Este blog empezó siendo una especie de diario personal. Luego empecé a hablar comics, de teatro, de literatura fantástica, y sobretodo de cine, mucho cine. Al final se ha acabo convirtiendo en un compendio de reseñas y "estudios" de temas diversos, casi siempre relacionados con el 7º ARTE
sábado, 14 de mayo de 2016
EN LO MAS ALTO
No resulta fácil adaptar las novelas de J. G. Ballard al cine, y prueba de ello es que existan tan pocas adaptaciones de su obra. Dejando a un lado la más convencional "El imperio del sol", adaptada por Steven Spielberg en 1987, solo antes Jonathan Weiss se había atrevido con "La exhibición de atrocidades" (2000) y David Cronenberg con la muy estimulante y muy infravalorada "Crash" (1996). Es ahora Ben Wheatley quien se atreve con uno de los títulos más conocidos del escritor: "Rascacielos", que aquí conservará el título original de "High-rise".
El argumento del libro es tan sugestivo como provocador: una serie de inquilinos deambulan por un rascacielos que además de apartamentos dispone de piscina, gimnasio, colegio, supermercado y todo tipo de comodiades, lo cual facilita que sus inquilinos se aislen del mundo exterior e, involuntariamente, lleguen a crear una suerte de microcosmos dentro del edificio, una sociedad endogámica capaz de autoabastecerse sin necesidad de interactuar con el mundo exterior. Esta sociedad se constituye en base a una pirámide vertical donde las clases más altas copan los apartamentos superiores, las clases medias viven en los pisos medios, y las clases más bajas habitan en los bajos y los subsuelos del rascacielos. El doctor Robert Laing, un prestigioso neurocirujano de clase media, decide ir a vivir a dicho edificio. Aparentemente todos los inquilinos viven satisfechos con las comodidades que les proporciona el rascalielos, hasta que una serie de incidentes con el sumistro eléctrico provocará una serie de tensiones entre las diferentes clases que pueblan el edificio.
En casi toda su obra Ballard pone el acento en una feroz crítica social y en especial en un intencionado ataque a los vícios del capitalismo, y evidentemente "Rascacielos" no es ninguna excepción. De entrada "High-rise" nos expone una controvertida visión vertical de la sociedad, perfectamente extrapolable a muchos modelos de la actualidad, en la cual los más ricos se situan en lo más alto de la pirámide, posición de privilegio desde la cual observan, controlan, utilizan e incluso abusan de las clases inferiores. El personaje interpretado por Tom Hildeston, el médico Robert Laing, es visto como un arribista por las clases altas y como un snob por las bajas. En su posición de representante de la clase media trata de escalar posiciones para ser reconocido como igual por sus superiores. En medio de esa jerarquiza estratificación social, el conflicto estalla cuando los habitantes de los pisos inferiores ven amenazadas sus comodidades cuando estas son suprimidas para que los inquilinos de los pisos más altos puedan continuar disfrutando sin alteraciones de su status quo de privilegios. La visión que nos ofrece Ballard de la sociedad no puede ser más cruenta ni desencantada. El conflicto, derivado de la falta de diálogo y entendimiento entre los diferentes estratos sociales que pueblan el rascacielos, da paso primero al caos y luego a la barbarie. Y es en medio de dicha barbarie cuando el intelecto cede el paso al instinto, y el objetivo de los diferentes inquilinos que habitan este microcosmos de hierro y cemento no es ya vivir en el edificio, sino sobrevivir. Curiosamente, en el centro de todo ese caos existencial y vital, ninguno de los habitantes del edificio se plantea abandonarlo para buscar mejores condiciones u oportunidades, como los burgueses del clásico "El angel exterminador" (1962) de Buñuel, todos ellos se sienten atrapados, ligados en cierta manera al edificio, que termina por convertirse en un protagonista más del relato, una suerte de monstruo antropófago que devora a sus víctimas y las retuercen en su interior, haciendo que afloren los peores instintos del ser humano. Así pues, el última instancia "High-rise" termina convirtiéndose en una vitriólica metáfora de la decadencia de la sociedad.
Su director, Ben Wheatley, asume el riesgo de poner en imágnes una novela que muchos consideraban infilmable, y sale más que airoso del reto. Si la novela de Ballard no es de fácil lectura, la puesta en escena de Wheatley es igualmente (e intencionadamente) anárquica y caótica. Es innegable la potencia visual que destilan muchas de las secuencias del film, y que nos demuestran que Wheatley es un director con vocación autoral, dotado de una sensibilidad visual muy personal, y al que habrá que seguir la pista en un futuro. En algunos momentos son obvias las influencias cinematográficas del director (entre las que se podrían citar Stanley Kubrick o Terry Gillian), pero Wheatley saber jugar hábilmente con ellas para darles una pátina personal.
Son muchos los aspectos a destacar positivamente en este film: el acerado guión de Amy Jump, que adapta con acierto la prosa ballardiana; la fotografía de Laurie Rose, que confiere un aspecto surrealista a la película; la inspirada partitura de Clint Mansell; y, como no, un ajustado reparto, en el que destacan un regio Jeremy Irons en la piel del arquitecto que ha creado el edificio, una suerte de demiurgo moderno que observa a los inquilinos del edificio desde lo más alto, un entregadísimo Luke Evans, que pone toda la carne en el asador en su visceral interpretación, la siempre atractiva Sienna Miller, y muy especialmente un magnético Tom Hiddleston, sobervio como siempre, controlado en un papel siempre al borde del exceso pero que nunca cae en el histrionismo.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? El atrevimiento a la hora de adaptar una novela inclasificable como es "Rascacielos", y la potente imagineria visual de la que hace gala su director. ¿Lo peor? No es una película apta para todos los paladares, y su anarquía narrativa puede provocar, involuntariamente, cierta confusión en el espectador.
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