EL GRAN BUDAPEST HOTEL
Dentro del panorama cinematográfico actual no son muchos los directores de los que realmente se pueda afirmar que tienen una visión auténticamente original del mundo que les rodea y de la forma en cómo se debe plasmar esa visión en un film. Y más desde que el otrora imaginativo Tim Burton, que parece ser que alcanzó el zénit de su carrera con “Eduardo manostijeras” allá por el 1990, permanece abonado a la cómoda (y rentable) postura de ilustrar universos ajenos y tratar de re-interpretarlos (normalmente con resultados fallidos) según su propia idiosincrasia creativa. Bastaría citar como ejemplos la “Alicia” de Lewis Carroll, “Charlie y la fábrica de chocolate” de Roald Dahl, el “Big Fish” de Daniel Wallace, el “Sweeney Todd” de Stephen Sondheim o el “Dark Shadows” televisivo de Dan Curtis.
Pero siempre es posible encontrar creadores que aún mantienen un espíritu libre y que son capaces de ofrecernos obras de arte al margen de cualquier convencionalismo o tendencia mayoritaria. Son gente como Michel Gondry, Spike Konze o Wes Anderson. Los tres tienen en común que ven el mundo desde una perspectiva muy diferente a la del ciudadano de a pie. Los tres incorporan elementos fantásticos u oníricos en su obra que hacen bascular entre la ficción y el realismo mágico. Los tres rechazan cualquier tipo de convencionalismo tanto desde un punto de vista formal como argumental. Los tres cimentan sus obras en un rico y matizado desarrollo de personajes. Los tres son capaces de extraer el máximo partido a los elementos formales que manejan para regalarlos un producto visualmente fascinante. Y los tres son, en definitiva, inclasificables.
También los tres nos han ofrecido en este 2013 sendas películas dignas de mención, visualmente arrebatadoras y llenas de vitalismo. Michel Gondry lo hizo con esa especie de golosina en forma de película que es “La espuma de los días”; Spyke Jonze nos regaló una de las mejores películas del 2013, la conmovedora y la vez ácida “Her”; y ahora Wes Anderson estrena este castillo de fuegos artificiales en forma de vodevil que es “El Gran Budapest Hotel”.
Para empezar, si hubiese un premio al mejor casting del año, éste se lo tendría que llevar el film de Anderson. Y es que tiene mérito ser capaz de reunir en un mismo film a Ralph Fiennes, Tilda Swinton, Tom Wilkinson, F. Murray Abraham, Saroirse Ronan, Adrian Brody, Willem Dafoe, Harvey Keitel, Jeff Goldblum, Léa Seydoux, Mathieu Amalric, Jude Law, Bill Murray, Edward Norton, Jason Schwartzman, Owen Wilson, Bob Balaban… Es cierto que en una película de carácter coral como ésta la mayoría apenas tienen espacio para el lucimiento, pero quién más y quién menos goza de su momento de gloria en el film. Sin embargo en medio de tan deslumbrante reparto, y sin desmerecer los divertidísimo roles que desempeñan Adrien Brody o Tilda Swinton por ejemplo, hay dos actores que destacan por encima de sus compañeros de reparto, aunque sea solo porque disfrutan de mayor número de minutos de presencia en pantalla. Me refiero naturalmente a un descacharrante Ralph Fiennes, que nos regala una divertidísima caracterización y nos demuestra un insospechado talento para la comedia, y el debutante Tony Revolori en su no menos divertido papel de Zero, el lobby boy de este Gran Budapest Hotel. Ambos están simplemente sublimes pero merece la pena prestar atención al entonado (nunca mejor dicho) trabajo que hace Fiennes con su voz (y su gesto) en este film.
Que Wes Anderson tiene muy buena mano para la dirección de actores es algo que viene demostrando desde los inicios de su carrera cinematográfica. Que además tiene un raro y fascinante talento para la puesta en escena, también. Cada plano, cada encuadre, cada movimiento de cámara de este “Gran Budapest Hotel” está minuciosamente cuidado y estudiado para ofrecernos una imagen epatante. Y es que todas las secuencias de este film ágil, dinámico y travieso son un auténtico festín para la vista.
Muchos tacharán su argumento de rocambolesco, absurdo, incomprensible, ridículo… Pero lo que nos está ofreciendo Wes Anderson es una comedia vodevilesca cuya única intención no es otra que divertir y entretener. Y yo francamente creo que lo consigue. La historia, por mucho que los continuos giros argumentales de su enrevesada trama nos despisten, atrapa gracias a la aguda e ingeniosa caracterización de sus personajes. Y además su fastuosa y barroca puesta en escena ayuda precisamente a hacer más digerible dicha trama. La dirección artística, el diseño de vestuario, el maquillaje, la puesta en escena e incluso la partitura bufa del siempre excelente Alexandre Desplat (que menudo año creativo lleva) se confabulan de manera perfecta para ofrecernos un producto cinematográfico que no puede definirse sino como obra de arte.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La capacidad de fascinación visual que transmiten cada una de las imágenes del film. ¿Lo peor? Que dicho poderío visual, por acumulativo, pueda producir cierto empacho en algunos espectadores.
NOÉ
Y hablando de directores con un universo personal, otro que también podríamos incluir en esta lista, si bien no alcanza las cotas imaginativas de los tres citados anteriormente, es Darren Aronofsky. Aunque conviene resaltar que Aronofsky es también un director que parece jugar al despiste con el eclecticismo que caracteriza su elección de proyectos cinematográficos.
No he visto ni “Pi” (su debut en el largometraje) ni “Réquiem por un sueño”, y confieso de “La fuente de la vida” me parece un tostón de película, por mucho que visualmente tenga algunos momentos realmente impactantes. Con “El luchador” se adentró en terrenos más realistas, aparentemente más convencionales, pero el resultado final es un film sólido, en buena parte gracias al estupendo trabajo interpretativo de Mickey Rourke. Después nos ofreció “Cisne negro”, su film más exitoso hasta la fecha, con el que se ganó el favor del público y de la crítica por igual. Para mi es su película más lograda hasta la fecha, un film poderoso en que Aronofsky establece un inquietante juego de luces y sombras, adentrándose en la psyche de su protagonista (una estupenda Natalie Portman) para regalar al espectador una intrincada trama especular sobre la obsesión en la que realidad y ficción se mezclan constantemente.
