Cuando
el personaje creado por Jerry Siegel y Joe Shuster hizo su primera aparición en
el mítico nº 1 de “Action Comics” allá por el 1938, bien puede decirse que se
vivían otros tiempos. En particular los Estados Unidos vivían una época más
inocente, donde se tenía muy claro quiénes eran los buenos y quienes los malos,
y casi todo tendía a analizarse en términos de blanco o negro. En los años 20 y
30 los malvados eran Al Capone, los gangsters y todo aquel que se movía dentro
del radio de lo criminal. Por otro lado, los héroes solían pertenecer al ámbito
de las fuerzas de la ley, tanto los reales (Eliot Ness) como los ficticios
(Dick Tracy), y solo ocasionalmente algunos criminales eran vistos desde un
prisma más, digamos, romántico, en la tradición de un Robin Hood, como podrían
ser, por ejemplo, Dillinger o Bonny & Clyde. Así pues, en dicho contexto la
aparición de un personaje como Superman, que representa el ideal de justicia y el
deseo de paz, iba a ser bien recibida.
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| Mítico Action Comics nº 1 |
Superman
aparece en los albores de la 2ª Guerra Mundial (1939 al 1945), y como otros
personajes posteriores, como es el caso de Wonder Woman o el Capitán América
(creados ambos en 1941, el primero con intenciones claramente propagandísticas)
se alinearían con las fuerzas aliadas para hacer frente a las fuerzas del Eje.
De nuevo nos encontramos en un contexto histórico en el cual se tenía muy claro
quiénes eran los malvados: el 3er Reich, el imperio nipón, los fascistas
italianos… Y en dicho contexto los valores que representaba un personaje como
Superman encajaban perfectamente con el sentir de una época y una sociedad.
Superman luchaba por la justicia y por la paz, era inocente, puro e incluso
casto (su relación con su novia, Lois Lane, seguía los más estrictos valores
sociales de la época en lo referente al matrimonio y las relaciones sexuales).
Evidentemente eran ideales que defendían la tradición más conservadora de
defensa a ultranza de Dios, la patria y la familia, así como la confianza
absoluta en las fuerzas al servicio de la ley y la Constitución Americana. En
el momento de mayor apogeo y popularidad del personaje aún no se había
producido el escándalo del Watergate (que condujo a la dimisión del presidente
Nixon en 1974) ni la guerra del Vietnam (del 1955 al 1975), ni el asesinato de
Kennedy o Martin Luther King, ni las protestas raciales de los años 60, ni la
guerra fría… Todavía nos encontrábamos en un ambiente social y político en que
los valores que representaba un personaje como Superman resultaban no solo
aceptables sino también creíbles.
Es
precisamente ese Superman heroico, honorable, casto e inocente el que tomó como
modelo Richard Donner para su adaptación cinematográfica de 1978. En más de una
ocasión he defendió “Superman. The Movie” como la mejor adaptación de un comic
a la gran pantalla realizada hasta la fecha. Y lo sigo pensando. Por dos
motivos fundamentales: por un lado, si deconstruímos el film de Donner
comprobamos como cada uno de sus componentes funcionan por separado de una
manera indiscutible: la elegante y clásica puesta en escena del director, el
lúcido guion de Mario Puzo y Robert Benton, la luminosa fotografía de Geoffrey Unsworth, los precisos
efectos especiales de John Dijkstra, la maravillosa partitura de John Williams,
el ajustado reparto, con un inspirado Christopher Reeve a la cabeza… ; pero
además esos mismos elementos juntos encajan unos con otros con la precisión de
un mecanismo de relojería, dando lugar a un film modélico que combina con
acierto y de una manera perfectamente equilibrada fantasía, humor, aventura y
romance. Habrá quien diga que es un film que ha envejecido mal, y yo no estoy
de acuerdo. Naturalmente que las técnicas en cuanto a iluminación, filmación,
edición y efectos especiales se han perfeccionado desde aquel lejano 1978, pero
contextualizando el film y situándolo en su época es justo reconocer que
continúa siendo una pequeña obra maestra.
