jueves, 3 de noviembre de 2016

¿ANGELES O DEMONIOS?


Fue “Drive” el film por el cual el director danés Nicola Winding Refn se dio a conocer mundialmente, pese a que ya disponía de una dilatada carrera anterior en su país de origen. En “Drive”, que gozó de una muy buena acogida tanto por parte de la crítica especializada como del público en general, el director contó con la complicidad de quién parecía estaba llamado a ser uno de sus actores fetiche: Ryan Goslin. Goslin y Winding Refn repetirían dueto en el siguiente film del director, “Solo Dios perdona”. Sin embargo, todos aquellos que esperaban ver un thriller estilizado y de tintes románticos al estilo de “Drive” se encontrarían con un film radicalmente distinto. “Solo Dios perdona” tenía, sí, aromas de thriller, pero en esta ocasión los referentes en los que se basaba Winding Ref estaban alejados de la tradición clásica norteamericana y se acercaban más al orientalismo y al cine de Jean-Pierre Melville, cinematografías crípticas donde la atmósfera cobra relevancia y el silencio se erige en protagonista (pienso muy especialmente en “Le Samurai”, film de Melville del 1967).

“Solo Dios perdona” desconcertó a muchos por su atmósfera enrarecida, su ritmo moroso y su argumento indescifrable. Y sin embargo suponía un paso adelante en la cinematografía de su director gracias a una puesta en escena sofisticada e hipnótica, donde la intencionalidad del encuadre se impone a la movilidad de la cámara. Antes que buscar el dramatismo a partir de movimientos de cámara rebuscados o filigranas de montaje, Winding Refn lo consigue mediante la muy estudiada colocación de los personajes en el escenario y la manera en cómo la cámara los retrata. La simbiosis perfecta que Winding logra entre encuadre e iluminación hace que sus escenas adquieran a veces una cualidad cuasi pictórica, que, me atrevería a decir, en ocasiones evocan algunas pinturas de Edward Hopper.

Algunos podrían pensar que “Solo Dios perdona” es una rara avis en la filmografía de su director, pero viendo su último film, “The Neon Demon”, que se alzó con el premio de la crítica en el último festival de Sitges, podemos confirmar que es precisamente la más convencional “Drive”, el film que le dio fama internacional, la película que navega a contracorriente en el resto de su filmografía.

“The Neon Demon” repite muchas de las constantes estéticas y narrativas de su anterior film, a saber: la sofisticación formal, la elegante frialdad de la puesta en escena, el moroso ritmo narrativo, la cripticidad argumental, el gusto por los encuadres rebuscados, la perfecta simbiosis entre imagen y música… Hay algo en “The Neon Demon” que da la sensación de sofisticado ‘producto de diseño’, y del mismo modo que muchos espectadores se sentirán seducidos por su barroco esteticismo, habrá otros que lo rechazarán de pleno argumentando que este se impone a la historia o que ésta resulta pretenciosa o banal. No es esa la opinión de quién esto escribe.

“The Neon Demon’, pese a su refinada apariencia, dista mucho de ser un producto superficial. El film encierra una ácida crítica a la obsesión de la sociedad actual por la imagen, por la necesidad de aparentar y por el exagerado culto a la belleza. La protagonista del film, Jesse, es una adolescente que decide probar suerte en el mundo de la moda. Poco a poco se irá adentrando en dicho mundo y descubrirá que su inocencia y su apariencia de pureza suscitan la envidia y/o el deseo de cuantos le rodean. Jesse poco a poco irá sucumbiendo a los fastos y oropeles propios de dicho mundo, y en el camino perderá parte de su inocencia inicial. Hay una frase del film en boca de su protagonista que puede ser tomada como una declaración de principios: cuando su novio le recrimina que ha cambiado, que ya no es la que era y solo aspira a ser como las demás, Jesse le corrige y le dice “no, ellas quieren ser yo”. Esa necesidad que tienen otras modelos celosas de poseer aquello que han perdido y que Jesse aún retiene, les llevarán a tratar de vampirizar y robar la inocencia de esta última, convencidas de que en cierta forma es la clave del éxito, la llave que les permite continuar siendo deseables.

La mirada que nos ofrece Winding Refn sobre el mundo de la moda y las supermodelos es cínica y a la vez terrorífica, y para hacernos ver su punto de vista se sirve de recursos propios del cine de terror: la fotografía muy contrastada, el uso de contraluces, la música atmosférica, los decorados austeros… La violencia que nos muestra el film no es tan física (pese a las ocasionales escenas de violencia explícita) como moral, y para recalcarlo Winding Refn se sirve en ocasiones de la elipsis narrativa, para reforzar precisamente esa sensación enfermiza, dejando a la imaginación del espectador la libertad de especular sobre lo que está ocurriendo en pantalla. Es harto ilustrativa la secuencia en que Jesse tiene su primera sesión fotográfica: el fotógrafo el pide que se desnude, a lo cual ella accede, y acto seguido comienza a maquillarla para la sesión de fotos; la secuencia es sensual y malsana a partes iguales, y está concebida casi como una violación, a la cual Jesse reacciona en parte con repugnancia y en parte con disfrute.

Hay dos aspectos de este último film de Nicolas Winding Refn que me gustaría destacar: por un lado, el buen trabajo actoral, con una sorprendente Dakota Fanning a la cabeza, interprete perfecta capaz de otorgar a su personaje las necesarias notas de inocencia, pero también de adquirir una expresión diabólica cuando es necesario. Conviene reseñar la escasa libertad que el director ha permitido a sus actores en esta ocasión, todos excesivamente contenidos, controlados, casi encorsetados, lo cual no hace sino reforzar aún más el clima malsano que el director quiere transmitirnos, deshumanizando a los personajes, como si estos individuos que forman parte del mundo de la moda fuesen una suerte de extraños alienígenas carentes de emoción o empatía. El otro punto a destacar, que por otro lado ya estaba presente en sus dos anteriores films, “Drive” y “Solo Dios perdona”, es la extraordinaria selección musical y el acertado uso que se hace de las canciones en el film, perfectamente integradas en la partitura electrónica de Cliff Martínez.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Los riesgos formales que asume su director, y en especial su hipnótica y sofisticada puesta en escena. ¿Lo peor? No es un film apto para todos los paladares; su ritmo, y su propia y deliberada extrañeza, pueden espantar a más de un espectador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario