miércoles, 29 de junio de 2016

DEMOLER PARA CONSTRUIR


"Demoler para construir". Ese bien podría ser el lema del protagonista del último film de Jean-Marc Vallée. Dicho personaje, Davis Mitchell, es un broker de una compañía newyorkina que se dedica al negocio bursátil. Un dia, viajando en coche con su mujer, sufre un accidente de circulación. Ella, que conducía el vehículo, fallece, pero en cambio él sale indemne y prácticamente sin un rasguño. Davis no sabe como lidiar con la pérdida, se ve incapaz de sobrellevar el duelo, y el único consuelo que encuentra en su frustración lo hayará en el simple acto de desmontar o destrozar cosas.

Jean-Marc Vallé forma parte de ese cada vez más interesante circulo de directores canadienses que se están dando a conocer en los últimos años. Cánada no es un país que destaque por tener una filmografía particularmente rica o amplia, pero nos ha dado un puñado nada desdeñable de buenos realizadores a los cuales hay que seguirle la pista, con el ya clásico Denys Arcand a la cabeza, cronista indiscutible de la comunidad francófona quebequense en films como "El declive del imperio americano" (1986),  "Las invasiones bárbaras" (2002) o "La edad de la ignorancia" (2007). Circulo al que habría que sumarle por un lado los cada vez más pujantes Denis Villeneuve ("Prisioneros" y la fascinante "Enemy", ambas en el 2013, "Sicaro" en el 2015 y próximamente la secuela de "Blade Runner") y Jean-Marc Vallée ("C.R.A.Z.Y." en el 2005, "Café de Flore" en 2011, "Dallas Buyers Club" en el 2013 y la presente "Demolition" del año 2015), y por otro lado, como no, a l'enfant terrible del grupo, Xavier Dolan ("Yo maté a mi madre" en 2009, "Los amores imaginarios" en 2010, "Laurence anyways" en 2011, "Tom a la ferme" en 2013 o la muy intensa "Mommy" en 2014). Quizás podríamos añadir, ¿por qué no?, a David Cronnenberg en este grupo, pese a haber desarrollado el grueso de su carrera bajo producción americana y particularmente dentro del género fantástico.

Jean-Marc Vallée se dió a conocer en nuestro país con la interesante "C.R.A.Z.Y.", drama generacional que hablaba tanto del despertar sexual de su protagonista, como de la búsqueda de la propia identidad y de las relaciones intergeneracionales. Después estrenaría "Café de Flore", con Vanessa Paradis de protagonista, pero el reconocimiento popular le llegaría en el año 2013 con "Dallas Buyers Club", película que le reportaría sendos premios Oscar a sus dos protagonistas principales (Matthew McConaughey y Jared Leto), además de recibir 2 nominaciones al mejor film y al mejor guión original. Vallée se ha mostrado como un excelente director de actores, y prueba de ello es que conseguiría la nominación al Oscar para las 2 actrices de su penúltimo film hasta la fecha, "Wild", protagonizado por Reese Witherspoon y Laura Dern. La buena mano que tiene el director quebequés con sus actores se materializa de nuevo en esta "Demolition", arrancando extraordinarios trabajos actorales tanto de Jake Gyllenhaall como de Naomi Watts, Chris Cooper y el casi debutante Judah Lewis.

"Demolition" mantiene ciertas constantes que ya estaban presentes en los anteriores films de Vallée: el descubrimiento de la identidad sexual, el enfrentamiento generacional, los problemas de comunicación entre los individuos, el ansia de libertad... Pero en este caso Vallé se decanta por explorar una nueva vía dramática: el duelo y cómo nos enfrentamos a él, elemento que en "Demolition" vertebra la evolución psicológica de los protagonistas.

Davis Mitchell, interpretado con absoluta entrega por un Jake Gyllenhall que cada vez se rebela más versatil y mejor actor, descubre ante el fallecimiento de su esposa que quizás realmente no la amaba. Es ese vacío emocional que le impide expresarse de una manera realmente sincera (muy ilustrativas son las secuencias en que él mismo ensaya en un lavabo intentando provocarse el llanto) lo que le lleva a buscar desesperadamente una vía para intentar sacar fuera sus emociones. La primera es escribiendo una absurda carta de queja a la compañía que gestiona las máquinas expendedoras que se han quedado con su dinero mientras esperaba en el hospital tras el accidente, carta la cual él aprovecha a modo de confesionario para revelar todos aquellos aspectos de su vida que nunca se había atrevido a admitir en voz alta. La segunda vía es primero desmontanto y luego destrozando cosas. Si esta última actúa a modo de catarsis sobre su persona, permitiéndole liberar toda la emoción que llevaba años conteniendo y controlando, atrapado en un matrimonio y un trabajo insatisfactorios, la escritura de la carta dará, contra todo pronóstico, un resultado inesperado al permitirle conectar con una persona que encontrará en él una suerte no ya de alma gemela, pero sí de individuo con el que conecta a niveles muy sutiles de emoción. La receptora involuntaria de la misiva es Karen, madre (el film no aclara si está separada o es madre soltera) de un hijo adolescente y rebelde que está tratando de descubrir su propia identidad sexual, y con quien Davis entablará un curioso entendimiento pese a las diferencias sociales y generacionales.

El acto de destrozar, desmontar y desmantelar al cual el protagonista se somete constantemente como única via de escape a su frustración, es en muchos aspectos un acto simbólico mediante el cual Davis busca escapar de la jaula de oro en el que había vivido encerrado hasta el momento del accidente que acabó con la vida de su esposa. Jaula opresiva que simboliza la comodidad y la seguridad, tanto económica como social, que le aportaban su matrimonio y su trabajo, trabajo que, no podemos pasarlo por alto, le había facilitado su propio suegro.

Más allá de la apertura emotiva que le aporta el personaje interpretado por Naomi Watts, personaje que también busca una salida a una vida sin rumbo claro marcada por la falta de emociones reales, es con otros dos personajes del film con los que Davis establecerá las relaciones más interesantes. Por un lado está su suegro, Phil. Éste, que profesa un amor inconcional hacia su hija fallecida hasta el punto de negarse a ver las faltas y defectos de aquella, confiesa al principio del film que nunca le gustó su nuero. Y sin embargo será en él donde tratará de buscar un acercamiento emotivo tras la desaparición de su hija. Acercamiento que no llegará a producirse debido a las diferentes maneras que tienen él y Davis de afrontar el duelo.

Por otro lado está Chris, el hijo de Karen, adolescente rebelde, provocador y de lengua procaz que está en proceso de descubrir su propia identidad sexual. Su relación con Davis comenzará con el enfrentamiento, explicado desde la desconfianza inicial de Chris y la indiferencia de Davis. Pero poco a poco se irán encontrando en el camino, y en esos encuentros nacerá la comprensión y el afecto que da el reconocerse en el otro las heridas propias.

Jean-Marc Vallée se hermana en compañeros generacionales como Villeneuve o Arcand, o incluso en realizadores más jovenes como Dolan, en su muy cuidada puesta en escena, donde el montaje cinematográfico cobra una importancia capital. Pero quizás se distancia de aquellos en el sentimiento con el cual aborda sus historias. Si en Arcand predomina la ironía, en Villeneuve el pesimismo y la melancolia, y en Doland la furia rebelde, creo ver en Vallée un más acusado optimismo. De hecho la primera parte de "Demolition" está dominada por un nihilismo opresivo que marca distancias con el espectador, incapaz este de empatizar con un protagonista al que el director no duda en retratar inicialmente con una marcada antipatía. Pero poco a poco el dolor, la angustia y la insatisfacción que esconde Davis irán aflorando. Es entonces cuando el protagonista dará muestras de humanidad y es entonces cuando no solo iniciará un acercamiento emocional hacia Karen y su hijo, sino también hacia su suegro, con el cual mantiene una relación inicial de mutuo rechazo. En definitiva lo que nos propone "Demolition" no es sino una lección vital de cómo escapar de nuestras propias cárceles psicológicas y lidiar con los traumas que tratan de llevarnos a la autodestrucción.


En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El trabajo actoral de todos sus protagonistas, y la cuidada labor de  montaje del film. ¿Lo peor? Nada en particular.

lunes, 27 de junio de 2016

REINAS Y REINONAS


No hace mucho hablaba en este blog sobre el último film de Robert Eggers, "La bruja", y lo hacía para alabar lo que considero es una propuesta necesariamente renovadora en cuanto al género de terror.

Precisamente abría ese mismo post quejándome de lo que yo considero una alarmante falta de ideas en el género fantástico. "El cazador y la reina del hielo", secuela de "Blancanieves y la leyenda del cazador" (Rubert Sanders, 2012) dirigida por el debutante Cedric Nicholas-Troyan, no hace sino reafirmarme en dicha preocupación.

En el año 2012 coincidían en pantalla dos películas que recuperaban el cuento de Blancanieves: el citado film de Saunders y "Mirror, Mirror", dirigida por Tarsem Singh, aunque ambas lo hacían desde perspectivas muy diferenciadas. El film de Saunders se distanciaba del cuento clásico y apostaba por la épica Tolkiana con resultados desiguales, mientras que la película de Tarsem prefería optar por un enfoque más cómico y no exento de una cierta mirada irónica. La taquilla dió la espalda a ésta última en beneficio de la primera, aunque yo debo confesar que me decanto sin duda alguna por las virtudes del film del director indio. Si bien Saunders (que debutaba en el largometraje) demostraba tener buena mano para las secuencias de acción, en su película se echaba en falta ciertas dosis de humor y le sobraba protagonismo al departamento de efectos especiales. Me reconozco fan del género fantástico, pero me aburre cuando los efectos especiales tratan de imponerse al relato y cobrar más importancia que la historia. El film de Saunders no carece de hallazgos visuales (sobretodo en la original concepción visual del espejo mágico), pero se ve lastrado en buena medida por la inexperiencia del director y por un casting no equivocado pero sí insulso: los mohines de Kristen Stewart, sacados de su personaje en la saga "Crespúsculo", me resultant irritantes; Chris Hemsworth es un actor de registro muy limitado al que solo se le da bien lucir palmito; y Charlize Theron es una buena actriz, pero en esta ocasión se tomaba demasiado en serio su papel hasta rozar el histroinismo más exasperante. También estaban por allí un grupo de actores solventes como Ian McShane, Toby Jones, Ray Winstone, Nick Frost o Bob Hoskins, pero su trabajo quedaba bastante diluido en el conjunto del film (yo, lo confieso, no recuerdo sus interpretaciones).

Por el contrario el film de Tarsem, "Mirror, Mirror", en su apuesta por la comicidad y buscando la complicidad del público más adulto pese a tratarse de un argumento con vocación familiar, salía ganando (en mi modesta opinión) del enfrentamiento. La puesta en escena de Tarsem es siempre preciosista y de indudable belleza, y más si busca colaboradores como la trístemente fallecida diseñadora de vestuario Eiko Ishioka, que ya había colaborado con Tarsem en los anteriores films de éste: "La celda" (2000), "El sueño de Alexandria" (2006, el mejor y más bello film de Tarsem) e "Inmortales" (2011), ganadora además del Oscar al mejor vestuario por "Drácula de Bram Stoker" (1992). Pero no es solo en la cinematografía o el vestuario en donde "Mirror, Mirror" le ganaba la batalla a "La leyenda del cazador": Lily Collins posee el encanto del que carece Kristen Stewart, Armie Hammer es mejor actor y tiene más sentido del humor y presencia filmica que Chris Hemsworth, y la descacharrante y deliciosamente malvada madrastra interpretada por Julia Roberts le pasa la mano por la cara a la muy seria y aburrida Ravenna de Charlize Theron. Lamentablemente el público no supo apreciar el sentido lúdico y los duelos interpretativos entre la Roberts y Nathan Lane del film de Tarsem y optó por darle la espalda en taquilla.

La que sí funcionó bien en cuanto a recaudación fué "La leyenda del cazador", de ahí que los productores se apresuraron a promover una muy innecesaria secuela que llega ahora a nuestras pantallas. A ver, si los cuentos tradicionales acaban con el consabido "y vivieron felices...", ¿que sentido tiene hacer una secuela de uno de ellos? El único objetivo, obviamente, es repetir el éxito en taquilla. En esta ocasión la dirección de la secuela, de título "El cazador y la reina de hielo" ("Winter's War" en el orginal) ha recaido en un técnico de efectos especiales sin experiencia en el largometraje y que había participado en films como "The Ring" o "Piratas del Caribe". Precisamente su origen le delata, porque Nicolas-Troyan, lamentablemente, prefiere conceder más importancia a los efectos especiales o al diseño de producción que al relato (muy endeble) o a los personajes (descritos de manera muy esquemática). Y por bien acabados que estén los efectos especiales de este film, agotan y exasperan precisamente por su excesiva presencia en pantalla. Y por eso mismo ni siquiera son un elemento defendible de esta película. ¿El resto? Una historia endeble, un guión mediocre, una dirección torpe y unos actores hastiados. Kristen Stewart se bajó del carro (e hizo muy bien), de manera que el protagonismo recae en esta ocasión sobre un Chris Hemsworth que es muy bueno poniendo cara de anuncio de dentifrico y poco más. Repite de nuevo Charlize Theron, que se pasea por pantalla como si estuviese rodando un anuncio de "J'adore" de Dior, y que comente el error (de nuevo) de tomarse demasiado en serio su papel. Y tenemos dos nuevas incorporaciones femeninas: una Jessica Chastain que se cree que está en un capítulo de "Xena. La princesa guerrera", y una despistadísima Emily Blunt dando vida a un aburrido y tópicamente malvado sucedaneo de la Elsa de "Frozen" (tal fué el éxito del film de la Disney que ahora hay que poner una sosias de Elsa en cualquier película que adapte un cuento de princesas). El resultado es un film torpe, feo y, lo que es peor, muy aburrido.

Pero si el film ya de por si carece de elementos de interés, roza el ridículo más sonrojante en las escenas que comparten Emily Blunt y Charlize Theron, que interpretan a las 2 brujas hermanísimas y malvadísimas (el conflicto que las enfrenta es própio de un argumento de "Física y Química"). Sus escenas conjuntas más bien parecen una batalla de drag-queens sacada del carnaval de Tenerife. Su vestuario y su maquillaje es tan exagerado que resulta risible, y si para colmo las dos actrices lo aderezan con gestos afectados y poses de creerse que estan interpretando algo importante, el resultado más bien provoca vergüenza ajena.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? ... estoooo, corramos un tupido velo... ¿Lo peor? Que a nadie se le haya ocurrido poner Abba como música de fondo cada vez que Blunt y Theron aparecen juntas en pantalla; eso al menos habría aportado algo de humor a la película.

LAS RAICES DEL MAL


Hoy en día es raro encontrar un film de terror que sea capaz de ofrecer algo realmente novedoso. El género fantástico en general, y el de terror en particular, parece abonado a perpetuarse en una cada vez más alarmante crisis de ideas que provoca que las grandes productoras se ciñan al económicamente rentable negocio de explotar viejos conceptos ya muy sobados en forma de secuelas, remakes, spin-offs y demás sub-productos, todo ello sin ingénio ni gracia ni originalidad ni, lo que es más preocupante, buen hacer.

La llegada de "La bruja", que si bien fue muy bien recibida, y de forma casi unánime, en el último festival de Sitges, ha sido valorada con cierta frialdad, cuando no desden, por cierto sector del aficionado al género que la acusa de: a) dar poco miedo; y b) ser demasiado trascendente. ¿Y? Precisamente son esas cualidades las que apartan el debut en el largometrage de Robert Eggers de los films de terror al uso, de las banalidades habituales que suelen poblar la gran pantalla, construídas mayormente sobre golpes de efecto gratuitos, guiones mediocres, giros argumentales inverosímiles y abuso injustificado de la hemoglobina. "La bruja" es un film diferentes, alejado de los cánones habituales del género de terror, quizás no apto para los fans más acerrímos del género, pero precisamente por ello más digna de alabanza.

La película arranca con el momento en que una familia es expulsada de una comunidad religiosa de Nueva Inglaterra en el siglo XVII, precisamente porque el padre de familia se rige por una interpretación demasiado estricta y rigurosa de la Biblia. Su orgullo le lleva a la convivcción de que su visión del texto sagrado le hace estar por encima de sus conjéneres, y su misma intransigencia e intoleráncia es lo que le lleva a ser expulsado, junto a su familia, de la comunidad a la que pertenecia. En su búsqueda de un lugar que le aporte un sentido de pertenencia, de arraigo a la tierra pero al mismo tiempo en comunión con su Dios, se instalarán en una granja alejada, en los lindes de un bosque de aspecto sombrío. La desaparición del hijo menor de la familia (compuesta por el matrimio, su hija mayor, adolescente, su hijo mediado, y un bebé) desencadenará el drama y la deriva hacia el horror.

"La bruja" no da miedo en el sentido más estricto (y trivial) de la palabra. No busca provocar sustos en el espectador. No quiere mostrar escenas de terror explícito. "La bruja" se edifica sobre la creación de una atmósfera malsana, enfermiza, que provoca una sensación de desasosiego en el espectador que no le abandonará hasta el final del film. Ajena a la construcción de esa atmósfera enrarecida no es la espléndida fotografía casi monocromática de Jarin Blaschke, que utiliza en todo momento la luz natural y rehuye cualquier tipo de artificiosidad, jugando de esta manera con un acercamiento al neorealismo cinematográfico pero en clave tenebrista. Predominan los tonos ocres, sepias, azules... la iluminación fría, la ausencia de notas de color, lo cual hace aún más opresiva la atmófera. También en la creación de ese ambiente enrarecido participa el técnico de sonido Adam Stein que juega por un lado con los silencios incómodos, y por otro con los efectos de sonido generados por ese bosque siniestro que termina por convertirse en un protagonista más del relato.

Sin embargo todos los aciertos técnicos del film quedarían en nada si no estuviesen respaldados por un guion complejo que ofrece numerosas lecturas, una realización modélica que juega antes con la sugerencia que con la exposición evidente, y un trabajo actoral ajustadísimo, en el que destaca el descubrimiento de Anya Taylor-Joi en el papel de Thomasin, la hija adolescente, sin desmerecer por ello a Ralph Ineson y Kate Dickie, que ejercen de sus projenitores.

"La bruja" no se conforma con ser un film de terror al uso, y al final lo que nos ofrece es una disquisición sobre las raices del mal. En este sentido lo que nos ofrece la película es una mirada antropológica sobre sus protagonistas. Es su visión demasiado estricta y cerrada de la religión lo que les lleva al aislamiento, y es en ese mismo aislamiento, alimentado por una concepción retorcida de la fé, donde nace el mal. Así pues, asumiendo un discurso teológico, el mal nace cuando la fé es malinterpretada, cuando se convierte en fanatismo y da pie a la intolerancia. Porque intolerancia es la que muestra el padre de familia ante sus propios hijos, negándoles la posibilidad de expresarse por ellos mismos. Intolerancia es la que muestra la madre, tachando de maligna a su propia hija solo porque es incapaz de reconocer y aceptar las ansias de libertad de aquella. Thomasin, de manera inconsciente, busca escapar de un entorno religioso que la constriñe, la ata, y le niega cualquier posibilidad de expresarse de manera libre e individualizada. Al final del film Thomasin no está abrazando el mal, sino la libertad, solo que esa libertad no es aceptada ni tolerada en determinados contextos sociales, políticos y/o religiosos.