Tratar de llevar a la gran pantalla la epopeya bíblica de Noé y su arca era algo que parecía no encajar demasiado en la trayectoria artística de Aronofsky. Visto el resultado, por mucho que su director en el fondo lo que nos está haciendo es ofrecernos un blockbuster disfrazado de drama existencialista, sigue resultando sorprendente que Aronofsky se haya decantado por un proyecto de estas características. Esencialmente porque lo que prima en este film por encima de su discurso acerca de la fé, es su condición de cine espectáculo. Aronofsky se ha alejado conscientemente del discurso bíblico convencional y ha extraído sus referentes de textos apócrifos no reconocidos por la iglesia oficial. Detalles como la borrachera de Noé o su relación con Matusalem se citan en la biblia; personajes como Tubal Caín o los gigantescos Nephilim también aparecen en esos textos bíblicos apócrifos. Aronofsky ha cogido todos esos elementos dispersos para llenar las lagunas en torno a la historia del diluvio universal y construir así un relato coherente. Y al hacerlo se ha alejado intencionadamente del discurso religioso para construir un relato mitológico, más próximo a “El señor de los anillo” que al antiguo testamento. A no pocos grupos religiosos (cristianos, judíos y musulmanes) les ha molestado precisamente ese enfoque fantástico, y más aún por cuanto la imagen de Noé que nos ofrece la película se aleja por completo del retrato amable y bonachón que interpretó John Huston en su propio film de 1966, y en cambio nos muestra a un Noé atormentado, violento, hasta cierto punto integrista, que es capaz de convertirse en infanticida y asesinar a su propia descendencia en su obediencia ciega al Creador y su convencimiento de que la raza humana no merece/debe ser salvada.
El diluvio universal se relata en la Biblia (oficial) de manera bastante escueta y ello ha permitido a Aronofsky elaborar un relato más complejo y rico en detalles en el que la violencia cruda está presente, no solo en la supuesta descendencia de Caín, sino también en la propia familia de Noé, a la que el propio constructor del arca llega a tratar a veces incluso con desprecio. De hecho casi todos los personajes de esta historia están mostrados en el film de manera que nunca llegan a despertar las simpatías del espectador. El propio Noé, que en esencia es el único ser humano escogido por Dios para salvar a los inocentes, es retratado como un individuo oscuro, violento, capaz de matar a sus congéneres, incluso a su propia familia si llega el caso, por mantenerse firme en sus creencias. El único personaje sobre el que se nos ofrece un retrato positivo es la esposa de Noé, que aparece retratada como una especie madre coraje compasiva y a la vez fuerte, fiel ante todo a su esposo, por el que muestra un profundo respeto, y sus hijos.
Pero en medio de todo ello la presencia de los Nephilim, ángeles caídos repudiados por el Creador cuando decidieron ayudar a la humanidad y transformados para su castigo en gigantes de piedra, desconcierta más que incomoda, pues son el elemento que más se aleja de la tradición bíblica y el que ofrece mayor adhesión a un género, el fantástico, en el que de forma intencionada o inconsciente, Aronofsky parece adscribir su último film. También hay momentos bellamente ilustrados (los sueños de Noé acerca de la llegada del diluvio, o el relato que hace del Génesis, que parece querer aunar las teorías darwinistas con la metáfora de la creación divina), otros espectaculares (los animales llegando al arca) y algunos de enorme fuerza dramática (aquel en que vemos a los últimos supervivientes de la raza humana aferrándose inútilmente a un roca a punto de ser engullida por las olas, mientras al lado Noé escucha impertérrito en el interior de su arca los gritos agonizantes de socorro). Pero también se echa en falta cierto arrojo en su discurso sobre la fe; toda la presunta exploración acerca de la fe de Noé, de su postura firme en cuanto a la defensa de sus creencias por encima de cualquier tipo de valor humanista, se queda en mera anécdota argumental para justificar un drama, el enfrentamiento de Noé y Tubal Caín, que es lo menos interesante del film.
En conjunto este “Noé” de Darren Aronofsky es un film poderoso y bien filmado, y si uno es capaz de dejar a un lado sus creencias personales también es una película francamente entretenida. Siempre que uno no pierda de vista que, en el fondo, solo estamos viendo una ficción.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La potencia visual de sus momentos más fantásticos. ¿Lo peor? Que Aronosky se haya domesticado y no muestre más arrojo en su discurso acerca de la fe, limitándose a ofrecernos un mero blockbuster. Sofisticado, sí, pero blockbuster a fin de cuentas.
Este blog empezó siendo una especie de diario personal. Luego empecé a hablar comics, de teatro, de literatura fantástica, y sobretodo de cine, mucho cine. Al final se ha acabo convirtiendo en un compendio de reseñas y "estudios" de temas diversos, casi siempre relacionados con el 7º ARTE
miércoles, 30 de abril de 2014
ON PARLE FRANÇAIS
Los dos films que comentaré a continuación tienen 3 cosas en común: están hablados en francés, poseen una fuerte carga erótica y cuentan con un imaginativo cartel cinematográfico. Y ahí desaparecen todas las coincidencias
LA VENUS DE LAS PIELES
El último film de Roman Polanski adapta libremente una obra del escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch, una obra escrita en 1870 y vinculada a una serie inacabada de novelas divididas en 6 temáticas. "La venus de las pieles", la más famosa, era la obra que Sacher-Masoch dedicó al tema del amor. Amor, deseo, lujuria y castigo se confunden en dicha obra y fué tal el escándalo que suscitó y la popularidad que alcanzo que se acuñó el termino masoquismo en honor a su autor y el tipo de relación que él describe en su obra, basado en sus propias experiencias personales.
