Si hay una década en la que Todd Haynes parece sentirse cómodo, a tenor
de las últimas producciones en las que se ha involucrado en director
californiano, esos son los años 50 y 60. Y para muestra ahí tenemos títulos
como “Lejos del cielo” (2002), la serie televisiva “Mildred Pierce” (2010) o su
último film, “Carol” (2015), que se estrena estos días en nuestras pantallas.
Además de la época estas tres producciones comparten otras cosas: su cuidada
recreación de la época, su exquisita puesta en escena, el fascinante retrato de
personajes femeninos y el maravilloso trabajo actoral de sus actrices
protagonistas: Julianne Moore en “Lejos del cielo”, Kate Winslet en “Mildred
Pierce” y Cate Blanchet y Rooney Mara en “Carol”.
Haynes en esta ocasión se ha fijado en un poco conocido relato de
Patricia Highsmith, una de las damas indiscutibles de la literatura de ‘crimen
y misterio’, conocida muy especialmente por la creación del popular personaje
de Tom Ripley. Si bien en esta ocasión la escritora tejana ha dejado de lado
sus habituales tramas criminales para hablarnos de la relación entre dos
mujeres de diferente extracción social, relato que además Haynes utiliza para
poner de relieve la hipocresía de una sociedad y una época tradicionalmente retratada
como ‘feliz’. Pero pongámonos primero en contexto.
Patricia Highsmit vivió una infancia poco feliz marcada por el divorcio
de sus padres y por la relación complicada que mantuvo con su madre. Lectora
voraz desde muy tierna infancia, rápidamente se interesó por temas relacionados
con la culpa, la mentira y el crimen, temas que se convertirían en el eje
central de su obra. Descubrió su homosexualidad a la edad de 21 años, aspecto
que estaría presente de forma más o menos obvia en su obra (algunos de sus
personajes, el propio Tom Ripley entre ellos, exhiben a veces una intencionada
ambigüedad sexual). Su vida personal fue más bien problemática, en parta por su
alcoholismo, en parte por sus complejas relaciones familiares, pero también por
cierta tendencia a la misantropía, lo que hizo que nunca tuviese una relación
sentimental duradera.
En su obra la mentira y el sentimiento de culpa suelen jugar un papel
destacado, y a veces sus personajes rozan la psicopatía, moviéndose en la tenue
frontera que separa el bien del mal. De hecho, su personaje más popular,
Ripley, es un inteligente estafador y un ladrón y asesino ocasional, que no se
somete a la moral establecida y crea sus propios valores, y al contrario que lo
habitual, no es castigado ni atrapado por la policía e inicia un gran ascenso
social. Por lo general la visión que se desprende de los relatos de Patricia
Highsmith es depresiva, pesimista y sombría, como lo es también su concepto del
ser humano. Sin embargo, el retrato de sus personajes, que se mueven muchas
veces en el ámbito de la marginalidad, es tan rico como fascinante,
especialmente aquellos que destacan por su turbiedad y su ambigüedad moral,
muchos de los cuales explotan la hipocresía social para medrar socialmente.
Patricia Highsmith ha sido adaptada al cine en varias ocasiones,
mayormente con notables resultados. Entre las adaptaciones más reconocidas
figuran: “Extraños en un tren” (1950), dirigida por Alfred Hitchcock a partir
de un guion adaptado por el mismísimo Raymond Chandler; la magistral “A pleno
sol” (1960), que adapta la novela “El talento de Mr. Ripley”, dirigida por René
Clement e interpretada por Alain Delon; y “El amigo americano” (1977), muy
personal revisión de “El juego de Ripley” dirigida por Win Wenders.
Su novela “Carol”, que relata una problemática historia de amor entre
dos mujeres, con un final feliz insólito para la época, fue publicada
originalmente bajo pseudónimo en 1952 y con el título de “El precio de la sal”.
Algo más de 30 años después se reimprimió con el título final de “Carol” y
descubriendo la verdadera autoría de Highsmith. En el epílogo de la obra su
autora concluía con las palabras: "Me alegra pensar que este libro les dio
a miles de personas solitarias y asustadas algo en que apoyarse".
Es fácil descubrir qué aspectos de la obra impulsaron a Todd Haynes,
homosexual declarado, a querer filmarla. Haynes debutó en 1991 con el
largometraje “Poison”, basado en varios escritos de temática homosexual de Jean Genet. Este
trabajo, además de reportarle premios en el Festival de Sundance y en la Berlinale, le
convertiría en una de las promesas del New
queer cinema. En el año 2002 rueda “Lejos del cielo”, film que denuncia la
hipocresía de la sociedad bienpensante de los años 50, al mostrar como un
matrimonio aparentemente modelo, interpretado por Julianne Moore y Dennis
Quaid, se ven obligados a enfrentarse respectivamente al racismo y la homofobia
la época para intentar alcanzar su ideal de felicidad. En este sentido “Carol”
no es tanto una historia de denuncia o de retrato social, como una historia de
amor fou.
