Fue en el año 1979 cuando los espectadores de todo el mundo
tuvimos la oportunidad de conocer al inefable Max Rockatansky. El australiano George
Miller debutaba en la dirección de largometrajes con “Mad Max. Salvajes de
autopista”, película que nos hablaba de un futuro distópico más o menos cercano
y que nos presentaba al anti-héroe con el que el también australiano Mel Gibson
se daría a conocer en el mundo entero. El film contó con un presupuesto más
bien ridículo, 350.000 dólares, y recaudó la friolera de 100 millones de
dólares en todo el mundo. Con una inevitable factura de serie B debida a sus
limitaciones presupuestarias, la película de George Miller destacaba por su
crudo y descarnado tratamiento de la violencia, directo, seco y completamente
alejado de las estilizaciones comunes en cine americano de los 80. El argumento
giraba en torno a una sociedad dominada por el caos en la que un grupo de
policías trata de hacer valer su autoridad. Uno de esos policías es Max
Rockatansky, el cual, impelido por una serie de circunstancias que acabarán con
la vida de su mujer y su hijo, se sumirá en una creciente espiral de violencia
movido por la sed de venganza, lo que le llevará en última instancia a
abandonar su servidumbre a la ley para abrazar el caos y la ley del más fuerte.
George Miller supo hacer entonces de sus carencias virtud, rodando en los
paisajes desérticos naturales de Australia, lo que supuso un considerable
ahorro en costes a la vez que otorgó al film su característico look
polvoriento.
El éxito de esta primera entrega propició el rodaje de una
secuela, “Mad Max. El guerrero de la carretera”, que se estrenaría en 1981. Si
el primer film de Miller gozaba de un look más bien contemporáneo y rehuía
explicar el momentos histórico en el que se ambientaba (lo mismo podría ser un
futuro cercano que el momento actual), en esta ocasión un presupuesto más
holgado permitió a su director contextualizar de una manera más gráfica la saga
del antihéroe Mad Max. En esta ocasión el look contemporáneo del primer film es
sustituido por una estética post-punk y claramente post-apocalíptica: peinados
mohawk, estética leather, coches tuneados y una extravagante descripción de sus
personajes se van a convertir ya en la marca de fábrica de la saga. George
Miller nos habla, ahora sí, de la barbarie del caos, y nos presenta un mundo
futuro regido por el fin de la civilización y las instituciones, donde impera
la ley del más fuerte y el elemento más escaso y más preciado es la gasolina. Ni
rastro del cuerpo policial del film presente, ni rastro de cualquier tipo de
autoridad. Lo único que existe es un desgobierno salvaje en el que los humanos
tratan de organizarse en grupos por su propia supervivencia. Ahora el loco Max
es un solitario preocupado únicamente llegar al día de mañana entero, y en el cual apenas queda rastro de humanidad.
El trabajar con un presupuesto más holgado permite a George Miller trabajar con
más medios y por lo tanto ofrecer una puesta en escena más cuidada, aunque hubo
quién le acusó de haber traicionado sus orígenes por apostar en esta ocasión
por un tratamiento de la violencia más estilizado. Sin duda alguna uno de los
mayores méritos del film es que el trabajo en post-producción fue más bien
escaso, contó con muy pocos efectos especiales y la mayoría de secuencias se
resolvieron durante el rodaje gracias a un ejemplar trabajo de los
especialistas del film.
En 1985 llegaría la tercera entrega de la saga, “Mad Max. Más
allá de la cúpula del trueno”, la más cara de todas hasta la fecha, la menos
violenta y la que hace una apuesta más evidente por el género fantástico.