En realidad el guión de Polansky no adapta directamente la obra de Sacher-Masoch, sino que adapta la re-interpretación que hizo David Ives de dicho libro en forma de obra teatral y en la que a su vez introduce elementos biográficos relativos a las experiencias personales del escritor. El argumento no puede ser más ingenioso: una aspirante a actriz, que comparte el mismo nombre que la protagonista de la obra, Vanda, se presenta para una audición para conseguir el papel; el director y autor de la adaptación, Thomas, al principio es reacio a acceder a las peticiones de la actriz, que llega tarde a la audción, y se comporta de forma vulgar, escandalosa y un tanto grotesca. Pero cuando lo hace descubre un caracter muy más sutil, refinado y sofisticado en ella, y se da cuenta de que puede interpretar a Vanda a la perfección. Se establece entonces un juego sensual de dominación y poder en que los roles se confunden: la actriz y el personaje de Vanda por un lado, el director Thormas y el personaje masculino de la obra de Masoch, por otro. Vanda juega con Thomas hasta tal punto que éste se deja seducir y dominar por ella. Así pues el juego de dominación que estable la obra literaria, en el que Severin, un hombre que solo es capaz de experimentar la sensualidad a través del dolor y la humillación, pervierte y corrompe a Vanda, se invierte en la obra teatral cuando la Vanda real culmina su juego humillando a Thomas en lo que no es sino una venganza del genero femenino sobre los arquetipos masculinos de dominación machista.
El texto de Ives es ingenioso, atrevido y repleto de diálogos memorables, y lo Polansky lo ha adaptado de manera inteligente, jugando hábilmente con la confusión que establece la obra entre los diferentes roles. El texto de Ives introduce referentes biográficos (el juego de roles ama-criado al que se somete el protagonista en realidad está extraído de una anécdota real del propio Masoch) de los que se sirve a su vez para establecer un hábil juego de espejos entre realidad y ficción, y en su final nos ofrece una inesperada y atrevida inversión de papeles: el dominado acaba humillado y la presunta víctima acaba resultado triunfante en el juego de la dominación.
Polansky ha sabido extraer todo el jugo a la ingeniosa obra de David Ives, contando tan solo con dos actores y un escenario único: un teatro vacio en el que se mueven director y actriz. Y a pesar de ello Polansky logra que el film nunca de la impresión de teatro filmado. Juega con los encuadres, lo movimientos de cámara, la iluminación y la dirección escécnica de tal manera que pese a la aparente sencillez de la propuesta (desde un punto de vista meramente escénico) nos ofrece un producto 100% cinematográfico.
Pero todo ello quedaría en un mero intento fallido de no haber contado con dos actores en estado de gracia: tanto Emmanuelle Seigner como Mathieu Amalric están simplemente sobervios en sus papeles. La Seigner da muestras de gran actriz al combinar su doble papel de Vanda real (vulgar, gesticulante, un punto hortera...) y Vanda ficticia (sensual, sutil, delicada...) y hacer que las rápidas transiciones entre una y otra resulten completamente creibles. Amalric por su parte crea un personaje lleno de matices, riquísimo, que evoluciona a lo largo de la obra desde su pragmatismo inicial a la humillación final, cuando seducido y confundido por ambas Vandas (la real y la ficticia) a las que no es capaz de separar, el mismo se transforma en su propia visión de Vanda, idealizada y corrompida al mismo tiempo.
Y una mención especial para la partitura de Alexandre Desplat, colaborador habitual de Polansky, que nos regala una partitura sencillamente fascinante que bascula sobre un tema principal del que el autor nos ofrece diferentes variaciones (a veces sensual, a veces grotesco, a veces romántico...) para reflejar los diferentes cambios de humor y de roles de los protagonistas.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La dirección de Polansky, el texto de Ives y los actores, simplemente sublimes. ¿Lo peor? Nada.
EL DESCONOCIDO DEL LAGO
Escrita y dirigina por Alain Guiraudi, "L'inconnu du lac" podría parecer la respuesta masculina a "La vie d'Adèle" por cuando donde aquella nos mostraba sin tapujos los detalles de una relación lesbica, ésta hace lo propio con el sexo homosexual. Pero dejando a un lado que ambas películas muestran (quizás de forma innecesariamente explícita) los pelos y señales del sexo entre individuos del mismo género, nada más tienen en común ambos films.
"La vida de Adele" giraba esencialmente en torno al desubrimiento del amor y el sexo por parte de un adolescente que descubre a muy temprana edad su condición de lesbiana. Al margen de la forma explícita en como el film ilustra los encuentros sexuales de su protagonista, aspecto que a la postre acaba resultando más anecdótico que otra cosa, el film también hacía incapié en la descripción de los diferentes caracteres y las relaciones que se establecían entre ellos. Vemos la vida a través de los ojos de Adele: su propia aceptación, el descubrimiento, del sexo, el primer amor, la vida de pareja, el desengaño, el desencuentro, el abandono... "La vida de Adele" nos mostraba el recorrido vital de su protagonista, en cambio este "El desconocido del lago" adopta una postura radicalmente opuesta.
La película se centra en un escenario único: las orillas de un lago frecuentado por homosexuales donde se practica el crusing, es decir: el flirteo y el encuentro sexual al aire libre. En dicho lago Frank observa al desconocido del título y se siente atraído por él hasta el punto del enamoramiento. Hasta que un día le obseva cometer un asesinato: el desconocido ahoga en el lago a su supuesta pareja.
El film nunca abandona el escenario del lago. Siempre vemos a sus protagonistas llegar y marcharse. Nada sabemos de la vida que llevan fuera de ese escenario más allá de algunos pequeños detalles que podemos entreveer en algunas de sus conversaciones. Algunos críticos han querido ver una intención voyerisica en el film, pero los hechos y los personajes están observados con tal desapasionamiento que uno más bien tiene la sensación de estar viendo un documental de la National Geographic. Las escenas de sexo, algunas muy explícitas, están rodada con intención cuasi-documental, y por lo tanto desprovistas por completo de emoción y sensualidad. Observar como follan los protagonistas de esta película es como ver un par animales apareándose en un documental de la 2.
También algunos críticos han querido ver la elaboración de algún tipo de mcguffin hitchcockniano en el asesinato cometido por el desconocido. Frank es consciente de que Michel (el nombre del desconocido) ha cometido un crimen, pero no puede evitar enamorarse del él. Cuando se descubre el cadaver y se inicial las pesquisas policiales Frank se siente en cierta forma amenazado. Es a partir de esta anecdota donde el film podría haber ganado interés, pero de nuevo su director ilustra los hechos con excesiva frialdad, hasta tal punto que es imposible empatizar con ninguno de los personajes, todo lo contrario que ocurre con "La vida de Adele". Es una lástima que no haya sabido sacarle mayor partido al único elemento del film capaz de erigirse en detonante del drama.
