presentan a estos dos ancianos un poco cascarrabias que muestran todos los tics propios de la vejez y una larga convivencia en común, ya nos enamoramos de los personajes, que pese a todo resultan entrañables. Hay momentos una una comicidad impagable, como la visita al médico de Dorine o, sobre todo, los flashbacks en los que André recuerda el pasado: los momentos que los que conoció a Dorine, su primer encuentro sexual, la boda, el nacimiento de su hijo... Es en esos momentos cómicos cuando los actores ponen toda la carne en el asador y hacen uso de una prodigiosa gestualidad que, sin llegar nunca a resultar histriónica, logra arrancar carcajadas del público.


Pero también hay momentos dolorosos y tristes en la obra, como no podría ser de otra manera tratando el tema que trata. Y ahí los tres actores no están menos inspirados. Curiosamente, la obra tratar de desdramatizar el hecho de la enfermedad, atemperado el dolor con gestos humoristicos que resultan sutiles e incluso delicados. Y si bien el espectador ahí es plenamente consciente del drama y no puede reprimir una lágrima, ésta vendrá siempre acompañada de una  breve sonrisa. Incluso al final se atreven a suavizar la tragedia con un inesperado gesto cómico que es recibido por la platea con un aplauso.

A lo largo de la casi hora y media que dura la obra acompañaremos a André y Dorine en un singular viaje a través de los recuerdos. Lo que nos enseña "André y Dorine" es que para no olvidar quienes somos, debemos recordar quienes hemos sido; para seguir amando, debemos recordar como hemos amado. Son particularmente significativos los momentos en que Dorine trata de aferrarse a los recuerdos de un pasado que siente que se le escapa entre los dedos, y como André ayuda a su mujer a tratar de mantener vivo el recuedo de una vida que ha sido plena y feliz. Al final a lo que nos enfrentamos es a un ciclo vital inevitable: todos morimos de una manera u otra, y nuestra esperanza se reduce a alcanzar la vejez, y finalmente la muerte, de la manera más digna posible.

Una obra divertida, entrañable, dolorosa, emotiva, triste y tierna a la vez. Una obra que se caracteriza por utilizar un lenguaje expresivo innovador y arriesgado, y que pese a todo, o precisamente por ello, logra llegar a públicos de todas partes del mundo, de culturas y lenguas diferentes, con una facilidad pasmosa. Una obra imprescindible, recomendable y necesaria. Y gran parte del mérito y de las razones de su éxito lo tienen tres actores en estado de grácia.


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