Resulta curioso que Eggers, para plasmar este cuento gótico, se haya basado en referentes folklóricos centro-europeos. No podemos pasar por algo el hecho de que muchos cuentos tradicionales nos han llegado a nosotros en versiones edulcoradas y censuradas, muchas de ellas de la mano de fabuladores como Perrault o los Hermanos Grimm, que eliminaron los elementos más sórdidos y escabrosos de cuentos tradicionales como "Caperucita roja", "La bella durmiente" o "Hansel y Gretel". En versiones más primitivas de esos cuentos 'infantils' se esconcen referencias sexuales o escatológicas que hablan de canibalismo, incesto o pedofília, referencias que han sido convenientemente eliminadas y han caído en el olvido. Pero no para Eggers, que para narrar su historia escarba primero en el pasado de dichos referentes para recuperar los elementos más oscuros de dichos relatos. Es particularmente evidente en el retrato que hace de 'la bruja' que da título al film, personaje elusivo, casi subliminal, pero que planea durante todo el metraje como una 'amenaza en la sombra'. No es tanto su presencia como la influéncia perniciosa que ejerce en los protagonistas el elemento que utiliza Eggers para provocar la sensación de terror en el espectador.

También resulta harto curioso como en su discurso antropológico Eggers introduce de manera sutil ciertos elementos de crítica social. El monstruo del film, la bruja del título, es un personaje arraigado a la Tierra, que se sirve de ella para reafirmarse en su condición de ente libre, pero que al mismo tiempo ha llegado a una suerte de 'entente' con la propia naturaleza. En cambio la familia protagonista, personajes presuntamente civilizados que basan su existencia en la rectitud y el orden, finalmente sucumben a la rectitud de unas férreas normas autoimpuestas para que aflore es aspecto más bestial de ellos mismo: el padre, que presuntamente se rige por el más estricto código moral, miente a su mujer y agrede físicamente  su propia hija; su propia esposa es incapaz de sentir afecto por su hija adolescente y se recrea de forma enfermiza en la culpa y la autoindulgéncia; Thomasin, pese a sus intentos de mantenerse firme y fiel al código moral que le impone su propio padre, termina por sucumbir a la tentación del Diablo; su hermano Caleb, que muestra un precoz deseo sexual por Thomasin, cae víctima de la seducción de la bruja... En última instancia "La bruja" encierra una lúcida crítica al fanatismo religioso como raíz de muchos de los males de este mundo, por eso su discurso es plenamente vigente, por eso resulta plenamente aterrador.