Hay que concecerle al film el mérito de saber narrar una historia con una desarmante naturalidad y cierto deparpajo, pero también hay que reprocharle la falta de pasión, de drama e incluso de humor. La presencia del detective que trata de resolver el misterio en torno al cadaver hayado en el caso roza a veces lo ridículo sin ni siquiera ser capaz de lograr una sonrisa en el espectador.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El tono naturalista del film, que le permite observar los hechos sin emitir juicio moral alguno. ¿Lo peor? Aburre. Y mucho.
LA VENUS DE LAS PIELES
El último film de Roman Polanski adapta libremente una obra del escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch, una obra escrita en 1870 y vinculada a una serie inacabada de novelas divididas en 6 temáticas. "La venus de las pieles", la más famosa, era la obra que Sacher-Masoch dedicó al tema del amor. Amor, deseo, lujuria y castigo se confunden en dicha obra y fué tal el escándalo que suscitó y la popularidad que alcanzo que se acuñó el termino masoquismo en honor a su autor y el tipo de relación que él describe en su obra, basado en sus propias experiencias personales.
En realidad el guión de Polansky no adapta directamente la obra de Sacher-Masoch, sino que adapta la re-interpretación que hizo David Ives de dicho libro en forma de obra teatral y en la que a su vez introduce elementos biográficos relativos a las experiencias personales del escritor. El argumento no puede ser más ingenioso: una aspirante a actriz, que comparte el mismo nombre que la protagonista de la obra, Vanda, se presenta para una audición para conseguir el papel; el director y autor de la adaptación, Thomas, al principio es reacio a acceder a las peticiones de la actriz, que llega tarde a la audción, y se comporta de forma vulgar, escandalosa y un tanto grotesca. Pero cuando lo hace descubre un caracter muy más sutil, refinado y sofisticado en ella, y se da cuenta de que puede interpretar a Vanda a la perfección. Se establece entonces un juego sensual de dominación y poder en que los roles se confunden: la actriz y el personaje de Vanda por un lado, el director Thormas y el personaje masculino de la obra de Masoch, por otro. Vanda juega con Thomas hasta tal punto que éste se deja seducir y dominar por ella. Así pues el juego de dominación que estable la obra literaria, en el que Severin, un hombre que solo es capaz de experimentar la sensualidad a través del dolor y la humillación, pervierte y corrompe a Vanda, se invierte en la obra teatral cuando la Vanda real culmina su juego humillando a Thomas en lo que no es sino una venganza del genero femenino sobre los arquetipos masculinos de dominación machista.
El texto de Ives es ingenioso, atrevido y repleto de diálogos memorables, y lo Polansky lo ha adaptado de manera inteligente, jugando hábilmente con la confusión que establece la obra entre los diferentes roles. El texto de Ives introduce referentes biográficos (el juego de roles ama-criado al que se somete el protagonista en realidad está extraído de una anécdota real del propio Masoch) de los que se sirve a su vez para establecer un hábil juego de espejos entre realidad y ficción, y en su final nos ofrece una inesperada y atrevida inversión de papeles: el dominado acaba humillado y la presunta víctima acaba resultado triunfante en el juego de la dominación.
Polansky ha sabido extraer todo el jugo a la ingeniosa obra de David Ives, contando tan solo con dos actores y un escenario único: un teatro vacio en el que se mueven director y actriz. Y a pesar de ello Polansky logra que el film nunca de la impresión de teatro filmado. Juega con los encuadres, lo movimientos de cámara, la iluminación y la dirección escécnica de tal manera que pese a la aparente sencillez de la propuesta (desde un punto de vista meramente escénico) nos ofrece un producto 100% cinematográfico.
Pero todo ello quedaría en un mero intento fallido de no haber contado con dos actores en estado de gracia: tanto Emmanuelle Seigner como Mathieu Amalric están simplemente sobervios en sus papeles. La Seigner da muestras de gran actriz al combinar su doble papel de Vanda real (vulgar, gesticulante, un punto hortera...) y Vanda ficticia (sensual, sutil, delicada...) y hacer que las rápidas transiciones entre una y otra resulten completamente creibles. Amalric por su parte crea un personaje lleno de matices, riquísimo, que evoluciona a lo largo de la obra desde su pragmatismo inicial a la humillación final, cuando seducido y confundido por ambas Vandas (la real y la ficticia) a las que no es capaz de separar, el mismo se transforma en su propia visión de Vanda, idealizada y corrompida al mismo tiempo.
Y una mención especial para la partitura de Alexandre Desplat, colaborador habitual de Polansky, que nos regala una partitura sencillamente fascinante que bascula sobre un tema principal del que el autor nos ofrece diferentes variaciones (a veces sensual, a veces grotesco, a veces romántico...) para reflejar los diferentes cambios de humor y de roles de los protagonistas.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La dirección de Polansky, el texto de Ives y los actores, simplemente sublimes. ¿Lo peor? Nada.
EL DESCONOCIDO DEL LAGO
Escrita y dirigina por Alain Guiraudi, "L'inconnu du lac" podría parecer la respuesta masculina a "La vie d'Adèle" por cuando donde aquella nos mostraba sin tapujos los detalles de una relación lesbica, ésta hace lo propio con el sexo homosexual. Pero dejando a un lado que ambas películas muestran (quizás de forma innecesariamente explícita) los pelos y señales del sexo entre individuos del mismo género, nada más tienen en común ambos films.
"La vida de Adele" giraba esencialmente en torno al desubrimiento del amor y el sexo por parte de un adolescente que descubre a muy temprana edad su condición de lesbiana. Al margen de la forma explícita en como el film ilustra los encuentros sexuales de su protagonista, aspecto que a la postre acaba resultando más anecdótico que otra cosa, el film también hacía incapié en la descripción de los diferentes caracteres y las relaciones que se establecían entre ellos. Vemos la vida a través de los ojos de Adele: su propia aceptación, el descubrimiento, del sexo, el primer amor, la vida de pareja, el desengaño, el desencuentro, el abandono... "La vida de Adele" nos mostraba el recorrido vital de su protagonista, en cambio este "El desconocido del lago" adopta una postura radicalmente opuesta.