Si el referente estético y narrativo de “Lejos de cielo” era Douglas
Sirk, en “Carol”es David Lean y su mítica "Breve encuentro" (1968). En manos de otro director la historia de Carol Aird y Therese Belivet hubiese dado pié a un drama desaforado (es fácil imaginarse lo que hubiese hecho, por ejemplo, Pedro Almodovar con una historia similar), pero Haynes optar por observar a ambas mujeres desde la distancia, lo cual no significa que su aproximación sea fría, sino discreta. Así pues optar por narrar la historia desde la contención más absoluta. La referencia a "Breve encuentro" no es ni mucho menos baladí, pues a diferencia de la novela original, de tinte autobiográficos y en la que tan solo conocemos el punto de vista de Therese, en el film se da también voz a Carol, y la historia es vista desde los puntos de vista, a veces antagónicos, de ambas mujeres. Como en la película de David Lean, la protagonistas, Carol y Therese, se conocen de una manera casual, y poco a poco irán entrelazando encuentros en los cuales se irán descubriendo la una a la otra e iniciando un viaje, metafórico y físico, que tendrá distintos significados para cada una: el de Therese es un viaje de descubrimiento, iniciático; el de Carol es un viaje de reafirmación, en el que lidia con sentimientos encontrados de deber y obligación por un lado, y de necesidad de libertad y expresión propia por otro.
Todo en "Carol" respira elegancia y al mismo tiempo tristeza: desde la magnífica partitura de Carter Burwell a la esquisita puesta en escena de Todd Haynes. En este sentido el director californiano ha optado por ofrecernos una miráda oblícua sobre la historia y los personajes, de ahí que ilustre la historia haciendo uso a veces de planos sesgados, en los que los personajes hablan fuera de plano, potenciando así esa sensación de que esconden secretos, de que hay palabras que no se dicen, de que los sentimientos bullen bajo piel. Su enfoque es discreto y la ausencia de dramatismo y de poses histriónicas, contribuyen a aumentar el noto melancólico del relato. Es curioso como esa mirada oblícua y a veces distante en la forma de narrar de "Carol", puede reforzar al mismo tiempo una sensación de vouyerismo en el espectador, que asiste al drama íntimo de esta dos mujeres como si las estuviese observando a través de la mirilla de una puerta. Haynes pone un especial cuidado en los encuadres, que tienen muchas veces una cualidad casi pictórica, y sobre todo en la manera de enfocar y desenfocar los rostros de las actrices, como las escenas en que vemos el rostro borroso de Rooney Mara a través de los cristales empañados de un coche, como si fuese una máscara, una metáfora de que su verdadero rostro, su verdadero yo, se encuentra escondido bajo la superficie.
Y si Cate Blanchett y Rooney Mara están esplendidas, tampoco sería justo olvidarnos de la excelente Sara Paulson, que interpreta a la mejor amiga y confidente de Carol, ni a Kyle Chandler, que da vida al atribulado y confundido marido de aquella.
Pero no se puede hacer mención a la excelencia de este film sin hacer incapié en el esplendido trabajo actoral de Cate Blanchett y Rooney Mara. La primera es todo elegancia y sofisticación, una mujer mundada, con muchas experiencias a sus espaldas, que debe lidiar con un matrimonio infeliz y luchar por encontrar su lugar el mundo sin tener que renunciar a ser ella misma, no importa los sacrificios que deba hacer por el camino; y Rooney Mara es su contrapunto perfecto, la viva imagen de la dulzura e inocencia, un chica más joven que como ella misma dice en un momento del film 'aún no sabe lo que quiere'. Ambas actrices se entregan de forma absoluta a sus papeles. La seductora y profunda voz de Blanchett y la mirada triste de Mara encierran matices que traspasan la pantalla. Es dificil destacar un momento o dos de cualquiera de estas actrices en este film, y más cuando ambas tienen que hacer frente a interpretaciones muy controladas, que en muchos aspectos reflejan las convenciones de la época, la hipocresía social que surje de la necesidad de mantener las apariencias antes que dar rienda suelta a los sentimientos. Pero aún a riesgo de incurrir en algún spoiler, yo destacaría tres: la conversación interrumpida en que Blanchet dice el único 'te quiero' del film, las lágrimas de Mara viajando en tren i confundiendose con las gotas de lluvia, y la última mirada de Blanchett en el film, el último plano suyo, con una sonrisa leve, apenas insinuada, pero que es todo un torrente de emoción.
En resumidas cuentas: ¿Lo mejor? Su duo de protagonistas femeninas, simplemente magistrales, y la contenida, elegante y sofisticada puesta en escena de Todd Haynes. ¿Lo peor? Precisamente que esa misma contención pueda ser confundida con frialdad.

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