Miller tiró la casa por la ventana y además de un imaginativo diseño de
producción y vestuario, contó con Maurice Jarre en la banda sonora (que compuso
un score enérgico, vibrante y francamente imaginativo) y con ni más ni menos
que Tina Turner en uno de los papeles principales, Aunty Entity (Tía Ama en su versión
española), luciendo un extravagante peinado y un vestuario metálico que a buen seguro hubiese firmado el
mismísimo Paco Rabanne. La tercera entrega es la más barroca en cuento a su
puesta en escena y su diseño de producción, pero también es la que tiene
vocación de llegar a un público más amplio. Sin ser ni mucho menos un film de carácter
familiar, las escenas de acción se reducen a lo estrictamente necesario, y la
violencia trata de resultar menos evidente. Por otro lado el film nos presenta
a un grupo de niños que tratan de organizarse al margen del caos imperante. El
retrato que nos ofrece Miller de esos niños está mucho más próximo al “Peter
Pan” de James L. Barrie que no a “El señor de las moscas” de William Golding.
La carrera de George Miller parecía apuntar entonces hacia
el género fantástico, cosa que se confirmaría en 1987 cuando estrena “Las brujas
de Eastwick”, a partir de la novela homónima de John Updike. El film destaca
por su reparto de campanillas (unas muy atractivas Cher, Susan Sarandon y
Michelle Pfeiffer, secundadas por un descontrolado Jack Nicholson, amén de la
siempre eficiente Veronica Cartwright) y por la evocadora y maravillosa
partitura de John Williams, pero sin embargo falla en su intento de trasladar
el sarcasmo y la fina ironía de la prosa de Updike. La obra, que en realidad es
un ácido retrato de la guerra de sexos, se acaba convirtiendo en su traslación
cinematográfica en un film desigual, con algunos inspirados momentos de humor
negro, pero también con otros que suponen un ridículo festival de efectos
especiales.
La mala recepción crítica y de taquilla de “Las brujas de
Eastwick” propiciaran un cierto alejamiento de George Miller de las pantallas
cinematográficas. En 1992 se desmarca con un film de corte realista, “El aceite
de la vida”; en 1995 ejercerá de productor y guionista de “Babe, el cerdito
valiente”, de la cual aceptará dirigir una secuela en 1998; más tarde se sumirá
en la dirección de un film de animación, la simpática “Happy feet” en el 2006,
de la cual también dirigirá una más discreta secuela en el 2011. Parecía pues
que la carrera de George Miller cambiaba de rumbo para orientarse hacia un cine
de vocación claramente familiar.
Habrá que agracederle al señor Miller que se haya
replanteado su carrera y haya vuelto de nuevo a lo que mejor se le da, el cine
de acción, y al personaje de Mad Max. Porque la reciente “Mad Max. Fury Road”
es desde ya el mejor film de acción de lo que llevamos de año. Olvidémonos de
Vengadores, de Terminators, de
velociraptores y demás zarandajas. Este film confirma lo que ya sabíamos: que el
loco Max Rockatansky es un héroe de acción a la altura de la teniente Ripley,
John McClane o Sarah Connor, Inefables personajes que forman parte de lo más
destacado de las action movies de los
80.
Lo primero que hay que destacar de este film es la labor de
Miller detrás de la cámara. No solo no ha perdido el pulso que le caracterizaba
a principios de los 80, sino que a sus 70 años demuestra estar en mucha mejor
forma que muchos de los directores más jóvenes que hoy inundan las pantallas
con productos intrascendentes montados a ritmo de video-clip (¿alguien ha
mencionado la saga “Fast & Furious”?), y le pasa la mano por la cara a
advenedizos como Roland Emerich o Michael Bay, por citar solo dos ejemplos de directores
incomprensiblemente consagrados pese a que necesitarían volver a pasar por una
academia de cine. Es obvio que Miller ha contado en esta ocasión con un presupuesto
holgado, y también resulta evidente que la película ha contado con un complejo
y elaborado trabajo de post-producción. Pero en cada fotograma del film también