La película se centra en un escenario único: las orillas de un lago frecuentado por homosexuales donde se practica el crusing, es decir: el flirteo y el encuentro sexual al aire libre. En dicho lago Frank observa al desconocido del título y se siente atraído por él hasta el punto del enamoramiento. Hasta que un día le obseva cometer un asesinato: el desconocido ahoga en el lago a su supuesta pareja.
El film nunca abandona el escenario del lago. Siempre vemos a sus protagonistas llegar y marcharse. Nada sabemos de la vida que llevan fuera de ese escenario más allá de algunos pequeños detalles que podemos entreveer en algunas de sus conversaciones. Algunos críticos han querido ver una intención voyerisica en el film, pero los hechos y los personajes están observados con tal desapasionamiento que uno más bien tiene la sensación de estar viendo un documental de la National Geographic. Las escenas de sexo, algunas muy explícitas, están rodada con intención cuasi-documental, y por lo tanto desprovistas por completo de emoción y sensualidad. Observar como follan los protagonistas de esta película es como ver un par animales apareándose en un documental de la 2.
También algunos críticos han querido ver la elaboración de algún tipo de mcguffin hitchcockniano en el asesinato cometido por el desconocido. Frank es consciente de que Michel (el nombre del desconocido) ha cometido un crimen, pero no puede evitar enamorarse del él. Cuando se descubre el cadaver y se inicial las pesquisas policiales Frank se siente en cierta forma amenazado. Es a partir de esta anecdota donde el film podría haber ganado interés, pero de nuevo su director ilustra los hechos con excesiva frialdad, hasta tal punto que es imposible empatizar con ninguno de los personajes, todo lo contrario que ocurre con "La vida de Adele". Es una lástima que no haya sabido sacarle mayor partido al único elemento del film capaz de erigirse en detonante del drama.
Hay que concecerle al film el mérito de saber narrar una historia con una desarmante naturalidad y cierto deparpajo, pero también hay que reprocharle la falta de pasión, de drama e incluso de humor. La presencia del detective que trata de resolver el misterio en torno al cadaver hayado en el caso roza a veces lo ridículo sin ni siquiera ser capaz de lograr una sonrisa en el espectador.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El tono naturalista del film, que le permite observar los hechos sin emitir juicio moral alguno. ¿Lo peor? Aburre. Y mucho.
domingo, 27 de abril de 2014
SOBRE HÉROES Y PELIS...
En una entrada anterior de este blog ya comentaba como el cine de superhéroes se está convirtiendo en un sub-género cinematográfico por derecho propio. También analizaba como el cine había enfocado la definición del mito superheroico desde diferentes ángulos: psicológicos, sociopolíticos, éticos, mitológicos... así que no me extenderé más en ese tema.
Visto hoy en día, de las dos grandes editoriales americanas en lo que a producción superheroica se refiere, Marvel y DC, la que se está llevando el gato al agua es sin duda la primera, pues, dejando a un lado logros artísticos, es Marvel quién está consiguiendo situar el grueso de su producción comiquera en la gran pantalla, mientras que de momento DC solo lo ha logrado con sus dos máximos iconos: Superman y Batman (obviemos por favor aquella tontería de Green Lantern interpretada por Ryan Reynolds). Muchos de los personajes del Universo Marvel han aterrizado ya en la gran pantalla, y en un futuro no muy lejano la familia superheroica marvelita se irá incrementando. Hasta la fecha, apartanto pon un momento a la primera familia marvelita, es decir: los 4 Fantásticos, son 3 las franquicias sobre la que se sustenta la invasión cinematográfica de los comics Marvel: Los Vengadores, producida desde Marvel Studios (o sea: Disney), los X-Men, auspiciada por la Fox, y Spider-man, en manos de Columbia (entiéndase: Sony).
Cuando saltó la noticia (bomba) de la compra de Marvel Comics por parte de la Diseny Company, todos los aficinados esperaban que se harían ciertas concesiones y se suavizaría el contenido de sus productos para llegar a un público mucho más amplio (es decir: un público esencialmente familiar). Afortunadamente no ha sido así y curiosamente las adaptaciones cinematográficas de los Vengadores son las que mejor han captado el espíritu de los comics originales y las que artísticamente han alcanzado cotas más altas. Por mucho Bryan Singer que estuviese detrás de la direción y/o la producción de los films inspirados en los X-Men, solo 2, la secuela de primer (y muy sobrevalorado) "X-Men", dirigido por el propio Synger, y los "X-Men: Primera generación" puestos en escena por Matthew Vaughn, son dignos de mención. En el caso de los Vengadores la estrategia comercial seguida por Marvel Studios no puede calificarse sino de ejemplar, pues, de nuevo al margen de los logros artísticos de cada uno de los films que componen la franquicia, han sabido entretejer un universo cohesionado y coherente a imagen del de los cómics en que se inspiran, y todo ello gracias a inteligente y hábil uso de numeros cameos, guiños y referencias que se hacen unos films a otros, permitiendo a la vez el trasvase de algunos personajes entre los diferentes film. Así pues la Viuda Negra (a la que da vida Scarlet Johanson) que debutó en "Iron Man 2" se convierte en la partenaire de Steve Rogers en "Capitán América. El soldado de invierno", de la misma manera que Nick Fury (aka Samuel L. Jackson) aparece en casi todos los films de la franquicia actuando de nexo de unión.