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| Superman. La película |
El
segundo motivo por el cual el Superman de Donner me sigue pareciendo un film
espléndido es porque, al margen de ser posiblemente la adaptación más fiel
sobre un personaje de cómic llevada a la gran pantalla, es uno de los pocos
films que realmente analizan las raíces míticas del personaje y de la figura
del superhéroe. En muchos aspectos Superman bebe el arquetipo mítico del héroe
solar, que en la mitología judeocristiana está representado por Jesucristo
(dicho arquetipo equivaldría a Hércules en la mitología clásica, Horus en la
egipcia, Balder en la nórdica, Mitra en Persia…). El rasgo más esencial del
héroe solar es que es enviado por el Dios Padre para redimirse mediante el
sacrificio y así alcanzar la divinidad. Del mismo modo que Jesucristo es
enviado a la humanidad para enseñarle en camino de la salvación, Superman es
enviado a la Tierra por su padre, que mora en los cielos (el espacio exterior),
para ayudarles a alcanzar la paz luchando contra los malvados. Y los medios de
los que hace uso Superman para luchar contra el mal son siempre su respeto a la
ley y su inquebrantable fe en la capacidad humana para redimirse y hacer el
bien. Así pues, Superman, aun siendo un ente superior a cualquier ser humano,
tanto física como intelectualmente, nunca utilizará su superioridad para imponerse
a aquellos a quienes se ha comprometido a proteger, la humanidad, sino que
pondrá esa misma superioridad al servicio de sus congéneres. Superman no solo
no mata, sino que captura a los villanos y los entrega para que sean juzgados y
condenados por los estamentos legales que el hombre a dispuesto para tales
fines.
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| Hércules matando a la hydra |
A
finales de los 70, cuando Richard Donner asume las tareas de adaptar Superman a
la gran pantalla, el mundo en general estaba viviendo una época de cierta
recuperación económica y renovación moral: Estados Unidos comenzaba a
recuperarse el Watergate y la Guerra del Vietnam, y algunos países como España
dejaban atrás la dictadura para iniciar el camino hacia la democracia.
Naturalmente no todo era de color de rosa (el thatcherismo campaba a sus anchas
en el Reino Unido), pero aun así había un espacio para el optimismo en el cual
la visión luminosa y esperanzadora que nos ofrecía Superman encajaba
perfectamente. Pero los tiempos han cambiado, y mucho, desde aquel 1978 en el
que creímos que un hombre podía, en verdad, volar. El contexto social y
político existente en el año 2013, cuando Zack Snyder estrena su polémica “Man
of Steel”, es muy diferente. Puede afirmarse que el mundo se ha embrutecido, se
ha vuelto más oscuro, más peligroso, más incierto a todos los niveles. Si nos
fijamos solo en la historia reciente de Estados Unidos conviene recordar que
antes de ese 2013 el país había sufrido el escándalo Lewinsky de 1998, la
matanza de Columbine en 1999, el 11-S del 2001, la guerra de Irak, la crisis
financiera del 2008… Si lo extendemos al ámbito global el panorama es aún más
desolador si cabe: el desastre de Chernóbil en el 86, la guerra de los Balcanes
(1991 a 1999), el calentamiento global del planeta, el terrorismo global, el
auge de los movimientos yihadistas, las crisis institucionales en la CEE, las
guerras en oriente medio, los escándalos de corrupción en España… En dicho
contexto el Superman concebido por Siegel y Shuster y los ideales que
representa quizás sean más necesarios que nunca, pero ¿tienen cabida? ¿Son creíbles?
¿Es posible enfrentarse a todos esos conflictos y desastres armado solo con la
fe, la esperanza y las buenas intenciones? ¿O se imponen más bien medidas más
drásticas y contundentes?
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| El llorado Christopher Reeve |
A
finales de los 90 comienza a imponerse una nueva tendencia en el cómic de superhéroes
americano, conocida como grimm-n-gritty,
que consiste básicamente en revisionar los personajes clásicos desde una óptica
más cruda y más oscura, más ‘realista’. En realidad, dicha tendencia tiene su
origen a finales de los 80, en parte gracias al innovador trabajo de Frank
Miller en la serie “Daredevil”, y en buena parte también gracias al desembarco
de la llamada ‘invasión británica’ en el cómic americano, invasión capitaneada por
autores del calibre de Jamie Delano, Neal Gaiman, Grant Morrison y, muy
especialmente, Alan Moore. Alan Moore publicará en aquella época sendas obras
seminales en cuanto a la deconstrucción del mito superheroico: “Miracleman” y
“Watchmen”. Esta última, el primer cómic en ganar el prestigioso premio Hugo de
Fantasía y Ciencia Ficción, nos propone un lúcido análisis del superhéroe en
clave metalingüística que admite múltiples lecturas: sociopolítica, mitológica,
psicológica… “Miracleman”, por su lado, opta por diseccionar el mito
nietzschiano del superhombre a partir de un personaje que en muchos sentidos no
deja de ser un émulo del Capitán Marvel de DC Comics, pero con el cual también
podrían establecerse no pocos paralelismos con Superman. Moore se atreverá a
cuestionar la cordura del personaje y su encaje en la sociedad, ofreciéndonos
una visión nihilista del arquetipo del superhéroe.