Hablaba más arriba de los elementos folklóricos a partir de los cuales Eggers ha construído su película, pero no podemos obviar de ninguna forma los referentes cinematográficos que ha utilizado para darle forma: Ingmar Bergman, Carl Theodor Dreyer, Lars von Trier y Stanley Kubrick. De Bergman y Dreyer utiliza su naturalismo pictórico y el ritmo pausado, casi cadencioso, de la narración; de Kubrick toma su elaborada construcción formal y el gusto por el esteticismo. Eggers se hermana con Bergman en cuanto a la crudeza expositiva, que a mí me recuerda en ocasiones a "Gritos y susurros". Eggers, a la manera del Dreyer de "Vampyr", integra el elemento fantástico en un relato de corte realista, aunque retuerce intencionadamente el discurso sobre la fé que Dreyer exponía en "Ordet (La palabra)", para acercarlo más al nihilismo desencantado y pesimista del "Antichrist" de Lars Von Trier. Eggers no se conforma con hacer un film de terror al uso, y de igual manera a cómo hacía Kubrick en "El resplandor", su intención es indagar en la raíces del mal; la diferencia radica fundamentalmente en que mientras Kubrick buscaba un origen sobrenatural, Eggers busca un origen terrenal, y por lo tanto psicológico y social.  El acercamiento de Eggers a Kubrick es más formal que moral o idelógico, si bien su uso cromático de la luz remite, salvando las distancias, al "Barry Lyndon" de aquel. Tal como lo expongo podría pensarse que "La bruja" no es más que un pastiche que cocina en un mismo cazo todo un cúmulo de referentes multiculturales. Aunque así fuese hay que decir que lo hace con inteligencia, de manera harto original, y sobre los sólidos cimientos de un guión extraordinariamente bien construido y expuesto en imágenes de manera modélica. Eggers nos busca en ningún momento ser dogmático o aleccionador. No busca convencernos de su toma de postura, sino que la expone de tal forma para que sea el propio espectador el que saque sus propias conclusiones. Y para ellos se vale de un hábil discurso narrativo que bascula constantemente entre lo real y lo onírico. No sabemos en ningún momento si todo lo que estamos viendo es real o es tan solo producto de la imaginación de los protagonistas y la histeria colectiva. El factor de aislamiento autoimpuesto de la familia, ¿no podría ejercer una nefasta influéncia psicótica en los mismos? El final del film, cuando Thomasin 'habla' con el macho cabrío (¿el Diablo?), ¿es real o tan solo producto de una imaginación demasiado activa? La imagen final que cierra el film, desconcertante como pocas, ¿pretende mostrarnos algo que está ocurriendo en verdad o es tan solo un recurso metafórico que nos habla de los logros de su protagonista?

Podríamos seguir buscando los muchos referentes (folklóricos, literarios, pictóricos, cinematográficos...) que encierra un film como "La bruja". Podríamos también extendernos analizando las múltiples lecturas que esconde. Sin embargo hay una que se me antoja particularme atrevida: la visión que Eggers nos regala sobre la figura femenina. En el film ésta está representada por 3 personajes: Thomasin, su madre y la bruja del título. Thomasin bascula moralmente entre las otras dos: su madre representa la tradición, el orden, la civilización, pero también la sumisión a la figura masculina, al padre de familia que se erige como máximo exponente de una sociedad patriarcal; por el contrario la bruja representa la libertad, sexual y de pensamiento, el libre albedrío. En la tradición católica, de caracter marcadamente misógino, la figura femenida ha sido siempre relegada a un segundo plano, a un papel de sumisión a la figura masculina. En la mitología pagana el simbolo del diablo, en pentáculo invertido como representación de la cabeza de un macho cabrío, es el lema del "haz lo que quieres", la libertad en su máxima y más peligrosa acepción. Históricamente la religión católica se ha esforzado por reprimir y eliminar las culturas matriarcales, con una concepción social, política y familiar muy alejada de la tradición cristiana más retrógrada. En esas mismas culturas en las cuales las mujeres ejercían de líderes y governantes, estas eran tachadas de brujas y adoradoras del Diablo, y por lo tanto ajusticiadas de las maneras más cruentas posibles. Así pues "La bruja" encierra también, aunque sea de manera sutil, un discurso de reivindicación feminista, aunque también advierte que esa reivindicación, no importa lo justa o razonable que sea, no va a ser aceptada y tolerada por muchos sectores sociales.

En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? La lucided de su guion, la fuerza de sus imágenes y la multitud de lecturas que suscita la historia. ¿Lo peor? Que los prejuicios de cierto sector de los aficionados, impidan valorarla como lo que realmente es: una propuesta novedosa, original y necesaria que renueva y amplia los límites de un género, el terror, a veces demasiado constreñido por los convencionalismos.