CAPITAN AMÉRICA. EL SOLDADO DE INVIERNO
El primer Capitán America dirigido por un artesano competente como es Joe Johnston era un film correcto y bien acabado que narraba el origen del personaje y que ponía el acento en el tono aventurero, muy en la línea de los clásicos films bélicos que producía Hollywood en los años 50 o 60. En esta secuela dirigida por los hemanos Russo se da un paso adelante en cuanto al tratamiento del personaje. Un tipo que viste la bandera americana y que posee una innegable carga simbólica da pié a numerosas lecturas políticas, y más en el actual clima de paranoia antiterrorista que se vive en los Estados Unidos. "Capitán América. El soldado de invierno", siendo un film espectacular y sumamente entretenido, en el que además hay un buen desarrollo de los personajes (se nota que Chris Evans disfruta interpretando al Capitán, y Scarlet Johanson goza en esta ocasión de un más complejo desarrollo de su Viuda Negra), se hace una inesperada reflexión acerca del uso de la fuerza bélica como elemento de agresión preventivo y se establece un jugoso paralelismo entre el grupo terrorista Hydra y los fundamentalismos políticos (no hablo de fundamentalismo religioso) que tratan de imponernos la ola de conservadurismo sociopolítico que cada vez está ganando mayor auge en Estados Unidos y en Europa. Toda esa carga política está muy bién ejemplificada en el film en el ambiguo y taimado personaje que interpreta un espléndido Rober Redford. A la postre lo que tenemos es un film que entretiene (y mucho) al mismo tiempo que invita a la reflexión.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Su ritmo incesante, y su enérgica puesta en escena. ¿Lo peor? Ya puestos a poner el acento en el entramado político de su argumento, ¿porqué no arriesgarse e intentar ir un poco más lejos?
SPIDERMAN. EL PODER DE ELECTRO
Pero sin bien esta secuela del Capitán América logra superar los modestos logros de su predecesora, la secuela del reboot de Spider-man, "Amazing Spider-man 2. El poder de Electro", dirigida igual que la anterior por Marc Webb, repite e incluso incrementa los errores del film precedente. No negaré que Andrew Garfield compone un Peter Parker perfecto (mucho más entonado que el de Tobey Maguire... por más que algunos mohínes de Garfield resultan harto irritantes), ni tampoco la química existente entre él y Emma Stone, que además da vida a una Gwen Stacy más cercana a su imagen en los comics de lo que lo fué la muy sosa Mary Jane Watson de Kirsten Dunst. Pero ahí se acaban los aciertos del film.
Si bien éste posee algunos momentos realmente espectaculares para el lucimiento del departamento de efectos especiales (la escena en Times Square o muy especialmente la batalla en la central eléctrica), el guión adolece de demasiadas lagunas y carga las tintas en exceso en el personaje de Peter Parker/Spider-man, dejando al resto bastante desdibujados. Añadámosle a este guión fallido el hecho de que la relación entre Peter y Harry Osborne no resulta en ningún modo creíble, que el descenso al lado oscuro de este último y su conversión en el ¿Duende Verde? (nunca llega a mencionarse su nombre) resulta ridícula, que la caracterización de James Fox como el excesivamente nerd Max Dillon es irritante, del mismo modo que sus motivaciones para convertirse en el villano Electro son pueriles y absurdas, que la desaprovechada presencia de Norman Osborne (el original Duende Verde) acaba siendo decepcionante, que la evolución del personaje de Gwen, que lo mismo en una biologa molecular que una experta en electricidad, es completamente inverosimil, que los constantes vaivenes en la relación amorosa entre Peter y Gwen terminan por resultar cargantes, que la presencia de Paul Giamatti como el villano Rhino es tan anecdótica como innecesaria, como innecesaria es la presencia del Duende Verde en un intento de alargar aún más el film... Así podríamos continuar buscando inconsistencias, incoherencias o fallos en un film que está repleto de ellos, que carece de ritmo, de un argumento sólido y de un desarrollo coherente de sus personajes. Tan solo el inesperado destino de uno de los personajes principales (elemento que está presente en los cómics clásicos de Spider-man pero que nadie se esperaba que su director se atreviese a trasladar a la pantalla grande) aporta la necesaria carga dramática que el film está pidiendo a gritos prácticamente desde su inicio.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Los efectos especiales, para que negarlo. ¿Lo peor? Todo lo demás.
Visto hoy en día, de las dos grandes editoriales americanas en lo que a producción superheroica se refiere, Marvel y DC, la que se está llevando el gato al agua es sin duda la primera, pues, dejando a un lado logros artísticos, es Marvel quién está consiguiendo situar el grueso de su producción comiquera en la gran pantalla, mientras que de momento DC solo lo ha logrado con sus dos máximos iconos: Superman y Batman (obviemos por favor aquella tontería de Green Lantern interpretada por Ryan Reynolds). Muchos de los personajes del Universo Marvel han aterrizado ya en la gran pantalla, y en un futuro no muy lejano la familia superheroica marvelita se irá incrementando. Hasta la fecha, apartanto pon un momento a la primera familia marvelita, es decir: los 4 Fantásticos, son 3 las franquicias sobre la que se sustenta la invasión cinematográfica de los comics Marvel: Los Vengadores, producida desde Marvel Studios (o sea: Disney), los X-Men, auspiciada por la Fox, y Spider-man, en manos de Columbia (entiéndase: Sony).
Cuando saltó la noticia (bomba) de la compra de Marvel Comics por parte de la Diseny Company, todos los aficinados esperaban que se harían ciertas concesiones y se suavizaría el contenido de sus productos para llegar a un público mucho más amplio (es decir: un público esencialmente familiar). Afortunadamente no ha sido así y curiosamente las adaptaciones cinematográficas de los Vengadores son las que mejor han captado el espíritu de los comics originales y las que artísticamente han alcanzado cotas más altas. Por mucho Bryan Singer que estuviese detrás de la direción y/o la producción de los films inspirados en los X-Men, solo 2, la secuela de primer (y muy sobrevalorado) "X-Men", dirigido por el propio Synger, y los "X-Men: Primera generación" puestos en escena por Matthew Vaughn, son dignos de mención. En el caso de los Vengadores la estrategia comercial seguida por Marvel Studios no puede calificarse sino de ejemplar, pues, de nuevo al margen de los logros artísticos de cada uno de los films que componen la franquicia, han sabido entretejer un universo cohesionado y coherente a imagen del de los cómics en que se inspiran, y todo ello gracias a inteligente y hábil uso de numeros cameos, guiños y referencias que se hacen unos films a otros, permitiendo a la vez el trasvase de algunos personajes entre los diferentes film. Así pues la Viuda Negra (a la que da vida Scarlet Johanson) que debutó en "Iron Man 2" se convierte en la partenaire de Steve Rogers en "Capitán América. El soldado de invierno", de la misma manera que Nick Fury (aka Samuel L. Jackson) aparece en casi todos los films de la franquicia actuando de nexo de unión.