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| Miracleman |
En
su obra “Miracleman” Alan Moore revisiona el mito superheroico realizando una
atrevida interpretación del mismo a partir del concepto del Übermensch (habitualmente traducido como
‘superhombre’) de Nietzsche. En su obra, Nietzsche se inclina a resaltar la
preponderancia de lo dionisíaco sobre lo apolíneo, afirmando al mismo tiempo
que ‘Dios ha muerto’, de ahí que su ‘superhombre’, una vez superadas las
barreras morales de la sociedad actual y sobreponiéndose a la tendencia
nihilista de la misma, podrá imponer nuevos valores, destruyendo al mismo
tiempo los valores de los hombres (a los que considera siervos), y ocupando así
el lugar de Dios. El ‘superhombre’, según Nietzsche, desprecia como malo todo
aquello que es fruto de la cobardía, el temor o la compasión, todo lo que es
débil y disminuye el impulso vital. Por el contrario, aprecia como bueno todo
lo superior y altivo, fuerte y dominador. La moral del superhombre se basa en
la fe en sí mismo y el propio orgullo.
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| Friedrich Nietzsche |
Si
comparamos la visión canónica del Superman clásico creado a finales de los años
30 con el personaje de Alan Moore, es fácil observar como el primero sigue el
modelo del Jesucristo cristiano, a quién el propio Nietzsche, pese a la
admiración que sentía hacia él por haberse atrevido a crear un nuevo sistema de
valores en la época de la dominación romana, criticaba por su negación a
defenderse a sí mismo, afirmando que su muerte era una consecuencia lógica del desajuste
de su sistema de ideas. Por el contrario Miracleman no solo es consciente de su
superioridad, sino que hace uso de ella para trascender su humanidad e iniciar
el camino hacia la divinidad. El Miracleman de Moore no está aquí para servir a
la Humanidad, sino para erigirse por encima de ella, y no necesariamente
mediante algo tan vulgar como la dominación o la conquista.
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| El hombre de acero según Zack Snyder |
Así
pues, cuando Zack Snyder se plantea el adaptar de nuevo el personaje de
Superman a la gran pantalla con “Man of Steel” (2013), no será ni el film de Richard
Donner del 78 (contrariamente, y de manera equivocada, a lo que hizo Brian Singer
en el 2006) ni tampoco la versión de Siegel y Shuster los ejemplos que va a
tomar como modelo de referencia. Snyder es consciente de que la humanidad vive
ahora tiempos mucho más inciertos, así que su Superman es en cierta manera el
reflejo de estos tiempos. No son pocos los que han criticado la forma en como
Snyder se ha acercado al personaje, por el hecho de traicionar
intencionadamente la visión canónica del mismo. No se puede negar que el de
Snyder, guste más o menos, es un acercamiento personal al mito, en muchos
aspectos tan transgresor como interesante, y como tal debe ser valorado. Juzgar
“Man of Steel” por su infidelidad al mito clásico me parece tan equivocado como
injusto. No es ni mucho menos un film perfecto, y podrán cuestionarse muchas de
sus soluciones técnicas o estéticas, como por ejemplo el uso abusivo de ralentíes
o la aparatosidad de los efectos especiales, e incluso se podrá criticar las
resoluciones dramáticas de algunas escenas (como la del sacrificio de papá
Kent), pero no creo que se deba criticar el enfoque escogido por Zack Snyder
para abordar el personaje, por mucho que este traicione la visión clásica que
hasta ahora teníamos del mismo. Si a lo largo de la historia de los comics de
Superman hemos aceptado que diversos autores ofreciesen sus personales visiones
del personaje, a menudo antitéticas, ¿por qué deberíamos negarle a Snyder
ofrecer la suya? ¿Es cuestionable, por ejemplo, el uso que se hace de la
violencia en el film? En mi opinión, no; no en el contexto en que se sitúa el
personaje, y no si pensamos que Snyder, asumiendo que estamos hablando de un
personaje fantástico, intenta situarlo en un contexto lo más verosímil posible.
Richard Donner asume claramente que está trabajando con un personaje de fantasía;
Snyder, por el contrario, se plantea la pregunta de cómo sería Superman si éste
existiese en nuestra época y si formase parte de nuestra realidad social y política.