se respira ese espíritu transgresor y gamberro que caracterizaba las primeras
películas de Miller y que le levan, por un lado, a rodar siempre que puede en
escenarios naturales, y por otro, a trabajar de forma muy estrecha con los
especialistas y evitar en la mayor medida posible los efectos digitales. A diferencia
de “Los Vengadores. La era de Últrón” (por citar un film reciente), en la que
los efectos especiales y la infografía tienen un peso específico, hasta el
punto de sustituir a los actores en muchas secuencias, en esta última entrega
de la saga de Mad Max los especialistas se erigen en un elemento determinante
para construir algunas de las secuencias de acción más espectaculares que
se han visto en una pantalla de cine en
mucho tiempo. Miller arriesga, y lo hacer contando con un equipo de
especialistas y acróbatas de primer orden y tirando de una elaboradísima
planificación sin la cual hubiese sido imposible filmar muchas de las secuencias
que vemos en el film. Recupera algunos de los elementos que ya estaban en los
films precedentes (la descripción de personajes extravagantes, los escenarios
barrocos, la combinación de fantasía y escenografía post-apocalíptica) para
llevarlos un paso más allá de lo que lo había hecho en dichos films. Afortunadamente
Miller demuestra manejarse mejor con las reglas del exceso que cineastas como Zack
Snyder, Guillermo Del Toro o (sobretodo) Peter Jackson, a los cuales el ‘más difícil
todavía’ les lleva a cometer excesos no siempre bien traídos (el abuso de
ralentís por parte de Snyder, la acumulación de referentes por parte de Del
Toro o la manía de alargar innecesariamente las subtramas en el caso de
Jackson). George Miller también es excesivo a veces, pero lo hace desde una
perspectiva inequívocamente irreverente, llegando al límite pero sin
traspasarlo, caminando sobre el filo de la navaja, lo cual hace que el
espectador acepte de buen grado su juego sin sentirse estafado o abrumado. Y todo
ello gracias a la garra que el director australiano exhibe en las secuencias de
acción, vibrantes, dinámicas, absolutamente locas. Ese punto de locura es el
que el cine de acción llevaba tiempo demandando y George Miller nos lo ofrece
en bandeja para disfrute de los espectadores. Recordemos que el título del
primer film nace de un juego de palabras con el diminutivo del nombre del
protagonista, Max, de manera que puede interpretarse como ‘el loco Max’ o ‘máxima
locura’.
Este “Mad
Max. Fury Road” está concebida como una especie de secuela de los films
anteriores, pero mantiene su propia personalidad y se erige con un film
independiente, de manera que no es necesario haber visto ninguno de las
películas anteriores para disfrutar de ésta. Más arriba hablaba de la locura
exhibida por Miller en su puesta en escena, pero también hay que señalar la
complicidad de los actores del film para ser también partícipes de esa locura,
algo que es particularmente evidente en el trabajo de Charlize Theron y
Nicholas Hoult. DeTom Hardy también hay mucho que hablar. No negaré que siento debilidad
por él. Me parece uno de los actores más capaces de la actualidad. Hardy interpreta
con la mirada, con el gesto, con la pose, con el cuerpo, con el silencio… Es un
actor de una fisicidad extrema, de tal forma que aun cuando no abre la boca (y
en este film hay veces que gruñe más que habla), transmite algo. La suya es una
presencia poderosa, como ya demostró en “La entrega” o “Locke”, y en este film
lo vuelve a poner de relieve, logrando hacernos olvidar la interpretación de
Mel Gibson (del que también confesaré que me parece un actor muy sobrevalorado,
de registro limitado y gesto en exceso artificial). Hardy está en las antípodas
de un Benedict Cumberbach o un Tom Hildeston, grandísimos actores pero mucho
más intelectuales, más ‘verbales’, y es precisamente esa fisicidad que aporta
lo que le hace idóneo para un papel como éste, que empieza interpretando como
si de un animal se tratase para poco a poco y de forma muy sutil ofrecernos
matices que revelan su humanidad interior.