CAPITAN AMÉRICA. EL SOLDADO DE INVIERNO
El primer Capitán America dirigido por un artesano competente como es Joe Johnston era un film correcto y bien acabado que narraba el origen del personaje y que ponía el acento en el tono aventurero, muy en la línea de los clásicos films bélicos que producía Hollywood en los años 50 o 60. En esta secuela dirigida por los hemanos Russo se da un paso adelante en cuanto al tratamiento del personaje. Un tipo que viste la bandera americana y que posee una innegable carga simbólica da pié a numerosas lecturas políticas, y más en el actual clima de paranoia antiterrorista que se vive en los Estados Unidos. "Capitán América. El soldado de invierno", siendo un film espectacular y sumamente entretenido, en el que además hay un buen desarrollo de los personajes (se nota que Chris Evans disfruta interpretando al Capitán, y Scarlet Johanson goza en esta ocasión de un más complejo desarrollo de su Viuda Negra), se hace una inesperada reflexión acerca del uso de la fuerza bélica como elemento de agresión preventivo y se establece un jugoso paralelismo entre el grupo terrorista Hydra y los fundamentalismos políticos (no hablo de fundamentalismo religioso) que tratan de imponernos la ola de conservadurismo sociopolítico que cada vez está ganando mayor auge en Estados Unidos y en Europa. Toda esa carga política está muy bién ejemplificada en el film en el ambiguo y taimado personaje que interpreta un espléndido Rober Redford. A la postre lo que tenemos es un film que entretiene (y mucho) al mismo tiempo que invita a la reflexión.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Su ritmo incesante, y su enérgica puesta en escena. ¿Lo peor? Ya puestos a poner el acento en el entramado político de su argumento, ¿porqué no arriesgarse e intentar ir un poco más lejos?
SPIDERMAN. EL PODER DE ELECTRO
Pero sin bien esta secuela del Capitán América logra superar los modestos logros de su predecesora, la secuela del reboot de Spider-man, "Amazing Spider-man 2. El poder de Electro", dirigida igual que la anterior por Marc Webb, repite e incluso incrementa los errores del film precedente. No negaré que Andrew Garfield compone un Peter Parker perfecto (mucho más entonado que el de Tobey Maguire... por más que algunos mohínes de Garfield resultan harto irritantes), ni tampoco la química existente entre él y Emma Stone, que además da vida a una Gwen Stacy más cercana a su imagen en los comics de lo que lo fué la muy sosa Mary Jane Watson de Kirsten Dunst. Pero ahí se acaban los aciertos del film.
Si bien éste posee algunos momentos realmente espectaculares para el lucimiento del departamento de efectos especiales (la escena en Times Square o muy especialmente la batalla en la central eléctrica), el guión adolece de demasiadas lagunas y carga las tintas en exceso en el personaje de Peter Parker/Spider-man, dejando al resto bastante desdibujados. Añadámosle a este guión fallido el hecho de que la relación entre Peter y Harry Osborne no resulta en ningún modo creíble, que el descenso al lado oscuro de este último y su conversión en el ¿Duende Verde? (nunca llega a mencionarse su nombre) resulta ridícula, que la caracterización de James Fox como el excesivamente nerd Max Dillon es irritante, del mismo modo que sus motivaciones para convertirse en el villano Electro son pueriles y absurdas, que la desaprovechada presencia de Norman Osborne (el original Duende Verde) acaba siendo decepcionante, que la evolución del personaje de Gwen, que lo mismo en una biologa molecular que una experta en electricidad, es completamente inverosimil, que los constantes vaivenes en la relación amorosa entre Peter y Gwen terminan por resultar cargantes, que la presencia de Paul Giamatti como el villano Rhino es tan anecdótica como innecesaria, como innecesaria es la presencia del Duende Verde en un intento de alargar aún más el film... Así podríamos continuar buscando inconsistencias, incoherencias o fallos en un film que está repleto de ellos, que carece de ritmo, de un argumento sólido y de un desarrollo coherente de sus personajes. Tan solo el inesperado destino de uno de los personajes principales (elemento que está presente en los cómics clásicos de Spider-man pero que nadie se esperaba que su director se atreviese a trasladar a la pantalla grande) aporta la necesaria carga dramática que el film está pidiendo a gritos prácticamente desde su inicio.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Los efectos especiales, para que negarlo. ¿Lo peor? Todo lo demás.
sábado, 26 de abril de 2014
VOLAR... TAL VEZ SOÑAR...
Si preguntamos a cualquier persona, aficionado al cine o no, por el nombre de un genio de la animación, con toda probabilidad es casi seguro que el primer nombre que le vendrá a la cabeza es el de Walt Disney. Pero si hay un talento capaz de hacerle sombra al genio de Burbank ese es, también si duda, el del japonés Hayao Miyazaki.
A estas alturas no vamos a negar la aportación y la influencia de Disney en el género de la animación, aunque conviene recordar que Disney no ejerció nunca de director en ninguno de los largometrajes que produjo, siendo el primero de ellos "Blancanieves y los 7 enanitos", estrenado en 1937. Disney, sin embargo, ejerció un férreo control en todos los títulos que salieron de su factoría, un total de más de 650 títulos entre cortos y largometrajes, incluyendo no pocos rodados en imagen real, acumulando además un total de 22 premios Oscar de la academia en diferentes categorías. A lo largo de su trayectoría ha quedado patente que Disney concebía el cine de animación como un sofisticado medio de expresión artística, equiparable por completo al cine de imagen real, y nunca escatimó medios en lo referente a la innovación técnologica en el médio, siendo por ejemplo "Blancanieves" una de las primeras películas en utilizar la técnica del rostoscopio, técnica que permite calcar los dibujos de un fotograma de animación sobre otro rodado en imagen real, consiguiendo así un mayor realismo y naturalidad en el movimiento animado. Disney alcanzó cotas de perfección con "La bella durmiente", estrenado en 1959, el primer largometrage realizado en formato panorámico y sin duda uno de los más bellos de la factoría californiana.