No podemos negar que vivimos en un mundo violento, y no hay más que ver los
noticiarios televisivos y leer los periódicos para darse cuenta de ello. En
este contexto violento y extremista, ¿sería posible un Superman heroico como el
que se aparecen en las encarnaciones más clásicas del personaje? ¿O por el
contrario nos encontraríamos ante un personaje más rudo, violento y terrible
como el que nos presenta Snyder en su film? El Superman de Snyder es un
personaje que hace uso de la violencia porque no le queda más remedio, porque
se ve impelido a ello. La escena más polémica del film, aquella en que Superman
mata a Zod rompiéndole el cuello, está perfectamente justificada en el contexto
argumental en que se sitúa la historia: Zod está a punto de matar a un grupo de
inocentes y Superman trata de impedírselo; al final se enfrenta al dilema de
matar a Zod o permitir que éste mate a esas personas. En un comic Superman posiblemente
hubiese encontrado una alternativa ingeniosa para evitar que el villano
cometiese un asesinato sin necesidad de matarlo, pero Snyder prefiere situarlo
en el conflicto moral y obligarle a tomar una decisión. El grito final de
angustia, casi doloroso, que profiere Superman después de haberle roto el
cuello a Zod, viene a explicar que él ha tomado la decisión necesaria, pero que
no se siente orgulloso de ello y que, pese a todo, lamenta haberla llevado a
cabo.
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| Cristo según Heinrich Hoffmann |
Más
arriba hablaba de como Superman encarna el mito del héroe solar en nuestros días,
y como en muchos aspectos viene a ser una actualización de la figura de
Jesucristo para tiempo más modernos (y más materiales, por qué no reconocerlo).
¿Cómo encaja el Superman de Snyder en esa visión? Obviamente no en la visión
canónica que de la figura de Cristo nos ofrece la iglesia católica. El Jesucristo
‘oficial’ es consciente de su divinidad desde el inicio y la acepta con
humildad. Del mismo modo el Superman clásico asume desde su origen su condición
de héroe y salvador de la humanidad, sin llegar a cuestionarse nunca ni su rol
ni sus deberes. En cambio, el Superman de Zack Snyder es al principio un
personaje renuente, que rechaza su condición heroica y se esconde de la
humanidad. Por un lado nos encontramos aquí con un argumento clásico en la
ciencia-ficción, en el cual el ser proveniente del mundo exterior, el alienígena
(y no olvidemos que Superman es un alien), es perseguido por la humanidad sin
importar cuales sean sus intenciones (me remito a films como “E.T.” o “Starman”);
por este motivo, este Superman que ha sido adoptado por la familia Kent, se
esconde para protegerse a sí mismo y a los suyos, y al mismo tiempo tratar de
llevar una vida lo más normal posible alejada de los focos y la atención mediática.
Snyder nos propone una relectura de la condición divina del personaje que lo
acercaría más a la visión crítica de la figura de Cristo que ofrecería, por
ejemplo, Nikos Kazantzakis en “La última tentación de Cristo”. Kazantzakis, por
un lado, nos ofrece una visión de Jesucristo claramente politizada, pero al mismo
tiempo nos ofrece un retrato más humano del personaje, alguien con dudas,
dividido entre su sentido del deber y sus propias necesidades humanas de amar y
ser amado; es un ser falible y emotivo cuya lucha interior representa su
humanidad y que, en última instancia, será capaz de sacrificar su propia vida
en cumplimiento del deber divino que le ha sido asignado. Salvando las
distancias, el Superman de Snyder se aleja por completo de la visión del héroe
de una pieza que representa la versión canónica de Siegel y Shuster; pese a su
obvia superioridad física, es un ser frágil que busca su lugar en el mundo y su
encaje en la humanidad, alguien que, al igual que el Jesucristo de Kazantzakis,
rechaza su divinidad en un intento de defender su frágil condición de ser
humano y tratar de vivir una vida lo más normal posible. No será hasta el
momento que se dé cuenta de que su misión está por encima de sus anhelos
personales, que el aspecto apolíneo de su persona debe anteponerse al aspecto
dionisíaco, que finalmente asuma el manto del héroe y por lo tanto su
servidumbre a la humanidad. En ese momento, el Superman de Snyder se aleja de
la visión nietzschena que proponía Alan Moore para acercarse al mito clásico,
pero en vez de asumir el canon que representa el mito judeocristiano del héroe
solar, optará por vestir el manto del personaje más humano del Cristo de
Kazanktzakis. Por todo ello la versión que nos ofrece Zack Snyder en su “Man of
Steel” resulta polémica, transgresora y hasta cierto punto incómoda, en parte
porque propone una revisión contraria a la versión clásica del personaje, en
parte porque nos muestra el aspecto más oscuro de un personaje que, hasta la
fecha, había tratado de mantenerse al margen de esa tendencia grim-n-gritty en los comics de superhéroes.
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| Clark Kent a punto de volar |
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