| Max e Imperator Furiosa |
Pero si bien el film lleva por título “Mad Max”, casi, casi la verdadera protagonista es esa implacable, poderosa, magnética, brutal y fascinante Imperator Furiosa a la que da vida Charlize Theron. Charlize Theron, musa de Dior y que comenzó su carrera como modelo en su Sudáfrica natal antes de meterse a actriz, es una de las mujeres más bellas que existen en la actualidad. En esta ocasión no ha dudado en poner toda la carne en el asador, raparse el pelo y aparecer sucia, desaliñada y mutilada para interpretar a esta Furiosa que desde ya le disputa el puesto a Ripley y Sarah Connor como action woman del cine actual. A priori, viendo los anuncios rodados para el perfume ‘J’adore’, resulta difícil imaginarse a Charlize Theron en un film de estas características, pero no solo convence en su interpretación, sino que además enamora, porque pese a su brutalidad esta Imperator Furiosa no deja de ser humana, y como tal exhibe determinación y dolor. Resulta chocante que algunos movimientos machistas (y yo añadiría retrógrados) de Estados Unidos han llamado al boicot a este film acusándolo de ‘propaganda feminista encubierta’. Estupideces. Queremos más heroínas de este calibre, queremos más films como éste, donde además de entretener demuestra que las mujeres pueden ser tan controvertidas y poderosas como los hombres. Charlize se quejaba, y con razón, de que a veces se espera que las actrices interpreten a madres o a putas, ¿por qué no aceptar que pueda ser madre y puta al mismo tiempo, y que siéndolo está a la altura de cualquier hombre?
En el aspecto argumental no vayamos a pedirle peras al olmo:
estamos ante un film de Mad Max y eso significa acción y entretenimiento. ¡Pero
qué entretenimiento! El film no concede respiro al espectador. Arranca con una
persecución automovilística y prácticamente va mantener el ritmo hasta el
final, sin descanso, apenas ofreciendo el solaz de algún que otro momento
dramático que, todo hay que decirlo, está perfectamente integrado en la trama
sin que ello contribuya a un bajón de ritmo. No hace mucho en mi comentario
sobre “Los Vengadores. La era de Ultrón” argumentaba que el film estaba brillantemente
ejecutado pero que resultaba frío en su conjunto, que entretenía pero nunca
emocionaba. No ocurre así con este “Mad Max. Fury Road”, pues hay momentos,
gracias especialmente al trabajo actoral de Charlize Theron, que la película
logra conmover, más de lo que George Miller había conseguido con cualquiera de los
films precedentes de la saga.
El resto del reparto tiene apariciones más breves y la
presencia de caras más o menos conocidas como las de Zoë Krawitz o Rosie Huntington-Whitelye acaba resultando más anecdótica que
otra cosa. Sin embargo no podemos dejar de mencionar a Nicholas Hoult, al que
conocimos interpretando al protagonista infantil de “Un niño grande” (Chris
Weitz, 2002), y que aquí nos sorprende con su desquiciado personaje, al cual sin
embargo logra imprimir notas de fragilidad.
Se podrían decir muchas cosas más de este film, pues en él se habla
de la búsqueda de esperanza y la necesidad de redención; se habla también de la
necesidad de orden como argumento para superar el caos y la barbarie; se habla de los pecados de la civilización contra la naturaleza, que llevan a ese mismo caos; se habla de la fuerza del individuo frente al grupo, de la fuera del grupo frente al desgobierno. George Miller también se atreve a llevar más lejos algunas
de las premisas de los films anteriores, pues aquí no es solo la gasolina uno
de los bienes más escaos y por lo tanto más preciados, sino que lo son también cualquier tipo de fluidos,
pues el agua, la sangre e incluso la leche materna cobran una importancia
capital en ese futuro post-apocalíptico que nos muestra la película. Podríamos hablar
también de su portentosa fotografía de John Seale, el inteligente uso del color, de su
sofisticado look, que nos muestra el polvo, la sangre, el sudor y el fango pero
lo hace de una manera innegablemente bella. Podríamos hablar de la potentísima banda sonora de Junkie XL, que combina rock sinfónico, heavy metal y se atreve incluso a citar el "Dies Irae" de Verdi... Pero por encima de todos sus aciertos "Mad Max. Fury Road" es una película que engancha, que atrapa al espectador en una montaña rusa desquiciada y no lo suelta hasta el final. Y yo, como espectador, contento de dejarme arrastrar por George Miller en esta disfrutable orgia de sudor, polvo y sangre.