Que Hayao Miyazaki siempre ha sentido admiración por Disney es algo que queda pantente desde los primeros trabajos en los que participó como diseñador y animador, "Heidi" y "Marco", que cosecharon un enorme éxito popular en su emisión televisiva en España. Si bien Miyazaki ha manifestado desde el inicio una ideología que marca cierta distancia con su homónimo americano. Allí donde Disney siempre expuso sus valores conservadores y su defensa a ultranza del american way of life, Miyazaki siempre ha puesto en relieve un talante humanista más universal, cuyos valores, siempre positivos, pueden facilmente ser asimilados por cualquier cultura. Hay en su obra un fuerte arraigo a la tradición y una defensa de la familia, pero no en el sentido más conservador de la ideología juedo-cristina, sino desde una perspectiva más abierta y liberal. Por otro lado en casi toda su obra se percibe una aferrada defensa de los valores ecológicos y del antimilitarismo, por bien que, de una manera un tanto contradictoria, Miyazaki pone de relieve a veces su fascinación por los aviones y por la maquinaria bélica de la 2ª guerra mundial. También es posible apreciar una defensa a ultranza del individuo por encima de su adhesión a cualquier colectivo social o político, y un tratamiento de la infancia completamente alejado del esquema paternalista y sobreprotector que se encuentra en los films de la Diseny. En los films de Miyazaki los niños son valientes, inteligentes, capaces de sobreponerse a las adversidades y por lo tanto de madurar y crecer. Si el algunos films de Disney se defiende la idea de "seguir siendo niño" como algo positivo (en "Peter Pan" por ejemplo), en las películas de Miyazaki, por el contrario, se pone incapié en la necesidad de madurar y alcanzar la edad adulta como paso inevitable para que el individuo alcance su completitud (en "El viaje de Chihiro" o en "El castillo ambulante de Howl"). Eso sí, hay una serie de constantes que se repiten en todas sus películas: su gusto exquisito por el detalle, su cuidada ambientación, el cariño que pone en la descripción de los personajes, el tratamiento luminoso del color, el apabullante perfeccionismo técnico de la animación, y muy especialmente el hecho de que sin importar el tema que trate, Miyazaki no tiene nunca la intención de hacer films para niños, sino películas que puedan ser apreciadas por públicos de todas las edades y condiciones.
Su último film, "El viento se levanta", se entrena precedido de cierta polémica. Polémica, en mi opinión, tan absurda como injusta. Por un lado se le acusa de no haber hecho un film familiar, sino un film para adultos, pero ya hay precedentes en su obra, como pueden ser "La princesa Mononoke" (quizás el más crudo y violento de su filmografía, pese a ser al mismo tiempo el que pone más el acento en los valores ecológicos) o incluso "Porco Rosso", aunque este último tenga un tono más amable. También se le ha acusado desde diferentes frentes de la ambigüedad de su posicionamiento idelógico. Desde occidente se le ha acusado de glorificar la construcción de una maquinaria bélica, mientras que en su própio país se le ha acusado de tratar de disculpar la participación del Japón en la 2ª guerra mundial. Críticas ambas decididamente estúpidas por cuanto el film no ofrece en ningún momento ningún posicionamiento moral, político o ideológico, sino que ofrece una visión objetiva de unos hechos históricos. Lo que se glorifica en el film de Miyazaki no es la construcción de un avión de guerra sino la postura de defender y perseguir un sueño hasta su consecución. "Los aviones son sueños" se dice en más de un momento del film, y también se expresa en boca de más de un personaje la tristeza y la decepción porque éstos sean utilizados para la guerra. Jiro, el protagonista del film, el ingeniero que concibió el famoso caza Zero japonés, en ningún momento expresa una postura concreta sobre el conflico bélico, al que el film alude por otro lado de forma un tanto tangencial, sino que lo único que quiere es "construir aviones hermosos". Ese es su sueño, por el cual luchará con todas sus fuerzas hasta lograr materializarlo. Los momentos de mayor realismo y crudeza no los invierte Miyazaki para mostrar los horrores de la guerra, sino para ilustrar el terremoto que asoló Tokyo en 1923 y que sumió al país en una fuerte crisis económica. Todo ello le sirve a Miyazaki para contextualizar la historia y situar a su personaje en un muy determinado marco histórico y socio-político, pero no para hacer una reflexión ideológica, sino para establecer un marco adecuado que le permite hacer una reflexión sobre la condición del creador, postura con la que Miyazaki se siente por completo identificado. En este sentido el personaje de Jiro no difiere tanto del Howard Roark interpretado por Gary Cooper en "El manantial", el (maravilloso) film de King Vidor de 1949.
No obstante hay ciertos reproches que se le podrían hacer a esta película: si bien por un lado es en las escenas oníricas en que Jiro se encuentra con el ingeniero italiano Caproni (con quién comparte un sueño, EL sueño de crear aviones hermosos) donde el film muestra sus mejores bazas, o es en las escenas del terremoto donde mejor pone de manifiesto todo su poderío visual, en los momentos en que la película trata de explicar la relación entre Jiro y Naoko es donde el ritmo titubea y dónde el interés decae. Estas secuencias pseudo-románticas resultan un tanto forzadas y están expuestas de forma algo fría y distante, pero acaso sirven para poner de relieve que para Jiro, el protagonista, por encima de todo está su apego a su sueño personal de crear aviones hermosos.
Miyazaki ha manifestado su retirada como director después de este film, que supone así su testamento cinematográfico, un bello canto del cisne que cierra una filmografía ejemplar y fascinante. Es imposible no manifestar cierta tristeza por su decisión. Nos quedarán no obstante obras imprescindibles como "Nausicaa", "Mi vecino Totoro", "Porco Rosso", "La princesa Mononoke", "El viaje de Chihiro", "El castillo ambulante de Howl", "Ponyo en el acantilado" o esta "El viento se levanta". Si además en calidad de productor y alma matter del estudio Ghibli todavía es capaz de ofrecernos obras del calibre de "Susurros del corazón" o "Arrietty y el mundo de los diminutos", podemos entonces respirar tranquilos.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Su derrolle de imaginación, tanto escénico como narrativo, y su innegable capacidad de fascinación. ¿Lo peor? Carece de la carga emocional de las mejores obras de Miyazaki, como "La princesa Mononoke" o "El viaje de Chihiro".
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